16/04/2025

¿NOS TOMAMOS UNA PIZZA? MEJOR NO HAGAS NADA

EEl aprendizaje del silencio es útil siempre. Y de los más difíciles. Aprender a callarse. Padre decía que había personas que tenían muchas cosas que contar. Había un poco de coña en eso, no burla, que padre no era de burlarse. Pero un poco de broma, esa idea que siempre nos intentó transmitir de no tomarnos las cosas no demasiado en serio. (Tarea difícil con la mujer que le acompañó, una de cuyas características genéticas era la ausencia absoluta de sentido del humor).  Es buenísimo instruirse en el arte del silencio. Especialmente difícil ante el necio que todo lo sabe. Ante el incontinente. Que provoca con su charla vacua, el deseo de intervención. ¡ERROR!.

Es sencillo, en realidad. Porque ¿para qué? Se aprende más escuchando. ¡Ojo! No confundir el silencio del que escucha ni, con no tener nada que decir, ni con todo lo contrario: me callo porque te ignoro, porque no mereces mi respuesta. Nada hay más solemne que el silencio de un burro. Atentos a los silencios. Que los hay variados.

Dentro de callarse entra "morderse la lengua". Los hijos, y en particular los adolescentes son un campo de prácticas para ese silencio necesario. Ese momento en el que ves que a tu hijo que claramente le pasa algo. Si preguntas porque preguntas, y si no preguntas porque no preguntas. No hay manera de acertar. Que tiene una cara que le llega al suelo y la arrastra. Se te ocurre decir "estas bien?" y hay varias opciones, una, la más improbable es que te diga "no, no estoy bien, mamá, en el trabajo me han hecho una faena, tal cual y pascual”. O “me han suspendido física cuántica y me lo sabía. Me han pillado con una chuleta y soy imbécil porque había estudiado”. O “me ha vuelto a dejar mi novia, que sé que todos pensáis que es una bruja, pero es mi bruja”.. O “He ido al médico y me han dicho que el bulto que me molestaba tanto, de la pantorrilla, es malo y me tienen que operar ya" Dentro de que cualquiera de las opciones es un drama que, con el cambio de edad y por tanto de escala, varía en cariz y manera de relativizar hay un momento en que se te escapa algo. “¿Luisa?” Error. “¿Luisa? Pero si Luisa se fue a Belgrado hace seis meses y lo habíamos dejado. Mamá, no sé para qué te digo nada” ¿Qué bulto? "te lo había contado, mamá ¿lo ves? No sé para que preguntas si no me escuchas nunca. No sé para qué te cuento. Es que no aprendo". Si te hubiera solo mencionado la palabra bulto, el nivel de alarma habría colocado a tu cerebro en modo madre coraje a lo bestia. La cota de angustia se habría vuelto encarnada, granate oscuro. Como un termómetro que sube en un instante al acusar el cambio brusco de temperatura. Los músculos de tu barriga estarían permanentemente contraídos, dejando una tripa lisa que ni con cientos de flexiones diarias y disciplina absoluta, se consiguen. Y aun así no serías consciente porque los espejos habrían desaparecido de tu vida y solo tendrías una alerta en tu cerebro: bulto, tumor. Habrías buscado médicos desde hace meses, hablado con unos y con otros. Habrías hecho mimos en esa arisca pantorrilla hasta ponerle los calcetines si hubiera sido necesario. Hay cosas de las que una madre no se olvida. Tampoco te hubieras olvidado del nombre de la chica que rompió el corazón imberbe de tu retoño. Pero, cállate. El silencio, o al menos cuenta hasta tres millones trescientos cincuenta mil, quizá sea una opción recomendable. Que no se te escape ni un suspiro. Mantente atenta, toda tu dirigida a tu hijo, tus ojos, tus orejas, tu actitud. No pestañees, no respires, no gesticules, no muestres miedo, sorpresa, enfado. Eso si habla el vástago. Que no es tan frecuente. 

