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12/05/2023

CAMBIO DE ARMARIO


Hay quien piensa que sólo hacen cambio de armario los pudientes. Falso. Cuando se dispone de un guardarropía tamaño mini, es igualmente preceptivo, lo mismo que si tienes vestidor de longitud infinita, de esos que se van encendiendo luces a medida que detectan tu presencia. En tal caso quizá baste con darse la vuelta y mirar en el lado invierno en lugar de en el verano. Cada uno se organiza como puede.

Aunque sospecho que se da la circunstancia de que, independientemente del tamaño del armario, éste se suele llenar. Bien sea de zarrias o de lujosa vestimenta. Yo soy muy de HUMANA, y segunda mano. “No sé de quien lo habrás heredado”, frase de mi madre. Era aparecer con una de mis maravillas recién adquiridas, por su magnífica terraza llena de pavos reales; uno de mis tesoros de un euro y la respuesta era automática. “¡Qué bonito!” Como automática era la reacción ante “Es de Humana”, “menuda birria”. Tal cual. Sin solución de continuidad. La doctora nunca tuvo término medio. Ni falta que le hacía. Pero es que a mí me encanta el mercadillo, heredar ropa, buscar entre las zarrias y encontrar una alhaja. Me mola. Me flipa llevar puestos anillos de mis abuelas como vestidos de Mulaya. No es por ahorrar, que tengo agujeros en las manos.

En la hipótesis de que seas de los que hacen el cambio de armario, es crucial el “cuándo”. Jamás es acertada la elección del día. O pasas calor un par de semanas y hasta un mes, o te hielas otro tanto. Si haces caso a los refranes estás perdido, porque entre el 40 de mayo y cuando marzo mayea, puedes llegar al 1 de julio con la cómoda llena de jerséis de lana. Y eso es malo. A mi me da un sarampión, porque, como calurosa que soy, tengo tendencia a precipitarme. Jamás he marcado fecha en el calendario para esta tarea, pero desde que tuve mi propia familia me resultó urgente organizarme, un poco. Entre el primer y el segundo puente de mayo, el cambio estaba hecho. Así, aparecía en reuniones familiares con pantalón de lino, Navacerrada, cumple de un sobrino, junio, una hermana, una tía, mayo, y me congelaba.  Menos mal que en esas casas nunca se guardaban los jerséis gordos y siempre había algo con lo que evitar unas anginas. Además de un vinito.

Por la calle se ve. Estos días de mayo que marcean, los que han hecho el cambio de armario, van a capas. Y los previsores que no lo han completado siguen con sus tebas y faldas escocesas, jersey de cuello alto.

Ante el cambio climático o el de armario solo hay una solución: aguantoformo. Y un  consejo: no te compres ropa antes de hacerlo, es posible que eso que te flipa: lo tengas.


11/05/2023

LISBOA Y LA LUZ

No se puede hablar mal de Portugal. Menos mal. Menos mal que nos queda Portugal. Lusitana larga y estrecha. Toda bella. Que se olvide quien creyó que era el hermano pobre de Europa. Una pena no ser un todo uno. Que se vayan los que se quieren ir, que le dejen el mar a los maños,  que nos queda siempre Portugal.  Si hasta van con una hora menos, fieles a su meridiano.  Sabios. No sé rindieron al imperio del absurdo y la moda.  ¡Qué pena de reyes que no apañaron las bodas!
En Portugal la modestia llega al idioma, el portugués (asombrose un Portugués, de que los niños en Francia, desde su más tierna infancia, hablasen tan bien francés), sea de la  edad y condición que sea, habla o intenta hablar español con sus vecinos, sin darse importancia. Y el español, desagradecido con su esfuerzo. Que Portugal no son sólo toallas y manteles. 

