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26/12/2018

ES TO' CANI


Hay patadas al diccionario y después está esa expresión. Eso es un atentado, una bomba activada desde dentro del sistema. Explosión con detonador. Hora punta. Cañones cargados.

No es evolución. No. Es macarra, vago, cateto. Su uso no alumbra, no aporta, no dice nada. No forma parte del lenguaje de chavales desarraigados. No son niños sin rumbo previsto. De descampado y balón. No es símbolo de exclusión social. Marginación. Jeringuillas y trapicheos. Pueden haberlo perdido, el rumbo. Son niños bien de colegios bilingües de pago. Pantalones rotos con simetría, coderas de fábrica. Abrigos de caza. Fuman y beben como adultos. Son quinceañeros o “teen” que van a misa los domingos o frecuentan el punto violeta en el recreo. Comprometidos con creencias o religiones, puntos de vista. Son, en fin, los que vienen.

No es que sea feo recortar palabras, un poco. Pero tiene gracia. La economía en el lenguaje siempre es un fenómeno interesante. De casa viene “ca”. Un pelín cateto, vamos a Ca’ Miguel. Cateto hasta que se impone como norma, como regla. Hasta que se hace aceptable por todos. Lo malo de este "to" diminutivo de todo es que está hueco. ¿Qué aporta "todo" al adjetivo? Nada. Porque eres guapo en escala, poco mucho o nada.  ¿Pero todo guapo? ¿Quién puñetas es todo guapo? Ni todo cani, ni todo pijo. No hay todo grande, ni todo bonito. Ese es el engranaje que oigo chirriar cuando habla ese estrato que viene. Hay que aguantarse. Porque pisan fuerte. Sin razonar, sin razón.

“To” es lo que es, se queda sin recorrido. Falto de imaginación, insulsos; es soso, morirá de inanición. Por muy tercos que se pongan los usuarios. Fueron mis últimas palabras (que diría mi ex novio. Vamos. que lo mismo lo incluyen desde ya en la cúspide de la revolución lingüística del s. XXI). Yo diría: “¡tela!”. Muy del sur. Pero, ¿qué valor le atribuimos entonces a esos vocablos, que polinizan las conversaciones, ya sean a viva voz o a través de medios electrónicos variados? “en plan”, por ejemplo. Expresión de confuso significado. A pesar del número incontable de veces que lo he oído, mi capacidad deductiva limitada me impide entender o concluir un significado nítido. Porque “tipo, yo es que yo soy to guay, en plan. ¿sabes?” Tengo miedo a preguntar. No es una muletilla, jurarían las hordas, todos esos niños bilingües o trilingües, esa panda de chavales estupendos y formados; de tanto estudiar idiomas se les ha quedado seca una parte del cerebro que enriquece su capacidad comunicativa si nos disponen de un “power point”. Imagino la cara de un Sócrates de andar por casa; o de esa figura parisina, en bronce, enorme, que apoya en su mano doblada su cabeza y medita. Se pueden oír sus pensamientos. Está a las puertas del infierno, donde se ha abandonado toda esperanza.  Ruega paciencia.

HACERSE PEQUEÑO




Cuando uno se hace pequeño, uno tiene culpa. Sí.  Aunque uno crea que ése es el momento en que más tienen que cuidarle los demás.  No. Una cosa es lo que uno haría si el que tiene al lado se hace pequeño.  O lo que uno cree que haría. No se es mejor o peor persona por lo que se haga. La vida está llena de variables que hacen que las cosas sucedan y en ocasiones no hay margen de maniobra. No se trata de dejarse llevar, pero no siempre somos dueños de lo que ocurre, solo de nuestras decisiones, o de cómo nos tomamos lo que nos ocurre.

Los que se hacen pequeños a veces son insoportables.  Generan rechazo. Son un petardo.  Sí.  Es así. No hay quién aguante a alguien que se pasa el día llorando. Que no razona. Que solo se mira el ombligo. No hay quien lo aguante. Por mucho amor. Por mucho enamor. No hay manera de convivir con esa pena que mana de alguien que se hace pequeño.  Deja costras de sal por los rincones. Se alimenta de detalles y boza miseria. Cuanto más engulle más pequeño se torna.  Cada vez más difícil de ver. Se difumina. Se escabulle en el paisaje. Desparece. Desaparece. Desaparece. Se hace diminuto, minúsculo, feo, insecto. Tan fácil de ignorar. Tan sencillo de olvidar.  Todo alimenta su enanismo y lo fortalece.

Es horrible tener al lado a alguien que deja rastro de llanto en las sábanas. Los más cercanos se sienten tan culpables que tienen que alejarse. No son pusilánimes. Es que no estamos acostumbrados a soportar el dolor. Porque recuerda los dolores propios. Porque en estos días, en esta vida, lo que hay que hacer es ser súper feliz. Encontrarse a uno mismo. Tener éxito en el trabajo, ser empático. Simpático. Vestir como los demás. Ser como los demás. Un poquito original también mola. Pero hay que realizarse, buscar la felicidad. Es un mundo rápido y ególatra. De hombres y mujeres solos. No hay sitio para aguantar la pena de otro. No es por maldad. Es que no se sabe qué hacer. Si insistir para que salga, animarle a la alegría. Si sentirse uno mismo culpable de su dolor. Y es que no hay manera…”no puedo vivir sin ti, no hay manera” Eso dice Coque. Nadie es culpable del dolor de nadie. Sobre todo, nadie es responsable de cómo se lo monte o como se lo tome el otro. A la postre, la vida es la integral entre las decisiones y las oportunidades. Y es nuestra responsabilidad asignar a cada acontecimiento la categoría de oportunidad o desgracia. Voto por la oportunidad. Asignarle otra etiqueta sólo puede hacer daño. Para un lado, para otro.

No hay manera más que agarrarse la barriga y seguir hacia delante. Tienes que crecer solo y sonreír. Serás tu propio campeón. No hay sanación milagrosa. No vendrá Axtérix de su aldea para darte un poco de su pócima. La fortaleza nace de las peores situaciones, las más dolorosas. Plop. Como palomitas se tornan las lágrimas en sonrisas. La alegría hace más sencilla la vida.

22/12/2018

HOY ES VIERNES Y HE COMPRADO MARGARITAS


Como cuando nos queríamos. Después de romperse las cosas, parece que empiezan a recolocarse. O no. Cuando falta una pieza. Manos a la cabeza. ¡Eso no tiene arreglo!
Cuando se quiere mucho, de verdad, a veces las cosas no se entienden. Porque es que el amor puede con todo. Sin más. A veces no se entiende. Se acepta. Porque es así. Pero no se entiende. Porque el amor está dentro, latiendo. Y no se entiende.
Yo, por ejemplo,  hay otras cosas que no entiendo. Seguiré buscando las piezas. Y comprando margaritas.

