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27/09/2018

NO ESTOY DEPRIMIDA. ESTOY TRISTE

Sí.  Porque cuando se le adosado a alguien la etiqueta del diagnóstico se oye el suspiro de alivio.  Igual que a mi padre. Después de meses con febrícula, 37,5 un día detrás de otro. Sin tos ni mocos. Con resultados de libro 3n los análisis.  La tensión perfecta.  Las pulsaciones de un ciclista, distantes y serenas. Después de visitas mensuales a especialistas, consultas semanales recurriendo todas las salas y todos los despachos.  Después.  Reunión de pastores.  Cinco médicos alrededor del médico consorte, mi padre.  Es una FOD. Exclama triunfante en más veterano. Aquél cuya frente ha crecido hasta unirse casi con la nuca. Uh estallido de emoción y aplausos llena la salita. Carcajadas.  Compadreo. Abrazos. A excepción de la consorte, esto es, mi madre. Ella, analítica; con ese sentido del humor castellano inexistente, mira entre perpleja y agradecida a sus colegas.  ¿Qué es una FOD? Pregunta, casi sin querer, mi padre.  El que enarbola la bandera debla prudencia y jamás discute una decisión ni pide una segunda opinión; por primera vez se inquieta ante esa algarabía de risas y comadreo. Fiebre de origen desconocido.  Recita la consorte, la analista, mi madre.  Mi padre estalla en risa. Cuando las cosas tienen nombre se enciende la luz de la razón y el entendimiento.  Él se suma a las risas.  Mientras tanto la castellana duda. Sin vodka eso no se entiende.  Y mi madre ha sido siempre de la liga antialcohólica.
Pues con la pena lo mismo. No es que estés deprimido. Es que estás triste. Porque cuando te etiquetan de depresivo, peor todavía, aunque la preocupación del diagnóstico es severa, se instala una suerte de paz en el contrario.  Que tenga nombre quiere decir que tiene tratamiento, quizá.  Que tiene nombre es que hay un cajón en el armario de la sabiduría en el que cabe lo que te pasa. Y entonces vienen los consejos.  Tienes que salir más, haz ejercicio, ponte guapa. Cambia la casa, vete a la pelu. Todo lleno de la buenísima voluntad de aquéllos que te quieren, pero a la postre se trata de un maquillaje.  Que ni sirve de nada. Solo para que el que te ve llorar alivie su angustia pensando que estas mejor. Pero ni funciona así.
La pena hay que pasarla y mirarla de frente.  Con o sin ayuda. Pero como no la pases y la entiendas bien, se incrusta en tu alma mortal; y cuando menos te lo esperas, brota con mucha más fuerza.  Da un coletazo de pez moribundo. Así es que, no queda otra. Enfréntate a ella, lucha. Como la mala hierba, que por mucho que quitas vuelve a salir. Mira bien en los rincones, fumígalo todo.
Lo malo de estar triste es la debilidad que se apodera de uno en tales circunstancias.  Aun así, es cierto, hay que seguir; pero nunca tapar tu pena. Nunca bebas si estas triste. Creo que es el mejor consejo.  Eso de beber para olvidar es peor que el rímel. Aunque unos güisquises con los amigos de vez en cuando dan coraje para volver a la carga. ¡You kill my father, prepare to die!

25/09/2018

DEL CONSULTORIO O DE URGENCIAS


Vas al consultorio. Tu médico de cabecera te ve la cara y ya sabe que tienes algo más que el aparejo torcido.  Ya te han mandado en directo desde recepción a la consulta en la que menos gente hay porque se dan cuenta de que algo te pasa. Y no puede esperar. En la sala de espera está Paquita que va todos los días a primera hora. Cuando acaba la casa. Antes de ir a por el pan. Se pasa un ratito a ver al médico. Saluda cuando no llega la primera. Después aparece Doña Jimena. Como si hubiera quedado. Hasta los labios se ha pintado. Da los buenos días.  Resopla. Hija, desde que se murió Andrés. Tiene la espalda machacada.  ¿Por qué hora van?  Tú, que no tienes costumbre y no has pedido cita, no sabes a lo que se refiere; disimulas porque no quieres que piense nadie que te cuelas. La verdad es que estás hecho polvo. La quemadura que te hiciste a lo tonto tiene cada vez peor pinta. No reconoces tu brazo, temes por su integridad. La de floristería está en la silla de al lado. Te mira como al nuevo de la clase. Con esa desconfianza mezclada de la superioridad del experto. A éste no le pasa nada. Ella aprovecha que abre a las 10 para darse una vuelta.  Le ha salido una erupción por los abonos y los productos que echa a las plantas en la tienda. Cuándo no es eso es otra cosa. Es una profesional. Coleccionadora de recetas y medicamentos.