Grandes avenidas siembran la capital, quizá en memoria de victorias. Hay una calle en Lisboa a la que le pasa lo mismo que a la Mezquita de Córdoba. Salvando las distancias. Los sucesivos invasores han dejado huella en ella. Igual que en la Mezquita se nota que cuando llegaron los cristianos y no se atrevieron a destrozarla, todo a pesar de su determinación de imponer el propio credo. Ante semejante espectáculo y demostración de sensibilidad, ante tanta belleza, la reacción merecía un mínimo respeto. Eso sí,  en cada rincón, en cada esquina que pudiera imaginar el musulmán dedicar al rezo, el cristiano edificó una capilla. Colocaron un Cristo, una Virgen, una cruz, en cada vuelta, entre todas las columnas. Alá no cabe en la Mezquita. Obstáculos que no falten. Un paralelismo quizá forzado encuentro con la Avenida de la Libertad, por donde baja a borbotones el corazón de Lisboa, hacia la desembocadura del Tajo. desciende como en un desfile triunfal, ancho y digno. En los carriles centrales se circula como en la Europa continental y en los laterales se circula al revés, como en Inglaterra. Y es que una vez estuvieron aquí, que nadie se olvide. 
Con lo cual lo del "Luc Left Luc right" es cambiante como la vida misma. A ningún lado y a todos el peatón debe mirar, porque el lío es descomunal.

En Lisboa a las calles no les hacen falta nombre, ni número a las casas. Porque cada una es cada una. Con un distinto azulejo, con una moldura suya, el pavimento de acceso único. 

Será porque hace un tiempo que estuvieron a punto de perder la ciudad, que la cuidan como si fuera suya; que en Portugal lo viejo es antiguo y como tal se preserva y se admira, la pretensión no es la decadencia, si no el cuidado y la recuperación de cada barandilla, cada balaustrada, todas las fachadas. Cada una de ellas con su sello o figura. La baldosa particular, inherente a la ubicación o al apellido. Quizá lo eligió un antepasado como recuerdo u homenaje. Cada calle con su propio adoquinado, incluso segmentos de acera se diferencian.

Será porque estuvieron a punto de perder la ciudad, en aquel incendio, que en cada esquina hay una toma de agua en la que los bomberos pueden enganchar sus mangueras para calmar el fuego eventual con rapidez y calmar el ansia de las llamas en su apetito. Que no ocurra como entonces, que devastó hasta la razón. Como testigo queda el olor de esa iglesia a la orilla casi de la plaza del Comercio, donde, entre las losetas la hierba crece.

Estilismo discreto, elegancia de una ciudad admirable, abierta, de bienvenida. Una ciudad de luz. Porque el cielo en Lisboa lo ocupa todo, y la luz llena el aire y los rincones. 

(Muy recomendable la serie "Sequía", es como estar allí)

09/05/2023

POCO SE HABLA DE LAS CAMISETAS DE CARLOS

No digo yo que haya que ir de blanco, como Wimbledon. O sí. Van guapísimos de blanco. Por lo visto el origen de la tradición está en la casualidad. Cuando se celebró el primer torneo, allá por 1877, los 22 participantes fueron vestidos de blanco. El blanco se asociaba con el color que usaba la aristocracia para los meses de verano. Tiene su lógica, decían: "al ser un color que se ensucia muy fácilmente no resulta práctico para los trabajadores". Pero, que nadie se engañe. No es que el blanco se ensucie más, es que se ve la mugre. Basta de farsas. La típica camisa negra del sector servicios,  tan manida, aguanta y disimula la porquería.  Pero está igualito de sucia que si fuera blanca.  Que no tiene un repelente de la mierda, vamos.

La verdad es que en las imágenes antiguas a los tenistas se les ve de blanco. Si bien se trata de documentos gráficos previos al color en la fotografía y televisión. Desconozco si se trata de un blanco puro, roto o medio pensionista. 

