Seguidores

12/10/2016

EXISTE LA REENCARNACION


No es una pregunta. No es un planteamiento religioso. Se trata tan solo de la constatación de una evidencia. La realidad. Su análisis exhaustivo. La voz de la experiencia. La recolección de datos. Lo que nunca engaña: La observación neutral y meticulosa. Sin alteraciones emocionales que pudieran contaminar la conclusión.
 
En fin. Procedo a explicar lo evidente por si acaso no ha quedado claro. Aunque me extraña.
 
Mi tío murió un tres de mayo. Nadie me lo contó. Lo sé porque le vi recién muerto en la cama del hospital. Hubiera jurado que respiraba, que latía. Sin duda estaba aun caliente. No le habían tapado siquiera. Había color en sus mejillas. Pero no me gastó una broma cuando entré en la habitación. No fumaba su puro, no apoyaba su mano en mi tía, no leía, no jugaba con sus nietas; no descansaba. Acababa de morirse. A mi tío no le tocaba. Yo había ido a verle antes de que le operaran. Mi tío no tenía cogida hora con la de la guadaña. La habitación estaba llena de luz, era la hora del café. No es momento de morirse. Mi tía se lanzó sobre mí vacía por el desconsuelo, y me llenó de lágrimas de incomprensión y de pena.
 
Desde ese día he visto a mi tío montones de veces por la calle. En la Castellana esperando a que el semáforo cambiara. No puedo demostrarlo, ni falta que me hace, yo iba en coche y no podía parar. Le he visto sentado leyendo el periódico en una cafetería. Al entrar yo él ha tenido que irse y no he podido hablar con él. Me ha dado igual. Sé que está bien. Le he visto en mis sueños. Me ha contado historias de cuando yo era pequeña. Me ha hablado de mis padres. Ha gastado un montón de bromas. Me ha tomado el pelo, se ha reído de sí mismo. Ha escuchado.
 
Y como el ejemplo de mi tío hay muchos más. Mis abuelas, ambas, viven ahora en mi pueblo, al lado de mi casa. A veces eligen el pan por mí. O me recomiendan la mejor fruta de temporada. Mi abuelo me enseña las estrellas cuando llego tarde a casa y le ha cortado el filete a sus biznietos cuando ellos no sabían. Los tres están enterrados pobrecitos, el cementerio es precioso, pero hace mucho frío y a veces se dan un paseo y me visitan en mis sueños y me cuentan o me escuchan. Pero les veo montones de veces por la calle y me alegra lo saludables que lucen. Ya no les duele nada. Y ven con distancia aunque preocupados el mundo que ocupamos. Velan a su manera por nosotros, entre nosotros. Nos dan paz.