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31/05/2015

FUMAR ES LO SEGUNDO QUE MÁS ME GUSTA

Los fumadores son mucho más simpáticos que los no fumadores. Y mucho más listos, interesantes... ¿que no?. Es malo dejarse convencer por esta campaña de la salud. Bien, lo acepto, fumar es malo para la salud, malísimo. También es malo beber mucho, ir rápido en el coche, llevar los cascos puestos cuando vas andando por la calle. Bueno, esto malo no es, simplemente es bastante peligroso.
Voy a poner un ejemplo: Dos mujeres hablando en un parque. Van bien vestidas, una es mayor que la otra, más dejada también, más grande, más gorda. La otra tiene un aspecto hippy cuidado. Si se sientan y encienden un pitillo, ante la pregunta: '¿de qué están hablando?', la respuesta sería unánime: están dando una vuelta a su vida, reflexionan sobre las dificultades que tienen sus hijos a la hora de relacionarse, para estudiar; comparten preocupaciones que afectan a su pareja; discuten de las próximas elecciones, una de ellas ya fue parlamentaria hace años. Pero, ¿y si no fuman?. Si no fuman está claro, una le toca a la otra la manga de la camisa y le dice 'que suave' y la otra contesta ufana 'lavado con Ariel'. Un par de marujas.
 
Es que el tabaco hace mucho. Fumarse un pitillo es una unidad de medida de tiempo. Un fumador no le dice a un amigo 'tengo que hablar contigo', le llama y le invita a fumarse un cigarro. Un descanso en el trabajo dura lo que un cigarrillo.
 
Fumar era de getne interesante. Era bonito ver cómo se consumía un pitillo en un cenicero porque tu grado de concentración era tal que lo habías olvidado. El tabaco unía mucho. Se han empezado muchas relaciones con un pitillo. Y se han firmado muchos finales de litigios fumando.
 
También fumar tiene mucho que ver con el amor. Es sexi llevarse un cigarrillo a los labios y que él te ofrezca fuego sin preguntar, atento. Y si ya te toca la mano al acercar el mechero... en fin, pueden saltar chispas incontroladas. Y si hace viento y cubre la lumbre con su mano, haciendo pantalla para ti. Al levantar la mirada atenta a la llama prendida por fin, vuestras miradas se encuentran... Beso seguro. No sé cómo sobreviven los directores de cine sin el recurso del tabaco.
 
Hay quien fuma fatal. Hay quien fuma entre plato y plato, hay quien fuma comiendo... eso es horrible. Hay quien fuma en clase, hay quien te echa el humo a la cara... Había. Los fumadores son una especie en extinción. 
 
No todo lo relacionado con el fin del tabaco es malo. El olor... ese olor cuando salíamos de los bares... (bares... ¡qué lugares!)... el del tabaco ha desaparecido. Ahora se han descubierto nuevos olores desagradables que es mejor no nombrar. Pero lo que sigue siendo cierto es que los que fuman comparten un secreto sin ser maleducados. A mitad de comida, tomando una copa, anuncia alguien 'salgo a fumar un pitillo', y cada vez se levantan más mesas enteras que no quieren perderse lo que se cuece alrededor de un pitillo, haga frío o calor.
 
 
 

NO HAY EDAD PARA SER HUERFANO

No hay edad para la orfandad.

Quien se quedó sin padres de joven siente que son afortunados quienes llegan a la edad adulta con padres. No es envidia lo que pasa por sus corazones. Echan de menos a sus propios padres, y los de otros les recuerdan a ellos. No pueden sustituirlos por nadie.

Pero es que los padres son referentes, son un recoveco que tienen niños y adultos para refugiarse, para pedir consejo, para escuchar sus propios recuerdos. Un padre nunca deja de serlo, por muy mayor o malito que esté. Uno quiere que vengan a arroparlo de tanto en tanto, que escuchen el aluvión de emociones tras una alegría o que cojan el tarro de las lágrimas para devolverlas al mar.

Por eso no hay edad para perderlo. En algún sitio les darán la bienvenida. Aquí siempre serán añorados. 

Esta es una imagen del cielo como yo imagino que sería una Anunciación.


27/05/2015

LOS NOMBRES

Hay nombres que valen su peso en oro. La lista es enorme, pero se me ocurren algunos ejemplos:
Una peluquería que se llama M. Elena
La frutería La RePera o Espera (ese es un poco peor)
A cuadros, una galería de arte...
Una agencia de publicidad que se llama 'Puraenvidia'
 
Son estupendos los nombres de los bares. Por ejemplo el 'Pentagrama' tuvo que cambiar de nombre y pasar a ser 'el Penta' como todo el mundo lo conocía; incluso Nacha lo citaba en su 'Chica de ayer'. 
 
También me encantan los que no se entienden, pero están clarísimos, por ejemplo: Vinoteca La mercería. Doña Dolores, del tercero, le pregunta a Rafael, el portero: "¿Pero donde han puesto la tienda esa de vinos tan buena que me ha dicho mi hijo?" "Donde la Mercería, Doña Dolores". Y ya está.
 
También están los nombres tipo inglés, muy comunes en los pueblos, para darse un poquito de importancia. En la sierra, Gerardo pasó unos días en Londres después del verano. A la vuelta montó un Pub: después de haber visto el asunto de los apóstrofes, le llamó Gerar'd, ¡toma ya!. Y su primo, que no podía ser menos y adora a su hermano Andrés, se da cuenta de que ese es el camino... pero trata de subsanar el evidente error de la ese, le llamó A'ndis, a su hamburguesería. no tiene precio. Me encanta. Lo mejor es que la gente empezó a llamarle Andrés y él no lo entendía. Son muy interesantes algunos nombres que parecen extranjeros 'KONTIKI', de dónde vendrá ese nombre, con tantas 'kas' que podía ser japonés, y sin embargo se trata de una cafetería convencional cuyos camareros se dejan una mano en la espalda mientras sirven la manzanilla en catavinos.

Rumor, Rumor era la librería donde yo aprendí a leer. Hoy ha desaparecido y creo que es una notica triste (y antigua ya, por desgracia). Es bonito Rumor como nombre de una librería. ¿Y qué me dices del Rompeolas?, un bar que hay debajo del Viaducto, en Madrid, regentando por un querido amigo y compañero. ¿A quién se le ocurrió el nombre? ¿Es que acaso desde el Viaducto se ve el mar cuando es de noche...? En Segovia a la terraza que está al lado de la Catedral, en los soportales, 'la Concepción'...algunos le llaman la Concha, pero los autenticos la han conocido mucho tiempo por 'EL JAI'... solo algunos saben el oscuro secreto que guarda ese nombre.

Pero lo más bonito de todo lo hizo mi hija. Con tres o cuatro años en el colegio les preguntaron sobre su padre. ¿Por qué es importante tu padre? ¿Qué hace? Cuéntanos algo de él. Todos los niños hablaron de lo mucho que trabajaba el padre, de si jugaba con ellos, de lo listo o poderoso... mi hija le dijo a la maestra: 'mi padre me dio el nombre'. La profe se quedó estupefacta.
Y es que los nombres son muy importantes.

23/05/2015

LOS ROSTROS INVISIBES

Hay rostros que no existen. Porque son gente invisible. Me he propuesto mirar a todos a la cara. Porque ellos si te miran a ti. Y te recuerdan. Conocen tus costumbres, saben tu nombre, algunos saben donde vives, a lo que te dedicas, quién es tu familia...lo saben todo.
No es mi intención hacer un análisis exhaustivo de los rostros invisibles, pero todo empieza por el guarda jurado que está en la puerta del garaje edificio donde trabajas. Él sabe tu nombre, la planta a la que subes, con quién desayunas, tu horario. Y tú no serías capaz de reconocerle por la calle sin uniforme. A pesar de que tu eres de los que le saludan a diario.
El dueño del kiosco donde compras el periódico a diario, el conductor del 43, que coge tu mujer cada mañana. El portero de tu casa...que es nuevo (desde hace dos meses)...Es importante que las personas tengan nombre, para poder referirte a ellas, identificarlas, diferenciarlas. Pero todos estos elementos que componen tu día a día constituyen un mapa sin letras. Con un esfuerzo no muy grande puedes recordar su nombre. Y eso ya es un hecho que te diferenciará siempre. Ahondando en los rostros invisibles aparece Vladimir, que duerme en el cajero del Banco de Santander, el que está en la esquina, desde hace años. No sabes ni el color de su pelo, ni su nacionalidad...nada. Pasas a su lado sin mirar. No sólo no le miras a él, por no ofenderle o por pudor, no miras si está dormido o despierto, de refilón distingues un cartón de vino y unas latas de cerveza. No miras ese rincón que ha convertido en su hogar temporal. Ronca a veces. Podría darse la circunstancia de que Vladimir fuera un espía ruso, que está vigilando al vecino del 22, famoso terrorista internacional, que tiene dos niños rubios angelicales y una esposa deportista y encantadora. Tampoco sabes cómo se llama éste, por cierto. Coincides con él cuando sacas al perro por la tarde. Habéis hablado incluso, pero ni siquiera apostarías por si lleva o no gafas, ¿barba? ni idea. Y... hablando de todo un poco, el día que Vladimir enhebre su brazo alrededor del terrorista 'Giancarlo' y llegue una cámara de Telemadrid a tu portal, seguro que hay un vecino que asegura que Giancarlo era un hombre muy familiar, que nunca daba un problema, y tu pensarás 'me suena esa cara'. Pero no sabes quién es. Y cuando veas a Vladimir enarbolando un revolver y sujetando por las muñecas a Giancarlo: Vladimir erguido es apuesto, mide 1.90, la cabellera revuelta amarillenta leda un aire salvaje. Acaba de cumplir 40. Es corpulento...y sí, es el mismo que dormía y roncaba bajo los cartones. Como no mirabas nunca viste los micros, los periódicos acumulados no eran antiguos, eran del día, internacionales. El cartón de vino colocado estratégicamente ocultaba una cámara, las latas de cerveza, amplificadores...
Los más invisibles son aquéllos que nos remueven y están expuestos, no se esconden, burlan tu atención poniéndose justo delante de ti. El malabarista que lanza bolos al aire en el semáforo, la gitana que cojea (cada día de una pierna) y quiere limpiarte el parabrisas, el encantador gordito que te ofrece kleenex y si no compras te dice 'vale, otro día'. Podrían ser hijos del hombre más rico del mundo, que están haciendo una prueba para medir a dónde llega la maldad humana. Podrían ser policías camuflados, científicos haciendo pruebas extrañas... Y qué me dices del hombre que pasea por el bulevar rodeado de perros. Los animales están impecables. Ahora que lo pienso, eso le delataba. Podía tener el peor aspecto del mundo, pero no soportaba maltratar a sus perros.
En fin... lo mejor de todo es la habilidad de los periodistas de Telemadrid para encontrar a ese testigo que nunca sospechó del nazi del tercero