Según el reglamento, en Wimbledon "Los competidores deben vestirse con un atuendo acorde para el tenis que es completamente blanco y esto se aplica desde el momento en el que jugador entra en los alrededores de la cancha". La única licencia es : “Una línea de color en el cuello o en las mangas que no supere el centímetro de grosor"

Al cabo, el resultado es la elegancia. De eso saben mucho los ingleses. Pese al nuevo rey y sus excentricidades. Rey que, por cierto, debería imponer unas normas también para sus festejos. Se hubieran evitado algunas vulgaridades como la del bol que llevaba nuestra reina en la cabeza. Por muy "Carolina Herrera" que sea. En cuanto a sombreros o pamelas, no todo vale. Una tía mía era capaz de ponerte un tiesto en  todo lo alto si te presentabas en una boda con la cabeza descubierta. Pero una buena maceta, con sus geranios, tiene más gracia que la ensaladera de Letizia, con zeta. Helena, con hache. Los detalles marcan la diferencia. Por eso: Nada como una camisa blanca si no sabes qué ponerte.  Combina con un vaquero, con una falda elegante. A cualquier parte se puede ir con una camisa blanca.

El uniforme y las normas tienen su utilidad y su sentido. En el tenis, también. Blanco, polos, no camisetas sin mangas. La estridencia de estos tenistas daltónicos o sus patrocinadores, me desasosiega. Con lo bonito que quedaría ese blanco con el fondo de  tierra batida. ¡Qué contraste! Y si se ensucian, lo hacen igual, insisto, lo que pasa es que en el blanco se ve. Cosa que me da paz. Y si Carlitos gana y se quiere tumbar al terminar, que se tumbe. Allá sus problemas con la lavadora. No creo que le importe mucho después de ganar el torneo. Pero por favor, no te pongas más esa camiseta. Nunca más. 

Y es que los tenistas son muy buenos deportistas, no lo dudo, pero gusto al vestir no se les exige. Y, a excepción de Roger, y algún otro que se salva, no pueden presumir de él. Una pena, porque poco les luce el cuerpazo del que pueden con orgullo presumir. Así que me parece genial que impongan unas normas. de verdad, que en su vida privada se pongan lo que quieran, pero no castiguen al tenis ni a los espectadores con sus horteradas. Un deporte tan bonito, tan elegante, desmerece con esas pintas. Soy partidaria del uniforme. 

Otra cosa que me sorprendió del nuevo campeón en Madrid fue los besos, son besos de  pandemia.  Agacha la cabeza para que le besen la cocorota. Son besos de niño que no besa, que se quita los besos.

08/05/2023

HABÍA EMPEZADO A HACER DEPORTE

Había empezado a hacer deporte. El asunto no es baladí, tiene su ritual o procedimiento. Requiere una preparación previa. Primero hay que decidir la actividad.  Descarto aquellos que supongan un compromiso con otros. No sé dónde tengo la cabeza, estoy como para comprometerme. Cada día es un vendaval. Eso sí, como en casa, promesa marital, que, a diferencia de las electorales o de otra índole se cumple. Pasado, presente y futuro. Salvo excepciones debidamente justificadas. De vida o muerte. 

En cuanto a la decisión deportiva: Quedan fuera los divertidos deportes de equipo, baloncesto: un imposible. ¡Con lo difícil que es reunirse! ¿Los miércoles un tenis? No me atrevo a ser la que falle.  Deportes solitarios, por descarte. Esquiar no, porque es verano. Nadar ni de coña, no tengo tanta vida interior. La parafernalia del gorro, el cloro, el pelo mojado. No. Ni pienso en meterme en un gimnasio. Me hablan de las bondades del pilates o hacer yoga. Ni se me ocurre dudar de la mejora postural, la flexibilidad, la tonificación muscular. Pero no me lanzo.  Visualizo la esterilla y el progreso, la satisfacción de dejar atrás la piel de naranja y controlar las lorzas y las bingo wings. Me emociono con el eventual resultado. Descarto: supone compromiso y vergüenza de que me regañen por gorda, aunque sea pensándomelo a la cara. Luego está el tema de la pecunia. Con lo que han subido la hipoteca y los precios en general, está la cosa como para excentricidades. Nada que cueste dinero.

Me quedo por tanto con la soledad del corredor de fondo. Preparo a conciencia mi equipación para que la madrugada no traicione mi voluntad. Dicen que, si haces una actividad 20 días seguidos, se convierte en rutina.  A por ello. 

