
Era mi padre la esencia de la adaptación al medio. En el éxito y la adversidad era su calco, idéntico a si mismo. La misma expresión en la cara en los buenos que en los malos días. Enfermo en la seguridad social, pero digno con su libro y sus zapatillas. Ducha diaria a las puertas de la despedida. Apenas bello coronaba su cabeza. No era óbice para que acudiera puntual a la peluquería para que le igualaran. Lo mismo que la barba. Antaño negra y poblada. Al final rala y somera, blanca. No consintió afeitársela en ninguna de sus operaciones. Genio y figura. Lana y pana en invierno. Algodón en verano. factor común la corbata de lana. Colores forestales. La excepcion eran los regalos de las hijas, que siempre le parecían bien. Y conjuntaba con esmero. Caballero.
Cuánto añoro ahora un consejo que nunca me darías. Echo en falta un achuchón que no tendría fin. Tus manos. Y tus palabras.
Esa capacidad suya de escuchar a los imbéciles sin despeinarse (ni siquiera en sus buenos tiempos). A mí es lo que realmente más me fascinaba. Me fascina aún. Por no discutir. O por hacerlo. Es la ausencia de envidia y su confianza lo que le hacía flotar por encima de la tontería.
Una admiracion transitiva entre los hermanos era y es una muestra más de generosidad y sabiduría.
La hijos no salen iguales, claro, no salimos iguales. Mi padre podía oír bobadas como un falangista, impasible al ademán. Era capaz de mantener la paz a costa de la razón. Hay mucho detrás de eso. Si. Porque estaba tan seguro de sí que no necesitaba demostrarlo.
Cuánto añoro ahora un consejo que nunca me darías. Echo en falta un achuchón que no tendría fin. Tus manos. Y tus palabras. Idealizarte como me de la gana puedo seguir haciéndolo.