16/05/2015

COSAS QUE ME GUSTAN Y OTRAS QUE NO ME GUSTAN NADA

ME GUSTA

Me gusta la luz del amanecer invadiendo la casa. Mirar la carita de mi hija mientras duerme, oír su respiración, tan queda que casi no se siente. Me gusta cuando empieza a moverse y habla en sueños. Y lo que más me gusta es cuando se ríe, cuando se ríe en sueños, con esa risa que tiene, igualita cuando está despierta, esa risa de gorda, de niña feliz y contenta. Me gusta cuando se despierta y empieza a rascarse por todas partes y aún dormida casi, con el sueño calado en los ojos, en los movimientos.
Me gusta dormir al lado de mi ex-novio, que ahora es mi marido. Me encanta oir su respiración tranquila y profunda y verle sonreir en sueños, como ella. Me gusta su sonrisa, sus palabras y cómo me escucha. Me gusta verle concentrado haciendo cualquier cosa, jugar, leer, cocinar. Me gusta su pasión.
Me gusta oir a mi padre contar otra vez una historia.
Me gusta el sonido de los adoquines cuando llueve, igual que oír el mar... aunque me dé un poquito de miedo cuando ya es de noche. Me gusta cenar al aire libre y sentir el fresco de la noche. Me gusta fumar, me gusta muchísimo fumar. Me gusta el cielo de Madrid a todas horas, sobre todo en otoño a partir de mediodía.
Me encantan los dibujos de Ibáñez, Lorenzo Silva, Asterix, Tintín, el pequeño Nicolás, “La elegancia del Erizo”, “La importancia de llamarse Ernesto”. Me lo paso bomba con Harry Potter. Me apasiona Camus y a veces García Márquez y, claro, soy una fan incondicional de “El guardián entre el centeno”.
Me gusta Nacha Pop, El Zurdo y la música de los 80 de la movida madrileña. Me gusta la gente que sabe contar las cosas, que se entretiene en los detalles aunque no sean relevantes, que disfruta contando, que se lo sabe y no presume.
 

NO ME GUSTA

No me gusta nada discutir. No me gustan los fundamentalistas, no me gustan los que se creen que tienen razón todo el rato y mucho menos los que dicen un día una cosa y al día siguiente la contraria, siempre con tal de discutir. No me gustan los desfiles ni los uniformes.
No me gusta la gente que no se lava, que no se cambia de ropa.
No me gusta nada el cine iraní, no me gusta Bob Esponja, ni los dibujos animados en los que todos los personajes parecen tontos. No me gusta la gente que habla a los niños como si fueran idiotas, diciendo mal todas las palabras. No me gusta casi ningún político. No me gusta Yoko Ono, porque por su culpa se enfadaron los Beatles. No me gusta no entender una conversación o no estar informada.
No me gusta nada que se metan en mi vida, que me intenten organizar, que quieran manipularme. No me gustan los suaves, no me gustan nada. No me gusta el que espera a que pague otro. No me gusta la gente con morro. Ni el que nunca compra tabaco aludiendo que es fumador social.
No me gustan nada los que gritan cuando cantan. No me gustan nada los pantalones caídos ni los piercing, ni los tatuajes ni la ropa siniestra, ni la música siniestra, ni llevar crucifijos si no eres creyente.
No me gustan las mentiras. No me gusta la gente que hace daño a otros, ya sea daño emocional o físico.

GRU, TU VILLANO FAVORITO


 

Es un peliculón. Si eres padre y llevas al cine a tus hijos con ese secreto y obscuro deseo de echarte una siesta, si vas pensando -”¡bien, se apagan las luces y a disfrutar!”- Si sueñas con ese momento de semioscuridad y ruidos de todo tipo que te van a mecer (y amortiguar tus ronquidos)… no vayas a ver  “GRU, TU VILLANO FAVORITO
En “GRÚ…” todo funciona bien. El esquema es genial porque el malo –el protagonista- en realidad es bueno y se va haciendo cada vez más guapo a medida que avanza la película, igual que ocurre en la vida real. Los malos, insisto, son unos tíos cojonudos: valientes, amigos incondicionales, se cuidan los unos a los otros, son solidarios, se gastan su pasta en los demás, son generosos con su tiempo, sensibles… En general fallan todos los estereotipos. La señora que es muy mona, va bien vestida, peinada de peluquería y no fuma y lleva collar de perlas... es mala de verdad. Los supuestos buenos son unos “cabrones”. Se critica en la película la “blandenguería”, la estupidez. Hasta sale la crisis económica… porque a quien de verdad se machaca y ridiculiza es al banquero, que encima de ladrón, tiene un hijo que es un enchufado, niñato, celoso, que no sabe hacer nada por sí mismo, que saca provecho de los demás… un prodigio de virtudes. Y el banquero lo protege, anula la competencia, la creatividad de otros a costa del triunfo del lelo de su hijo. No quiero olvidarme de La Madre –y no me refiero aquí al admirado Bertolt Brecht ni, por supuesto, a su Madre Coraje-, es esa clásica “castradora” que no se puede ser más antipática y bruja que ella, que no premia jamás a su hijo, en el que no hace otra cosa que ver defectos… pues tiene su punto. Los niños son buenos, y los muñecajos son feos, pero majos.
Y el argumento es genial, porque el malo lo que quiere es robar la luna haciéndola chiquitita... ¿Qué puede ser más real y más bello? Y se hace bueno porque empieza a querer a alguien, a unas niñas huérfanas ¿He dicho ya que está llena de estereotipos? ¡Hasta las niñas hacen galletitas que venden por las casas! De las escenas que son para recordar es cómo va cambiando el cuarto de éstas a medida que Gru las va queriendo más y que se deja a sí mismo sentir afecto. Se convierte en el mejor padre del mundo.
La película está llena de guiños, de humor, se escenifica la amistad, el amor, la solidaridad de verdad, la generosidad. Hay que ir a verla.
 

EL TOQUE NORUEGO


Son las siete y cuarto. El avión sale a las 9:30. Me pone mala llegar tarde al aeropuerto. Ya tengo mis manías. No han abierto la facturación, ni hay azafatas aún. Sé que se trata de un vuelo doméstico y que con una hora de antelación hubiera sido suficiente. Me apuesto algo a que Juan ha facturado por Internet, que llega en el último momento tan tranquilo. Fijo que le llaman por megafonía. Le encanta que digan su nombre por los altavoces. Le pone. Por fin yo facturo y me voy al embarque. Paso de esperar. Sé que es un gesto feo. Somos compañeros, somos amigos, vamos de viaje los dos solos, deberíamos también sentarnos juntos. Me da igual. O no.
Tengo 55 años y él, otros tantos. Un par más en realidad. Es tan coqueto que se aplica un coeficiente reductor. Y a mí un coeficiente de mayoración. El muy canalla. Nos conocemos bien. Tiene gracia. Además es un hombre bueno de verdad, con un corazón enorme y un estupendo sentido del humor... Ahora que lo penso… siempre me ha gustado. Y... ¿yo a él.? ¡Caramba! No sé por qué se me ocurren estas cosas en este momento. Es cierto que es la primera vez en 30 años que vamos a estar a solas más de un cuarto de hora. Nunca antes se había dado esta circunstancia, ni en la facultad, ni en el coche, ni en el ascensor, ni en el despacho...
Los dos estamos (o somos) solteros. En este momento no tenemos pareja, en realidad, desde hace tiempo ya. No es que seamos unos solitarios empedernidos. No hemos sido ni él un cura ni yo una monja... Sobretodo él. ¡Menudos ligues se ha echado! Las he conocido a todas. Las de una noche, las que querían casarse, las frívolas. Todas acababan claudicando. No sé por qué. ¿O sí? Él conoció a mi pareja (Andrés), claro. Yo he sido algo más constante, sí. Pero Andrés pasó de largo: igual que vino, se fue. ¡Ay! Estoy nerviosita. Recorro las tiendas intentando distraerme.
Me pregunto ahora cómo surgió este viaje. ¿Por qué nosotros? ¿Por qué teníamos que venir los dos? Y le imagino recogiendo en su casa, haciendo la maleta, volviendo a entrar porque ha olvidado algo. Le veo charlando, explicando alguna de sus peculiares teorías. ¡Qué risa! Es que es genial. Tengo ganas de que llegue ya, me apetece verle. Con su aspecto de caballero andante. Esa pinta de galán antiguo, siempre cortés. De su boca no salen más que palabras afables o divertidas. Sus gestos atentos. Una mano extendida para ayudar a cualquier dama a ponerse el abrigo. Pasa tú por favor y me da un toque ligero y contundente en el centro justo de mi espalda. ¡Qué respingo! Me electrocuta cuando me toca. ¿Sentirá él lo mismo? Un día estuve fijándome en cómo se para cuando pasa cerca de mí. Cómo abre los brazos cuando me siento a su lado. Cómo dirige su cuerpo hacia mí incondicionalmente, haya quién haya en la habitación. Trataba de ver si su comportamiento era igual con todas las mujeres. No. En realidad siempre he sabido que le gustaba. ¿Y cómo puede ser que hayamos estado así? ¿Cómo hemos podido pasar más de 30 años estudiando codo con codo, trabajando juntos, siendo vecinos? ¡Sin vernos! No lo entiendo. Ahora recuerdo su risa, sus manos, imagino sus labios y solo se me ocurre callar esa verborrea a base de besos. No sé cómo es el tacto de sus manos. Frío, sospecho. Y seco. ¿Cómo surgió este viaje? Ni idea. Creo que nuestro jefe ha decidido intervenir y darnos un empujón.
Siento sus dedos al final de mi espalda. No puede ser otro. Noto su firmeza, su contundencia y a la vez la infinita delicadeza de su contacto, a través de mis múltiples capas de ropa. ¡Ay madre! Mal empieza. Me giro muy, pero que muy, despacio, a cámara lenta, no quiero que quite la mano. La deja quieta mientras me doy la vuelta, sin dejar de tocarme, presiona sobre mis “carnes” -sí, estoy gordita ¿qué pasa? Gordita y prieta- y la apoya finalmente en mi cadera. Si la hubiera quitado... me habría caído al suelo seguro. Sonrío toda entera, con la mirada, con la boca... Él también. Estoy entregada. Como una quinceañera. Miro hacia arriba, a dos palmos de mi cara. Solo veo sonrisa, sus dientes desordenados y sus ojos de agua. Se inclina ligeramente, roza la comisura de mis labios con los suyos y se entretiene un instante más de lo necesario. Suficiente. Toma mi mano en la suya, como para alojarla allí. Está calentita, un refugio en ese Londres helador. “Vamos a perder el avión”
“This is the last call for flight number 2O89 BA destination Aberystwyth... please passengers proceede to gate number 2”
“Es el nuestro” y se ríe... Lo sabía. Es que no se puede aguantar. Ya en el avión amañó los asientos no sé cómo. Consiguió que nos cambiaran a primera en un par de gestiones. Y allí, en ese breve vuelo de Londres a Aberystwyth, donde íbamos a recoger unas semillas para nuestro vivero, en ese ratito empezó todo. ¡Lástima que el trayecto no durara más que un par de horas –a mí me pareció un segundo-! Nuestras manos no se separaron en todo el viaje. No sé muy bien de qué hablamos o por qué nos reíamos. Trajo champán la azafata. Brindamos con ella. Y seguimos charlando, como dos adolescentes, como dos críos que nunca antes se habían enamorado. Descubriéndonos el uno al otro, felices.
Al llegar a Aberystwyth diluviaba. Fuimos al National Institute of Research (NIR), esa es nuestra segunda casa, somos los guiris más queridos, bueno, a lo mejor somos los únicos españoles que pasan por allí con tanta frecuencia. Pero la verdad es que conocemos a todo el mundo, desde los conserjes al director. Enseñamos nuestra documentación -hay formalismos inevitables-, nos plantaron nuestras pegatinas fosforitas en sendas solapas y subimos a la planta tercera. Allí Rachel nos atendió cordial y atenta, como siempre. Resolvimos nuestros asuntos con eficacia y rapidez. Y nos acompañó diligente al terminar, al ascensor, deseándonos buen viaje de vuelta.
En la calle nuestras manos se juntaron solas. Había dejado de llover. Gales puede ser un país alegre: cuando el sol gana la batalla a la rutina de la lluvia, deja el cielo limpio y el aire fresco. Las calles estaban mojadas y el mar blanco de tanta ola enfadada chocando sin parar con los muros del paseo marítimo. Algunos pescadores se apostaban a probar suerte. El olor a lluvia y a mar mezclados. Las gaviotas tomando posesión de la playa. Llegamos al pub que está al final del todo. Habían colocado las sillas en la terraza. Un par de cervezas rubias y un paquete de Marlboro y allí empezó todo.