CANTÉ O CANTUVE



El asunto de conjugar los verbos irregulares siempre me recuerda a mi padre. Me acuerdo con Corcuera. Cada vez que salía en la televisión, lo siguiente era "Corcuera o Corcuese". Al principio nos quedábamos todas (porque en casa, menos él, éramos chicas todas en una época) tal cual. Pero después de repetirlo una y otra vez, la cosa tiene gracia. Y ya no lo decía él. Lo decíamos todas. Y si no bajo su atenta mirada, también nos salía, en cualquier conversación. Corcuera. Zas. Corcuera o Corcuese. La perplejidad ante el comentario siempre me ha divertido. Es la primera vez que lo escribo, lo pondría con "q", lástima de diéresis para tal letra. Pues con canté pasa lo mismo, ¿Por qué no es irregular el verbo cantar? Porque cantar es como estar. Esté no, estuve. Claro, esté se puede confundir con otra palabra, es otra. Otros tiempos. Como éstos, que son malos para la lírica. Me estoy metiendo en un berenjenal. Mi profe me va a llamar la atención. Con razón.
Por cierto. Me parto. Berenjenal. Es buenísimo. Meterse en un berenjenal. Según el DRAE: Embrollo, jaleo, lío. Ahora dicen la RAE. ¡Mira que somos!, eso es cosecha de la siembra feminista, victoria pírrica: quitar diccionario del acrónimo para que sea femenino. Sin comentarios. ¿Era necesario? A mí me parece una bobada. La verdad. Es un diccionario. Sí, también hay una academia, real. Pues academia y diccionario. A lo mejor mola más “academio” y “diccionaria.” Somos idiotas. Así nos va. Eso de preocuparse por la forma más que por el fondo es una especialidad de los cretinos, ya lo decía Holden. Tienen poder de convicción, arrastran a masas. "Meterse en un berenjenal’ es el acto de meterse en un embrollo y/o en una situación de la que es difícil salir. Quien no ha visto una berenjena más que en una lata o en un puesto de encurtidos o en escalivada o "ratatui" no entiende. Yo no es que haya visto muchas, pero me he pinchado alguna vez con esas hojas grandes, aovadas, de color verde, casi cubiertas de un polvillo blanco y llenas de aguijones. Es imposible olvidar y muy gráfica la expresión. Pues nos hemos vuelto tontos de tanto miedo a meternos en berenjenales. No. No son remolachas, las de bote de cristal, hechas tiritas o rodajas, preparadas para echar a la ensalada y teñirla del color del mismo nombre. Esas que son fruto de la planta homónima, y tienen un tinte dominante. Es un gen ganador. Envases donde una bola compacta se encierra al vacío.
Pero es estuve y no “esté”, anduve y no “andé”. Por eso me gusta “cantuve”. Lo mejor son los errores que hacen los niños, que tienen toda la lógica del mundo. Ese “yo cabo”. Una amiga mía decía que no quería corregir a sus hijos en el lenguaje. Que tenían errores que no eran más que una comprensión exhaustiva de las reglas. No son golpes al diccionario. Son manozatos de lógica. Y esas caras de sorpresa ante el “se dice yo quepo, no yo cabo”. Imagino esos cerebros ágiles de los infantes que buscan en su RAM todas las aplicaciones y la extensión incluso de tal excepción.





16/12/2018

LOS CHALECOS TOMA 2

Quiero hablar de los chalecos. No de los chalecos amarillos del diciembre francés del 18. No. De esos chalecos que tan de moda están en los últimos años. Chalecos impermeables, de morcillitas horizontales, que abarcan el arcoíris entero. Vestidos tanto por ellas como por ellos. (Políticamente correctos) Esos chalecos acolchados que no son más que una burda evolución de los “plumas” de los años 70 y 80. En aquellos años los anoraks se usaban para esquiar. Punto. Los plumíferos se podían remendar con escudos y símbolos de las estaciones de esquí visitadas. Muescas en tu pechera. Ese estilo muñeco Michelin, con lorzas, era muy popular. Los beige eran los que más molaban, a pesar de que eran permeables; para el frío eran estupendos, eso sí, si te caías estabas perdido porque te empapabas. Para eso estaban los jerséis azul marino con la bandera francesa acolchada a lo largo de los brazos. Esos jerséis eran perfectos, para el frío, el agua. Pero estos chalecos de los que hablo, en cuanto se acerca el equinoccio de invierno, salen del armario a invadir las calles.


Es la evolución del anorak que ha acaparado la escena metropolitana en la última década. Son los chalecos, anoraks con y sin mangas, se quitan y se ponen, michelines de distintos tamaños. La policromía maneja distintas escalas de color. El paralelismo, la equidistancia, es importante también en ese equilibrio. Hay una gama de colores petróleo, no solo el azul de tal apellido; ahí encaja el berenjena, con un intenso olor a gasolina, el verde, con plomo; un rosa, sin plomo; un amarillo de 95 octanos, un rosa gasoil. En este caso el espaciado entre michelines es no mayor de cinco centímetros. El acolchado perfecto que rellena su interior mantiene el segmento circular constante en el tiempo. Los portadores  varones siempre llevan el chaleco, cerrado (ya sea con cremallera oculta o abotonadura perfecta, y encima, chaqueta inglesa de lana, gordita, de cuadro inglés por ejemplo. O traje de chaqueta gris marengo. El casco de la moto en la mano o puesto. Si en la mano, cabello revuelto o cabeza despejada, ni un pelo de tonto. Los dedos libres enredan con un cigarro tras mesarse la cabellera para atusarla con desenfado. Lo voy a dejar, tío. Pantalones chinos de pana, claro. Es invierno. Corbata invisible. Zapatos castellanos, calcetines licencia a la libertad. Estos hombres están cómodos. Son triunfadores. Juegan al golf entre semana, deportes "in door" antes de que salga el sol. 


Pero hay mucho imitador. Y el hábito no hace al fraile, no. La ciudad se puebla de chalecos equivocadamente colocados encima de la chaqueta de vestir. Los colores rojo, verde, amarillo difieren de los auténticos. Rojo labios, verde botella, amarillo limón. No es lo mismo. Esa prenda debe quedar pegada al torso, da igual que estés gordo o delgado; lo importante es el orgullo de tu casta, de tu sangre, espalda recta, andar firme. Tienes derecho. La altura del cuello no está calculada al azar, los bolsillos de cremalleras ocultas y el abotonado sobre el cierre están estudiados y calculados. Son de tu talla. No hay detalles casuales, por mucho que lo parezca. Ese berenjena no se encuentra en tiendas populares de deporte donde en las cabeceras de los lineales pone: esquí, montaña, deportes de raqueta, no. Ni siquiera en zonas más elitistas de los grandes almacenes. Ese azul petróleo es exclusivo de tiendas escondidas en calles donde los árboles que sobreviven en los alcorques de la ciudad son centenarios y dan una sombra espesa a las aceras alfombradas. Recintos de venta exclusivos, al abrigo de patios interiores de viviendas del XIX, donde siempre han vivido las mismas familias. Los establecimientos están ahí, cual andén 9 y 3/4 de Harry Potter, que no todo el mundo ve. Son invisibles a las almas comunes (como lo esencial es invisible a los ojos), al público que divide sus días en trabajo y labores y fines de semana. Pertenecen a un mundo de seres privilegiados o no, pero diferentes. Seres que se saludan con palmadas en la espalda y abrazos. Andan un poquito por encima del suelo, es inapreciable porque sus pisadas suenan al chocar con esos milímetros de aire compacto que queda entre sus suelas y el pavimento. Sus zancadas son firmes y abiertas. Vuela ligero el bajo del pantalón cuando cruzan la calle. Cuando los imitadores usan tal prenda, la llevan abierta, o medio abierta, que es peor, se ponen la capucha; la distancia entre los michelines y la cantidad de pluma, que ya no es pluma sino un relleno, no es la correcta. Se ven sombras y brillos en la falta de armonía del error. No es lo mismo. 


