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31/08/2018

EL DESPIPORRE DE LA VUELTA


Me acuerdo que antes se quedaba en VIPS al volver del verano.  Era un sitio cómodo. Lo mismo te tomabas unas tortitas que una hamburguesa, o revelabas las fotos, o comprabas material de papelería para el nuevo curso.  Hacía fresco, podías esperar dentro; lleno de revistas y libros que ojear, con lo cual, si habías olvidado las costumbres de puntualidad de tus amigos, estabas a cubierto. Se podía hasta disimular un plantón en plan "yo no he quedado con nadie, busco un regalo ". Respuesta por cierto a una temida pregunta que nunca te hicieron. No era lo mismo que quedar en el café Gijón, el Ruiz o en La Vía Láctea.  Ahí si llegas solo y no están tus amigos lo tienes chungo. Por muy independiente que seas. Pillar sitio en la barra y esperar.  Uf. Y fuera tampoco era agradable. Aceras estrechas. Mucho bullicio. Nadie te veía, pero tú no sabías donde esconderte. Y si te interceptaban la mirada, malo. Podían ofrecerte algo, confundirte, el filo de la navaja. La imaginación tortura la espera. "I'm just waiting on a friend". Hasta los Rolling se compadecían. Ahora con el móvil se disimula más. Es como si estuvieras haciendo algo y conectado.  La sorpresa desaparece porque en directo se retransmite la llegada. Y de esa forma además no eres necesariamente un pringado ni un mirón. De todas maneras, por lo que sé, la gente sigue quedando en VIPS. Ahora se le llama quedar en "Paseo ", te lo juro por Snoopy, en el VIPS de Paseo de la Habana.  Vamos, como siempre, o en el de Velázquez. Ya no apesta la mano a volante porque han venido en un cabify. Luego se pillan una bici para volver. Como siempre. Y parece que ahora, es pijo ir a Paseo. Como siempre.  Y también es pijo ir al dos de mayo.  ¿Y? Pero si los pijos son buenos.  Son los buenos. Sean mods, roqueros, rockers o punkies. Arquitecto o ingeniero. Albañil o armador. Da gusto. Con el golf prestado de la madre o la Vespa (Lambretta es para nota).

El final del verano llegó.  Y siempre es igual.  La gente vuelve segura e indiferente de las vacaciones.  Indiferente a cualquier tipo de contaminación. Les rodea un aurea. Se detecta por su confianza. Van brillando y dejando un halo por donde pasan. Algunos siguen en chanclas por la Castellana como si estuvieran bajando al Arenal.  Otros se atreven con camisas floreadas, un botón más de la cuenta desabrochado; en Serrano esquina Lista (sí, Lista, en Ortega y Gasset no vive gente tan fina) espera el semáforo un hombre que no cumple ya los 70, ha bajado a pasear a su bóxer, Teo; calza alpargatas rojas, bermudas crema, con todos sus bolsillos de explorador y un polo que se ha dejado por fuera. Se ha afeitado, como siempre. Pero se ha permitido un desaliño en las canas. Es evidente que acaba de llegar de Sotogrande. Ha dejado la sal y la arena, recuerda el spinnaker inflado como su corazón. Le durará hasta el puente del Pilar, espera, esta renovación de aire en los pulmones. El viento en la cara. No llega a navidades. Por Eduardo Dato y Martínez Campos se encuentran las amigas. No se han quitado el blusón que le compraron al negro que, con una sombrilla abierta, recorría Cala Mijor de un extremo a otro. Llenan el Mercadona de mar y pinos. Luce aquélla las mollas de las boliñas que se tomaba con su chico acompañadas de caipiriñas. Tan contenta.  Tan contentos. El resopla aire de los Picos de Europa por los mofletes colorados aún. Hablan todos un poquito más alto. Ríen. 



todos un poquito más.  Se sorprenden y alegran. Ha cambiado también la distancia social y la confianza. Se han acostumbrado a la alegría. A pasear, a disfrutar, a abrazarse mucho. A estar contentos muy seguido. A ver cosas bonitas. En fin. Por sus venas baila la alegría.  Han recuperado un trozo de tarta de la vida. Quieren que dure.  ¿Cómo hacerlo? No que duren las vacaciones. Que dure el humor. La manera de ver las cosas.  La actitud.