BOB ESPONJA YA LLEGÓ






Bob Esponja es una serie producida por United Plankton Pictures. Parece ser que su autor, un tal “Stephen Hilenburg”, americano, porque no podía haber nacido en otro sitio –no le hubieran dejado- además de ser “artista” estudió Biología Marina. Será un frustrado biólogo marino, porque si no, no se entiende. Con lo bonita que tiene que ser esa carrera, esos estudios. Las clases se desarrollarían en el mar, claro, y serían objeto, seguro, de la envidia de todos sus amigos. Pues no se le ocurre otra cosa que dedicarse a los “Dibujos animados” a semejante individuo.

            Para quien no tenga televisión, ni hijos, sobrinos, nietos,... porque en ese caso no hace falta dar ninguna explicación. (Esta serie se emite a todas horas, en un solo canal, que yo sepa, pero repiten día tras día los mismos capítulos una y otra vez, insistentemente, ante las miradas absortas de los niños), pues eso, para los extraterrestres con alojamiento provisional en el Planeta Tierra, Bob Esponja es el protagonista de una serie que se desarrolla en el fondo del mar, en un lugar llamado Fondo de Bikini, vamos, que ya el nombre tiene guasa. Bob vive en una piña. Su casa está dentro de semejante fruto tropical, anclado al fondo del mar. Lleva un sombrero de marinero y calzoncillos. Junto a Bob, que sí, es una esponja de mar, están sus amigos: Calamardo, que es -¡oh, sorpresa!- un pulpo(con seis extremidades, para empezar a confundir al personal, ya de entrada) que está siempre enfadado; Arenita, ardilla que necesita una escafandra para estar con sus amigos del fondo del mar; Patricio, una estrella de mar tonta perdida y un cangrejo (Sr. Cangrejo, original el nombre, eso no cabe duda) que es el jefe de un restaurante donde trabaja el atontado de Bob Esponja prácticamente sin cobrar. Lo deja todo perfecto. En Fondo de Bikini solo se comen las “Burguer Cangreburguer” – más enseñanzas incorrectas, esta vez relacionadas con la alimentación- que hace Bob Esponja en el Crustáceo Crujiente, que es el nombre del restaurante.
            Las enseñanzas de ésta están a la altura de la estupidez de los protagonistas. La amistad está llena de celos, de infidelidad. En los negocios se premia el monopolio y el engaño. Se trabaja a destajo sin recompensa. Se explota al menos favorecido mentalmente y todo el rato se intenta fastidiar, sacar tajada, competir sin entender muy bien el objetivo. Los expresidiarios (Plancton se llama el personaje, será porque hay mucho y casi no se ve, y es el alimento del resto de los animales del fondo del mar) engañan a los pobres curritos y a pesar de que parece que se rehabilitan al volver a vivir en el mundo libre, siguen siendo los sinvergüenzas que fueron cuando los encarcelaron. Los profesores premian a los “pelotas”, no aguantan a quienes no entienden las cosas a la primera, no saben lo que es la paciencia. Todo el mundo chilla, llora por bobadas, se saca mocos. Son unos marranos. Desde mi humilde punto de vista estos personajes representan lo peor del ser humano para nada, porque ni es divertido, ni es crítico, ni educativo. Simplemente es una tontería.

            Y lo malo de verdad es ese momento en que tu pareja suelta una risilla a la vez que tus vástagos. O cuando tu mejor amigo, cultivado, erudito, amante de la lectura te dice “es genial Bob Esponja”. ¡Tiemblan los pilares de tu vida!


14/05/2015

LA VERGÜENZA

Hay una situación en la que el hombre pierde la vergüenza: el fútbol. Un hombre es capaz de cualquier cosa por su equipo. Es capaz de malcomer durante semanas para comprar una entrada. Trabajar sin descanso, pero eso sí, si hay partido, es sagrado. Comer con su suegra, ir a ver en partido en territorio enemigo porque lo televisan en Canal Plus, o sólo en un bar.

Pero lo peor es el atuendo: esa camiseta que se compró a los 17 años es ideal para ver el partido de eliminación del Madrid contra la Juve. ¿O no?. Da igual que sea un impecable ejecutivo que huele a Eau Sauvage durante todo el día. Jamás se quita la americana. Luce corbatas de margaritas y camisas de colores cálidos pero atrevidos. Gemelos en los puños, zapatos de cordones o castellanos y calcetín siempre de hilo. En invierno traje oscuro, a veces americana azul y pantalón gris, o al revés. Si hace mucho frío bufanda y abrigo o barbour si va en moto. En verano camisa de manga larga. Los trajes claros se saltean en su atuendo. Pero el día de la eliminatoria se transforma. Para poder gritar los goles en el Bernabéu tiene que ponerse esa camiseta con el número nueve. Le da suerte. (A su equipo) Lo cierto es que le queda corta. A pesar de que el tío se mantiene impecable. Sí, pero tiene casi 55 y la edad no perdona. La camiseta le queda 'entallada' y marca esa barriga que tan bien alimenta con su cerveza de los viernes: una Alhambra bien fría y unas almendritas. Este personaje puede ser Javier, que tiene abono del Madrid de toda la vida.

Pero es que este financiero exitoso y estupendo, se sienta con su camiseta con el nueve tatuado al lado de Julián (El July), exitoso y estupendo como el primero y que también tiene abono, la misma camiseta y vende churros en Chamberí. Y tapa sin vergüenza sus mollas con la licra que tiene el nombre de Ronaldo en su espalda. Julián tiene la camiseta con la que juegan ahora...el último grito. ¡Faltaría más! Comentan Julián y Javier los avatares del partido, y de la vida. No se han visto nunca fuera del estadio, no se reconocerían.

Da igual el Madrid que el Córdoba o el Atleti, porque la pasión y la falta de vergüenza es la misma. ¿Qué sería de un buen roquero si no fuera del Atleti y en medio de una actuación, que por gajes del oficio o traición del destino ha caído el día de la final de Copa...qué sería de él si no se pusiera a sus 50 tacos esa camiseta blanquirroja que guarda como un tesoro? El fútbol es así, igual que une, aleja, pero es una pasión que hace a los hombres perder la vergüenza...las mujeres las perdemos con más facilidad...
Por no hablar de Natalia, que se casó por amor con un existenciaista 20 años mayor que ella. Un rollo de tío, se vieron todas las pelis subtituladas, aburridísimas. Hablaban y fumaban, él era insociable, no había manera de mezclarle con ningún amigo. Con todos discutía. Ella se aisló, leyó el Ulises,...viajaban a la Europa lluviosa para oir Ópera. Eduardo era un petardo. Pero todos tenemos nuestros secretos y resulta que Eduardo tenía una camiseta del Barsa de cuando vivió en Barcelona...y se la sigue poniendo, en casa, en la calle. Para el mundo y la ópera por su Barsa. Natalia no sale de su asombro.
 