La popularidad es lo que hace, intentar colocar a la población en el mismo estrato, usando ropa y la moda, parece fácil. Siempre hay detalles que delatan. ¡Que monótono el paisaje! No entiendo por qué todos queremos ser tan iguales. Se pierde la riqueza. Desaparece la diferencia, la variedad. ¿Qué queremos esconder copiando? Con lo bonito que es ser uno mismo. No ir a la tienda a comprarte lo que está de moda. Sin embargo entrar a buscar lo que te gusta. Lo que dice cosas de ti, lo que refleja lo que eres. Tanto ser todos iguales siendo tan distintos me parece una traición profunda a nuestra esencia. Genera muchas dificultades en las relaciones porque no hay símbolos que permitan dar información de uno mismo, esas pistas inconscientes que facilitan el dialogo, la comunicación. Que son tan importantes como las palabras. En fin. ¡Qué cretinos! Como diría H.







03/12/2018

MIGRANTES Y OTROS PALABROS


Migrantes, ciclogénesis explosiva y Annus Horribilis. Por ejemplo. Son palabros medio inventados tras sesudos razonamientos que de pronto sustituyen a términos conocidos y de uso habitual. Los primeros portadores de tales novedades suelen ser los periodistas. No se sabe nunca si por error o "ilusión". Tal vez lo oyeron en un contexto cultivado y rico y, tras el impacto del verbo del que lo utilizó, decidieron introducirlo en su discurso cual estrofa altisonante. Intercalándolo entre muletillas y dequeísmos. Se consigue así el efecto “intelectual”. Es decir, se confunde el discurso porque solo se oye esa palabra nueva que nadie ha oído hasta ese momento. Es igual que un coro perfecto en misa entonando el Ave María y de pronto un parroquiano, de primera fila, el sacristán, o el sacerdote mismo, se entusiasma y desafina porque es que no sabe cantar. Pero su entusiasmo le confunde, como la noche a otros. Y se arranca con brío. Solo se oye al que desafina. De hecho, se pierde en los acordes la guitarra, pasa del sostenido al mi bemol, sin saber si es que no afinó las cuerdas antes de misa o simplemente ha perdido el compás. Pues con los palabros igual. Solo se oye migrante. Ciclogénesis explosiva. ¿Dónde está emigrante, dónde ciclón o tormenta del carajo?

Parece ser que migrante el más preciso, claro, que inmígrate o que emigrante

Según Arturo. P. R. “escribo migrante para persona, animal o vegetal que deja su lugar habitual y se instala en otro (migraciones, migrar). Para quien llega a algún sitio, inmigrante. Para quien se va de algún sitio, emigrante” Eso está muy bien, pero desde mi punto de vista el migrante es el que migra, y el emigrante es el que emigra.

Según el DRAE, o la RAE:

-       emigrante: Del ant. part. act. de emigrar.1. adj. Que emigra.

-       emigrar:  Del lat. emigrāre.

o   1. intr. Dicho de una persona: Abandonar su propio país para establecerse en otro extranjero.

o   2. intr. Dicho de una persona: Abandonar la residencia habitual en busca de mejores medios de vida dentro de su propio país.

o   3. intr. Dicho de algunas especies animales o vegetales: Cambiar de lugar por exigencias de la estación, de la alimentación o de la reproducción.

-       migrante 1. adj. Que migra. Apl. a pers., u. t. c. s.

-       migrar: Del lat. migrāre. 1. intr. Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente.



Según yo lo veo la única diferencia es que emigrar no es reflexivo y migrar sí. Por tanto, migrar solo es atribuible a todos esos sujetos que están en acción, trasladándose de un lugar a otro, como las golondrinas. Ellas volverán, oscuras. Por lo tanto, el migrante es emigrante porque se ha ido e inmigrante en cuanto llega. Así que desde mi modesto punto de vista el uso del término migrante es una butade y tan solo se utiliza para diferenciarse y ponerse un poquito por encima del hombro del resto de los mortales. Además, me parece a mí que tiene que ver con la palabra “migrant”, del inglés, cuya traducción es “inmigrante, emigrante, peregrino, ave de paso”. En fin. Queda todo dicho.

Otra cosa es la "ciclogénesis explosiva". Toma ya. Según el DRAE de nuevo, “ciclogénesis es formación de un ciclón” y explosiva, que puede hacer explosión. Según Wikipedia “Se trata de un término paraguas para varios procesos diversos, todos los cuales dan lugar al desarrollo de una cierta clase de ciclón. Es un fenómeno meteorológico que se produce al chocar una masa de aire caliente, con otra de aire frío. Es verdad que si en vez de decir ciclón, o tormenta, se cuela como si nada en el discurso "ciclogénesis explosiva" el tono es mucho más científico. Se hace redonda la noticia. Se le suponen al orador dotes de predicción no solo meteorológica sino astral.

Me flipa (de “to flip”). Me impresiona, me maravilla, me asombra que el uso de estos términos se haga viral. Son palabras con fuerza que vienen y van. Lo importante es esa primera vez. Cuando se inocula el termino en el cerebro del que escucha. A partir de ahí se buscan contextos en los que sea posible usarlo. La reina Isabel utilizó el Annus Horribililis cuando pasó lo de Carlos, Camila, Diana. Ésta escribió su verdadera historia. Conversaciones grabadas entre los protagonistas y otros actores secundarios escandalizaron al menos monárquico de los antimonárquicos. Sin olvidar que Mauricio, territorio del cual Isabel II era reina, se convirtió en república. Su hijo Andrés, anunció que se separaba de la pelirroja duquesa de York a la que un amigo le besaba los pies según publicó el Daily Mirror. Su hija Ana, se divorció del capitán Phillips. Y por fin, el 20 de noviembre, ínclita fecha aquí en España, el Castillo de Windsor se incendió sufriendo daños considerables. No me extraña que en ese 92 de Expo y olimpiadas, la longeva reina acuñara el término que su simpático corresponsal insinuó. Isabel fue la primera, aunque la frase se utilizó en 1891 para describir 1870, año en el que la Iglesia católica definió el dogma de la infalibilidad papal. Después de Isabel, el resto: imitadores.