“Edelmiro Guerrero”. Eres tú. Te miran con recelo. “Acaba de llegar” murmuró Paquita sabionda. Cabeceos cómplices llenan el ambiente.  En médico te manda al hospital en directo. No pide ambulancia porque vas acompañado.  Y ahí empieza lo bueno. Al llegar a las URGENCIAS. En la sección de “filtro” te toca una pazguata que te quiere mandar a otro hospital.  Eso después de una hora esperando para que te clasifique. Miras alrededor y sabes que eres el último. Uno se lleva la mano al vientre para sujetarse las tripas. Otro está verde. Otra tirita. En fin. Un espectáculo. La pazguata se hace la interesante y llama al jefe de la guardia.  “Vale. Te la mando”

Sigues la línea amarilla.  En los hospitales ya no vas a cirugía o a rayos, sigues líneas de colores pintadas en el suelo. Es más digno ser oveja. Cuando se acaba la línea amarilla te parás. El    pasillo se ha enganchado un poco y han colocado sillas atornilladas a la pared. Asientos endebles.  La mitad vencidos por el peso de algún comedor de hamburguesa compulsivo.  Lo llaman sala de espera. La señora de las gafas de sol gigantes ha traído a su marido “pero la que esta mala soy yo. Si hija es que no sabes cómo me duele. De vacaciones nada, mona. Serán para él, porque yo me he pasado el mes guisando. Y no sabes cómo se pone todo con la sal y la arena. Que si un día los cristales, el sol se lo come todo, los cuadros y las alfombras y no te digo nada de la tapicería de los sofás. No he pisado la playa. Espera, que sale el médico”. Juan quiere ir al baño, pero lleva tres horas esperando y teme que le llamen en plena micción y se le pase el turno. Es joven y atlético.  Escribe mensajes compulsivamente con la mano zurda porque la diestra no hace falta ser sanitario para diagnosticar que la tiene rota. Su volumen triplica el de la otra.  Parece un globo recién hinchado.  Pero no le hacen la radiografía.  El médico está explicándole a una petarda cuantos Ibuprofenos tiene que tomar. Ella solo quiere que te los regalen. Va a medicarse a sentimiento. La pareja extranjera de jovencitos ha tenido una noche loca. Él está en una silla de ruedas. Se ha quitado los zapatos para enseñar unos pies con roña y olorosos. No sabe sentarse. Se desbarata. El culo de su pantalón cagao desliza sobre el asiento.  Ella detrás, sentadita.  Junta las palmas como pata rezar. Las pone debajo de una oreja. Inclina la cabeza y se queda roque.  Herminia y Julián vienen de Mallorca.  ¡Qué envidia de color dorado! No les ha dado tiempo a cambiarse. Sandalias de cuero hechas a medida. Falda y camisa ligeras ella. Él va vestido de marinero. Herminia se ha caído al entrar en casa. Tiene la cara hecha un cuadro. Aún más cuando sonríe a sus hijas.  “Nos os preocupéis no cosa nada”. Esperan pacientes sin arquear la espalda.  Con el ejemplo a seguir.  Carmen va con muletas y recorre mil veces la sala. Esta coja, pero hábil. En cuanto abren una puerta corre renqueando a preguntar.  Cualquiera diría que se quiere colar. En realidad, la enferma es la madre. Aparcada en una silla de ruedas propia. Conducida por la hermana pequeña. Menos social, pero haciendo su labor.  Y por fin Pablo. Vive en la sierra. No se ha enterado de los 40 grados que acechaban ayer y hoy se han instalado en la capital.  No se quiere quitar el forro polar porque debajo lleva camisa de lana empapada de sudor a estas alturas. Botas de cuello alto y pantalón de pana completan el atuendo. A lo mejor es atérmico, o esta malo de verdad.

Pero falta lo mejor.  Sale la enfermera. Pregunta por Leonor Pérez. Leonor obediente se levanta y atraviesa las puertas del misterio.  Al minuto un chaval vestido con pijama verde, que no tiene edad para conducir, sale del otro lado del espejo, mira el papel que lleva en la mano, levanta la cabeza “Leonor Pérez”. La sala de espera se rebela.  Está dentro. ¡Jaaa!.  Y el murmullo. “¿Pero cuantos años tiene ese niño?”.  Es una medida disuasoria para quien no esté malo de verdad desista. Pablo se quita el forro polar, la parejita se incorpora, Herminia y Julián sonríen. A Pablo se le va deshinchando la mano a medida que van saliendo yogurines vestidos de verde recitando nombres. A ti el brazo te parece que ya está estupendamente. Estás con un pie fuera cuando oyes tu nombre de nuevo. Atraviesas la puerta del misterio siguiendo a un chaval que va disfrazado de médico. Con el fonendo en el bolsillo grande y en el del pecho un montón de rotuladores. La mirada segura detrás de unas gafas de pasta. Cruzas los dedos para que haya algún "mayor" en la consulta. Porque nadie oye lo que piensas y además te contienes. La realidad es que en tu imaginación te están arrastrando hasta esa puerta y tu quieres volver con tus amiguitos de la sala de espera.

13/09/2018

LOS BESOS METRALLETA


Me encantan los besos metralleta. Se esfuman problemas de protocolo o costumbres locales respecto al número de ósculos, si es uno o dos o hasta tres los besos que corresponden a un saludo. Se puede empezar por la izquierda o por la derecha, a voluntad, y según te pille la postura y la mejilla. No hay peligro de choque de bocas inintencionado. Los besos metralleta se dan en la parte de la cara que te apetece, vale la frente.  Y también vale repetir en ambos mofletes, por ejemplo.  Son terapéuticos y sonoros.  Los besos metralleta se dan cogiendo uno a otro la cara por la mandíbula, hasta los pómulos.  Una palma a cada lado. Cubriendo la cara casi entera. Algunos dedos casi llegan a la nuca; donde nace el pelo alborotado. Las manos sujetan la cabeza toda.