Ayer, ordas de camisetas blancas inundaban la Castellana, todos unidos con el propósito de machacar a los italianos....invisibles... Los cláxones animaban el ambiente, las banderas ondeaban desde coches y motos. Hijos de la mano de sus padres asistían muy serios al espectáculo, bocata en mano. Las aceras están llenas de cajas de cartón donde los chinos aprovechaban la ocasión para vender cervezas frías, patatas fritas, cualquier cosa. Puestos con banderas, pines... Las terrazas llenas... En fin. Otra vez será

10/05/2015

DYSNEY CHANNEL

La culpa de todo la tiene Disney Channel. ¿Qué no? Vamos a ver. Los cuentos son cuentos y son una fábula que ayuda a entender la vida. Te hace comprender el éxito, el fracaso, la marginación, el poder, que hay malos y buenos...y que tienen que ganar los buenos. PEro cuentos hay los que hay y deben ser más o menos los mismos en todas las culturas. Caperucita existe en todas partes, imagino que más o menos versionada, según país y condición. lo mismo ocurre con garbancito, Pulgarcito, Blancanieves, la Cenicienta, El Enano saltarín, El traje nuevo del Emperador, ...Cada uno tiene su enseñanza. Y con eso crecen los niños, los padres y los abuelos les cuentan o les leen y ellos sue

08/05/2015

CALZAR UN 42

Nadie está totalmente a gusto con lo que tiene. El que es bajito quiere ser alto y el alto está deseando descalzarse para que nos se le vea tanto.
Pero lo peor no el la altura, no, lo malo para una mujer es calzar un 42. Porque te condiciona la vida. No es que seas muy hippy y por eso llevas sandalias tipo Jesucristo hasta en las bodas...es que no encuentras otra cosa. No es que no te guste llevar tacones porque eres más alta que tu novio. Es que no sabes andar con ellos porque jamás te ha valido un zapato de tacón a no ser que te lo compraras en una tienda de travestis de Marqués de Urquijo. De gusto dudoso. Jamás has tenido un zapato de salón. Por supuesto esa fue la razón de que tus padres no te hicieran una fiesta de puesta de largo. Eres extravagante por obligación, no por convicción. Así es la vida y nadie te convencerá de lo contrario.
Otra imposición del tamaño de tus pies es aprender a bailar. El tallaje de pie suele ir asociado a una altura mayor de 1.75m...y el número de hombres dispuestos a sacar a bailar a semejante jirafa no es grande. Por tanto no sabes bailar, tu vida social se reduce a un mundo fricki, mucho hablar, mucho cine de autor, fumeque...eso no es pubertad ni es nada. así no hay quien sea una teenager.

HUMO


Pertenezco a una generación que veía películas como ‘Smoke’,… que tiene tela: un pájaro (Harvey Keitel (HK), famosísimo después de esta peli, con Wiliam Hurt, el guapo que luego hacía películas de pensar…claro que, después de “Fuego en el Cuerpo”, nadie le puede recordar por otra cosa. Eso es cierto: que su carrera dio un quiebro y de ser un guapo superficial pasó a hacer películas serias o muy serias (aburridísimas) en las que siempre parecía que sufría una barbaridad). HK tiene un estanco y hace todos los días una foto desde el mismo sitio, la esquina de su tienda. Tela. Tu dile a un chaval nacido, no digo ya en el 2000 o después, en pleno siglo XXI...dile a cualquiera nacido en plena movida, fruto del amor en el Penta, de oír a Nacha y a los Secretos; Glutamato y Derribos Arias, uno que nació de esa pareja que se embelesó oyendo “Para ti…”alguien del 90 en adelante, que vea ‘Smoke’ y luego se vaya al café del Foro o al Portalón, para comentarla...se parte. Y se monda. Pensará que íbamos harta arriba de porros...cosa cierta en algunos casos, o de tripis...también puede ser. Lo peor es que repetíamos...con una película iraní, sobre un trágico terremoto..., por supuesto veías la película en iraní, “A través de los olivos” con subtítulos en castellano- o en inglés si eras un poquito más friqui. Se trataba del desastre y la miseria. Una escena que recuerdo era una bajada en un coche por una carretera endemoniada, en la que el conductor y el copiloto no paraban de hablar de una tiza. Estaba tan bien rodada que sentías los botes del coche y casi te hacían daño las piedras. Y salíamos tan panchos. Eso sí, una vez en el Penta o en el Delanys las cosas cambiaban mucho, era el bagaje necesario para entrar en el bar de los gin cases, era el peaje, toll, que había que pagar...peli subtitulada en el Alphaville...normal que lo cierren. ¿Quién aguanta 'el Big Blue'? Tócate las narices...a la salida 'que músicas más buena' y tanto. Eso sí, no tapaba los ronquidos del distinguido. Pero luego, entre amigos, conocidos, se pasaban las horas volando... Llenas de risa. Llenas de risa. Hablando y hablando y venga a reírnos, a contar historias. Y vuelta a casa andando porque el dinero del taxi te lo habías fundido en un bocata sin sello de calidad en la plaza del dos de mayo. En una esquina una china hacia bocadillos mágicos: 'mucha mayonesa, mucha peseta', aplacaban los güisquis y las lágrimas porque fulano no te había hecho caso, o arrancaba ahí la complicidad con los últimos en abandonar el barco. Porque siempre lo mejor estaba por pasar.
Y ahora yo paso por Industriales y hago una foto diaria, todas las mañanas, a la misma hora, sin argumento, como Smoke


07/05/2015

LOS DOS TALLAS MENOS


Los dos tallas menos son una nueva especie. Han aparecido como consecuencia de los años de bonanza económica. Son chavales que no saben hacer nada, pero son bilingües o trilingües, se comportan con una educación aprendida, son correctos en todos los ámbitos. Son unos inconscientes. Conocen las herramientas, las informáticas por ejemplo, no se les resisten. Si les pides hacer una presentación, de lo que sea, para un congreso médico o de microprocesadores, o de microorganismos, pongamos que sea el caso. Ellos son capaces de montar una presentación espectacular, sin información alguna, sólo a base de Wikipedia, tirando de google. Además, son capaces de no hacer un power point, se bajan un programa de presentaciones de internet, que te permite no tener que enviar un correo si no verlo on line desde la oficina de Burgos tú, en medio de ancha es Castilla con un socio o un colega que te escucha desde Las Vegas y solo tiene que encender el ordenador y tú le das tu url, o un link y pasas tú las diapositivas en su ordenador. Eso sí, ¿qué dice la presentación? Nada.

 Es común a casi todos ellos un inglés hablado y escrito del nivel de la Reina de Inglaterra, saben esquiar, hacen deportes de vela. Por supuesto van al gimnasio, no necesariamente son atléticos. Les gusta el futbol y las mujeres, a pesar de lo femeninos que te parecen, que no es una crítica. No se avergüenzan de vestir colores rosa palo, jerséis con coderas, calcetines de calaveras-
Son la prueba fehaciente de que el saber no sólo no ocupa lugar sino que no es necesario para la vida, y mucho menos para …no digo ya el éxito profesional, que al menos en mi caso no es a lo que aspiro. No es necesario saber, el saber, para nada. Basta llenar los huecos con muchas palabras vacías. El resultado es fantástico. Estar en una reunión con más de dos tallas menos puede llevar a un médico, arquitecto, ingeniero, ….al aburrimiento más supino después de pensar que no se entera de nada. Y no es eso, es que los dos tallas menos manejan el lenguaje. Manejan ‘un’ lenguaje. Mezclan anglicismos con el castellano, incluso hacen traducciones directas. Por ejemplo pueden hablar de un intercambiador cuando a lo que se refieren es a una palabra castellana que es enlace, un poquito técnica…es un cruce de carreteras, unas pasan por arriba y otras a nivel, o por abajo y hay puentes…en inglés se dice ‘interchange’…en español intercambiador es otra cosa. Hablan con acrónimos, muy común en el mundo anglosajón, pero hablan con ‘sus’ acrónimos…eso ya es rizar el rizo, porque no teníamos bastante con que se haya impuesto en Castellano hablar de Lleida, cuando nadie diría London o Rome, por poner ejemplos sencillos  cercanos. No teníamos bastante con esa parida monumental y resulta que ahora tenemos que usar acrónimos ajenos. Ellos están ‘cómodos’ en ese ambiente, se sientes ‘confortables’ y hablan así todo el rato, como si estuvieran pactando la paz entre dos potencias enemigas. Son absurdos, buenos conversadores, atentos, educados, siempre huelen a limpio, beben cerveza cuando hay que beberla, eso sí nunca toman café, son de Cola cao  o Coca Cola, sí, para desayunar, para comer, da igual. Los que no son como ellos lideran las reuniones cuando se trata de hablar de algo, pero en cuanto pueden, ellos, cogen el hilo y empiezan a unir una palabra con otra, cosas que han oído por á aquí y por allá y elaboran un discurso hipnótico que está a punto de convencerte a ti también. Es tan armonioso: unen unas palabras a otras, como en inglés, hacen sinalefas, se paran cuando pareces cansado de escuchar para dejarte intervenir y arrancan del monosílabo que te han dejado colar para elaborar su nueva sinfonía. Esto puede durar horas y un lego se puede sentir incluso tentado de seguirles el jugo, porque tiene cierto encanto. Me pregunto que será de los pacientes cuando todos los médicos sean dos tallas menos, qué será de las fábricas de coches, de los edificios, de las obras de ingeniería.

06/05/2015

RUN FORREST RUN


No puede ser. Están de moda los libros que son historias como la de Forrest. No, no se tratan de un chaval disminuido que consigue las cosas perseverando. De eso se trata Forrest Gump. Sí.  Pero también Forrest estuvo en todas partes, corriendo, en Vietnam, con los primeros (o únicos) astronautas. Forrest salía en todas las fotos. Hay otro libro, que me divirtió muchísimo “El abuelo que saltó por la ventana…” Es lo mismo, acabó con la guerra fría, discutió con Churchil, habló con Stalin y con Franco…(estoy exagerando, pero se entiende lo que quiero decir…¿No?) En fin, Julia Navarro hace lo mismo en “Dime quién soy”. La tal Amelia, un crack, fue protagonista de la mitad de los hechos históricos del año 1930 en adelante, hasta donde le dio tiempo. Me divierten esos libros, no es una crítica, pero la fórmula no se puede repetir, quiero decir, que el Ulises se escribió una vez y repetir la fórmula ya no tiene sentido. No quiero comparar cosas, ni libros. Pero la gracia de que Forrest estuviera en todos los “fregaos” de su época es gran parte de la gracia de la película…y no digo yo que tenga derechos de autor, pero fusilar es idea es eso, no hacer nada original. Será fruto de la falta de imaginación. No sé

05/05/2015

DON CLAUDIO

Era primavera, claro. No podía ser de otra forma. Seguramente abril, quizá mayo. Mayo era el mes favorito de mi abuela. El mes de las flores, el mes de la Virgen. Devota siempre. Yo creo que mis abuelos murieron al acabar la primavera. Él a los dos años de morir mi ella, de cáncer, de pena.