Es imposible dejar de mencionar aquí, aunque sea como post scriptum algunas bobadas. El que está fit, en forma, digo yo. Chance, oportunidad. Las cosas que son o no escalables. Sonido de puerta, desengrasadas bisagras chirrían al abrirse. Objetivo no, ¡target!, beneficio, por Dios ¡profit, eres un antiguo! Éxito, ¡success! Eso sí, como te dé por ahí, y te pongas a conjugar success, por ejemplo, lo mismo te estrellas. Porque claro, vas del éxito al sucedido. Y del beneficio al profiterol, del objetivo a la tarjeta. La pronunciación es clave. Win Win. Me encanta. Caballo ganador, más o menos. En eso de la transformación los gibraltareños, tan en el foco ahora, pobres; son expertos. ¡Y a ver quién les entiende!. Como sigan así la roca va a ser la Nueva Inglaterra de un idioma nacido por supuestos ingleses hablando gaditano “cerrao”. ¡Quillo, pásame er tipot!” (la tetera) o "Estoy de libertad". Los ‘llanitos’ usan esta expresión para decir que están de vacaciones. -"Te doy un lift", te llevo. "El keki te salió de muerte" la tarta. En fin, hay una riqueza infinita en ese mundo llanito (y tan poco llano)




02/12/2018

ADIVINA ADIVINANZA


Casado y Rivera.  Rivera y Casado.  El hecho de que estos dos brillantes candidatos sean coetáneos ha sido un error de cálculo.  Que los dos sean líderes de los partidos que pretenden ganar las elecciones generales, cuando toquen; las andaluzas, hoy. Tenían que haber elegido a la chiquitica los azules, los naranjas ya tenían al suyo puesto. Esa sí que es diferente. Y diferente a todas las chicas naranjas, que también son distintas entre sí, aunque un poco menos.

Rivera y Casado son iguales. Con ellos dos nos sumimos en la ceremonia de la confusión.  A lo mejor es una estrategia. Parecen uno la fotocopia del otro. Vamos, no se parecen tanto. Uno al lado del otro y con sus colores y sus consortes al lado, está claro quién es quién. Pero si les oyes o les ves en campaña, les confundes seguro. Pasas por delante de la tele encendida con un telediario cualquiera, porque se te quema el arroz; o te paras y atiendes de verdad, o no distingues a quien has oído. Además, en este mundo de mensajes cortos y contundentes es tan breve el turno de palabra que no da tiempo a explayarse a nadie. Las teorías de que la atención del público es breve se llevan en política a extremos. Es a las 21:09, momento de conexión de las televisiones nacionales cuando se lanzan los mensajes más contundentes. Se admiten apuestas. A ver si sabe quién es quién.

Dicen cosas parecidas y diferentes, se meten con el presi, normal; ignoran a los demás candidatos con indiferencia forzada y temerosa. Solo quieren el trono. A los de los partidos violetas, con nombres a base de formas verbales en general, les transparentan. Tales son peligrosos, les ganan en labia y verborrea. Contra las vomitonas se atragantan. No saben insultar, porque son niños buenos. Los morados se aprovechan de la educación del adversario y la tornan debilidad. Se han apropiado del supuesto color de la mujer sin que les chisten las aguerridas feministas. Eso es mucho.

Si durante el curso el equívoco es desasosegante, en campaña electoral se transforma en un lio monumental. En plan: yo soy Mª Emilia, yo soy Mª Laura. Venga, nos cambiamos.

Me veo en la cola de las elecciones, en mi barrio donde ambos equipos tienen tirada; y los colegios llenos de corrillos donde señoras de visón y caballeros de teba y corbata de lana hasta en domingo, toman ambas papeletas intentando recordar el que les convence más. Ambos son yernos aplicados, de los que ayudan a recoger los platos y fuman con el suegro en la sobremesa, copa de balón con la medida justa de Armañac, mientras debaten el ajetreo de la bolsa. Ellas discuten en la cocina con sus hijas, les aconsejan o agobian con los niños, la educación. En este escenario hasta los más convencidos votantes se pueden quedar en casa.

Recomendación: que uno se deje barba, se quite las lentillas y vuelva a sus gafas de pasta, abandonadas en la mesilla de noche.

27/11/2018

NO ES MIEDO

No es miedo, es terror. Leer las noticias vía Internet y que una te vaya llevando a otra, porque lo sugiere tu máquina con un "probablemente te interese". Igual que los anuncios que salen a la derecha de la pantalla. "Advert" dicen los ingleses. Ojo al dato. Tan próximo a "advertencia". Te entretienes cerrándolos y respondiendo al motivo: porque no me interesa, porque lo veo muy a menudo. Pero los anuncios siguen. Las sugerencias también. La razón es el tiempo empleado un día en leer algo similar, porque entraste en una página por error, una web que vendía zapatos hechos a mano en una isla del océano pacifico donde las mujeres visten de abalorios y los hombres desnudan su piel al sol. O por haber buscado, pongamos, las monarquías de los países nórdicos y su relación biunívoca con los tulipanes y la muerte.  Tema objeto tan digno de tesis doctoral como cualquier otro. A partir de momento el cual saltan pops en tu pantalla sobre reyes y princesas. Ahorcamientos y ahogamientos fortuitos e inexplicados. Noticias sobre el sol que nunca sale en invierno más allá del paralelo “cincuentaytantos”. Y todo porque un día buscaste una noticia absurda, ni siquiera recuerdas por qué.
No digamos ya si lees libros en un ebook o en la Tablet, iPad o lo que tengas. Te conviertes en un caballo con anteojeras, que va dirigido. Que mira donde le dicen. Que pierde la visión lateral. Vas de una recomendación a otra y acabas exactamente donde la máquina con sus algoritmos te dirige. Los “si tal entonces cuál” (conocidos como “IF”) eligen por ti la mejor opción. Rombos y flechas de un diagrama que alguien diseñó e instaló. Personaje que a lo mejor no ha leído una novela de amor en su vida. O de misterio. Pero a ti la máquina te lleva. Más de dos años leyendo libros de ensayo, o policiacos. Uno tras otro, has devorado la descripción sórdida de la muerte y los asesinatos que hacen los nórdicos. Te has tragado todos los tochos de los británicos interpretando de la guerra civil española. Y sigues.
Es el futuro. O no; porque casi que me quedo con el encorvado hombre de los bulevares cuyo desorden en su librería sólo es atribuible a una desgracia sin par. Véase incendio o demolición. Pienso en una guerra. En el día después. Pero él, milagrosamente, encuentra lectura que recomendarte en su caos. Como en Rumor.  La librería del cole. La librería azul, que decía Nuria, hoy convertida en un “opencor”; donde al entrar el olor del papel impregnaba tus sentidos. Podías abrir los libros, tocarlos, mirar más allá de la portada y el resumen de la contraportada. El librero de Rumor, ¡Qué nombre! te dejaba espacio y tiempo. Y solo intervenía para responder a tus dudas o a tu petición de ayuda. ¡Libérate! Elige.

