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29/11/2017

LOS VAQUEROS ROTOS



En esto es en donde yo me noto mayor. En plan de " en mis tiempos" o " cuando yo tenía tu edad". Hay un punto en la vida en el que ocurre ese cambio, ese chip, esa tecla que indica que algo profundo ha cambiado. Dirán que hay inventos importantes que lo revolucionaron todo. Para mí son los pantalones vaqueros.
En los años 70 todos los europeos llevábamos pantalones vaqueros. El vaquero tenía mucha simbología. En parte era señal de libertad, de frescura en el modo de vestir. Nuestros abuelos no tuvieron tal prenda. Ni nuestros padres, nacidos en la Guerra española o la posguerra la vistieron de niños. Era conocida por las películas del Oeste. Los petos, los vaqueros con grandes cinturones. Pero fue después cuando invadió nuestra moda. 
¿Qué puede molar más que un pantalón vaquero bien puesto con una camiseta blanca reluciente?. Que se lo digan a Bruce. El "jefe" ya lo sabía. Es el atuendo perfecto.
Respecto al vaquero, a escondidas se confiesa que con él te achicharras en verano y te pelas de frío en invierno. Anécdotas. Pamplinas. Enemigos ocultos que todo lo tienen que criticar.

Nosotros en los 70 llevábamos Lois, Lee, Wrangler...o alguna otra marca más canalla todavía. Sólo los más afortunados, de padres sensibles o con money money, o que viajaran...¡a Canarias!.  Porque aunque nadie se acuerda hubo una época en que los niños venían de Paris y las calculadoras de Canarias. Solo algunos, digo, tenían la 'potra' de conseguir un LS...Los bolsillos traseros se deformaban, bien por el paquete (duro) de cigarrillos ¿qué serían los vaqueros sin el Marlboro?, o por llevar la cartera, el mechero (cipo). Los usábamos un invierno, y la primavera siguiente, y en verano, y el otoño, y otra vez en invierno. Se compartían con los hermanos de talla parecida, y al cabo empezaban a clarear. Entonces molaban más. De pronto una rodilla transparentaba. Eso era estupendo. Tu madre corría a ponerte una rodillera. Bueno. Ya se  caería. En los muslos, del roce, era frecuente que empezaran a salir hilos blancos que te entretenías en enredar entre tus dedos. Rascabas aquí y allá. Y el pantalón, cada vez más querido, cada vez más tuyo. Cada vez más hecho a ti. Cogía tus formas, tus costumbres. Era perfecto. Podías poner parches, remiendos. El bolsillo trasero agujereado por un boli o un portaminas. Pero cada pantalón era único y diferente a todos los demás. Como las personas. Tenían su identidad.

Recuerdo a un chico de mi colegio que llevaba tan roto el pantalón que se le veía la parte de abajo de los calzoncillos. ¡Una revolución! Recién enterrado Franco. Iba tan pancho. Todo un líder.

Lo que para mí supone el colmo de la estupidez es romper un pantalón nuevo a posta. Peor: Comprar un pantalón nuevo roto y lavado a la piedra, por supuesto mucho más caro que uno de su color original, azul marino. ¿Que historia tiene esa prenda?¿Qué significa esa pierna al aire con miles de hilos atravesando un roto que va de costura a costura? Y quinientas niñas con el mismo modelo de roto, de parche, de bordado. ¿Dónde está la personalidad? ¿Dónde la elección? ¿En el tamaño del agujero. Esos pantalones, recién comprados, están literalmente para tirar. Son una birria. Y punto














 



26/11/2017

¿Y QUIÉN LIMPIA LUEGO TODO ESO?

