Seguidores

16/09/2019

TE BUSCO

Te busco en todas partes.  Te busco y ya no estás.  No te voy a encontrar. Nos perdimos hace tanto.

No sé dejar de quererte.  Es más, desde que te has ido, te quiero mejor. He visto las miles de veces que me he equivocado. Que he entendido mal tu cariño.  Tu amor. Y he aprendido a quererte de lejos.  Y te quiero un montón.

Que los astros se junten y yo te quisiera a la vez que tú a mi fue un milagro. Pero es de mucho agradecer. A pesar del dolor y la pena, he sido muy afortunada.

06/09/2019

BLANCA

Desde el momento en que encontraron el coche una ola de luto invadió las Dehesas, casa Cirilo, la Peñota, Siete Picos: Majalasna, el Lastone (the Last One, en último de los siete picos, ocurrencia de mi padre. Sin nombre popular. Que sean siete los picos no quiere decir que no sean uno cada uno. No solo el primero.  Vagos numerales los distinguen.  Si tenían nombre hasta los siete enanitos, los siete novios para las siete hermanas, los siete días de la semana ¡sería impensable que no hubieran sido bautizados. Pues los Siete Picos, igual). Una manta oscura tiñó la sierra madrileña, segoviana, compartida, querida. Muy querida. Hermanas Segovia y Madrid, comparten raíces y paisajes. Se reparten la historia y las historias.

Colcha de acículas, jaras pringosas, quitameriendas, retama, jabalíes y vacas. El pinar. Olor y color fundidos en la respiración.  Un buen caminante no se sale nunca de los senderos. No sé qué hacían los drones brincando en los riscos. Un caminante habituado y experto utiliza las sendas. Conoce los límites y peligros del monte. Estudia las señales. Saluda a quien se encuentra. Respeta el monte y convive con él.  Y lo quiere. Al pasear procura no romper las ramas, ni pisar innecesariamente los arbustos, más que en lo estricto para poder seguir andando. y mantener en camino. El ancho del camino. Un cuerpo de ancho. Intenta no alterar el entorno. Ese despliegue de tecnología y helicópteros, bienintencionado sí, pero no puede sustituir a un par de chirucas, una navaja y ¡al monte!. Desde que Blanca se perdió pienso ¿por dónde habría buscado mi padre?. En ese monte que llevó siempre un su  corazón parcheado. Él hubiera buscado la sombra en este verano de temperaturas extremas. Habría elegido alguna ruta donde la sorpresa fuera un manantial. Él hubiera perseguido la recompensa de unas vistas en el descanso.

A pesar del dolor, de la desgracia, del luto que les queda a los amigos, familia, a los hijos y hermanos; queda el consuelo de que acabó en el sitio que tanto quería. Que el monte ha sido su último cobijo.

CINCO HORAS CON MARIO

Justo tuvieron que ser cinco horas. Ni cuatro ni seis. Cinco. Ya es mala pata, pero es que nos lo pone a tiro siempre Pedro. Porque las cinco horas aquellas, de despedida, de dolor, de inicio de luto, 
..eran duras de aguantar. Para la protagonista y para el lector o espectador. Pero bueno. Es el negro. La consecuencia de la vida en común. Alegrías y penas, algún reproche.

Pero unos aprendices de políticos, aspirantes al título de presidente y de ministro, que ni siquiera lleven escrito o pactado el orden del día, eso no dice nada bueno en favor del cargo al que aspiran. O son ellos o son las malas compañías. Pero algo debe cambiar en la ecuación.  Porque la propiedad conmutativa les afecta.  En otras circunstancias no. Cambia el orden y cambia el resultado. Como imagen yo veo la parodia que hacían Martes y 13 de "Yo soy Maria Emilia, Yo soy Maria Eugenia yo soy Maria Laura, vamos a revolvernos..."