CUANDO UNA FAENA SE CONVIERTE EN UNA OPORTUNIDAD

A veces lo que parece una faena es más bien una actuación. Algo que uno mismo provoca para pararse y reflexionar hacia dónde se está dejando llevar. Por ejemplo: Ocurre algo supuestamente malísimo. Hay muchas maneras de enfrentarlo. Sin hablar de esa coletilla “todo tiene un lado bueno”, que es una falsa tirita. Porque hay cosas que no tienen un lado bueno. Ninguno. Se ponga uno como se ponga. Pero en ocasiones, en ocasiones veo muertos. Lo que en un principio puede ser el fin del mundo es en realidad el único camino para mejorar tu vida. Para no seguir sin mirar. En ocasiones es la manera, en la vorágine en la que convertimos nuestra vida en estos tiempos modernos, de parar y pensar. ¡Qué razón tenías Charles! 
En mi caso, en plan confesión, y sin que sirva de precedente; la gota que ha colmado mi vaso ha sido el despido colectivo que ha ocurrido en mi empresa. Despido que me ha afectado en primera persona, si no, no tiene gracia. Yo nunca me hubiera ido. La estabilidad que me daba mi trabajo era mayor que mi ambición. No he querido tener subordinados ni ser jefa. Es más, nunca he querido tener una jefa. Ese es otro tema. He cambiado de directores, de contenido, pero he tenido mi mesa, durante más de un cuarto de siglo. Hubiera seguido. He aprendido mucho trabajando y me lo he pasado muy bien en el ejercicio de mi profesión. He procurado hacer de cada etapa la más interesante.  Sin elegir, metida en la corriente de lo que me tocaba. También es cierto que la tranquilidad me ha hecho soportar situaciones de tedio e injusticia. He vivido el mundo al revés.
Pero de pronto me despiden. Y lo que desde fuera es un drama, para mí fue una liberación. Me quitaron la tapa de la olla y empiezo por fin a cocer a fuego lento. He visto todo lo que no he hecho. Lo más importante, he visto que nunca he dedicado tiempo a lo que de verdad importa. Lo que es mi prioridad por encima de todo. Tiempo para disfrutar y cuidar de lo que es importante, los míos, mi familia. Espacio para estar atenta, para abrazarles, para decirles cuanto les quiero. Estar en casa, mirar qué calcetines están rotos, preparar una tortilla, esperar a los míos y hablar con ellos más, mucho más. Cómo hacer más cómoda y feliz la vida a la gente que más quiero. Como prioridad; no yendo a Leroy Merlin a última hora para hacer un apaño. No. Más bien cogiendo una tela antigua y remendando pantalones. No subcontratando el ejercicio de ser madre, mujer de, hija de, hermana, amiga. Esa delegación nunca da alegría. He visto cómo día tras día aparqué mis verdaderas pasiones, mis verdaderos amores con un agotamiento impuesto. No hace falta decirlo, el cansancio provoca un mal humor con traducción inmediata. Nunca fui valiente para parar yo la máquina. Ahora se ha encendido la luz. 

23/11/2018

LOS PAYASOS


Dicen que los payasos son los hombres más tristes. Los payasos y los comediantes. La gente que hace reír a los demás lleva la pena dentro. Sabe lo que es. Y por eso buscan maneras de combatirla. Por eso saben cómo luchar. El humor es el camino. En su corazón albergan el dolor, y su bondad les lleva a compartir las herramientas. Humor y amor. Potente combinado.

A veces los payasos tienen un aspecto aterrador. Esos que llevan la risa pintada en la cara. Sus labios finos con las comisuras hacia abajo. Un paréntesis convexo. De lejos, en el circo, no se ve la línea de la pena que se dibuja debajo de esa grotesca boca encarnada en fondo blanco. Camiseta de rayas o cuadros de colores, zapatos enormes y pantalones saco sujetos con tirantes. Pelo de fregona. Ojos en cruz. Nunca entendí lo absurdo del atuendo. Que no pudieran andar bien por culpa de esos pies que no les sujetaban a pesar de ser grandes plataformas. Que se cayeran todo el rato, tan torpes. El físico del payaso produce más desasosiego que alegría. Es el reflejo de su pena. De su catástrofe. Esa pareja payaso listo y payaso tonto. O serio y simpático. No se sabe quién es quién. Siempre diferentes. Uno alto y el otro bajito. Payasos o humoristas más modernos se disfrazan de personas convencionales. Corbata y traje oscuro. Con voz arrastrada por el güisqui. Da lo mismo el atuendo, el esquema es sacar de la pena y la miseria algo bueno. El esquema busca la carcajada o la sonrisa tímida. Quieren absorber lo feo de la realidad del mundo. Secuestradores de dolor. Asesinos de lágrimas. Pero el esfuerzo del payaso por sacar una sonrisa al público no se puede pagar. Es lo más tierno y bonito. Un alma en pena que solo busca la alegría del otro, aunque dure muy poco. Es lo mejor. Es lo más generoso y altruista que existe. Es dar sin pedir. Es la bondad en vivo y en directo.

Para hacer reír no solo hace falta tener gracia. Casi la gracia es lo de menos, para hacer reír hay que ser fino de espíritu, hay que mirar al otro, meterte en él. Coger parte de su dolor y hacer un guiso, empanarlo con mimo, amasarlo, darle calor, hornearlo con sal y pimienta y alguna especia que traigas de allende los mares. Para hacer reír hay que ser bueno y atento. Hay que renunciar a uno. Y ser otro.

12/11/2018

PASOS DE CEBRA

Dibujo de Eduardo Mazariegos 
La ordenación del tráfico de los vehículos a motor tiene su lógica.  Por la velocidad de circulación y la intensidad y por muchas más razones sesudas; es imprescindible sembrar la ciudad de elementos que eviten conflictos en los cruces: semáforos, cedas al paso, glorietas, stop, puentes. Pero es la convivencia del peatón y el coche la que genera un conflicto más complejo. Por la cantidad de movimiento, producto de masa y velocidad, que hace de los impactos catástrofes para una de las partes. La diferencia de esqueleto es también un factor diferenciador fundamental en el resultado.
El peatón es un ser autónomo. Solo depende de sus propias ganas, energía y movilidad para deambular. Como libre que es, tiene capacidad para realizar todos los movimientos, rotación, traslación y, si se pone, nutación. Se puede parar o variar el ritmo de repente, cambiar de trayectoria en todos los ángulos, andar en sentido contrario, agacharse. En fin. Las paradas no son obligadas en general, ni se deben a necesidad de gasolina ni recargar; salvo que quiera hacer un alto en el camino para un símil con aperitivo o café; voluntario es pararse a charlar con otro de su misma condición. Sin olvidar el motivo más importante del cambio de rumbo sorpresivo, que es entrar en un comercio. El conductor también tiene comportamiento sorpresa a su paso por un escaparate. Su reacción depende de tantas variables que la hacen imposible de predecir, por eso es sorpresa. Influye la edad y el sexo, sobretodo el sexo. Pero también la prisa, la hora del día, la meteorología, el número de niños que lleven de la mano, en carrito o a hombros, la compañía, el humor, el bolsillo, la cuenta corriente.
Volviendo al peatón, éste ve condicionada su vida y su camino por el paso de cebra. Este elemento que en general acompaña al semáforo obliga a cambios indeseados de itinerario y ritmo.  Coarta su libertad. Le corta las alas.
Hay ciudades con manzanas enormes en las que el peatón, para cruzar la calle, debe recorrer el triple de distancia que si lo hace atravesando en perpendicular la calle. Es frecuente cruzar sin hacerlo por el paso de cebra. Para peligro de él y del conductor desatento. Igual que hay pasos de cebra peligrosísimos, situados por ejemplo muy cerca de la salida de una boca de metro, o de un centro comercial o un museo. El flujo de personas andando es tal que el conductor que no cree en la frecuencia de suburbanos cada dos minutos, torna creyente. No da tiempo a veces a colarse entre las hordas; se forma una fila de coches que pitan sin ver al primero que no ve hueco para rebasar la barrera humana. Incrédulos ante la tardanza desesperan los atados al volante. Se bloquean cruces. Y el flujo de gente sigue, lento pero seguro. Si hay una excursión de japoneses, el uso del freno de mano es menester. La cara de los andadores es de revancha. Ahora esperas tú. Incluso algún rezagado que iba a permitir al impaciente conductor desatascar el paso por fin, acelera y echa una zancada de galgo para reivindicar su derecho.
El caso es que, el manido talante es muy distinto en la nutrida fauna de peatones. Desde el punto de vista del conductor. Éste último puede ir circulando despacito por una calle de un solo carril (y sentido, que no es obvio). A lo lejos hay un paso de cebra, y una mujer con su carro de la compra y el bolso en bandolera para que no le roben, espera paciente en la acera. Cuando el conductor está a punto de pisar las rayas blancas, ella le mira desafiante y echa la pierna, o el carrito si es prudente. Espera a que llegue el coche a su vera para empezar a cruzar, cargada de razones. Y de imprudencia. Porque al vehículo se puede deducir, que el “cruzante” en cuestión no lo es, sino que está esperando algo. También los hay que cuando el coche frena en seco al llegar al paso de cebra, se disfrazan de guardias de tráfico y empiezan a gesticular para que no se detenga la circulación. Tales personajes suelen se varones, que no les gusta, coquetos, que les vean pasar despacito o que su galantería es tal que dejan pasar a chicas conductoras. Un modo de recuperar el mando. También entran en el estudio los niños, que se saben con derecho a cruzar. Una cosa es que tengas preferencia y otra que tomes precauciones, aunque sea mirar solamente. Ya si se quitan los cascos el riesgo cae en picado. Falta hablar del origen del peatón. Mucho cuidado con los periféricos. Mucho más atrevidos  que los de provincias que vienen a pasar el día a la capital.  Éstos son prudentes, casi miedosos. Los de las urbanizaciones son temerarios como ancianos.  
En ocasiones se llega a las manos, o al juzgado, por el tema de las preferencias. En mi pueblo, donde también tenemos pasos de cebra, claro; un día tuvimos lío. Un motero atropelló al dueño de un bar. El primero denunció al segundo, o al revés, da igual. En las alegaciones el abogado defendió la inocencia del conductor porque el orondo caballero estaba saliendo de un bar (el suyo, donde trabaja de sol a sol), segundos antes del incidente, ¡vete tú a saber cómo iría!, y no estaba cruzando por el paso de cebra, sino por la calzada. Temerario. Poca gente de mi pueblo sabe dónde está el paso de cebra más cercano a ese bar, si es que no se ha despintado el último invierno. Ganó el motero. La estupidez de aplicar la normativa sin sentido común tiene sombra alargada, como la del ciprés. 