Los besos metralleta duran lo que a uno le da la gana y son unidireccionales. Pero se pueden devolver.  Aturden al besado de lo contenido y querido que se siente. Los besos metralleta elevan al homenajeado. De verdad. Lo alzan de gusto y físicamente lo separan un poco del suelo. Las puntitas de los dedos de los pies, casi rozan el polvo. Formando un ángulo de 45 grados con la horizontal. Los gemelos en tensión. Brazos asidos al antebrazo del otro, o lánguidos pegados al cuerpo. Los besos metralleta lo distancian de tierra firme. Le llevan más cerca del cielo de lo que nunca se puede estar con un solo gesto.

Los besos metralleta se dan cuando a uno le da la gana. Valen para mayores y pequeños. Pero, ni cualquiera los sabe dar, ni todos son capaces de recibirlos. Ruborizarse no significa que no los toleres. Al revés. La turbación es a veces una señal que indica que se sienten.  Que se merecen. Se entienden. Los besos metralleta tienen la propiedad transitiva. Cuando uno es receptor idóneo puede darlos. ¡Toma ya! Anda, ven, que te voy a dar yo un beso metralleta.

11/09/2018

EL RUNRUN



Vivir del runrún. Y no de correr-correr.  El runrún ese que dicen que mata al hombre debido insistente ejercicio que del uso del mismo que hace la parienta. Mata la paciencia y la alegría. Es mentira que cotillear es bueno. Es mentira que criticar alivia.  Quien necesita no queda nada, Castilla en agosto. Un erial. Un desierto.

El runrún mata la alegría, destruye a las personas, acogota la felicidad. Impide la vida. Hace más daño que una enfermedad. ¿Has visto a fulano? Pues no sabes cómo iba ayer. Yo no quiero decir nada, pero parece mentira de lo buena familia que viene y él por ahí tirado como una colilla se pasa las tardes. Que dicen que le han visto con Mengana. Otra que tal baila. No me digas. Si hija. No me cuentes. No si yo no te quiero decir nada, pero es que su hijo va con la tuya. A ver, que tu hija es buena buenísima. Pero ya sabes dime con quien vas. Y así, la vida entera. Con las amigas, con el marido, con los hijos, compañeros. Malmetiendo, como un sacacorchos, hundiéndose y rompiendo a la vez. Y zurra, y dale. ¿Qué no quieres decir nada? ¡Lo que te habrás callado! Es increíble. Menos mal que no quería decir nada. Cuando una conversación empieza por ahí, mal asunto. Hay que salir corriendo. Porque lo que viene después solo puede ser veneno. Hacen círculos de criticas y dimes y diretes en los que no hay títere que aguante su cabeza. Ni por un momento pienses que tu no eres foco. En cuanto te alejes, cogerá carrerilla pues mira lo que me ha dicho, hay que ver lo rara que está , si yo no he hecho nada, pues no sé por qué se enfada.

No me extraña que el hombre muera antes que la mujer. Porque eso no hay quien lo aguante. Es un desgaste físico, mental, emocional. No queda nada más que el chisme, el cotilleo. Siempre hablando de los otros. Lo que hacen, lo que no hacen, lo que les dicen o les dejan de decir. Al final todo es malo. Si uno habla, por lo que cuenta; y si se calla por lo que oculta. Las mujeres runruneadoras no tienen límite, son insaciables. Además, cuentan tanto que olvidan. Porque su incontinencia es bestial. Lo que les entra por un sentido lo escupen por otro. Es imposible pedirles silencio. Por mucho que les digas que no quieres oír. No dejan nada. Ni espacio para el otro. Invaden y ocupan como la lava. Matan la vida y no dejan brotar. No descansan. No se puede luchar contra ellas. Solo se puede coger distancia.

EL TIMO DE LA ESTAMPITA


A ver, hija. Lo sabe todo el mundo. La mujer del César debe no sólo ser, si no parecer. "No basta que la mujer del César sea honesta/honrada…; también tiene que parecerlo". “Díjole" él a ella. Entre marido y mujer. ¡Zasca! Así se las gastaban los romanos. ¿Qué es eso de que no respondes de nada que no hayas pedido? ¡Que te cambian la nota y ni te enteras!  Con perdón, eso no es posible. No me lo creo. Si tan poco te importa el dichoso Máster como para no saber que te han puesto un NP (no presentado, por si no lo sabes) cuando en realidad habías aprobado, es que no mereces la suerte que tienes de haber podido acceder a ampliar conocimientos en la universidad pública. Cuando estudias y te examinas, te interesas por la nota. Sabes lo que es aprobar, suspender, ir a protestar un examen. Los que aprueban a la primera hay detalles que desconocen, como mecanismos para subir nota, hacer trabajos, en fin, minucias para los listos por las que no han tenido que pasar.  Si te han convalidado algo, también lo sabes. Cuesta mucho trabajo. Cuando no se hacen trampas no hay que demostrar nada. Con la conciencia tranquila no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Pero si todo lo tienes subcontratado entonces atente a las consecuencias.

Tú, el otro, la otra y todos los que vengan sois de la misma calaña. . A todos. ¿Qué es eso de que no todos somos iguales? Si, hija, en la Universidad Pública todos somos iguales. Toditos. No hay unos más iguales que otros. Es una cura de humildad para los hijos de papá, los originarios de colegios de pago. Los de apellidos rimbombantes son iguales a los de los que los tienen repes. Sí, da igual de dónde vengas. Cuando llegas a la Universidad Pública el contador se pone a cero y da igual la nota con la que llegues o dónde vivas. Da lo mismo que tengas beca o que te paguen tus padres los estudios. Tabla rasa.