Porque al final es cierto que es el resumen.  La actitud. No hay más. Hacen falta buenos cimientos. Un lugar seguro donde apoyarse. Y desde ahí sonreír. Las cervezas saben de otra forma en vacaciones y no es la altura ni la distancia al mar. Es la actitud.
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28/08/2018

TE DOY UNA CANCIÓN....DE AMOR


Tuve una adolescencia peculiar. Como casi todas. Los 80 en España y tener 16 años eran una combinación peligrosa. Explosiva. Componentes de bomba de relojería.



Como hijos de padres comprometidos íbamos a colegios peculiares. Cuando menos. Allí compartíamos pupitre con hijos de soñadores, como nuestros progenitores. Ellos sí vivieron el 68 y su revolución.



Fuimos protagonistas activos de protestas, huelgas de hambre. Siendo unos mocosos.  Reivindicando siempre. Luchando con poemas. Profundos. Hondos. En mi caso me salvó la sierra. Subir a la sierra era pasárselo bomba. Punto. Risas

Amores. Descubrimientos normales para la edad. También había chavales llenos de granos y de amor. Chavales normales, que pegaban en sus carpetas fotos de Pink Floyd. Se disfrazan de mods, iban a fiestas.



Pero ese núcleo duro de amateurs de pensadores, no daba tregua. Eran mayoría. Yo, a pesar del aire serrano que me cambiaba la vida de viernes a domingo, durante la semana tomaba el disfraz existencialista. Leíamos a Simone de Beauvoir, hasta nos poníamos pañuelos a la cabeza imitándola. No bastaba Sartre. ¡No! Eso era poco. Hacíamos bromas con su desayuno. Bomarzo. Escritores que describían la belleza de jardines italianos. La muerte en Venecia. Mann. Oíamos a los cantantes cubanos entonces rebeldes. Ahora no tanto. En París, después de ver la torre Eiffel fuimos a saludar a Paco Ibáñez. A su casa. Juró que no era él. Pero tenía su cara. Nos dio con la puerta en las narices. Debió flipar, ahora que lo pienso con distancia. Y yo que había creído que nos tomaríamos un café con él. En su buhardilla con mansardas, mientras a la guitarra desafinaba "y ríase la gente" Buscando muy enhorabuena el príncipe mil cuidados; o nos acunaba con una lobito bueno al que maltrataban todos los corderos y las lágrimas de dos lagartos con sus delantalitos blancos.

A lo que iba. Un día, en casa de una amiga discutíamos sobre a qué o quién dedicaba Silvio "te doy una canción ". No nos bastaba desgastar sus discos, dibujar las letras. Castigar a parientes y amigos a golpe del "pon a Silvio ". Con familiaridad. Sin apellido. Era nuestro. No era suficiente. También discutíamos el significado de las manidas letras. Ante la falta de acuerdo no se nos ocurrió nada mejor que llamarle. A Silvio. No nos preocupó la hora en el lejano Caribe, cuyo huso evidentemente no era el nuestro. Resultó que tenía razón la amiga que siempre iba un poco por delante. La que era más honda si cabe. A la libertad. Yo había votado por el amor. Siempre. La libertad. Mentira, Silvio.  Todo está dedicado al amor. Y "te doy una canción" también. No me digas que Yolanda es un símbolo de cárcel porque no me lo creo. Aunque Pablo siempre fue más sentimental que tú. Todo es el amor. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Unos con sus poemas, otros detrás de las parcas y los patinetes. Orejas tapadas con auriculares enormes. Labios pintados. Música y humo. Siempre es el amor, que el alma llena

19/08/2018

DIME LO QUE TE PASA


Déjame levantarte, déjame darte un beso y curarte. Hablemos de corrido, sin hacer poesía...

Esas veces que nada vale. Que no salen las palabras. Que el arrullo no llega. Que manan pedruscos de sal que no lágrimas.

Palabras para Julia, para Paula, para ti: la vida es bella, ya verás, como a pesar de los pesares…tendrás amigos, tendrás amor. Y entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti, como ahora pienso.

