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25/09/2017

EL LIBRO FRAUDE


Es ese libro que cuando lo acabas te intentas acordar del idiota que te lo recomendó. Pero es que lo peor es que te lo lees entero. Eso me acaba de pasar.
Tres tomos, de más de 300 páginas cada uno. En cuanto sale el personaje en cuestión, el malo, sabes que es el malo. Porque sí. Es muy listo, muy guapo, muy estupendo. Pero es el malo. Y la chica va a caer en sus brazos como una tonta. Te pasas toda la novela con la esperanza de que se de cuenta. Como no puedes hablar con ella, con la chica, porque el libro está escrito, te alegras cuando un amigo suyo le desvela lo evidente. Pero la muy lerda no se lo cree. No lo ve. Tu no entiendes nada. Piensas dejar el tocho, que te pesa en la barriga y en el bolso y mandarlo a la porra. No. Sigo un poco más, que seguro que en este capítulo ya se entera. Pues no.
Al final, pasa lo que temías desde la página 10 o 12, Se enrolla con él, le besa, le flipa. La caga. Con perdón, mete la pata hasta el fondo. Tiene una familia estupenda que lo está viendo venir. Ella, tan lista, a por uvas. Tiene parientes medio magos, que le avisan. Ni caso. Y ya desde el beso se despista del todo, lo hace fatal. Sólo comete errores. Y hasta el último momento, cuando la simetría del libro es perfecta, es decir, cuando quedan 10 o 12 páginas, en un capítulo lo resuelve todo. Se da cuenta. El libro se acaba. A ti se te calma un poco la angustia pero 'en la cara se te dibuja un '?'
Suspiras porque al menos la chica conservará su puesto de trabajo y su familia. Pero te dan ganas de escribir al autor y ponerle los puntos sobre las íes. Te has pasado diez días durmiendo poco, no has visto un telediario. No has hecho caso a conversaciones. Total, para nada. A lo mejor es que ésa era la idea. Mantenerte atento sabiendo que sabías el final para que te quedaras, fueras partícipe. Muy complicado el razonamiento del súper ventas. Eso sí, funciona. Con película y todo. La culpa es mía, por seguir leyéndolo.

22/09/2017

LOS HIJOS DE MIS AMIGOS SON MAYORES QUE YO


El niño tiene 35 años. Es imposible, porque yo, que nací ahora hace más de 52, me acuerdo de cuando su madre se embarazó. Recuerdo el susto. Oigo las medias palabras. Contar o no. Estoy viendo el revuelo que se organizó en nuestras vidas en ese momento que quizá fue un punto de inflexión. La silla de montar, la hipérbola. Todo con ese embarazo. Que no fue mío, pero fue nuestro. Seguimos de cerca las emociones adversas, las alegrías y la confusión de un bebé que iba a nacer cuando nosotros, los que hubiéramos podido ser madres o padres, recién salíamos de nuestra infancia. Recuerdo a esos futuros abuelos, jóvenes y lozanos: unos felices, otros reprimiendo el oprobio. Unos con el qué dirán en run run y los otros plenos de alegría ante la vida que venía, que no la enfermedad, Que sospechaban por la actitud arisca y distante, de la niña madre.

Y resulta que ahora el niño tiene 35, es médico en el ramón y Cajal y su barba pica. No puede ser. No tiene sentido que sea mayor que nosotros. Yo no entendía a mi abuela cuando decía que ella tenía 28 años. Su pelo morado, sus dedos huesos hermosos. Su  porte esbelto. Faldas largas, camisas de seda. Elegante y altiva. Cuello de astracán, collar de perlas. Pero sobre todo, mi padre y mis tíos, que habían cumplido más de 40 todos. Pues mi abuela cada año cumplía 28. Ahora lo entiendo todo. Cada uno tiene una edad ancla, de la cual no es que no quiera desprenderse. Simplemente esos son los años que tiene. Por mucho que diga el calendario.

Para los sin-hijos el asunto de la edad ancla es mucho más sencillo. Porque nunca les pasan, ni por la izquierda ni por la derecha. Ellos sí pueden ser Peter Pan. Aunque somos todos iguales. Tenemos nuestro ancla. Que no es zona de confort. Es un punto gordo y feliz de nuestra vida alrededor del cual queremos seguir girando.