Si te ofrecen un título a cambio de nada eso es el tocomocho. Incluyo aquí a los de compraron las preferentes, los de los sellos, etc. El timo más antiguo que hay. Porque todo tiene un precio. Los de las preferentes, los de los sellos ¿no sospecharon cuando cobraban intereses salvajes, fuera de mercado?. ¿Van a devolver el dinero que ganaron los que sí se forraron? Esos no protestan. Entonces estaba bien. Para estampitas y preferentes. Cuando se llenaban los bolsillos era todo vale. Luego, como pierden, lo tiene que pagar el estado. ¿Pero eso qué es? Respecto a los estudiantes de esos máster y carreras fantasmas, la universidad por supuesto tiene interés en que famosos estudien ahí. Pero no por la cara. Por muchas facilidades que te den, no se pueden aceptar. Igual que los intereses salvajes por los sellitos. Lo pagaremos los inocentes, los estudiantes y los contribuyentes.
Queridos políticos, ¿Qué necesidad teníais de incluir todo eso en vuestro cv? Tiene mucho más caché ser diputado, senador, presidente de comunidad autónoma que cualquier titulillo o apunte que hayáis ganado sin mérito, o con mérito diferente al resto de los mortales. No lo metáis en el cv. ¿Para qué? Sin embargo, la Chiquitita y su jefe se van. No tienen hueco. Vaya por Dios. La chiquitita, abogado del estado. Sí, presentada. El otro registrador. ¡Zasca!

10/09/2018

¿QUÉ TAL TODO?


Preguntar "¿qué tal todo? " y decir "tío no me cuentes que no me interesa" son sinónimos en la mayoría de las ocasiones.  Porque no se puede responder a esa pregunta. No. ¿Cómo que qué tal todo? No hay respuesta, ni breve ni larga. Es una cuestión vacía.  Formal. Aunque hay quien la pueda interpretar como cariñosa.  No tiene ni idea. No digo yo que vaya con mala idea la preguntita en sí.  La realidad es que la intención es inocente. Es una fórmula.  Un convencionalismo que usan los torpes para rellenar silencios cuando no se les ocurre nada inteligente que pueda salir por esa boquita. Preguntar "¿qué tal todo?" y no decir nada es lo mismo. Para eso, lo mejor es callarse. O no. Los italianos tienen expresiones buenisimas, gestuales. Ante semejante interjección unirían las yemas de los dedos de ambas manos, ambas mirando al techo y balancearían arriba y abajonlos codos. Muñecas rígidas. Movimientos cortos dirigiendo las yemas a los hombros, sobre un plano  horizontal que está ligeramente por encima de las caderas. What? Diría un yankee.
A veces el receptor, siempre necesario en esta situación, se bloquea ante la demanda. Está tan lleno y tan vacío a un tiempo que, ante una invitación de esta categoría, siente una inmediata disposición a agarrarse, aunque arda el clavo. Aunque queme. Lo difícil es por dónde empezar. Ante la falta de filtro del emisor que, por pereza o estupidez no ha sido capaz de dirigir la pregunta a un hecho en concreto. Exámenes, familia, trabajo, en fin; centrar un poco el tiro tampoco es tan difícil. Es sólo necesario disponer de un mínimo interés; deferencia, al menos, de que la pregunta emitida va dirigida a una persona en concreto y no son un grupo de palabras que podían lanzarse contra cualquiera. Ante la vaguería o tontería del "preguntador", el preguntado se ve en la tesitura de filtrar y decidir qué le cuenta. Si le habla de su reciente ascenso laboral, quizá algo presuntuoso. No. Le puede contar que ha salido bien la cirugía que le hicieron a su primo. De hecho, acaba de hablar con él. No. No conoce a su primo el de Cuenca. A lo mejor le puede contar que los mellizos se casan. Sí. A la vez. No. No son mellizas ellas. Eso quizá es de lo más inocuo. Si se trata de a elegir entre cosas buenas y malas, siempre es mejor lo bueno, lo malo aburre. Si escoge entre enfermedades o celebraciones, mejor lo último. El otro siempre te puede rebatir con alguna operación a corazón abierto en la que está implícito un "pues anda que a mí".
En fin, que después de darle muchas vueltas, lo que se merece es un disparate. Tipo: Me han nombrado asesor personal del rey. O me he enamorado de Robert Redford y mañana viene a verme. A mi hijo le han elegido para ser abanderado de las próximas olimpiadas. ¡Yo qué sé! Ante preguntas absurdas, al menos pásatelo bien al contestar. La otra opción es no decir nada. Un lacónico “bien” cerraría una conversación que nunca tenía que haber empezado. Pero no es bonito. Es bueno que te pregunten cómo te van las cosas. Y que tú se lo cuentes. Y hablar. Mecer el tiempo con largas charlas