Imprescindible resulta hacer descripción del atuendo, que retrasa la fecha de comienzo del reto personal.  A mi edad y condición no se les puede asociar una malla cualquiera del Decathlon. Por supuesto, me asesoro en el tema zapatillas, no son todas iguales, esas que tienes son de jugar al pádel, que no de tenis, ojo, me asesora un experto. Nada que ver. ¡Pero cómo te vas a poner eso para correr! Esas son de andar rápido, de asfalto, de superficie plana, accidentada. Desconecto en la explicación del aire de  la suela o el peso del material sintético que evita la sudoración o facilita la transpiración. Los ayudadores, en ocasiones, resultan un poco cargantes y ayudar, ayudar, ayudan poco. Al menos a mí. Que voluntad le ponen, ojo. Pero me da siempre la impresión de que se inventan la mitad. Si acaso fomentan mi temida procrastinación. Pienso que me están tomando el pelo. me apunto mentalmente que a la próxima debo ir con los deberes hechos y sabérmelo. Pero me interesa poco. En fin. Decido ir al corte inglés donde recuerdo a mi padre que, para comprarse calzado para la boda de mi hermana, de la que fue padrino, claro, le pidió al amable uniformado unos zapatos “ad hoc”. El dependiente lamentó no disponer de tal marca. Mi padre, con lo que era, se avergonzó de su broma cultureta, pidió disculpas y se fue a otro centro comercial, para no hacer sonrojar al vendedor. Lució zapatos ad hoc en nuestras bodas, como impecable padrino que fue y será. No padre, no pedí ayuda para comprar mis zapatillas ad hoc. Eso sí, salí del centro con un calzado que, por su precio podría tener alas. Convencida del éxito de mi propósito y sonriente, había satisfecho el primer escalón. 

Una vez iniciado el ritual, consigo mantenerlo los 20 días de precepto, una vez superados, con la tranquilidad que me da saber que he alcanzado la rutina, me relajo. Calzo mis deportivas y me embuto en la ropa chándal cada mañana tras la ducha. Pero un día tengo una reunión, otro: me llaman por teléfono, el siguiente que si la compra. Total, que entre ponte bien y estate quieta, llevo dos meses perfectamente vestida con ropa de deporte, sin salir de casa. ¿eso cuenta? Digo yo que sí. La manida actitud, que está en boca de entrenadores y psicólogos y coach de todo palo (a mí me suena a sofá, total, es una letra). Si puntúa la actitud, si multiplica, lo tengo ya medio hecho con ponerme las zapatillas. Otra cosa es que corra, ande, o me apunte a la maratón de Nueva York. Poco a poco. Pues ya si eso, me quito el chándal, que no me favorece nada. Pero de mis super zapas no me bajo. No vaya a ser que tenga que salir corriendo.


06/05/2023

EL SOL Y EL LIMÓN (foto:membrillo)


Me estoy pareciendo cada día más a Antonio López. Y no en el arte que él maneja. ¡Que qué más quisiera yo! A pesar, dicho sea de paso, de que haya quien piense que lo suyo es copiar, que no tiene mérito, que para eso están las fotografías. No sé muy bien si el arte va de mérito o de qué va. Para mí es una respuesta en base dos: me gusta no me gusta. No estoy de acuerdo con tales críticas. Pero hoy no es mi día de tener razón. Valoro muy poco algunas opiniones, y con el tiempo, cada vez menos. Antes me molestaba, saltaba la ofensa como un resorte dentro de mí. Ya no. No me merece la pena. Eso sí, comparar a Antonio López, con ánimo de denigrarle, con una fotografía, desde mi humilde y en este caso mordaz punto de vista, me parece equiparable al estudiante foráneo de Bellas Artes que no quiere ver la pintura del Prado por considerarla "antigua". La estulticia tiene grados a veces difíciles de rebasar.