El día de la foto, a la salida de misa, en la Plazuela de los Espejos, en Segovia. Hacían 50 años de casados: Don Claudio y la yaya. Petra. Mis bisabuelos. Recién había nacido Ángel Carlos, ya en primera fila, en brazos de la yaya. Siempre en primer plano, curioso sin ser consciente. Desde bebé. Nunca se perdió un detalle. Don Claudio, al lado de su mujer, está pletórico. En la foto sólo falta su hijo Felipe, (y un hijo de éste, también Felipe) que murió en la guerra y su nuera Pilar, la mujer. Están Tía Pe (¡la afición que tenían mis parientes con los diminutivos!), a su vera su fiel Antonio, el tío Antonio, y el hermano pequeño, el querido Julio, tío Julio, con tía Pepita, su mujer. Nunca entendí, de niña, porqué era tía Petrita tía Pe y tía Pepita, tía Pepita, no sé si ahora lo entiendo mejor. Menudo nombre Petrita. La abuela Paquita (mía), porque para otros era tía Paquita. (o tía Pa, eso creo que es de mi cosecha) Los tres hermanos, los tres hijos: Petrita, Paquita y Julio. Y el ausente Felipe.

Mi abuela mira arrebolada al abuelo Ramón, que tiene esa serenidad en el rostro que mantuvo de por vida y le caracterizó en su modo de ser. Lleno de amor y comprensión, lleno de paciencia. Pocas veces vi enfadado a mi abuelo. Y en esas ocasiones siempre fue por pensar que alguien podía hacer daño u ofender a su mujer. Tapa un poco a la abuela Paquita (que no mira a la cámara) mi padre; el más guapo de la foto, con diferencia. Bueno, tío Julio la verdad es que parece un actor, el mentón inclinado hacia el pecho, la sonrisa amplia, sin abrir la boca (quizá esconde un diente traicionero descolocado) y los ojos burlones. Coqueto en conjunto. ¿Quién puede decir de Julio, viendo esta foto, que tuvo la Poliomielitis de niño, que sus piernas eran una mala pasada? Con ese porte gallardo. Tío Julio llevaba mariconera en los años 70 (imagino que antes también), con un bañador y una toalla dentro, por si había piscina, allá donde el destino le fuera a llevar. Tío Julio todo lo resolvía nadando. Eso, para un segoviano, es mucho decir. A tío Julio le encantaba contar enredos familiares. Me sentaba sonriente en la mesa estilo remordimiento español en el salón soleado de mi otra abuela (colgándome las piernas). Al lado de la máquina de coser. No eran parientes: mi otro abuelo y él, médicos los dos, habían sido amigos. Y siempre que coincidíamos en Segovia, iba a ver a Doña Sofía, viuda de don Luis, (mis otros abuelos). Yo escuchaba fascinada relaciones y parentescos que nunca entendí.

Falta Paula también, prima de Don Claudio, el abuelo Claudio, aunque en realidad es mi bisabuelo. Don Claudio Moreno era todo un personaje, con su metro noventa de altura y complexión grande, fuerte. Lo contrario que su hermano Matías, a la derecha de la foto, chiquitito, como todos los Moreno de Abades. Cuando murieron mis abuelos recuerdo a los parientes de Abades, reconocibles por la boina calada, bajitos y entrañables con nosotros, que no les conocíamos. Don Claudio era como Ángel Carlos, curioso, activo, atento. Se libró de la mili por bajito y luego, creció. A tiempo, cuando pasó la edad militar. Tuvo suerte o la fabricó. Don Claudio empezó su vida laboral colocando traviesas en el ferrocarril Madrid Segovia. No levantaba mucho más de un metro del suelo, era un niño. Quiero pensar que esta trayectoria ferroviaria a la que parezco abocada se la debo de algún modo a él. Para cerrar el círculo. Yo estudio vías férreas a construir en el mundo y él hizo la primera aquí en España. Yo tenía un año cuando Don Claudio murió. Le preguntó a mi madre: “Sara, ¿no has traído a María?” Yo debía haberme quedado roque en el canasto, rodeada de encajes, almidonada, en casa de mi otra abuela. Y luego dijo: “Deja, que te enciendo yo el pitillo”. Le dio una calada al Chesterfield sin filtro de mi madre y se quedó dormido. No volvió a despertar. Murió así. Hoy hubieran dicho que fue por culpa del tabaco, con 97 años.

Al lado de la yaya está mi tío Felipe, haciendo el ganso, como era su costumbre. Ahora, que debe tener la edad de Don Claudio en la foto, se parece a él. Siempre ha sido ‘el profesor’. Felipe de pequeño hacía trastadas, siempre se le ocurría algo. Cada día colocaba un cubo encima de la puerta entreabierta del cuarto de los hermanos. Llamaba zalamero a Doña Paquita pidiendo agua o un beso de buenas noches, ¡zas!

Mi padre, Ramoncete, el más guapo, delante de la abuela, su mano en el hombro de él; sostiene a su prima Ana Luisa en brazos –hija de Julio y Pepita- Está contento, como todos en la foto. Bueno, no todos… ¿será que Ana Luisa no confía en que mi padre pueda con ella? ¿La han obligado a vestir ese nido de abeja? ¿O ha recibido una regañina? Mi padre es indiferente a ese gesto. Él es feliz, como su amigo y primo Julio, detrás del abuelo y delante de tío Julio, casi tan guapo como él.

Digo que no está Paula. La prima de mi bisabuelo, chiquitita como todos los de Abades, (los Moreno) madre de Gregorio, a la derecha de la foto. Delante de Gregorio: Matías, el abuelo de Alfonsito Moreno que, como los pinos del Pinarillo, nunca creció. Y su mujer a su vera, enlutada Encarna. Paula siempre estuvo agradecida a Don Claudio. No se sentaba a la mesa de mi abuela Paquita. Jamás. Iba a Corpus, a casa, a ayudar Mª Luisa, la mujer que trabajaba en casa de mis abuelos. Ella llamaba Sita Paquita a mi abuela. ¿Me lo he inventado o Paula solo bebía café y vino? El agua para las ranas. Creo que esa era María, la mujer que cuidaba a Don Vitoriano, el padre de mi tío Antonio. Pero esa es otra historia. Paula quería mucho a Don Claudio, y a mis abuelos.

Falta tía Pilar también, digo. Su marido, tío Felipe, murió en la guerra civil, en realidad murió casi antes. Era militar, estaba a cargo del regimiento de Segovia cuando llegó la noticia de que el General Franco se había sublevado. Tío Felipe reunió a su regimiento y se lo llevó a la sierra, para intentar llegar a Madrid. Los mataron a todos antes de dejar la provincia de Segovia. Hay una tumba que lleva inscrito su nombre junto con el de sus hermanos y sus padres. Descansa en paz tío Felipe.

Tío Julio, el médico. Sonríe. Pero lo había pasado amargo en la guerra. No sé si luchó, nadie me lo ha contado, creo que estaba en el otro bando, como mi otra abuela, ella era hija de liberales, hija de médico, nieta de médico y esposa de médico. Leía a escondidas, tanto le gustaba. Roja hasta la médula. Se llevaban muy bien. Tío Julio, Gary Cooper. Era bueno. Y pensaba que todo se resolvía nadando.

Don Claudio erguido, sostiene a otro de sus nietos: Jesús, sonríe feliz, lleno. Sonríe como mi padre, como mi tío Felipe, como mi tía Mari Gloria, arriba del todo, la segunda por la izquierda. Entre sus primos Paco y Carlos, los mayores…Tendrán 14 años, los de la fila de arriba. Está More, hija de tía Pe. Con su tupé, a la última. More la bella. Se casó con Luis. Tuvo dos hijos, Luisito, que ahora seguro que es Don Luis… guapísimo, rubio, con el pelo largo (cuando tenía 15) y Carmencita, de ella no me acuerdo. More se casó con Luis y fue siempre tan feliz como en la foto. Y Luis igual. Luis murió hace unos años y More se ha venido a vivir a Madrid, cerca de Luisito, después de una vida catalana. More la bella, siempre pensé que era hermana de mi abuela, y en realidad era sobrina suya. tan mayor me parecía. Del bracete de Doña Paquita cuando iba a Segovia, confidentes, ¡qué amores con mi padre!

Mi tío Pepe ya era largo entonces, casi no le caben las piernas en la foto, le sobra cuerpo, no sabe cómo colocarse para que se vea a los que están detrás de él. Siempre pendiente de los detalles. Abraza a una prima suya, Carmencita, hija de tío Julio; él sentado, pantalón corto blanco, rodillas separadas, ella de pie, enganchada a su cuello. Contenta, enseñando su risa, como todos en la foto. (No como su hermana, en brazos de mi padre. Llevan todas las hijas de tío Julio el mismo vestido)

Tío Julio tiene su mano izquierda en el hombro izquierdo de Tía Pe, protector con su hermana mayor. Entre ellos, delante, Julio, sin corbata, la camisa abierta, el amigo de mi padre, hijo de Tía Pe, ¡qué lío de nombres! Julio sonríe también, y su mano izquierda, a su vez, reposa tímida en el hombro de Don Claudio. En las grandes espaldas de su abuelo. Todos se están tocando, es la gran cadena, porque Tía Pe también toca el hombro de su sobrino, lo contiene, ¿había que contenerlo? Julio, el primo de mi padre tuvo hijos después: Patricia, Esther, Astrid y Claudio. Recorrimos juntos un verano los secretos de la casa de mis bisabuelos, en Corpus, debajo de casa de tía Paquita, mi abuela.

Todos los niños llevan calcetines cortos blancos, impolutos. Hace ya diez años que acabó la guerra. En esos rostros sólo hay alegría. La gran familia. Sin sombras.