08/09/2018

TE ECHO DE MENOS




Te echo de menos. Te echo muchísimo de menos. Siento que me falta un trozo. Dicen que cuando le amputan a uno un miembro, te sigue doliendo. A mí no para de dolerme. Es un agujero que se ha abierto en mi centro físico y metafísico. Es tan grande que soy transparente casi y sólo rodea a mi enorme vacío una fina membrana, que me sostiene para seguir siendo un completo. Me pregunto cómo puede dolerme, si no hay nada. Si no estás. Y te has llevado una parte tan grande de mí que todo es ausencia. Así lo veo. Así me siento, vacía.
Te echo de menos todo el rato. Con los olores, un movimiento cualquiera, las canciones, cualquier sonido, en la piel me faltas, con lo dulce y con lo salado te siento. En cada calle hay recuerdos que alertan mis cinco sentidos y me quieren acercar a ti. Todo me lleva a pensar en ti. Y a notar lo mucho que me faltas. De la vigilia al sueño, que tanto me cuesta conciliar. De la mañana a la noche. Y al revés. En mis pesadillas y mis despertares. Echo de menos tu voz y tu silencio. Echo de menos poder contarte. Echo de menos tu calor y tu abrazo. Echo todo de menos.
Debe ser que el hueco que tengo es tan grande que me faltan los pulmones, o un trocito. Porque casi no puedo respirar. Se escapa el aire y me asfixio. Soy una rueda pinchada. Te echo tanto de menos que creo que podría romperme en cualquier momento. Te echo de menos y noto tu huella en cada rincón. Como la que deja tu cabeza en la almohada. El aire está impregnado de ti. El aire de la calle, el aire del mar. El viento en las montañas. Tibio tu gesto y tu sonrisa ancha y desordenada. Te echo de menos cada segundo que late mi corazón. Te echo muchísimo de menos. Tanto que no sé cómo puedo levantarme. Tanto que me sorprende seguir viviendo. Será la inercia. No sé. Es algo distinto a la tristeza. Es más. Es una falta constante. Una silla vacía que se mece.


LAS DEPORTIVAS O UNOS TENIS. CUESTIÓN DE CLASE





Las deportivas, o los tenis. 

Decir “Los tenis” es mucho más fino. Porque yo me imagino a mí misma vestida de blanco. Un polo impoluto y una falda de tablas por debajo de la rodilla; ensayando mi revés en una pista de tierra batida. En Inglaterra. Por supuesto.  Mi profesor me ofrece un refrigerio al terminar el partido y mis cuatro hijos rubios vienen corriendo a verme junto a su padre, mi ex novio. Exultantes los cinco. Felices y acalorados todos nos vamos a comer juntos una barbacoa que feliz prepara él. Mientras yo le miro arrobada. Un domingo de sol tibio de otoño. Eso evoca en mí el dúo "los tenis". Por otro lado, llamar tenis a las deportivas indica que eres de toda confianza, o que tienes tierras. Que alguna vez te has asomado a la ventana y no dejabas de ver olivos. Donde se esconde el horizonte, esos también eran tuyos.

Ahora hay zapatillas de deporte para dar y tomar. Las hay doradas y de colores vivos.  Con cordones y sin ellos.  Dentro de la gama de cordones se pueden atar o ser elásticos. La necesidad de saber atarse los cordones como primer síntoma de autonomía después del control de esfínteres, es cosa del pasado. Las hay de todos los precios y materiales.

Últimamente las mujeres mezclan zapatillas de deporte y ropa de vestir. Hace años era un signo “identitario” de ser americana, del norte. Igual que llevar sandalias de cuero con calcetín blanco era denominación de origen alemana. Si por la calle veías a una señora con un traje de chaqueta y zapatillas de deporte es que era guiri. Punto.

Pero todo cambia. Los españoles, tan propensos como somos a que nos guste tanto lo de fuera y tan poco lo nuestro; enseguida adoptamos costumbres ajenas. Esto no quiere decir que cuando estemos por ahí no nos pasemos el día diciendo “como en casa en ningún sitio”. pero también es parte del no estar bien en ninguna parte. Adoptamos las modas con intensidad. Ahora Madrid está llena de mujeres con vestidos de flores y deportivas. No se sabe si es que han ido andando o en bici al trabajo y llevan los tacones en el bolso. O los guardan en la taquilla. O simplemente van así porque quieren y les gusta.



MOLINOS. ANA


Hay una chica que tiene un blog. Por ahí podíamos empezar. No hago nunca comentarios de sus post. Leo muchos. Y son estupendos. Aunque últimamente lo he dejado porque en ocasiones podía reescribir sin darme cuenta uno de sus artículos.  A mi aire, eso sí. Estoy tan de acuerdo con ella que pienso que podría copiarla sin querer. “Cheeting in exams”. Sin tener que echar mano de mis dotes investigadoras frustradas he descubierto que tenemos amigos comunes.  No podía ser de otra manera. Pero la conocí por casualidad, oí en la radio la presentación de su libro "COSAS QUE LE PASAN A UNA MADRE SIN SUPERPODERES ".  