Me acuerdo de Antonio López y su nevera abierta mientras pintaba una naturaleza muerta, cuando miro mis limones. Mis limones en el frutero. La imagen del pintor es muy probable que me la haya inventado. Son sonidos de recuerdos que rescato de la época en que se grabó la película. En casa, padre siempre hacía bromas con una nevera que había pintado abierta el genio. Con la fama que tenía de tardón, en el buen sentido, de entretenerse en cada pincelada, de perfeccionista; padre solo pensaba en la comida de la nevera que se iba a arruinar. Porque claro, dos meses abierta la nevera, con los táper, las acelgas, el kétchup mal cerrado, la mantequilla, la leche empezada...lo menos que les podía pasar a los usuarios del electrodoméstico era cogerse una salmonela. Que nadie arruine mi memoria con simplezas tales como que tenían otro frigorífico. ¡Qué mundano pensamiento! Campo abierto a las bacterias. Creo recordar dos cuadros, dos neveras, una más nueva que otra, las dos abiertas. Alimentos inopinados en su interior, como la sal, o la mantequilla que se han dejado fuera. Cada uno es cada uno. Que viva la penicilina, benditos hongos invasores del queso que nos han traído delicias culinarias.

Mis limones, que hace unas semanas, ya no sé cuantas, compré porque estaban de oferta. En un impulso decidí que iba a hacer limonada cada día. Ahora que se acerca el verano. Nada más refrescante. Lo que tienen las decisiones de supermercado es que se quedan en buenas intenciones. La procrastinación es un clásico tras volver de la compra. Ahí está mi limonada, en mi imaginación, en potencia.  Riquísima, con unas rodajas de limón, una "mijita" de azúcar y un chorrito de miel y mogollón de hielo. Hielos grandes, no de hielera cutre. Lo visualizo. Estoy tomándomela en la terraza de casa, tras un día caluroso. Mientras contemplo el sol que se esconde en la línea del mar de Madrid, el hielo enfría mi bebida y refresca mis ideas. Allá donde los barcos se alejan y casi no se distingue su bandera, se marcha Lorenzo a descansar para mí. Sonrío pensando que amanece en tantos otros sitios, que todo es relativo y me despido. Está sobrevalorada la idea de la felicidad.

Pero no, los limones siguen en el frutero improvisado. Porcelana heredada aloja su olor. . El partido que le sacaría Don Antonio a este magnífico aspirante a bodegón. Naturaleza muerta con limón. 


04/05/2023

LA HIPOTENUSA

 

¿Tú eres de los conduces y educas al personal? ¿Eres de esos que vas señalando las faltas a los pobres peatones, ciclistas o mismísimos compañeros conductores? ¿Enmiendas la plana a todo el que se te cruza? ¿no tienes paciencia con los imperfectos? ¿Tienes acaso vocación de maestro, profesor de autoescuela, super-tacañón de concurso televisivo? No me refiero solo al consabido “este coche tiene cinco marchas” ¡bendito invento el del cambio automático” Alma de cántaro, ocúpate de lo tuyo, digo yo. Que seguro que alguna cosita tienes.  Y a mí no me des sustos. 

Con independencia de que le afecte o no el mal comportamiento del otro, este tipo de conductor educativo es un petardo. Y se recrea en la instrucción. Vete a hacer la mili y déjanos en paz al resto.