Esos días en los que el otro se come las palabras, se le meten en el hueco de debajo de la barbilla. Tu intentas algo, charlar de lo que sea. No hay manera. Solo quieres arrullarle, cogerle en brazos como si fuera un niño. Darle todos los mimos justos para que sienta tu calor y le reconforte. Y le devuelva a la vida. Y puedas de nuevo juntar su mirada con la tuya. Y otra vez se encienda la luz. Y podáis susurraros cualquier cosa y reír. Y al encontrar sus ojos veas ese brillo que tienen y él también vea. Y se reparen las conexiones.

Esos días son a veces tan largos porque temes el ocaso sintiendo que después no hay nada.
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¿TU CÓMO QUIERES SER DE MAYOR ?


La pregunta normal es ¿tú qué quieres ser de mayor? Así le preguntó el piloto del avión en el que volábamos en viaje de fin de carrera a un amigo mío. Claro que mi amigo le había pedido previamente que le enseñara la cabina. Como un niño chico.

En el "qué" es fácil moverse: piloto ya que estamos, escritor, artista, malabarista, payaso, bombero, médico, o "yo llevaré los negocios de mis padres". (Uso el neutro porque quiero, porque nuestro idioma nos permite englobar en él a ambos géneros). El abanico es amplio. Lo difícil es cómo.

Yo nunca supe lo que quería ser. Hasta el último minuto me debatí entre filosofía y arquitectura. Igualito. Finalmente hice otra cosa. Lo que sí sabía era "cómo". Ahora me doy cuenta. Entonces, ni idea. Lo peor que me podían decir a mí no es que era tonta, fea o gorda. ¡Pesada!. Tela. Lo peor era "tú crees que eres buena, pero en realidad no lo eres ". Ese inocente comentario, de un mocoso de seis años, a mí me abría en canal.  Me dejaba muerta. Porque es que yo quería ser buena. No buena de santa. Solamente buena.

Nací en ese momento de la historia de España en el que muchos padres optaron por la educación liberal. Lo agradezco. Siempre me he sentido afortunada. Pero hubo algunas zancadillas en ese camino para nosotros, beneficiarios de tal libertad. La principal dificultad era el límite. Ahí está la madre del cordero. ¿Qué está bien y qué no? No hablamos de robar y matar. El límite había que encontrarlo dentro, porque se depositaba en nosotros el bien preciado de la confianza que implicaba la libertad para decidir. No era fácil. Ahora sé que el ejemplo era el camino. Y yo tenía suerte en eso.

En fin, desde niña a muy mayor, ahora, que dicen que ya soy mayor; yo solo quería ser buena. Quería ser esa persona que entra en los sitios y sus amigos o compañeros o parientes, se alegran. No porque es simpática y ocurrente. Porque da paz. Porque por donde pasa siembra alegría. Porque siempre tiene una palabra agradable que decirte. Porque tiene un sensor que le hace saber cuándo el otro necesita más. Porque da sin pedir nada a cambio. Sin esperarlo. Eso quería yo ser. Buena. No la típica amiga que está llena de chascarrillos. La que saca defectos de donde no los hay, o de donde sí. Esa gente que en cuanto te giras son mordaces. Hacen reír al público un montón. Ya. Pero yo nunca he querido eso. Que no digo que sean malos. Tampoco quería tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar. No. Yo quería lo otro. Dar paz. Dar alegría. Facilitar las cosas. Anticiparme. Estar pendiente. No tener pereza para echar una mano. Enfocar la vida desde el lado bueno. Encontrar, en fin, de todo, la parte positiva. Sin mentir. Sin pintar la realidad. Pero casi dándole la vuelta, mirando de manera que hubiera siempre salida.

Sé que todo esto parece una bobada, un canto al sol. Lugares comunes. La paz mundial. Pero es mucho más que todo eso. De tan profundo que lo siento está en lo oscuro, escondido, hasta aburrido. Se encuentra en las cimentaciones del corazón. Y es una decisión de vida. Además, hay gente así. Que lo sé. Yo no.