Don Claudio creció, después de colocar traviesas en lo que sería la vía férrea Madrid Segovia, después de cazar conejos para hacer sombreros, después de dormir bajo el mostrador de la tienda en Segovia. Don Claudio creció, estudió, prosperó, montó lo que entonces se conocía por un “economato”, fue alcalde de Segovia, le tocó dos veces el Gordo de la Lotería, una de ellas había comprado todos los números. Compró un cine. Don Claudio era un hombre afortunado. Cenaba acelgas a diario, ‘más aceite Petra’. Petra no era igual, pero nadie era igual a Don Claudio. Sus nietos se turnaban para acompañarle, calle Real abajo, al Casino, cada tarde. Iban al cine gratis. Sus biznietos también, a la platea número 9. Mi madre y mi tía se casaron con dos nietos de Don Claudio. Mi madre y mi tía con Pepe y Ramoncete. Ellos los nietos, ellas, según mi tío Antonio eran las Rodríguez, lo mejorcito de Segovia. Claro, él se casó con otra hermana. Eso sí, de armas tomar, todas. Don Claudio era un hombre bueno, muy bueno y buscó su suerte. Murió, como he dicho, después de dar una calada a un Chester sin filtro. Hoy dirían que murió a causa del tabaco. Tenía 97 años. Nunca había estado enfermo. Como mi abuela Paquita, que todo lo celebraba, desde un cumpleaños hasta la operación a corazón abierto de mi padre. Llamaron a Vicente, el taxista, y se vinieron a Madrid. Esperaron de pie, esperamos horas. Cuando supieron que todo había salido bien, se fueron a comer. ¿Lo sabías Ramoncete, en esa foto, en la que alzas orgulloso a tu prima pequeña, que mira a otro lado? ¿Tenías claro el amor de tus padres, arrebolados detrás de ti? Nunca quisisteis ninguno de sus hijos darles un disgusto. Comíais bocatas en Madrid, de estudiantes, dormíais en una pensión en la que servían los filetes en planos de postre, para que parecieran más grandes, pero eso nunca lo supieron los abuelos. Erais amigos del Dioni, que no tenía dientes, pero sí un gran bigote, como su corazón, jugabais con él al billar.

Esta familia de la foto era una piña, era feliz, porque ésta es La Foto, no es como ahora, que cada uno de los fotografiados habría hecho su propia copia con el Smart Phone y habría pedido otra, otra, porque fulano tenía los ojos cerrados. Todos salís con los ojos abiertos y la sonrisa clara, o la seriedad sembrando la mirada, como la Yaya, pero ella debía ser así. Sus motivos tendría, o no. Ese día hacían la yaya y Don Claudio, 50 años de casados; habría pasado lo suyo. Porque de ella nadie hablaba. Ella echaba más aceite a las acelgas cuando Don Claudio se lo pedía. Y vestía de negro, por alguien estuvo siempre de luto, ella es quien sostiene al Chaval. Ángel Carlos, el Chaval. También casado con una segoviana, como casi todos los hermanos. La conoció mientras ella tocaba la guitarra en el Salón, el paseo, en Segovia. Felipe, se casó con una de Ávila, todo queda cerca. El Chaval se fue al Sur, con su primo Luis, a montar un estudio de arquitectura. Nunca he visto a los hermanos criticarse entre ellos, solo dicen cosas buenas de los demás. Nunca les he visto no dispuestos a echarse una mano, a turnarse, nunca se han levantado la voz, jamás han dudado. Se han organizado casi sin hablar. Con fidelidad de soldados. Todo les ha parecido bien siempre, cómo repartieron sus padres la herencia: sin comentarios, como se distribuyeron para cuidarles cuando enfermaron: sin comentarios. Tanto es así que yo recuerdo estar deseando ir a dormir con mis abuelos cuando estaban enfermos. Tenía 19 años y no conducía. Eso significaba dos horas de autobuses varios, madrugón para llegar a clase a la escuela, ya había empezado a estudiar para aprender a colocar las traviesas que colocó mi bisabuelo. El paso de un hombre, 60 cm. Es por su culpa que soy ingeniero hoy, seguro. Don Claudio tenía mucha mano. Aunque cuando murió yo solo tenía un año, me inculcó esa curiosidad. Los loteros le metían en los bolsillos billetes de lotería con un cinco en medio y algún cero ‘Don Claudio, este es de los suyos, de los que tocan’ Era un hombre afortunado. Mi abuela se fue de casa para casarse, de la casa en la que vivió de niña, desde cuyo balcón vio por primera vez a mi abuelo, que hizo las milicias en Segovia. Mientras ella bordaba sentadita en el balcón, tras los visillos, el abuelo miraba hacia arriba, cada día, hasta que se hicieron ojitos. Y mi abuela, la solterona, porque con 28 años no se había casado, tuvo un día permiso para salir, acompañada de Tía Pe, que ya salía formalmente con Tío Antonio (o se acababan de casar). Gastaban zapatos calle Real arriba y calle Real abajo, con los dos sujetavelas detrás. Mi abuela se fue a vivir con mi abuelo a una casa nueva. Que el casado, casa quiere. Pero una vez embarazada de mi tía Mari Gloria, le dijo a mi abuelo ‘yo no puedo dormir sin escuchar el cierre de la Baldomera’ (extraño antojo) y volvieron a Corpus. A vivir al piso de arriba del mismo edificio en que vivían mis bisabuelos.

Las de los vestidos blancos y chaqueta oscura son Mari Tere, sonriendo con Pepe, y Pachi, a la izquierda de Don Claudio. Hijas de tía Pe. Mari Tere era madre de Javier y Bubi. Dos rubios fenomenales de pelo largo.

Y los tres chavales de abajo: la niña, mi tía Mari Blanca entre otro Julio, hijo de tío Julio, y Miguel Ángel. Mari Blanca se privaba cuando lloraba. Menudos sustos debía dar a mi abuela. En su cuarto estaba dibujado el cuento de Hansel y Gretel. Dormía en la cama de la Princesa del Guisante. Seguro que ella sabe algo más de esta foto. Ella tiene datos y una memoria especial. Según todos, yo guardo los recuerdos, o los cuento, de un modo parecido a ella. Pero es que es como lo vivimos.

¡Qué elegantes y qué guapos todos! Da gusto verlos, dan ganas de ser parte de la foto, parte de la familia. Que lo soy.

Y tío Julio, al lado del sacerdote, por supuesto. Tío Julio que se marchó de Castilla la Vieja a vivir cerca del mar, convencido de que el agua lo cura todo. La abuela Paquita, o tía Paquita, cuando se puso mala, con una hemiplejia (ahora sería un ictus), llamó mi abuelo a mi madre, su nuera, de madrugada, ‘Sara, que Paquita está mal’. De la noche a la mañana, sin haberse medicado hasta entonces. Eso sí, el que se levantaba cuando lloraban los niños era mi abuelo, por lo visto. Mi abuelo me enseñó a tallar la madera y a hacer tortillas francesas. “Sara, que Paquita está mal”, le explicó algo; ‘vete al hospital inmediatamente, vamos para allá’. Y allá que se fueron mis padres, sin pestañear, claro. Cuando llegaron, al hospital de la Beneficencia, de las monjitas…una habitación preciosa, desde la que se veía el Eresma nevado. Era una mañana de febrero. Hacía un frío bonito e intenso. Como solo hace en Segovia. Con viento. En esa habitación murió mi abuelo al par de años de hacerlo mi abuela, viendo el mismo río, pero en primavera. Cuando llegó mi madre, le dijo Doña Paquita, ’Sara no avises a Julio, que me hace bañarme en el río’: Y seguro que se le habría ocurrido, a Julio Gary Cooper. Le hubiera dicho a su querida hermana ‘te he traído un bañador, vamos a bajar al río a nadar un rato, que te va a sentar bien’…y puede que no le faltara razón.

Mi tío Felipe: la juerga que captó el fotógrafo ha viajado con él, desde el cuarto de Felipe, en casa de mis padres, pasando por la Avenida del Mediterráneo, por Zamora, con su perro Tron y su fiel química, de Ávila, hasta llegar a Valladolid, donde se quedó. Le pregunta a Teresa, su química, cuando salen a comer: ‘¿qué me apetece Tere?’ Cuando vivían en Zamora, sin hijos, los vecinos llamaban a su puerta. ¿Puede salir Tron?’ Era un magnífico ejemplar de pastor alemán. Jugaba al futbol con los chavales en el descampado, Tron. A mí de pequeña siempre me preguntaba si les había hablado a mis amigos de él. Me regaló el disco azul de los Beatles y el de Sargent Peppers, debía tener yo 12 años. Felipe decía que a los niños hay que tratarlos a lametazos. Eso mismo decía el tío Carlos de Fernando, mi ex novio, mi marido, el padre de Martita.

Y Mari Gloria… ¿sabría ella que iba a dar su vida entera a los demás? ¿Que llegaría a los 82 sana y activa y con esa media sonrisa? También ella se apoya en su padre, mi abuelo. Su mano en el hombro de él. Pasarían unos dulces años juntos mucho después de la foto.

¿Qué ocurrió antes de la fotografía? Hubo una comida y una misa, que para eso está Don Salustiano…en el centro. Felipe ató los cordones de los zapatos unos a otros de todos los comensales. La piña que se dieron cuando se intentaron levantar fue morrocotuda. ¿Y después? Después los chicos bajaron al Salón a correr, dando patadas a piedras o a los balones, lanzaron algo al río, hubo rodillas negras y magulladas…. Ellas, las primas, pasearon y se sentaron a charlar en los bancos de granito, a la sombra de los olmos, (pasión futura de mi padre) comentaron sus preocupaciones, sus intenciones, hablaron de sus padres, de la última vez que se habían visto, de lo que habían crecido los pequeños. More estaba ya prometida. Gregorio, el mayor de todos, hijo de Paula, ya se ocupaba en el negocio familiar.

¿Qué dice la foto? Que lo pasaban bien juntos. Eso es lo más importante. Estaban tan a gusto. Hacían por verse, porque lo pasaban en grande.

La vida en una ciudad pequeña da la oportunidad a una foto así: que tarda una eternidad en prepararse. Es un tiempo que todos tienen, que no pierden, porque lo aprovechan para estar contentos juntos. Se están tocando: uno posa la mano protectora en el hombro de su sobrino, otro la suya tímida en el del abuelo querido. Se cogen del cuello. Se abrazan entre ellos, se alzan. Mirando con un poco de cuidado se ven lazos de admiración, de amor, de orgullo, de complicidad, de amistad. Se están riendo. Se achuchan. Se están queriendo, están forjando los vínculos que nos han intentado transmitir. Posan orgullosos. Rebosan de alegría porque tienen tiempo, porque están en paz. Han jugado juntos. Se han visto nacer y crecer unos a otros, envejecer, cambiar. Se quieren, respetan a los mayores, les adoran, se pegan por estar con ellos, hay pelea por quien alcanza primero al abuelo, por acompañarle. Porque él les transmite paz, orden, saber hacer. Es un referente. Le quieren, se sienten queridos. Son una piña. Una familia. La mía.