Con este libro me lo pasé en grande. Lo devoré. Lloraba de risa, les leía párrafos y páginas enteras a los parientes. Por un lado, me sentía identificada, por otro simplemente admiraba el humor con el que se desenvolvía en un mundo adverso o cuando menos, complicado. En la vida, al cabo. No comulgo con ella. Simplemente me parece tronchante, genial, estupenda. Da gusto leerla porque siempre hace asomar una sonrisa. Aunque sea en la comisura. La escena de los vómitos de sus hijas desde la litera la tengo pegada a la retina. Y esa salida al campo un domingo en la que acaba recriminada por el ingeniero con un todavía estás así. Después de un madrugón y una mañana de trajín haciendo bocatas, preparando bolsas, desayunos.  Discusiones mañaneras por la ropa. Un por si llueve, por si hace calor. Tan pancho, con el periódico leído; él, tintinea las llaves; sonríe, resplandece y huele a “Gotas de oro”. Como para besarle o montarle un escándalo. En su blog: El post más brutal para mí fue el de hacerse pequeña.  Lloré a cántaros. Su teoría sobre el adolescentismo me hizo llorar de risa. Últimamente he pensado en un derivado que sería la adolescentitis. Es el paso de lo inocuo a lo patológico. Tela.

Tengo también su libro sobre la depresión. “LOS DÍAS IGUALES”. Pendiente. Creo que hace lo que puede contra ese monstruo. Lucha contra ella contándolo. Para que no vuelva a ocurrir, para conocerla tan bien que no pueda volver a entrar

Recomiendo mucho mucho la lectura de Molinos.  A años luz más divertida que todo lo que ella recomienda una vez al mes. Que a veces son verdaderos truños. Con perdón.

06/09/2018

HE VISTO A PATXi


Me he encontrado a Francisco López en el súper. Dicho así es un comentario de café. Tú conoces a Paco, yo conozco a Paco y te lo cuento. Da origen a una charleta. ¿Qué tal está? como siempre. Tiene un aspecto estupendo, ha hecho un pacto con el diablo. ¿Hablaste con él? Un momento nada más. ¡Cuánto tiempo! Sí, ¡qué pena! con los amigos que erais. Eso si los integrantes de la conversación son hombres. Si hay una mujer seguro que hay una mijita de mala leche escondida en cualquier esquina. Como un: Siempre fue mayor, desde chiquitito. No sé cómo aguanta a su mujer. ¿Te has enterado que han mandado a su hija pequeña a un internado? Ya sabes. En fin, comentarios en apariencia inocuos, con carga de profundidad.

Pero si te digo he visto a Patxi López en Mercadona, la cosa cambia. Es lo que tiene ser famoso. Uno se hace una idea de cómo son los personajes públicos. Al conocerlos solo por la tele o los periódicos, realmente tienes de ellos una imagen muy estrecha. Y lo que no conoces simplemente lo ignoras. no fabulas con su altura ni complexión. Tienes en la cabeza su imagen en el periódico o saliendo de un portal, rodeado de micrófonos. A veces te los imaginas en blanco y negro, en una foto caducada. Miran a la cámara, con una sonrisa de gabinete, que nunca reproducen en su vida real.

Lo que más me sorprendió de Patxi es que es bajito. Vamos, no muy bajito, pero no es alto. También me descolocó verlo en un supermercado, claro. Yo a un vasco muy vasco lo veo en el Mercado, discutiendo la frescura de la pescadilla o tocando los tomates y eligiendo un buen melón. En el Mercadona…No lo veo. Un vasco en Mercadona, y menos a Patxi. Además, compraba cosas muy convencionales. Tipo chorizo de pamplona y zumo de marca blanca (un suponer). Yo a un vasco muy vasco como él lo veo solo comiendo changurro y haciendo un guiso para que se le salten las lágrimas hasta a Ferrán, con perdón. No lo veo comprando embutido ya envasado y precortado ni zumo de bote. ¿Necesita una bolsa? Sí, por favor. Tan campante. Como si no fuera famoso.

Lo mejor fue el cajero del Mercadona, que le despide con un "agur". Es verdad. Esto no me lo podría inventar. Es que los cajeros de este supermercado son la monda. Además de saber inglés, que lo saben; al lado de casa hay una academia famosa llena de guiris que no tienen ni tiempo ni ganas de estudiar y mucho menos de aprender español; el personal de Mercadona les reconoce (no tiene mérito) y les habla directamente en inglés, sin titubeos. Con ese precedente, ¿Cómo no le van a decir agur a Patxi?

02/09/2018

ESE NIÑO QUE SE PASA EL DIA LLORANDO


En el hospital, recién nacido un bebé oí algo que me dejó marcada cual res. “Si al mes no sonreíste, mala madre tuviste”. Es verdad. Por deducción concluyo que el niño del 4º derecha tiene una madre canalla. Desde que nació no ha parado de llorar. Por favor, ¿no pueden consolarle? ¿no tendrá hambre? ¿Sueño? ¿Caca, pis, el pañal sucio? ¿Calor? ¡Frío! ¿Estará enfermo? Le dolerá algo. No puede llorar siempre un niño. Siempre hay una razón. Lo dramático, es que ya no es un bebé, que el chaval va al cole con una cartera más grande que su espalda. Viste un uniforme precioso, de camisa blanca, corbata y pantalones cortos de cuadros verdes. Jersey de pico color azul marino. Zapatos castellanos y calcetín corto, a juego con el jersey. La ruta le recoge en la esquina de casa. Y él vuela sonriente y feliz hacia las puertas que se abren automáticas a las risas o al sueño de la mañana. Es ajeno a la llantina que le espera cuando vuelve a casa.