15/09/2017

LLAMAME A CASA


 

 

 

 

Hace unos años, no tantos como pueda parecer, llamar por teléfono tenía su gracia. En ocasiones eran actos de coraje. He oído un anuncio en la radio que empieza así "cariño, que estoy con los compañeros de trabajo, no me esperes levantada" y la mujer contesta cariñosa "tu pásatelo bien”. Eso es lo que se puede calificar como una llamada de teléfono valiente. La evolución, y el nacimiento de los móviles, nos ha hecho pusilánimes. Nos aleja. Escribir una carta tiene un alto nivel de compromiso y digamos de 'valor'. Requiere reflexionar, juntarte con tu pena y tu alegría. Acordarte del otro. Hacerle llegar tu vida para acertarle a ti. Llamar a una casa es distinto, claro. Pero también requiere una preparación, concentrarse, pensar en el otro. Estructurar un poco lo que quieres contar, tu plan, tu historia. Ese gusanillo que se implantaba en tu centro de gravedad, próximo al ombligo, con el temor a que el padre contestara, o a que no estuviera en casa y algún cretino se te hubiera adelantado para proponer un plan. Quemando quedaba el auricular al cabo del rato si la conversación había cuajado. Tu oreja plana y colorada y una sonrisa imborrable llenando tu cara. Por no hablar del miedo a escuchar "dile que no estoy", que se podía oír nítido a través de los dedos de tu hermano que no tapaban todos los agujerillos del auricular. Y tu hermano "díselo tú" en canalla venganza conservada en frio.
Ahora te llaman al móvil, que tienes silenciado. Oficialmente por no distraerte, por no molestar. En realidad: Para tener el control. Suena el móvil, miras la pantalla y si te da la gana, no contestas.  Puedes ignorar la llamada, rechazarla, dejar que suene... Puedes hacer que el otro no tenga ni idea de si es que no querías o no podías hablar. Pospones la decisión de tu mentira o excusa al momento que te venga bien. Te has convertido en un capitán de las sardinas. Usas la tecnología para protegerte y evitar tomar partido, para no enfrentarte. Ya le contarás luego que estabas ocupado, no lo oíste o no te sonó. Lo que se te ocurra.
 
El colmo es bloquear a alguien. Me parece canalla. Ya no solo es la falta de sorpresa al descolgar lo que se pierde, porque tienes grabados los números, incluso con fotos asociadas; sino que se adquiere el poder de eliminar a alguien de tu lista de contactos porque sí. Lo que puede ser una herramienta útil contra acosadores en realidad se usa para no resolver conflictos entre amigos o amores. Para no enfrentarte. Te bloqueo y punto. ¿Qué manera es esa de comunicarnos? Cuanto más avanzan las posibilidades, cuanto más sencillo lo tenemos,  más mezquinos nos volvemos.  ¿De qué absurdo poder nos sentimos imbuidos para permitirnos no dejar que un amigo nos vuelva a escribir, a llamar?  Nos queremos acercar a los Dioses. Era mucho más sano contestar, oir su voz, que te revive el conflicto y te ayuda a perdonar.
 
Es bueno el esfuerzo por recordar el número de ese nuevo amigo, que has buscado en la guía, o has conseguido tras investigar con otros conocidos. Preguntar disimulando tu interés para que no te tomaran el pelo y empiecen a hacer preguntas. Hacer el esfuerzo.  Estar atento.
El mayor del usuario hoy es perder su lista de contactos. Lo que yo pienso: Bienvenida sea la caducidad programada. Hacer una limpia viene bien. 600 contactos es un disparate. Su se te estropea el móvil da gracias a Dios. Liberarás espacio sin recurrir a un informático. Harás una purga natural para acercarte a lo esencial. Los números de teléfono importantes caben en una tarjeta de visita, de cartón, escritos con un Bic.
Ahora apuesto a que si miramos nuestra lista de contactos no hemos hablado con la mitad de ellos en los últimos dos años. Y no nos sabemos el número de nuestros mejores amigos. Eso sí. Estamos en un grupo de "guasap" del trabajo, en otro de hermanos, en el de cuñado, padres, pádel. Ya no llamamos ni para felicitar un cumpleaños. Ni para dar un pésame. Mucha comunicación incomunicada, sin contacto. Porque cuando no puedes tocar al menos te consuelas con oír. Ya ni eso. Mensaje al canto y se acabó. Anda, llámame a casa. A lo mejor dejo de comunicar.
 

 

 

 

 

 
 
 
 

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