DON CLAUDIO

Era primavera, claro. No podía ser de otra forma. Seguramente abril, quizá mayo. Mayo era el mes favorito de mi abuela. El mes de las flores, el mes de la Virgen. Devota siempre. Yo creo que mis abuelos murieron al acabar la primavera. Él a los dos años de morir mi abuela, de cáncer, de pena.

El día de la foto, a la salida de misa, en la Plazuela de los Espejos, en Segovia. Hacían 50 años de casados: Don Claudio y la yaya. Mis bisabuelos. Recién había nacido Ángel Carlos, ya en primera fila, en brazos de la yaya. Siempre en primer plano, curioso sin ser consciente. Desde bebé. Nunca se perdió un detalle. Don Claudio, al lado de la yaya, está pletórico. En la foto sólo falta su hijo Felipe, (y un hijo de éste, también Felipe) que murió en la guerra y su nuera Pilar, la mujer. Están Tía Pe (¡la afición que tenían mis parientes con los diminutivos!), a su vera su fiel Antonio, tío Antonio, y el hermano pequeño, su querido Julio, tío Julio, con tía Pepita, su mujer. Nunca entendí, de niña, porqué era tía Petrita tía Pe y tía Pepita, tía Pepita, ahora lo entiendo mejor. Menudo nombre Petrita. La abuela Paquita (mía), porque para otros era tía Paquita… (o tía Pa,….eso me lo he inventado) Los tres hermanos, los tres hijos: Petrita, Paquita y Julio. Y el ausente Felipe…

Mi abuela mira arrebolada al abuelo Ramón, que tiene esa serenidad en el rostro que mantuvo de por vida y le caracterizó. Lleno de amor, de comprensión, lleno de paciencia. Pocas veces vi enfadado a mi abuelo. Y en esas ocasiones siempre fue por pensar que alguien podía hacer daño u ofender a su mujer. Tapa un poco a la abuela Paquita (que no mira a la cámara) mi padre; el más guapo de la foto, con diferencia. Bueno, tío Julio la verdad es que parece un actor, el mentón inclinado hacia el pecho, la sonrisa amplia, sin abrir la boca (quizá esconde un diente traicionero descolocado) y los ojos burlones. Coqueto en conjunto. ¿Quién puede decir de Julio, viendo esta foto, que tuvo la Poliomielitis de niño, que sus piernas eran una mala pasada? Con ese porte gallardo. Tío Julio llevaba mariconera en los años 70 (imagino que antes también), con un bañador y una toalla dentro, por si había piscina, allá donde el destino le fuera a llevar. Tío Julio todo lo resolvía nadando. Eso, para un segoviano, es mucho decir. A tío Julio le encantaba contar enredos familiares. Me sentaba sonriente en la mesa estilo remordimiento español en el salón soleado de mi otra abuela (colgándome las piernas). No eran parientes: mi otro abuelo y él, médicos los dos, habían sido amigos. Y siempre que coincidíamos en Segovia, iba a ver a Doña Sofía, viuda de don Luis, (mi otra abuela) y a los nietos. Yo escuchaba fascinada relaciones y parentescos que nunca entendí.

Falta Paula también, prima de Don Claudio, el abuelo Claudio, aunque en realidad es mi bisabuelo. Don Claudio Moreno era todo un personaje, con su metro noventa de altura y complexión grande, fuerte…lo contrario que su hermano Matías, a la derecha de la foto, chiquitito, como todos los Moreno de Abades. Cuando murieron mis abuelos recuerdo a los parientes de Abades, reconocibles por la boina calada, bajitos y entrañables con nosotros, que no les conocíamos de nada. Don Claudio era como Ángel Carlos, curioso, activo, atento. Se libró de la mili por bajito…y luego, creció... Cuando pasó la edad militar. Tuvo suerte o la fabricó. Don Claudio empezó su vida laboral colocando traviesas en el ferrocarril Madrid Segovia. No levantaba mucho más de un metro del suelo, era un niño. Quiero pensar que esta trayectoria ferroviaria a la que parezco abocada se la debo de algún modo a él. Para cerrar el círculo. Yo estudio vías férreas a construir en el mundo y él hizo la primera aquí en España. Yo tenía un año cuando Don Claudio murió. Le preguntó a mi madre: “Sara, ¿no has traído a María?” Yo debía haberme quedado roque en el canasto, rodeada de encajes, en casa de mi otra abuela. Y luego dijo: “Deja, que te enciendo yo el pitillo”. Le dio una calada al Chesterfield sin filtro de mi madre y se quedó dormido. No volvió a despertar...Murió. Hoy hubieran dicho que por culpa del tabaco, con 97 años.

Al lado de la yaya está mi tío Felipe, haciendo el ganso, como lo hizo siempre. Ahora, que debe tener la edad de Don Claudio en la foto, se parece a él. Siempre ha sido ‘el profesor’. Felipe de pequeño hacía trastadas, siempre se le ocurría algo. Cada día colocaba un cubo encima de la puerta entreabierta del cuarto de los hermanos. Llamaba zalamero a Doña Paquita pidiendo agua o un beso de buenas noches…y ¡zas!

Mi padre, Ramoncete, el más guapo, delante de la abuela, su mano en el hombro de él; sostiene a su prima Ana Luisa en brazos –hija de Julio y Pepita- Está contento, como todos en la foto. Bueno, no todos… ¿será que Ana Luisa no confía en que mi padre pueda con ella? ¿La han obligado a vestir ese nido de abeja? ¿O ha recibido una regañina? Mi padre es indiferente a ese gesto. Él es feliz, como su amigo y primo Julio, detrás del abuelo y delante de tío Julio, tan guapo como él.

No está Paula. La prima de mi bisabuelo, chiquitita como todos los de Abades, (los Moreno) madre de Gregorio, a la derecha de la foto. Delante de Gregorio: Matías, el abuelo de Alfonsito Moreno que, como los pinos del Pinarillo, nunca creció. Y su mujer a su vera, enlutada Encarna. Paula siempre estuvo agradecida a Don Claudio. No se sentaba a la mesa de mi abuela Paquita. Jamás. Iba a Corpus a ayudar a la mujer que trabajaba en casa de mis abuelos, Mª Luisa, que llamaba Sita Paquita a mi abuela. ¿Me lo he inventado o Paula solo bebía  café y vino? El agua para las ranas. Creo que esa era María, la mujer que cuidaba a Don Vitoriano, el padre de mi tío Antonio. Pero esa es otra historia. Paula quería mucho a Don Claudio, y a mis abuelos.

Falta tía Pilar también. Su marido, tío Felipe, murió en la guerra, en realidad murió casi antes. Era militar, estaba a cargo del regimiento de Segovia cuando llegó la noticia de que el General Franco se había sublevado. Tío Felipe reunió a su regimiento y se lo llevó a la sierra, para intentar llegar a Madrid. Los mataron a todos antes de dejar la provincia de Segovia. Hay una tumba que lleva inscrito su nombre junto con el de sus hermanos y sus padres. Descansa en paz tío Felipe.

Tío Julio, el médico. Sonríe. Pero lo había pasado amargo en la guerra. No sé si luchó, nadie me lo ha contado, creo que estaba en el otro bando, como mi otra abuela, ella era hija de liberales, hija de médico, nieta de médico y esposa de médico. Leía a escondidas, tanto le gustaba. Roja hasta la médula. Se llevaban muy bien. Tío Julio, Gary Cooper. Era bueno. Y pensaba que todo se resolvía nadando.

Don Claudio erguido, sostiene a otro de sus nietos: Jesús, sonríe feliz, lleno. Sonríe como mi padre, como mi tío Felipe, como mi tía Mari Gloria, arriba del todo, la segunda por la izquierda. Entre sus primos Paco y Carlos, los mayores…tendrán 14 años, los de la fila de arriba. Está More, hija de tía Pe. Con su tupé, a la última. More la bella. Se casó con Luis. Tuvo dos hijos, Luisito, que ahora seguro que es Don Luis… guapísimo, rubio, con el pelo largo (cuando tenía 15)….y Carmencita, de ella no me acuerdo. More se casó con Luis y fue siempre tan feliz como en la foto. Y Luis igual. Luis murió hace unos años y More se ha venido a vivir a Madrid, cerca de Luisito, después de una vida catalana. More la bella, siempre pensé que era hermana de mi abuela, y en realidad era sobrina suya…tan mayor me parecía. Siempre del bracete de Doña Paquita cuando iba a Segovia, ¡qué amores con mi padre!

Mi tío Pepe ya era largo entonces, casi no le caben las piernas en la foto, le sobra cuerpo, no sabe cómo colocarse para que se vea a los que están detrás de él. Siempre pendiente de los detalles. Abraza a una prima suya, Carmencita, hija de tío Julio; él sentado, pantalón corto blanco, rodillas separadas, ella de pie, enganchada a su cuello. Contenta, enseñando su risa, como todos en la foto. (No como su hermana, en brazos de mi padre…llevan todas las hijas de tío Julio el mismo vestido)

Tío Julio tiene su mano izquierda en el hombro izquierdo de Tía Pe, protector con su hermana mayor. Entre ellos, delante, Julio, sin corbata, la camisa abierta, el amigo de mi padre, hijo de Tía Pe, ¡qué lío de nombres! Julio sonríe también, y su mano izquierda, a su vez, reposa tímida en el hombro de Don Claudio. En las grandes espaldas de su abuelo. Todos se están tocando, es la gran cadena, porque Tía Pe también toca el hombro de su sobrino, lo contiene… ¿había que contenerlo? Julio, el primo de mi padre tuvo hijos después: Patricia, Esther, Astrid y Claudio. Recorrimos juntos un verano los secretos de las casa de mis bisabuelos, debajo de casa de tía Paquita, mi abuela.

Todos los niños llevan calcetines cortos blancos, impolutos. Hace ya diez años que acabó la guerra. En esos rostros sólo hay alegría. La gran familia. Sin sombras.