Por favor, paren el circo, yo no digo que porque no haya gobierno no deban cobrar. Pero se está convirtiendo la vida política en un espectáculo aburrido y tedioso. No somos publico los votantes. Ustedes nos representan. Le pedimos que estén a la altura. Nada más

03/09/2019

YA LO DECIA EL PRINCIPITO


El Principito da mucho juego. Y como él decía, tu me has domesticado. Y ahora, en parte, soy tu responsabilidad y tú, la mía. Te espero. Recuerdo lo que me decías. Y las cosas que ocurren, todas, me recuerdan a ti. Quiero contarte, o que me cuentes. Compartir. Reír y llorar. Y más que nada, escucharte. Porque me has domesticado. Porque me Introdujiste en tu vida. En tu rutina, en el mejor sentido de la palabra. Estás en mis rincones.  En los olores del día. En el café de la mañana.  Y en las noches. Y ahora no sé cómo hacer para vivir sin ti. Porque eres oxigeno, eres la tierra donde están mis raíces. Las que me anclan a la vida y me dan la libertad de ser.

Cuando el zorro conoció al principito y quedaron para el día siguiente, se lo dijo. Lo importante no es solo la cita y la hora. Lo importante es todo. Yo estaré un ratito antes ilusionado pensando que vendrás. Iré con tiempo para saborear el camino y verte llegar. Tú estarás mientras preparándote y quizá juntando alguna historia para contarme. Rondarás la plaza donde nos vamos a ver comprobando que todo está en su sitio, y quizá descubras que ya estoy esperándote. Lo bonito es antes también. La decisión que tomamos de volver a vernos, de cuidarnos, de pactar la vida. Y si no vienes, y si no voy, la decepción enorme me invadirá, te invadirá. Primero por la preocupación, te habrá pasado algo. Porque creo en ti. No me imagino que no vengas porque no quieras venir. No imagino siquiera que puedas llegar tarde sin una razón, que no una excusa. Luego pensaré en el desinterés. En el abandono. Tu y yo.

Es la responsabilidad. Como el principito con su rosa. Era responsable de ella. Y luego la sensatez para vivir la vida, como el rey que mandaba muchísimo. Tanto, que siempre le obedecían. Todo por elegir bien las órdenes. Sólo mandaba lo que sus súbditos podían hacer. Te ordeno que me quieras. No te puedo querer. Entonces te ordeno que no me quieras. ¡Cómo es este rey!. Más sabio que conformista. Cada rato de la vida tiene su magia. Importa cómo se viva casi tanto como qué.


02/09/2019

JUGAR EN LA CALLE


Lo de jugar en la calle es un mito. Está sobrevalorado. Ahora resulta que todo el mundo, en su infancia, ha jugado en la calle. Y sin zapatos. “Enguarrinao”. Y era maravilloso. Vamos a ver. Ni tanto ni tan calvo. Había límites: los naturales, se va el sol, hace frío. Si llego más tarde no ceno. La vida misma. Te quedabas sin frenos en la bicicleta y te estampabas. O te dolían las rodillas de tanto caerte. El tema de cualquiera tiempo pasado fue siempre mejor tiene su gracia. Nos pasa a todos. O no. La invasión de la nostalgia tiñe de alegría recuerdos de situaciones que en realidad muchas veces eran puro tedio o angustia. Pero es lo que tiene la memoria, que maneja el pasado a voluntad. Y cada uno tiene derecho a vivir su pasado como le dé la gana. Y a redecorarlo como se le antoja. Ese es un grado de libertad que no te pueden quitar, cómo lo viviste. También hay quien disfraza de cielo el infierno de su pasado. Cada uno hace lo que puede. Y si la memoria te anima a mejorar tu historia: Ole tú. Porque los hay que las alegrías del pasado las tiñen de negro. Allá.