Fue una pena la muerte de Peter Sellers. Sí. Se habla de lo gracioso que era. ¿Pero alguien recuerda de todo lo que rompía? ¿No hay memoria del follón que organizaba allá por donde pasaba? ¿Todo lo que se le caía, con lo que tropezaba? Sería a propósito, pero ¡qué torpe! A mí es que eso no me hacía gracia. Me ponía y pone nerviosa. Pienso en la currada de limpiar la tontería, en cómo van a arreglarlo todo. Soy incapaz de separar hechos y consecuencias. No digo yo que no tuviera su punto. Un punto de risa floja. Para el que le haga gracia. Sí, como cuando alguien se cae por la calle porque pisa una hoja de plátano de TBO o se le engancha el tacón en una rejilla. Que no tiene gracia.
Una película es para disfrutar. Confieso que en algunas lo paso mal por motivos varios. Pero tienen en general fundamento. Se basan mis razones en la trama. Se deben al dolor que sufren los protagonistas, a su padecimiento, que comparto con empatía que me desborda. Sufro con ellos miedo que pasan, los sustos que reprimen, que a veces me hacen gritar más que a ellos mismos; por su condición de protagonistas, obligados a contenerse para no ser descubiertos. Y también lloro por la tragedia de la que son núcleo y parte afectada, por el amor que se profesan y se acaba. Y me troncho de risa cuando lo pasan bien.
Soy a fin de cuentas buen espectador. Pero cuando se rompe todo.... No lo entiendo. El colmo es cuando matan o hacen daño a un niño. Vamos a ver: Si uno tiene la capacidad de inventar, de hacer el guion como le da la gana, ¿qué necesidad hay de hacer daño a los niños? En esas ocasiones me pierdo, se me despista el argumento. Fibrilo. Entro en una resonancia verbal que resulta insoportable para mi compañía. Empiezo con un ¿para qué? ¿están tontos? Y eso que me aguanto muchísimo, desde que mi proceso interno de incomprensión ha entrado en funcionamiento. Y eso que llevo rato contenida.
Cuando alguien me habla de El Guateque me pongo mala. Además de recordar alguna fiesta adolescente en la que calentaba la silla esperando a que alguien me sacara a bailar. Acontecimiento que cuando ocurría no hacía más que reforzar mi tesis de "no tenía que haber venido". Reforzar mi idea de que estaba mejor en casa, con Los Cinco, El Guardián, El Hobbit o lo que tocara según edad. O hablando con mi padre, escuchándole. O contándole a mi madre o cocinando en su caos de recetas medio inventadas y riquísimas. Propias de un científico. Eso. Además de recordar el horror de algún guateque adolescente el Guateque es el resumen de ser un patoso, colarse en una fiesta, hacer que todo te salga mal. Me supera. A cierta distancia están la películas del Oeste en las que en la paz del Saloon entra de pronto a través de esas puertas que no llegan al suelo y dejan pasar luz a raudales en la oscuridad del bar, entra el malo y se organiza la de San Quintín, El único que se preocupa por los muebles y las botellas es el camarero, hasta cierto punto, cuando las balas silban, se esconde detrás de la barra mientras la pelea llega a su clímax. Se rompen las sillas, las botellas, las mesas. Un desastre. Los malos y los buenos acaban su pelea y se van tan panchos. No puedo con ese caos. Imagino cuantas veces habrán rodado la escena y cuántas sillas y botellas destrozadas. Es superior a mis fuerzas.
En general las pelis tienen de malo que acaban y no sabes que pasa después. En el caso de películas como El Guateque tienen de bueno que cuando acaban no tienes que preocuparte por quien arregla ese desaguisado luego. Con mi admiración y respeto a Peter Sellers. Y mi más tierno recuerdo.
 

19/11/2017

¿TE ACUERDAS DE CUANDO HABLABAMOS SEGUIDO?

 
Se olvidan las palabras.  Como cuando se habla en un idioma que no es el propio y el concepto está en alguna parte, se ve el objeto y no sale su nombre;  se siente, está la emoción y no aparecen las letras que forman el vocablo. Falta una conexión , es un hilo finísimo el se ha roto e impide la comunicación, la posibilidad de compartir y salir de uno mismo, abrirse al mundo.
 
El adulto vuelve a la cuna, a la distancia con el otro. No consigue que le entienda el mundo que le rodea. Con la desesperación ensanchada porque es algo perdido. Al contrario que el bebé, acercándose en el camino del aprendizaje, el adulto se aleja.