Conocemos por experiencia carnal o virtual la existencia de pasos de cebra con indicaciones: “mire a su derecha” “mire a su izquierda” en esas ciudades cuya circulación zurda inquieta a los mayoritarios habitantes de ciudades diestras cuando las visitan y salen de su zona de confort. O esos puntos calientes de concentración peatonal donde se juntan tantas calles que hay pasos de cebras solapados entre ellos, en diagonal, los llaman. Para hacer un estudio. Un detalle peculiar el de nuestra alcaldesa de escribir frases y poemas paralelos a la acera, para entretener la espera por si los veh
ículos pasan haciendo caso omiso de las rayas blancas.  El caso es que el conflicto es compartir calzadas siendo tan distintos. Las diferencias provocan conflictos, a veces mucho aprendizaje. Ahora con bicicletas, patinetes y lo que se invente habrá que estar atento. No imaginaban Asimov y su panda el lío que íbamos a tener tan pronto sin salir a otro planeta a vivir. Normal, que antes del paso de cebra se coloque siempre una señal de peligro. Porque lo tiene.

10/11/2018

TENÍA QUE SER UN GOLF




Tenía que ser un Golf. O un Bravo. O Brava…que tiene guasa. Son dos conjuntos disjuntos de conductores; eres Bravo o eres Golf.  La intersección es el conjunto vacío. Ambos modos de conducir tienen algo de temerario.  Pero nada que ver uno con el otro.

Los del Golf aceleran con la alegría que les permite el motor.  Así, después de un nano segundo esperando a que el coche que va delante ocupando el carril izquierdo de la autopista, se aparte; bien pegadito a él, adelantan por la derecha sin inmutarse. Los insultos y tacos quedan dentro del vehículo.  El Bravo en cambio acosa al de delante, desoye toda recomendación respecto a distancia de seguridad. Se acerca tanto que no ve la matrícula; le da las luces, insiste con el intermitente de la izquierda. Incluso puede llegar a tocar el claxon.  Si no se aparta, la solución es la misma que la del Golf, pero no se ahorra enseñarle el dedo de la palabrota al despistado ocupante del carril izquierdo, que, estupefacto, nota una alarma y la alerta binaria en lo más profundo de su sistema nervioso. 
En un semáforo el primero que sale es el Golf, por pericia, experiencia y prisa. Le sigue de cerca el Bravo; que ha atufado a los peatones con su ruido y su humo a base de acelerones en el paso del rojo al verde. El Bravo es competitivo.  Mira a los otros. Se mide. Se pica. El del Golf es indiferente, concentrado en la pasión de conducir. En todas las variables y posibles reacciones de peatones, otros conductores, climatología. Le gusta conducir.  Visten en invierno Barbour y chalecos acolchados. No son amantes del aire acondicionado. Estropea el motor. Prefieren ir abrigados. En verano, las mujeres lucen sus piernas morenas debajo de vestidos de flores. Cabello al aire. Son coches afortunados porque sus dueños, en general buenos fumadores de Marlboro, suelen cuidar el vehículo. Se saltan las normas de circulación conociéndolas, porque se saben tanto la carretera, y su Golf, que es un apéndice, sus piernas; conocen por haberlo aprendido en su piel, la velocidad adecuada en cada tramo. Conducen pegados al asfalto, cual coches de carrera o de coche. Saben la manera de tomar las curvas, si la visibilidad es nula en un tramo en el que está permitido adelantar. Rebasan la raya continua porque están atentos al horizonte, y ven en carreteras de dos carriles, el más allá, las incorporaciones, los cruces, las temeridades de otros. Conocen los “ceda” que deberían ser “stop” y frenan en seco. Y los “stop” que no hay que hacer a no ser que haya testigos uniformados o recaudadores al acecho. Eso sí, al menor ruido extraño, intervienen; ya sea ellos mismos o su mecánico de confianza.  Sus máquinas funcionan como relojes suizos. Porque las cuidan. En cambio, los de los Bravos fuman Ducados o Winston. Beben a morro de latas de bebidas isotónicas que espachurran y tiran en cualquier sitio. Conducen con camisetas que dejan los hombros al aire, enseñando la mata de pelo de las asxilas y algún que otro tatuaje de amor de madre. Tipo Marlon Brandon en un tranvía. Pero ya quisieran ellos. Del espejo retrovisor interior cuelgan un par de abalorios. Han tuneado el vehículo con mil filigranas, desde asientos forrados con esas mantas de bolitas masajeadoras hasta cojines bordados. La música la escuchan a un volumen tal, y es tan hortera, que no distinguirían ninguna señal que les mande el motor a no ser que se encienda una luz en el enorme salpicadero. Al llegar a la gasolinera limpian el parabrisas con el utensilio especial que guardan entre las herramientas. Y se echan el trapo al bolsillo de atrás del pantalón. Un estrecho pitillo por el que asoma el calzoncillo.  Abren el capó y miran el motor como si entendieran lo que ven. El más sensato se rasca la cabeza y cierra deprisa.
Los Golf aparecen por la retaguardia. No importa la atención que prestes, siempre te pueden sorprender. Aparcan de una sola maniobra. Son capaces de recorrer Sevilla marcha atrás. Circulan perfectamente por las rotondas, sin interrumpir, usando los intermitentes. Evitan atascos sin GPS. En fin, los conductores de Golf son conductores, el resto, aprendices.