Don Claudio creció, después de colocar traviesas en lo que sería la vía férrea Madrid Segovia, después de cazar conejos para hacer sombreros, después de dormir bajo el mostrador de la tienda en Segovia. Don Claudio creció, estudió, prosperó, montó lo que entonces se conocía por un “economato”, fue alcalde de Segovia, le tocó dos veces el Gordo de la Lotería, una de ellas había comprado todos los números. Compró un cine. Don Claudio era un hombre afortunado. Cenaba acelgas a diario, ‘con más aceite Petra’. Petra no era igual, pero nadie era igual a Don Claudio. Sus nietos se turnaban para acompañarle, calle Real abajo, al Casino, cada tarde. Iban al cine gratis. Sus biznietos también, a la platea número 9. Mi madre y mi tía se casaron con dos nietos de Don Claudio. Mi madre y mi tía con Pepe y Ramoncete. Ellos los nietos, ellas, según mi tío Antonio eran las Rodríguez, lo mejorcito de Segovia. Claro, él se casó con otra hermana. Eso sí, de armas tomar, todas. Don Claudio era un hombre bueno, muy bueno y buscó su suerte. Murió, como he dicho, después de dar una calada a un Chester sin filtro. Hoy dirían que murió a causa del tabaco. Tenía 97 años. Nunca había estado enfermo. Como mi abuela Paquita, que todo lo celebraba, desde un cumpleaños hasta la operación a corazón abierto de mi padre. Llamaron a Vicente, el taxista, y se vinieron a Madrid. Esperaron, esperamos. Cuando supieron que todo había salido bien, se fueron a comer. ¿Lo sabías Ramoncete, en esa foto, en la que alzas orgulloso a tu prima pequeña, que mira a otro lado? ¿Tenías claro el amor de tus padres, arrebolados detrás de ti? Nunca quisisteis ninguno de sus hijos darles un disgusto. Comíais bocatas en Madrid, de estudiantes, dormíais en una pensión en la que servían los filetes en planos de postre, para que parecieran más grandes, pero eso nunca lo supieron los abuelos. Erais amigos del Dioni, que no tenía dientes pero sí un gran bigote, como su corazón, jugabais con él al billar…

Esta familia de la foto era una piña, era feliz, porque ésta es La Foto, no es como ahora, que cada uno de los fotografiados habría hecho su propia copia con el Smart Phone… y habría pedido otra, otra,…porque fulano tenía los ojos cerrados….Todos salís con los ojos abiertos y la sonrisa clara…o al seriedad sembrando la mirada, como la Yaya, pero ella debía ser así. Sus motivos tendría, o no. Ese día hacían la yaya y Don Claudio, 50 años de casados…habría pasado lo suyo. Porque de ella nadie hablaba. Ella echaba más aceite a las acelgas cuando Don Claudio se lo pedía. Y vestía de negro, por alguien estuvo siempre de luto, ella es quien sostiene al Chaval. Ángel Carlos, el Chaval. También casado con una segoviana, como todos los hermanos. La conoció mientras ella tocaba la guitarra en el Salón, el paseo, en Segovia. Felipe, se casó con una de Ávila...todo queda cerca. El Chaval se fue al Sur, con su primo Luis, a montar un estudio de arquitectura. Nunca he visto a los hermanos criticarse entre ellos, solo dicen cosas buenas de los demás. Nunca les he visto no dispuestos a echarse una mano, a turnarse, nunca se han levantado la voz, jamás han dudado. Se han organizado casi sin hablar. Con fidelidad de soldados. Todo les ha parecido bien siempre, cómo repartieron sus padres la herencia: sin comentarios, como se distribuyeron para cuidarles cuando enfermaron: sin comentarios. Tanto es así que yo recuerdo estar deseando ir a dormir con mis abuelos cuando estaban enfermos. Tenía 19 años y no conducía. Eso significaba dos horas de autobuses varios, madrugón para llegar a clase a la escuela, ya había empezado a estudiar para aprender a colocar las traviesas que colocó mi bisabuelo. El paso de un hombre, 60cm. Es por su culpa que soy ingeniero hoy, seguro. Don Claudio tenía mucha mano. Aunque cuando murió yo solo tenía un año, me inculcó esa curiosidad…Los loteros le metían en los bolsillos billetes de lotería con un cinco en medio y algún cero ‘Don Claudio, este es de los suyos, de los que tocan’ Era un hombre afortunado. Mi abuela se fue de casa, de la casa en la que vivió de niña, desde cuyo balcón vio por primera vez a mi abuelo, que hizo las milicias en Segovia. Mientras ella bordaba sentadita en el balcón, tras los visillos, el abuelo miraba hacia arriba, cada día, hasta que se hicieron ojitos. Y mi abuela, la solterona, porque con 28 años no se había casado, tuvo un día permiso para salir, acompañada de Tía Pe, que ya salía formalmente con Tío Antonio (o se acababan de casar). Gastaban zapatos calle Real arriba y calle real abajo, con los dos sujetavelas detrás. Mi abuela se fue de casa, pero embarazada de mi tía Mari Gloria le dijo a mi abuelo ‘yo no puedo dormir sin escuchar el cierre de la Baldomera’ (extraño antojo) y volvieron a Corpus. A vivir al piso de arriba del mismo edificio en que vivían mis bisabuelos.

Las de los vestidos blancos y chaqueta oscura son Mari Tere, sonriendo con Pepe, y Pachi, a la izquierda de Don Claudio. Hijas de tía Pe. Mari Tere era madre de Javier y Bubi…más rubios de pelo largo.

Y los tres chavales de abajo: la niña, mi tía Mari Blanca entre otro Julio, hijo de tío Julio, y Miguel Ángel. Mari Blanca se privaba cuando lloraba…menudos sustos debía dar a mi abuela. En su cuarto estaba dibujado el cuento de Hansel y Gretel. Dormía en la cama de la Princesa del Guisante. Seguro que ella sabe algo más de esta foto. Ella tiene datos y una memoria especial. Según todos, yo guardo los recuerdos, o los cuento, de un modo parecido a ella. Pero es que es como lo vivimos.

¡Qué elegantes y qué guapos todos! Da gusto verlos, dan ganas de ser parte de la foto, parte de la familia. Que lo soy.

Y tío Julio, al lado del sacerdote, por supuesto. Tío Julio que se marchó de Castilla la Vieja a vivir cerca del mar, convencido de que el agua lo cura todo.  Tanto es así que la abuela Paquita, o tía Paquita, cuando se puso mala, con una hemiplegia (ahora sería un ictus)…llamó mi abuelo a mi madre, su nuera, de madrugada, ‘Sara, que Paquita está mal’, de la noche a la mañana, sin haberse medicado hasta entonces. Eso sí, el que se levantaba cuando lloraban los niños era mi abuelo, por lo visto. Mi abuelo me enseñó a tallar la madera y a hacer tortillas francesas. “Sara, que Paquita está mal”, ‘vete al hospital inmediatamente, vamos para allá’. Y allá que se fueron mis padres, sin pestañear, claro. Cuando llegaron, al hospital de la Beneficiencia, de las monjitas…una habitación preciosa, desde la que se veía el Eresma nevado. Era una mañana de febrero. Hacía un frío bonito e intenso. Como solo hace en Segovia. Con viento. En esa habitación murió mi abuelo al par de años de hacerlo mi abuela, viendo el mismo río, pero en primavera. Cuando llegó mi madre, le dijo Doña Paquita, ’Sara no avises a Julio, que me hace bañarme en el río’: Y seguro que se le habría ocurrido, a Julio Gary Cooper. Le hubiera dicho a su querida hermana ‘te he traído un bañador, vamos a bajar al río a nadar un rato, que te va a sentar bien’…y puede que no le faltara razón…

Mi tío Felipe: la juerga que captó el fotógrafo ha viajado con él, desde el cuarto de Felipe, en casa de mis padres, pasando por la Avenida del Mediterráneo, por Zamora, con su perro Tron y su fiel química, de Ávila, hasta llegar a Valladolid, donde se quedó. Le pregunta a Teresa, su química, cuando salen a comer: ‘¿qué me apetece Tere?’ Cuando vivían en Zamora, sin hijos, los vecinos llamaban a su puerta? ¿Puede salir Tron?’ Era un magnífico ejemplar de pastor alemán…y jugaba al futbol con los chavales en el descampado, Tron. A mí de pequeña siempre me preguntaba si les había hablado a mis amigos de él. Me regaló el disco azul de los Beatles y el de Sargent Peppers…debía tener yo 12 años. Felipe decía que a los niños hay que tratarlos a lametazos. Eso mismo decía el tío Carlos de Fernando, mi ex novio, mi marido, el padre de Martita.

Y Mari Gloria… ¿sabría ella que iba a dar su vida entera a los demás? ¿Que llegaría a los 82 sana y activa y con esa media sonrisa? También ella se apoya en su padre, mi abuelo. Su mano en el hombro de él. Pasarían unos dulces años juntos mucho después de la foto.

¿Qué ocurrió antes de la fotografía? Hubo una comida y una misa, que para eso está Don Salustiano…en el centro. Felipe ató los cordones de los zapatos unos a otros de todos los comensales. La piña que se dieron cuando se intentaron levantar fue morrocotuda. ¿Y después? Después los chicos bajaron al Salón a correr, dando patadas a piedras o a los balones, lanzaron algo al río, hubo rodillas negras y magulladas…. Ellas, las primas, pasearon y se sentaron a charlar en los bancos de granito, a la sombra de los olmos, (pasión futura de mi padre) comentaron sus preocupaciones, sus intenciones, hablaron de sus padres, de la última vez que se habían visto, de lo que habían crecido los pequeños. More estaba ya prometida. Gregorio, el mayor de todos, hijo de Paula, ya estaba en el negocio familiar.

¿Qué dice la foto? Que lo pasaban bien juntos. Eso es lo más importante. Estaban tan a gusto. Hacían por verse, porque lo pasaban en grande.

La vida en una ciudad pequeña da la oportunidad a una foto así: que tarda una eternidad en prepararse. Es un tiempo que todos tienen, que no pierden, porque lo aprovechan para estar contentos juntos. Se están tocando: uno posa la mano protectora en el hombro de su sobrino, otro la suya tímida en el del abuelo querido. Se cogen del cuello. Se abrazan entre ellos, se alzan. Mirando con un poco de cuidado se ven lazos de admiración, de amor, de orgullo, de complicidad, de amistad. Se están riendo. Se achuchan. Se están queriendo, están forjando los vínculos que nos han intentado transmitir. Posan orgullosos. Rebosan de alegría porque tienen tiempo, porque están en paz. Han jugado juntos. Se han visto nacer y crecer unos a otros, envejecer, cambiar. Se quieren, respetan a los mayores, les adoran, se pegan por estar con ellos, hay pelea por quien alcanza primero al abuelo, por acompañarle. Porque él les transmite paz, orden, saber hacer. Es un referente. Le quieren, se sienten queridos. Son una piña. Una familia. La mía.