Volvemos al momento en que tu hijo llega descompuesto a casa. "¿Estás bien?" Sí. Entra en su cuarto y cierra la puerta. "Sí" Come sin levantar la mirada de la sopa que aborrece más que Mafalda. Sin abrir la boca. "Sí " Silencio en la sala.

Ante esa segunda actitud hay madres que insisten, pero ¿qué te pasa?, ¿te duele algo?, ¿está rica la sopa?, ¿prefieres otra cosa?. Se desgañitan intentando encontrar respuestas. Entran en modo metralleta, ansiando cubrir todos los ángulos y un gesto que le haga pensar que ha acertado. Que tiene solución, que no es grave. Tratan de interceptar la mirada esquiva, clavada en el mantel, la televisión, el móvil. Me río yo de los detectives reales. Se encienden todos los avisos: bombilla roja, sonidos estridentes atacan el corazón materno. Le estarán fastidiando en el colegio, universidad, trabajo...una novia canalla, un amigo. Escenarios dantescos se dibujan en la imaginación de esa madre Colombo. La actitud del padre no siempre modula. La distancia entre: "Mujer, deja tranquilo al chaval" y "quieres hacer el favor de contestar a tu madre, que te está hablando”, es tan corta como imprevisible. Tras la intervención del padre, inmediatamente, la madre se arrepiente de haber abierto la boca. Porque en este momento se desencadena la crisis real. El chaval se levanta. “No te levantes de la mesa”. Ha estallado la guerra mundial en tu pequeño refugio, la mesa del salón, de la cocina. Donde solo quieres armonía. La opción del padre de bromear, darle cancha al niño, el juego del cómplice "qué pesada es mamá " puede amainarle a él pero a la leona se le ha acabado la paciencia. Se mezclan la angustia y el enfado. Un coctel nefasto. "Muy bien, haced pandilla vosotros, yo me voy, que para el caso que se me hace en esta casa, mejor que no esté " Mucho drama. Y mientras el niño, jodido. Deja de ser foco de atención de unos y otros. Por un lado se alivia de que se olviden de su drama, por otro se siente culpable, peor, de que sus padres se hayan enzarzado en una discusión absurda. Y se le agranda el sufrimiento, aunque se convierta en enfurruñamiento.

El caso es que nunca se sabe qué es mejor cuando un hijo está mal. Porque si preguntas, porque preguntas. Que eres una pesada, que no se puede respirar en esta casa, acusaciones sobre el control (déjame mi espacio, se dice ahora) Pero si no preguntas, si conscientemente te  callas y esperas...la hecatombe. "Claro, vosotros como si nada, a lo vuestro. Yo hecho polvo y vosotros ni caso. Que si mi hermano tal, que si la comida no sé qué y yo como si no existiera." Hazte el muerto. ¿Cómo se hace para que el hijo sepa que estás ahí sin que lo sepa? Porque si estás en silencio, con cara de interrogación, malo también. "No me mires así, que no te lo voy a contar". Suele ser bueno esperar al día siguiente, o al cabo del rato, intentarlo. Pero la medida del acierto es incierta. Porque si has sido prudente y no has ametrallado con preguntas, te puede caer un: "y tú ahí sin enterarte de nada. Yo muriéndome, el peor día de mi vida, y tú que si quiero más patatas a la importancia que es mi cumple. Mamá, no entiendes nada. Y tú a tu bola, como siempre". Repetimos: Si te callas porque te callas y si hablas porque lo haces.

Siempre he pensado que, de lo que hacen los hijos, casi todo es culpa nuestra, de los padres, de lo que les enseñamos o no durante esos primeros años en los que eran vírgenes. Y todo lo que vieron y vivieron hasta que soltaron nuestra mano para tirarse solos por el tobogán o La Bola esquiando. Cada gesto, cada respuesta, cada silencio, cada lágrima, cada mimo, cada achuchón, cada beso. Les ha traído aquí. Hasta ese momento recopilaron la información que hoy les hace sufrir o ser felices. Eso creo yo. Y cuando algo no funciona sé que algo hice mal. Por eso. ¿Nos comemos una pizza?


No hay comentarios:

Publicar un comentario