 Cuando no se halla la palabra, cuando por mucho que se busque en los cajones de la memoria, no se encuentra nada; cuando se fabrican o aprenden técnicas para facilitar el recuerdo que igual se diluyen en un líquido grisáceo, ese mercurio (Hg, no planeta) que llenaba termómetros, tan útil, se convierte en enemigo feroz que engulle en su espesura la memoria. Cuando se hace acuoso el contenido del cerebro, donde todo baila buscando lazos para conectar, en ese momento brota de la garganta y la mirada algo parecido al pánico. En los alrededores del estómago nace la incertidumbre. Se va agrandando el espacio entre lo que se siente y lo que se es capaz de decir. ¿Y si el olvido se asocia a la desaparición? Del amor, del azul . Del dolor o la alegría. ¿Es posible dejar de sentir lo que no se puede expresar?
La familia, los libros, los amigos, incluso Internet son herramienta contra el olvido.  Ayudan a encontrar. Pero si se olvida que el verde se llama verde, o qué significa encarnado: ¿desaparecen entonces el bosque o las cerezas?. Si olvidas cielo, mar, si no te sale cual es el color de los ojos en los que te ves cada mañana, entonces ¿no hay horizonte? ¿Y si el olvido ocurre antes de la ausencia? Del amor del azul.... ¿Qué va a hacer internet entonces? ¿O ACASO ES EN PARTE CULPABLE?

16/11/2017

UNA CONSULTA AL 1003 TELEFONO DE INFORMACION

UNA CONSULTA AL 1003

-                     “Bienvenido al servicio de información de telefónica, le atiende Conchi Martínez, ¿en qué puedo ayudarle?”

-           “Quiero el número de teléfono de La Cervecería Chamberí”- contesta uno, el ingenuo demandante.

-                     “¿En qué localidad?”- demanda a su vez Conchi. Es posible que Conchi, que a lo mejor es de Ávila, ¡gran ciudad! sitiada por históricas murallas. Es posible que Conchi, claro, desconozca la fama del conocido barrio madrileño, casi tan conocido como el cocido, las chulapas, la Almudena, no sé. La vasta tradición del susodicho barrio. Es una posibilidad.

-                     “En Madrid” –  El demandante aún no ha perdido la paciencia, quiere reservar mesa para cenar. Se ha enterado de que tienen un jamón espectacular, y unas costillitas que sólo de pensarlo se le está haciendo la boca agua.

-                     “Chamberí, Chamberí... No. Pues con ese nombre no me viene nada”

-                     “¡Vaya!, Podría buscarlo por Restaurante quizá, o Bar. ...”

-                     “¡Ahhh!” – Contesta Conchi sorprendida de tu ocurrencia, muchos sinónimos tiene a mano el que quiere cenar por ahí. “Un momentito por favor...”

-                     ... (silencio)

-                     “Pues no, no me viene nada ¿No sabe la calle?” - Conchi empieza a pedir demasiado.

-                     “Me parece que está en la esquina de Covarrubias con Luchana” – Contesta, lleno de recursos el que tiene ya el apetito desordenado. Que está viendo el jamoncito, el queso, pan con tomate, en fin. Que tiene un hambre que no ve.

-                     “En Luchana no me viene nada, y en Covarrubias tampoco, ¿no sabe el número?” – Conchi no tiene pudor al preguntar, que barbaridad. ¡Puñetas! Si supiera tantas cosas no estaría llamando a información.

-                     “¿El nombre del dueño no lo sabe?

-                     “Pues no, señorita, no sé el nombre del dueño” – Hace rato que has perdido la paciencia, estás a punto de perder algo más: el decoro, la buena educación, las buenas maneras.

-                     “Por Chamberí, como cervecería, no me viene nada. Viene Chamberí - Bailes de Salón, Chamberí - chatos, Chamberí - chispas... Mire, me viene Cha, cha, cha discos de ocasión, Champanería la burbuja alegre, Chapatas y Baguettes, Chapó Disco - Pub, Charcutería Luis, Charo complementos, Chatines ropa de cero a dos años...” - Conchita, Concepción, María de la Concepción, ¡cállate!, puñetas, estás pensando, pero te lo callas. A punto de reventar.

 

Finalmente, tras mucho ruido de teclado y unas cuantas monedas en la cabina, en medio de la lluvia madrileña, Conchi te dice alegremente:

-           “Tome nota por favor”

Y te enchufa a una máquina que deletrea amablemente el número solicitado. A pesar de que el número tiene siete dígitos y el prefijo es correcto, por desgracia corresponde a un fax anónimo, a una carnicería, o te contesta Manolo diciendo que eso no es ningún restaurante, que ya está bien de llamar, ¡coño!