Pero lo de jugar en la calle es una exageración. A las canicas, balón prisionero, chapas, churro, clavo, jugábamos en el patio del colegio, o en el parque de al lado de casa, vigilados por adultos. ¿Pero en la acera? ¿Qué me estás contando? Con la que te caía encima si te veían sentado en el suelo. Otra cosa era la arena. Misterios, pero la tierra valía para sentarse. Por cierto; que el mérito lo tienen aquellos adultos con temple de acero y maravillosos que nos permitían, a pesar de su propia preocupación,  desarrollar nuestra imaginación con juegos tan peligrosos como los citados, para canalizar venganzas o pasiones, amores imposibles o búsqueda incansable de los límites. Cualquiera se podía haber roto la espalda en el churro media manga “mangotera”. Para ganar había una estrategia, y era que el más gordo se tiraba a la chepa del enclenque del grupo. O se amontonaba el equipo sobre el frágil. Guiados por las señales de la “madre”, que hacía con los dedos. Ahí estaban profesores y directores, fumando mientras nos vigilaban. Atentos a la evolución de la inquina o las maquinaciones de los más atrevidos de cada curso. El clavo, juego que convirtió los saltitos discretos que las chicas hacíamos cuando llovía en el barro marcando una T (o sobre el suelo con una tiza) y recogiendo una piedra; transformó esa ingenuidad en un deporte de riesgo, que consistía en lanzar un destornillador al suelo e ir ganando territorio. La guerra. Sí, llevaban los chicos un destornillador en la mochila. No había detector de metales a las entradas de los colegios. Por otro lado, un compás podría ser un arma en según qué manos. Y era legal. Balón prisionero habrá dejado sin sentido a más de uno. Por no hablar del látigo, que la gracia era volar y estamparse. Eso no se puede idealizar mucho más. Era así. Pero no estábamos en la calle. Tipo abrir la puerta y sentados en el negro, donde se aplastan las colillas. Yo es que cuando oigo lo de jugar en la calle veo imágenes en blanco y negro y niños con gorra huyendo por el ruido de las bombas en la guerra mundial. Fumando sin haber crecido, y ya nunca crecieron. En un paisaje sin adultos. Ni en las ciudades pequeñas, ni en los pueblos. No nos echaban a la calle y ahí nos dejaban. Íbamos de una casa a otra a buscarnos, eso sí, bocadillo en ristre. Y si estábamos en el campo, investigábamos, subíamos a los árboles, bajábamos al río, temíamos la tormenta, nos partíamos de risa si nos pillaba, o de miedo si los truenos estaban cerca de los rayos; pero no nos pasábamos el día en la calle. Es cierto que estábamos al aire, yendo de un lado a otro. Nos sentíamos libres y salvajes por las dimensiones del entorno. Nos creíamos aventureros y estábamos a 100m de casa. Sí, nos metíamos en una cueva, subíamos a una montaña. La escala es lo importante. Los adultos estaban ahí. No existía el control que hay ahora porque el egoísmo se ha adueñado de la paternidad. Y un padre prefiere que un niño se aburra como una mona delante de una máquina, pero él pueda estar tranquilo y hacer su vida. Porque dejar que el chaval fuera al río implica que, si a la hora pactada no ha llegado, es que ha pasado algo. Y hay que ir a por él. Esa angustia paterna se calma teniendo al niño atado a la pata de la mesa. Y el padre, y la madre, realizándose. Porque de eso se trata. Nos extraña el egoísmo de nuestros hijos. Es lo que han visto. El yo de sus padres. El control no es otra cosa hoy que la comodidad. Es acotar el peligro por el propio confort del adulto. Sin dejar que el niño se enfrente con los límites que le marca el padre desde la distancia, le otorga la confianza y se va enfrentando a ellos alejándose poco a poco. Le mira y sigue. Se da la vuelta, el padre sonríe. Tu puedes. En casa, delante de la tele, eso no ocurre, pero tampoco hay peligro. Es muy tranquilizador. Pero el niño no crece igual y su burbuja es la de la tranquilidad del padre. Somos los padres los que tenemos toda la culpa. No nos extrañemos de que no valoren las cosas importantes. No les hemos dejado descubrirlas. Es una suerte que sobrevivan a nuestra paranoia mezcla de egoísmo y de miedo, condensada en comodidad.


Pero no nos echaban a la calle los padres, sin control, no; diferenciaban adulto y niño. Soportaban la tensión de la cuerda de la independencia con la madurez que corresponde a un adulto. Otro post para el uso del teléfono como prolongación del cordón umbilical.