He llegado a la conclusión de que su madre es mala. No puede ser otra cosa. O su padre. O los dos. No se oye otra cosa más que su llanto en cuanto cae el sol. Llora, llora y llora sin consuelo y de pronto una voz masculina suelta “a dormir” y él enmudece para coger fuerzas y volver a berrear. Visualizo que ocurre en cuanto sale por la puerta el de la voz grave. Aunque estoy empezando a imaginar, después de noche tras noche sin consuelo, que la instrucción la puede dar desde otro cuarto, sin levantarse, el padre, mientras afila los cuchillos para la próxima maldad que maquina. Mientras escucha las fechorías de las que se enorgullece la madre al atardecer. Mientras se quita el disfraz de persona con el que tapa su traje de bruja. “A dormir”. Y ya está.

Los niños cuando lloran, lo hacen para comunicarse. Porque no saben hacerlo de otra manera. Pero a este pobre chaval, que ya vuelve con deberes del cole, no le calmaron en su día. No le cambiaron el pañal ni le arrullaron y ahora llora porque lo ha hecho siempre. Llora por todo, no porque sea un mimado o esté malito, llora para dormirse, como hacía de bebé cuando tenía motivos. Cuando no le calmaron, cuando lloraba por sed, hambre, por lo que fuera. Ahora lo hace por costumbre. Es su forma de encontrarse con el niño que fue, de conciliar el sueño. Y de tanto llorar me va a hacer llorar a mí también. El que no quiera tener niños que no los tenga. Y el que se crea que hay que dejar que los niños lloren hasta que se hagan mayores, pues que tampoco tenga hijos. O que vivan muy lejos. Que no quiero verlos.






PLUSCUAMPERFECTO MUCHI TAREAS


¿Tú no conoces a nadie que te haga sentir torpe? ¿No tienes un amigo perfecto? Con una vida estupenda, familia feliz. Pareja de amor. Hijos cojonudos. Padres y madres y hermanos que te llevarías a casa. De esos que discuten y se arreglan. De esos que tienen tiempo para todo, para su mitad, para estar guapos, arreglar la casa, hacer deporte, tener éxito en el trabajo. En fin. Y luego van al cine, cocinan platos que están tan ricos que son “para abrazarse al de al lado”. Y están bien. Muy bien. Y le da tiempo a todo. Si van a Londres un día, ven lo justo. No se dan una paliza. Comen en el sitio perfecto, estaba abierta la Tate con una exposición única. Solo llovió mientras estaban dentro. Dan un paseo maravilloso y recorren Candem en un día de diario, con lo cual vuelven con ropa chollo. O pasan unas vacaciones de película y no se gastan una fortuna, porque han ido un día en que los billetes estaban muy baratos. En la casa que consiguieron, que les prestó un amigo que a su vez estuvo en la de ellos, tenían piscina y bicicletas. Además, había un barcito maravilloso a cinco minutos andando, regido por Marcela, que cocinaba lo que le apetecía, cada día. A un precio imbatible. Entre las bicis y la piscina los chavales hicieron amigos y la pareja disfruta de un nuevo noviazgo. Vuelven enamorados y felices del verano. ¡Qué gusto! ¡Qué suerte! Marcela será una más para la familia de tu amigo en el futuro. Otra admiradora de la perfección. Ella y su marido pelirrojo que educa a sus mellizos para que sean malabaristas.



Una amiga mía y yo, frente a tales seres sublimes tan cercanos a la perfección solíamos escondernos abatidas en un melancólico “soy un desastre”.  Ahora que todos somos psicólogos de pacotilla esa expresión está prohibida.  Por prescripción facultativa no están permitidos malos pensamientos.  No digas esas cosas al niño que le marcas y le estigmatizas. Vamos, que si el niño salta en el Chester que has heredado de tus abuelos y rompe los muelles, no le puedes regañar. Porque está expresando algo. Vamos a ver, sí. Hay que escuchar a los niños. Y cuidarles a lametazos. Pero de ahí a que el chaval se traume porque le digas que se baje del sofá, que eso no se hace, hay un abismo. No digas nada negativo de ti mismo que te condiciona. Y te marca. ¡Mucho tiempo! Eso es lo que tenemos.  Tiempo para bobadas. Donde haya un buen amigo a quien contarle; donde este un vaso de vino y un queso fuerte, ahí se te va la tontería. Todo tiene nombre. Y esta psicología de pacotilla es una porquería. Y es mala porque esconde la realidad. Lo que no se ve no se puede arreglar.

Porque es verdad, esos amigos tuyos son perfectos y tú eres un desastre. Yo siempre tardo un montón en hacer cualquier cosa.  No me decido en qué ponerme, no acierto en la lámpara que compro. No me da tiempo a nada. Y envidio con amor a ese personaje que es persona y le quiero de verdad, que tiene el don de alargar sus días.  Hace el doble de cosas que tú y encima se acuesta antes. Es genio que se viste por los pies. Que es rápido y eficaz. Resolutivo. Alegre. Flipas. Un domingo que tu bastante tienes con salir de la cama antes de las 10:00, él ya se ha duchado, ha bajado a por el periódico, se ha dado un paseo estupendo. Ha preparado el desayuno para su chica y sus churumbeles. Como van a comer en casa, ha vaciado el friegaplatos y ha preparado una lasaña, que le permitirá disfrutar de la velada con amigos sin levantarse a cada rato a trastear en la cocina. Deja patatas fritas para la noche, que harán una tortilla. Lee un poco porque aún no se ha levantado nadie. Cuando amanece la familia, comparte mesa con ellos con un segundo café. Arreglados todos se lanzan al rastro, que hace mucho que no van. A la tarde, cuando los amigos se han ido, van a ver a abuelos paternos y maternos. Y luego una peli, cena y a dormir. ¿qué has hecho tu mientras? Yo prefiero no pensarlo. Que me pongo triste, porque soy un desastre.