Y te has gastado unas 200 pts (o el equivalente en euros multiplicado por el coeficiente que le corresponde) y te has cogido un catarro y no tiene mesa para cenar con tus amigos que han venido a Madrid y quieres agasajarles. Total ¿por qué tengo yo que pagar con mi dinero, mi tiempo, mi salud (por el catarro, y también por el mosqueo), la incompetencia del servicio de información más caro que existe? Porque no es servicio y mucho menos de información.

 

13/11/2017

LAS PALABROTAS. CON PERDON


No hay nada como una palabrota para expresar de modo conciso y preciso determinadas emociones. Útiles para ahorrarse un bofetón, una hora de diván o una buena charla tras la celosía, de rodillas. Eso sí, hay que confesarse de la grosería. Aunque yo creo que no es muy grave. Basta con arrepentirse, un poco. Lo volverías a hacer, así que no es un arrepentimiento eterno, no vale para siempre. Un buen taco, a tiempo, hace que salga el aire de los pulmones, la angustia se evapore y no se somatice.

Estar hasta los cojones no es lo mismo, ni de lejos, que estar harto, cansado de una cosa, ni que te invada la ira y el enfado rezume por cada poro de tu cuerpo porque algo te resulta particularmente insoportable, contrario a tu criterio y no sabes cómo desarticularlo debido a que o bien no tienes autoridad ni dominio para que cambie por razones obvias, que pueden ser naturales (el tiempo), o artificiales (tus superiores, los políticos). En cualquier caso son ajenas a tu influjo. Se puede estar también hasta las narices, o el moño o hasta la coronilla, como decía mi abuela. Se trata de una sensación la que se traduce en palabrota, que no expresa exactamente lo mismo que las protuberancias. A lo mejor mi abuela tenía más poder del que tendré yo nunca y muchos menos superiores a los que la impotencia te impide dirigirte con la libertad y el plazo que haría evitable el estallido último de tenerte hasta los cojones. Pero cojones, y en menor medida huevos o pelotas, tiene una sonoridad y una contundencia tal que el efecto liberador es mucho mejor. No hace falta ser hombre para estar hasta ahí, aunque resulta más sencillo siendo varón el uso de tal voz.

 

Ser un hijo de puta no significa que tu madre sea una mujer que cobra a cambio de favores sexuales. Tampoco ser un hijo de la grandísima puta quiere decir eso. No. Ser un hijo de puta tiene varias acepciones, algunas buenas, en fin: positivas. Cuando un tío tiene mucha suerte, o algo le ha salido muy bien, o liga con una chavala estupenda, su amigo se alegra, con un ¡Qué hijoputa! Todo junto. Ser un hijo de puta es como ser malo, canalla, un desgraciado, alguien sin escrúpulos, vil, capaz de desdecirse sin despeinarse, traicionero, falso. Todo mezclado en la coctelera. Para lo que sería menester un párrafo o media hora de explicación se resumen en un contundente es un hijo de puta. Dicho despacio, con todas las letras (mayúsculas mejor) y en voz alta o muy alta. No sé si denota algo de admiración, pero sobretodo está lleno de desprecio. Aleja al usuario del destinatario. Los separa. Abre una brecha. Es una piedra en medio de un río. Una piedra que está sola. Holden, el protagonista del Guardián entre el Centeno, le llamaría cretino a ese hijo de puta que tienes en mente ahora.

 

Otro taco que sí que es útil es cojonudo, porque cojonudo es cojonudo. No es bueno, es mejor, solo sinónimo de acojonante. Mola muchísimo, es de subidón total. Dicho de alguien, le pone guapo, le hace crecer. Significa lealtad, camaradería. Significa que es redondo, que lo tiene todo. Es tan concreto que debes abrir mucho la boca para decirlo. Los gestos han de acompañar el sonido porque el vocablo está lleno de pasión.

Y la última y más redonda de las palabrotas tiene cuatro letras y sólo se puede decir en español, por portar una letra que sólo en tal lengua es usada y existe. No la escribiré porque es muy fuerte. Un hombre ilustre la sustituía por “concho”, que no es lo mismo. Pero él era así de elegante. Tal vocablo es útil en el enfado, acompañado de un buen puñetazo en la mesa, de esos que dejan recuerdo desde la muñeca al meñique.

Es muy recomendable y liberador el uso de las palabrotas. Con perdón. La verdad es que oídas resultan ordinarias y claramente candidatas de ser sustituidas por un sinónimo. Eso sí, no es lo mismo.