13/08/2018

SIEMPRE SE PUEDE ESTAR MAS TRISTE

Si existe un sentimiento infinito, ése es la tristeza. Uno llena el vaso de pena y cree que ha llegado al límite. Que no le quedan lágrimas. Pero no, sorprendentemente, el ser humano tiene una capacidad para superarse enorme. Y en cuanto a la pena, ahí somos unos campeones. Porque cuando te duele tanto que crees que has llegado al límite, que ya no puedes más de verdad, entonces ocurre una cosita, otra, que suma. Y todo lo que tu creías que habías llorado se torna una lágrima única en el manantial salado que te queda por pasar. 
Siempre se puede estar más triste, mucho más. Por increíble que parezca, no hay punto de inflexión en la pena. Va aumentando, y sigue, cuesta abajo y sin frenos. Porque aumenta y te tira al pozo, a lo hondo. Está negro como el fondo del océano. Es una noche que no acaba. No entiendes nada. Y no te repara nada. ¿Por qué? Y cuanto más triste estás más difícil es arreglar las cosas. Menos atractivo te tornas para tu gente. Más aburrido, absurdo. Sólo hablas de tu pena, de tu tristeza, de tu miseria. ¿Quién quiere a su lado a alguien así? 
¿Para qué sirve la pena? ¿Para qué? es que no lo entiendo. Porque hay otros sentimientos que son buenos y muy útiles, la rabia te da fuerza, la alegría te hace más fácil vivir, el amor empuja. El amor y la alegría son estupendos porque van juntos, construyes con ellos. ¿Pero la pena? Te hunde, te hace sentirte miserable. No cura nada. Me preguntaba si serían las lágrimas reparadoras por ser saladitas, como el agua de mar. No. Las lágrimas tampoco sirven para nada.
No es bueno estar triste, no es bueno en absoluto. ¿Quién puñetas inventó la pena? El duelo, sí. Pero esa pena con la que uno se hace bola. Te meces, al borde del abismo, abrazando tus pantorrillas, la cara hundida entre las rodillas. Ropa vieja, pelo revuelto y un charco de lágrimas. ¿Y después? después más.

11/08/2018

HACERTE BIEN


 
El amor. El amor, que el alma llena.



Querer a alguien es hacerle manar lo mejor que tiene. Al querer de verdad y mucho a alguien se desarrollan una especie de rayos x que detectan todo lo que nadie ve. Que hacen que cuando el otro tiene un mal gesto, tú ves cansancio. No le excusas.  Lo ves. Cuando se le tuerce la cara, no ves antipatía, sino que sientes su dolor. Se instala en ti el traductor simultaneo de emociones. Y cuando sonríe, cuando gana batallas, cuando es feliz, tu alma se llena. Te contienes para que no te estalle de alegría el corazón. ¿Qué mejor? ¿Qué puede haber que supere la felicidad del ser querido? Cuando tiene éxito, tú lo tienes también. Cuando sonríe, te notas pleno. Cuando disfruta, en el centro de gravedad de tu alma se coloca una sonrisa llena. Como la luna entera.


Otra cosa que ocurre es que solo quieres cosas buenas para él. Querer a alguien y quererle bien es lo mejor que hay, porque te sientes libre. Y eres mejor. Mejor persona. Como decía GMM, te elevas al tender la ropa. Y esto es reversible, cuando te quieren bien, te vuelves guapo, grande, alto. No solo a ojos del amado, es una consecuencia real, efecto secundario del amor.


Cuando le conocí hablé de él con mi padre. Hecho insólito en un alma segoviana.  Como la suya. Como la mía. La confesión de emociones. Mi padre me dijo que paseara con él.  Que gastara suelas.  Era lo que yo quería.  Pasear. Hablar. Él se empeñaba en darme siempre lo mejor de lo mejor. Yo me sentía agasajada con sus palabras. No necesitaba más.  Y sigue sin hacerme falta otra cosa. Que escucharle y me escuche. Me sentía enorme y feliz. Solo con eso. Con su voz, con su silencio y sus ojos. Y sus manos en mi cintura.


Así entiendo yo el amor. De la mano. Escuchar y querer que el otro crezca y sea feliz.  No hay egoísmo en el amor.  Hay un paso adelante, cortito, después de muchos tropezones. No hay nada mejor que querer. La generosidad que mana del amor es mágica. La comprensión que fluye queriendo es una vaselina para cualquier dificultad. No todo el mundo es capaz de querer. No todo el mundo tiene la fortuna de enraizar en su alma el amor profundo. Como en "Seda", como "cada nueve de noviembre", donde desaparece todo para dejar la esencia.