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27/07/2025

EN EL HOSPITAL

Inspirado en una reflexión que compartió conmigo mi prima "granaina",  cojo la hebra.

Y es que  la vida de un paciente en un hospital es digna de análisis.  Por motivos personales me encuentro en una situación de visita recurrente a un centro hospitalario. He oído sobre la equiparación del paciente con el preso. A la llegada, previo al ingreso le despojan de todo, de su ropa, sus pertenecías; se trata de una suerte de humillación en la que el paciente queda a expensas de extraños. Es casi preferible que no sea consciente de ello porque al susto de lo que impone el centro en sí por las eventuales consecuencias ignoras casi más en el caso del enfermo que del caco, se suma el despojo y separación de esas pequeñas cosas con las que uno se identifica y por supuesto, el móvil. No es que lo material te haga sentir seguro,.que no es eso. Si no se es consciente, los efectos colaterales y adversos, disminuyen. Fuera broma, cuando entras en el hospital te quitan los pendientes, anillos, reloj. Estoy de acuerdo con que lo importante es la salud y que no hay que perder el foco. Pero ni el foco ni la dignidad debe perderse. Porque recién operada, nada como unas perlas, collar y unos pendientitos que cubran tus lóbulos para disimular la anemia o la mala cara y estar con un pelin de buena pinta para las visitas. Entre los pelos, la falta de maquillaje (o de afeitado del varón), el aseo rudimentario y esa prenda que sustituye tu ropa, tan cómoda para enfermeras, auxiliares y médicos en el proceso de tu humillante despelote...se compone con todo eso el cuadro que es cuando menos cubista. Cariño, te voy a poner un enema. Cariño te depilo por aquí y por acullá. Cariño no. Llámamepor mi nombre. Que lo importante el curarse. Y la dignidad. Insisto. Que menudo cuadro. Díganme qué me van a hacer, que me pasa. No informen a mi madre, a mi marido, a mi hijo. Mirenme y díganme de qué se trata, que estoy enfermo pero ni sordo ni tonto. Que el oído, como el tacto,  es lo último que se pierde. Reclamo un trato al paciente como una persona que es  que bastante tiene con lo que le pasa.

El otro día, haciendo pasillo en un Hospital me encuentro con un amigo, conocido, admirado...al que hacía años que no veía. ¡Qué situación! ¡Qué alegría de encontrarle!. ¿Qué te pasa? Preocupada yo a mitad de la algarabía del reencuentro. Vestía el mismo camisón que el resto de los pacientes y arrastraba el palo del suero. Tan contento recorriendo pasillos después de un mes casi en el otro barrio. Iba de padeo, a recorrer mundo. Ya con el síndrome de Estocolmo. Como si fuera vestido de polo, chinos y castellanos. Mi amigo, ingeniero, premio Adonáis de poesía, erudito, pianista, guapo, listo, ojos de mar, voz de cueva. Y no doy más datos que las enamoradas le van a petar el WhatsApp. Mi amigo era el de siempre. Algo más gris, por la falta de luz y el encierro y el uniforme y las canas. A mí solo me preocupaba que no se le viera el culete. Iba tan tranquilo, consecuencia de la desaparición del pudor inducida por la pérdida de identidad y voluntad que supone la entrada en el hospital y entregarse, cual amante, al engranaje de la Sanidad, pública o privada.  El paciente se somete, se entrega, obedece, parece un polluelo esperando el alimento de la madre...se produce un estado de alienación que conjuga con el malestar y seguro que es peor para la salud que el conocido riesgo de infección que hace que se produzcan más altas hospitalarias que enfermos que se van sanos a casa.

El enfermo está en su habitación esperando al médico que nunca se sabe cuando venir. Debería ser informado de la hora de visita porque el que se quiere ir a casa, por mal que se encuentre, se asea antes de que la primera enfermera pase a medirle la temperatura, tensión. Se estira, se quita el pijama y se pone guapo. El médico puede llegar a las 8:00 o a la una. Depende. Pues no debería. El enfermo memoriza lo que quiere preguntar, que se quiere ir, que ya está bien. No tiene otra cosa en la cabeza. Todas las respuestas a sus dudas son "cuando llegue el doctor". Y llega el doctor, que alguno hay que ni le mira si está muy malito y se dirige a los parientes. Un respeto doctor, que el paciente es mayor de edad. Es mayor pero está lucido y quiere saber él lo que le pasa y contarle él como se siente. No estar a expensas del teléfono escacharrado. Hable con él que igual no quiere que los demás oigamos parte de la información. Que es su vida. Su enfermedad. Su intimidad y su dignidad para vivir y para estar malito. Es importante para el paciente saber. Saber qué le pasa, cuándo le van a operar, cuándo le van a hacer el escaner o la resonancia. Que no digo yo que no haya imprevistos. Que se lo digan a Jorge,  querido Jorge, que tras larga espera le iba a hacer una magnífica operación el 11M del 2004. Se tuvo que volver a casa. Claro.

Luego está el descanso nocturno. Que no depende del estado del paciente si no del turno en sí.  Enfermeras y auxiliares entran y salen de las habitaciones con los mismos decibelios sea cuál sea la hora del día o de la noche. Miden parámetros y despiertan al paciente caiga quien caiga. 

Y la comida del hospital. Otro rollo. Que no estamos en el Ritz. No. Ni en la franja de Gaza. Vamos a ver. No hay quien se coma la comida de hospital. Con los medios que hay ahora, no hay derecho a esas papillas y purés, a eso que le llaman pescado o filete. Un poco de interés hace falta para mejorar ese tema. Tanta comida de autor. Que llamen a José Andrés, que no se vaya a las fronteras del conflicto.  Que venga a nuestros hospitales a dar aunque sea pautas. Y por favor nada de compotas llenas de aditivos.

Y por último, pero no menos importante: las visitas. Las hay express y las que buscan el sillón para apoltronarse. Bajo a yomar un café y subo. ¡No subas! Me decía una amiga, que está la visira que lleva bombones al enfermo que está con salmonela, la que levanta la sábana para comprobar si se ha hecho la cera la chavala; lo comentará en el bridge, sobre el tapete verde, con las amigas y un gin tonic. 'Ni depilada iba la pobre". Con lo mal que estaba. Y luego el que no para de hablar.  Que generalmente aprovecha para contar al enfermo sus propias dolencias o pasos por quirófano.  Todas las visitas se agradecen, todos los presentes,  la planta, las palmeras, los caramelos de la Pajarita. Pero hay una norma. Hay que hablar al paciente pero.sin esperar que te conteste, y procurando que no se  sienta obligado a intervenir en la conversación.  Por tanto,  en caso de dos personas visita, hablad entre vosotros, incluid al enfermo pero no le atosigues. Y nunca le subestimen.  Él es el objeto de tu visita al hospital.  No lo olvides.  No es un acto social. No vas a echar la tarde. No eres el niño del bautizo. 

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