YO TODO SE LO DEBO A SALINGER



Hay una generación que se lo debemos todo, o casi todo; que no es lo mismo, pero es igual, a Salinger. A Salinger y a su guardián. O a Salinger y su guardián. O al Guardián de Salinger. No lo sé.

Da igual casi lo que contara el libro. Aunque es lo más importante, lo que cuenta. Da lo mismo la historia. Aunque la historia es la esencia. Pero cómo lo cuenta. El camino que descubre, a través del lenguaje para filmar el trozo de vida que narra. Es fascinante. Limpio, fresco y tan directo que da susto. Quita todos los filtros de los que el lenguaje convencional dispone, para edulcorar y hacer bello el relato. Desnuda el cuento. Le quita la piel.

Le debemos a Salinger. Porque nos enseñó que lo que se siente se puede decir tal cual; que existen palabras, expresiones, para todo aquello que bulle en tu alma. Que es mucho más sencillo. Y doloroso. Que basta una sola voz. Una interjección resume el dolor y la alegría. Nacieron vocablos viejos que en nuestra boca eran una seña identificativa de comprensión. Porque sólo quien se había leído “El Guardián” podía utilizar la palabra cretino con propiedad. Se estableció una red de comunicación secreta por la que todo aquél que había leído el Guardián, pertenecía, sin saberlo a una sociedad que nació a la sombra. Teníamos algo en común de lo que no era necesario hablar. Y era mágico.

He leído a mucha gente que a su vez ha leído a Salinger. No hace falta que confiesen. Sé que están agradecidos, y en su literatura rinden honores cada día al maestro. Por eso quiero expresar yo también mi agradecimiento. Porque me conectó en su día los extremos de los cables que me permitieron descubrir que mis emociones tenían forma y letras. Me ayudó a simplificar. Gracias
He leído a mucha gente que a su vez ha leído a Salinger. No hace falta que confiesen. Sé que están agradecidos, y en su literatura rinden honores cada día al maestro. Por eso quiero expresar yo también mi agradecimiento. Porque me conectó en su día los extremos de los cables que me permitieron descubrir un día que mis emociones tenían forma y letras. Me ayudó a simplificar. Gracias

01/09/2018

CINCO MINUTOS MÁS


El que inventó el despertador con la opción de "posponer" era un fenómeno. ¿Qué no? A ver, que levante la mano el que no la ha usado.

Cuando uno se acuesta, elige entre despertador y encomendarse a las ánimas benditas para abrir el ojo a tiempo. No porque sea más seguro, pero lo convencional es fijar la alarma. Y ahí viene lo jugoso. ¿A qué hora lo pongo? Si te encomiendas, las siete son las siete. Pero si usas el despertador (hoy es sinónimo del móvil) surgen las dudas. Si te tienes que levantar a las siete para que te dé tiempo a desayunar y a tus abluciones matinales, a recoger un poco y a preparar lo que sea menester... Si te tienes que levantar a las siete según tus cálculos, hay quien fija la alama a las siete. Otros a menos cuarto. Y los más osados a las siete y media.

¿Qué pasa al día siguiente? Suena el ring o el pío pío. Hay dos tipos de personas: las que saltan y se ponen en marcha y las que gruñen apacibles y optan por posponer. El magnífico y conocido placer conocido como remoloneo. Los primeros cinco minutos son de coeficiente de seguridad. Es decir, no pasa nada por levantarte cinco minutos más tarde. Algo menos de lectura en el primer momento del baño. Que se te adelante alguien, eso puede revestir gravedad dependiendo del número cuartos de baño por miembro de la familia o habitante del hogar. Poco más. Pero después de esos cinco vienen otros cinco, y van diez. Y otros cinco. Un cuarto de hora. Llegar a las siete y media, sin un sueño reparador, en la bruma del deseo de recuperar los sueños, ocurre sin darte cuenta. La cabeza bulle en un me ducho en vez de bañarme, mañana me lavo el pelo. No desayuno, total, tengo todo preparado. Cojo el coche, mañana voy en metro. De verdad. Y te dan las ocho menos cuarto. Entonces, a volar. Y ese placer que has soñado el que salta de la cama no lo entiende nunca. Ése, pone el despertador a las 7:45, menos cuarto. Para el del remoloneo es inviable esa opción. Disfruta postergando. O no. Es una mezcla entre el deber y el placer. Que no lo puede resistir. No tiene que ver con la pereza. No es pecado ni venial, ni falta es. Simplemente le gusta postergar. Empezar un poco más tarde.

Esas dos mentes son distintas. No hay porqué preocuparse. Uno no es bueno y el otro malo. Uno no es tonto y el otro listo. Son teorías de la vida diferentes. Y uno no puede convencer nunca al otro de que lo suyo es lo mejor. Es frecuente que las parejas estén compuestas por un miembro de cada grupo. Polos opuestos se atraen. Pero no es motivo de preocupación. Solo de tolerancia a la diferencia. Además, a veces las fronteras se diluyen y se cambia de bando.