08/11/2018

AIRBAG PARA MÓVILES


Por lo visto unos ingenieros han inventado el airbag para móviles. Ingenieros o científicos, ingeniosos. Gracias a la información que recoge el acelerómetro incorporado en la carcasa, ésta puede detectar cuándo está cayendo de forma abrupta al suelo, mandando desplegar las esquinas y mostrar una especie de gancho elástico que mantiene la pantalla y todo el teléfono en general lejos del suelo. Se evita así cualquier tipo de daño en el móvil.

Es un invento. Además, por lo visto, la carcasa es a la vez un cargador portátil. A este paso los móviles cada vez van a ser menos móviles, pero me parece bien. Por su peso y dimensiones, digo.


El caso es que el otro día hablaban del asunto en la radio, rajando entre los tertulianos. Se preguntaban entre risas cómo podía distinguir el cacharro en cuestión si estaba cayéndose el teléfono o el usuario iba corriendo o en el AVE, o en un avión. Muy deprisa, vamos. A ver, acelerómetro es, como su propio nombre indica, un aparato que mide la aceleración. La aceleración, no la velocidad. Y la aceleración de caída, aquí en la tierra es g, 9.81m/s2. Ni más ni menos, y por mucho que corras nunca aceleras con g, los aviones tampoco, ni el AVE. No. Por eso es un acelerómetro el dispositivo que se coloca, por eso se mide la aceleración y no la velocidad. El malentendido es parecido al chiste que contaban del Concord "¿Sabe por qué no se proyectan películas a bordo? Porque los pasajeros verían las imágenes, pero no escucharían el sonido" Como superaba en vuelo la velocidad del sonido…Alguno se lo está pensando.

HASTA PARA PONER EL FRIEGAPLATOS HAY UN ARTE


Sí. No es obvio. No sé cuántos tipos de friegaplatos existen. Como usuaria conozco los de dos cestos, el inferior para platos con cestillo aparte para cubiertos y superior para vasos, tazas, copas y platos pequeños. En la parte de abajo últimamente los separadores de platos son abatibles, invento muy útil que debe ser consecuencia del ingeniero encargado de la reparación de palitos rotos, por incrustar cazuelas o sartenes en tal área de cualquier manera. La parte superior dispone, en los laterales, generalmente de dos bandejas también abatibles, que se pueden quitar (son removibles, dirían los anglófonos). Tales superficies resultan inquietantes respecto a su función y utilidad real.

Otro modelo es el de los dos cestos más rejilla superior de cubiertos. Lo que en realidad había supuesto una revolución del aprovechamiento de espacio, no ha tenido tanto éxito como el esperado. Colocar los cubiertos en semejante rejilla saca de quicio al que lo hace correctamente , y el que los deja de cualquier manera los tiene que fregar a mano cuando saca el lavavajillas, porque no quedan bien.

Por último están los friegaplatos de bar, que duran dos minutos y no necesitan jabón; el agua lo lleva incorporado. En éstos lo importante es la pasta. Porque coloques las cosas como las coloques, si son buenos, sale todo reluciente, y si son malos por mucho que vuelvas a darle para un nuevo lavado? nadie, te quita un repaso. 

Tras la descripción somera, vamos al grano. ¿Cómo se coloca un friegaplatos? La edad nos hace intolerantes en este tema, como en muchos otros. Porque cualquiera puede pensar ¿qué más da? Pues da. Y mucho. Lo peor es que, como en casi todo, no existe una solución única. No hay una que sea la buena. Por mucho que tú creas que es la tuya. Error. Suena un gong de equivocación. Eliminado del concurso. Cubo de pintura. Cierra los ojos.

Desde mi punto de vista hay dos cosas importantes, una es no mancharse cuando metes cosas, para eso hay que disponer los enseres de manera que la colocación del siguiente no se vea obstaculizada por un plato, tenedor o taza. Para lograr tal objetivo es importante, en la parte de los vasos, empezar siempre por lo más incómodo, por atrás. Es menester abrir completamente la puerta del electrodoméstico y sacar la bandeja o cesta correspondiente del todo. No vale lo fácil, abro un poquito, lo justo para que me quepa la mano; meto mi taza la primera y que arree el siguiente. No. Eso no vale. Las tazas de más lejos a más cerca, y en la zona lateral, la de las bandejas abatibles, hay que colocar las más pequeñas, o los cuencos, porque entonces si abates la bandeja ahí pueden acomodarse cucharones de servir, espumaderas, cuchillos largos, etc. En los huecos adyacentes las copas o vasos más altos. Como casi siempre se llena la parte de arriba antes que la de abajo, que si una taza para el café, el vaso de agua de por la noche, la copita de cerveza, el vino, los cola caos, etc.; recomiendo que los cuencos y platos pequeños se releguen a la zona inferior, cestillo de platos. La teoría dice que a un lado van los llanos, al otro los hondos, y en perpendicular los de postre. Esto es lo estricto, si luego metes un pírex o una cazuela, vete al capítulo de las excepciones. Pero que levante la mano quien no tenga una vajilla que no pueda lavar a la vez platos hondos y llanos porque no caben de anchos o tiene que saltarse un separador de cada dos para inclinarlos y que no choquen con las aspas. Los platos duralex para los que inicialmente se diseñaron los lavavajillas eran mucho más pequeños que los de ahora. Antes la vajilla de la Cartuja, verde, roja o como la tuvieras, se lavaba a mano. Ya ese mito de que se estropea no se lo cree nadie. Era un truco de nuestras madres para que les dejáramos algo de sobremesa, para que nos ocupáramos. Lo único que no se puede meter en el friegaplatos son cacharros que estén hechos de dos materiales, con uniones pegadas, un chuchillo de plata, y la cafetera italiana, lo demás, sartenes, cazuelas…si quedan regular, las vuelves a meter. Bueno, esos vasos de cristal finísimo, no; la tapa de la olla, no; los cacharros antiadherentes, mejor que no.

Un invento es el del cestillo superior con varias posiciones. Cuando va gente a tu casa y sacas copas, lo bajas, para que quepan de alto. Lo malo es si has usado vajilla de los platos grandes, entonces dan con las aspas del agua. No te digo nada si te has decidido por esa vajilla tan bonita cuyos componentes son todos cuadrados. Para comer, queda preciosa en la mesa. Además, con el mantel azul, resaltan mucho, pero no caben en el lavavajillas, ni quitando la cesta de los vasos. Lo mejor es abandonar y dedicarse a la sobremesa. Ni se te ocurra sacar vasos de tubos para los cubatas.

La programación es importante. Generalmente hay seis programas. El 1.- de lavado a altísima temperatura 70ºC, el 2.- lo mismo, pero tiene otro dibujo, el 3.- un reloj que marca las 9:00 y 40ºC, el 4.- económico 45ºC, 5.- unas gotitas que parecen una ducha y el 6.- una copa y 30ºC. Más o menos. Hasta ahora se puede calificar como críptico el panal de mandos. A lo mejor el hombre del futuro lo entiende. Estará hecho para él. A la derecha hay varias opciones incomprensibles, un enchufe, un dibujo de un rectángulo con un círculo dentro y algún que otro jeroglífico que, aunque recuerde no entiendo. Lo peor de todo es el programa económico, que dura alrededor de cuatro horas. Por mucho que te explique el de la tienda que es el que menos energía gasta, hay una resistencia popular al uso de semejante opción.

¿Nadie usa ya el abrillantador? ¿Entonces porque sigue teniendo su sitio en las máquinas? Esas pastillitas de jabón a las que hay que quitar el plástico no compensan. Muy baratas tienen que ser.

Por fin, el error. Cuando un friegaplatos falla, empieza a pitar sin descanso. Lo abres, y en la ventanita de los minutos que faltan para que acabe el programa aparece “20” o "SO" o "S0" 0 "2O". Ni idea. ¿Qué es eso? Has guardado el manual. 20.- la máquina está desenchufada. ¿Cómo que desenchufada? ¿Dónde está el enchufe? Hay veces que es mejor lavar a mano.

07/11/2018

BRITÁNICO FRENTE A NORTEAMERICANO . TV


Con ese título ya se sabe de quién soy partidaria. Se me ve el plumero. 

En las series británicas da gusto. No sólo porque cuidan los paisajes cuando los hay, en los interiores hay muebles de verdad, hablan de las personas que ocupan esas casas, son hogares, transmiten el olor de las oficinas; los diálogos son realistas, hay llantos y risas de verdad. No sólo por eso. Los personajes representan a personas. Gente con sentimientos. Los actores hacen un papel. No son los guapos que dicen palabras altisonantes. No necesitan terminología científica ni criminológica para captar tu atención.  Porque podrían ser vecinos tuyos. Son de verdad. La intensidad transmite amor, dolor y alegría. Es el cine en estado puro. Es la vida.
En las series británicas la poli no es una maciza.  Lleva parca. Le queda fatal. Tan mal que no le abrocha. Y no se la quita ni en el coche. Hace frío. Parca con capucha de pelos. Para más detalles. Está medio rechoncha la inspectora, con sus lorzas. Debajo va ligerita porque es presumida y luce escote y medalla, es católica. Es normal.  Tampoco su peinado es de anuncio de un pelo Panthene.  Sino que lo tiene cortado a la remanguillé. De aquella manera. Los protagonistas repiten vestimenta.  Las camisas se les arrugan y sabes que es de noche porque el nudo de la corbata está medio deshecho. Sudan después de una carrera.  Se doblan apoyando las manos sobre las rodillas para recuperar el resuello. Las mujeres se depilan demasiado las cejas.  O demasiado poco. Visten como Dios les dio a entender. Con ropa pasada de moda, fea o muy fea. Alguno planta flores delante de su casa con un Barbour y camisa de cuadros. Sin arreglarse, como si hubiera cogido lo primero que había en el perchero. El jefe de policía, por mucho que haga una hora de deporte al día, corriendo por las verdes lomas galesas o por la playa cuando lo permite la marea; está en forma, pero tiene triporra. En su nevera, como en la tuya, no faltan las Budweiser; pero la fruta es una gran ausente. Hay algo de caos en su modo de vestir, que es coherente con su humor y sus silencios. Hay quien tiene mucho gusto y es un elegante. Igual que el que tiene una casa alegre o triste, o un baúl de los recuerdos. Cada perfil es diferente, no cortados por el patrón de la perfección.
Es poco creíble la gente que pasa el día en bares o cafés como hacen en montones de series los amigos neoyorquinos que viven súper cerca unos de otros ¡en Nueva York!, con muchísimo tiempo libre y son el ideal de veinteañeros de ahora. Esos americanos tiposos y estupendos que viven de la comida prefabricada, de palomitas y vino los más sofisticados, están en una forma estupenda y tersos cual quinceañeros. Comen en platos de plástico o de papel, ni siquiera sacan del envoltorio la comida. Cada uno elige lo que más le gusta. No existe “¿qué hay de comer?” Hasta en eso son individualistas. Ese es el modelo de vida que se representa en las series norteamericanas. Porque no es ficción lo que pretenden transmitir, que sería lícito. Tales imágenes generan una frustración perenne. Si pides comida para llevar, igual que si comes a diario en un restaurante, guarreas. Por muy disciplinado que seas no eliges unas tristes espinacas frente a una carbonara. No. Y de postre flan o helado de castaña porque una naranja “ya me la como en casa”. Qué fácil es engañarse a uno mismo.  No hace falta ni entrenamiento.  Porque esas chicas de los Ángeles, o Miami, ni van al gimnasio ni corren de madrugada. Están flacas de natural. Igual que los investigadores de Chicago, alimentan sus músculos a base de donuts y cafés en tazas de papel.

La comisaría de Policía británica está en Aberystwyth. Un pueblo con más consonantes que vocales. Un pueblo de costa en el que las puestas de sol son sobre el mar. Puedes buscar a diario el rayo verde de los deseos si la lluvia lo permite. En Aberystwyth pasan cosas. Como en todas partes. Las conversaciones reflejan escenas de la vida. Usan palabras que entiendes, no hacen falta palabrotas, o sí.

Otra factor común a las series británicas es que los detectives siempre llegan de noche y lloviendo a todas partes. No sé si será intrínseco a la climatología y reflejan lo que hay, noche y agua. El caso es que, previsores, siempre van provistos de unas diminutas linternas que ya las quisiera para ella una que yo conozco. Son chiquititas pero matonas.  Iluminan un montón.

Cuando hace frío, a los actores se les ponen rojas las orejas y la nariz. Los mofletes les brillan si están al sol.  Las lágrimas cuando lloran son gordas y pesadas. Mojan el cuello de la camisa. El maquillaje se va al traste.

Imagínese el lector cualquiera de los ingredientes citados en el ubicuo C. S. I.; o en el igualmente N. C. I. S. No digamos ya Castle, con la estupenda Beckett.  Mujer pincel de piel y formas impecables.  Los forenses son los únicos personajes que resultan un poco más realistas en las series norteamericanas. Bailan entre los muertos, acostumbrados a los olores y a la poca conversación. El resto ni se despeinan. Con sus bocas perfectas y dentadura a medida, labios gruesos, envidia de cualquier beso. Ellas con sus coletas de pelo limpio. No un burruño mal hecho con la goma de los espárragos.  A mí eso no me sale, ni me dura. Aunque vaya a la pelu. Ellos, el yerno perfecto. Cualquiera. 

El ambiente hace mucho. Las pantallas transparentes donde se esconden los misterios. Pasan página con la mano. Mapas interactivos en mesas gigantes. Portan auriculares y micrófonos invisibles que les permiten comunicarse con la estratosfera.  Frente a esto el británico utiliza un corcho que quita de la pared para cambiar las fotos y un teléfono sin mucha cobertura.  Además, se les acaba batería.

Lo que es común es que las mujeres nunca llevan bolso. ¿Dónde meten sus tesoros?