Una calle cualquiera de una ciudad más o menos bulliciosa, de un pueblo. Es cierto que esa buena mujer espera en la calzada, sí; el caballero ha acelerado con el semáforo en naranja oscuro, también; el niño con los cascos puestos pasa tres metros más arriba del paso de cebra. Verdad. La señora del perrito y el bastón cruza la carretera renqueante, que no la calle, a su ritmo ¿a ti que más te da? ¿Interfiere en tu trayectoria? ¿te ha hecho acaso frenar o dar un volantazo, siquiera? No. La respuesta es no. Que el del Magda haya dado un acelerón y tú no ¿en qué te afecta? En nada.  Es su vida, su accidente, su problema. Su ego y el tuyo. Ojito, que esto no va de testosterona, contra todo pronóstico, este comportamiento, por no hablar de patología, que no me corresponde, afecta tanto a varones como hembras. Pues no, tienen que despotricar, perseguirle, pegarse a él hasta que se tocan los parachoques.
Cierto es que, si la temeridad es tal, es decir: verdadera, no se produce el intento de enmendar conducta. El miedo impone. Pueden pasar dos cosas: el accidente o el susto. Y ahí no hay tiempo de recreo. Ocupémonos de lo importante entonces. 
Sin embargo, cuando, haciendo uso del escaso grado de libertad que la vida nos permite, uno saca los pies del tiesto; va más despacio de lo ortodoxo, porque está disfrutando del paisaje o la conversación, siempre hay un don Perfecto que cual titán, se desgañita en su habitáculo para bronquearle. 
Si haces mal una rotonda, un suponer, y crees que te da tiempo a colarte, siempre hay alguien muy educativo que toca el claxon con fruición y acelera hasta alcanzarte para demostrar que él se sabe las normas de circulación y que tu debes respetar su preferencia, aunque venga por la izquierda, ya que de una glorieta se trata. Cierto. Pero has tenido que acelerar, colega, eso es mala idea. Me daba tiempo. 
¡Qué ganas de repasar el código de circulación! Si es que, si les dejas y no les haces caso, es peor, porque son capaces de perseguirte y en el acecho arriesgar su tiempo y su vida con tal de aleccionarte. Provocan más peligro tocando el claxon desde ese todoterreno que no ha pisado más que asfalto, con el susto que te pegan, que por la propia imprudencia.
Pero lo mejor me ocurrió un día que salía despistada de hacer la compra. Despistada y con prisa. El semáforo por donde ortodoxamente debo cruzar, tarda en cambiar de color. Tarda tanto que a veces no se sabe si va a ponerse en verde o en rojo. Atajé y crucé haciendo trampas, acortando el camino y aproveché para comprar tabaco al lado de casa. La vecina con la que me encontré en el portal era con la que había coincidido a la salida del súper. Me dijo “has hecho la hipotenusa”.

03/05/2023

HOY QUIERO TENER RAZÓN

Hoy quiero ser yo quien tenga la razón. No quiero discutir, ni tener que argumentar o defender mi postura. Quiero ser yo la que tenga razón. Sin más. Sin pelear, no me apetece la polémica. Hoy quiero tener razón y punto. Hoy no quiero que me cuestiones. Ni tu ni nadie. No quiero esgrimir banderas. No quiero litigios, ni ventilar recuerdos. No quiero entrar en diálogo. No. No quiero tu versión de los hechos, ni la de nadie. Hoy quiero tener razón. ¿Tan difícil es de entender?

Me paso el día templando gaitas para que haya paz. Que si no es para tanto, venga no te enfades, que sus razones tendrá. Venga que es tu hermano, tu padre, tu amigo. Eso son tonterías. No le des importancia. No. Hoy la que tiene razón soy yo. No se hable más. Es que me ha dicho, es que yo creo. Y yo venga a mediar. No te lo tomes a mal, quizá lo has interpretado mal. No. Hoy tengo razón. Ese tío es un merluzo y no merece ni un segundo más de tu atención. Punto. Tómatelo como te de la gana. Porque hoy la que tengo razón soy yo. Y no admito ni un acento.

Y si no templo para otros, reculo yo en mi posición. Un no será para tanto por aquí, un qué más da. ¡Que no!  Que hoy la razón la tengo yo. Y no me quiero defender ni reñir. Quiero que me digas que sí. Que tengo razón. Y que lo digas de verdad. Porque la tengo. Que te aguantes. No quiero que me discutas ni una coma. Que si no la he puesto y no se me entiende,  te lo vuelves a leer. Y si no te enteras, no es mi problema. Que la razón la tengo yo. ¡Hala! Además. ¿te he pedido opinión? Pues eso. Que me da lo mismo. Tómatelo como que me has oído el pensamiento. Que no hablaba contigo.

Es que me he cansado de ser cactus y jardinera al mismo tiempo. Que sí, que se me ensanchan las orejas cuando te acercas, porque te quiero. Y te defiendo, aunque no tengas perdón. Pero hoy no. Lo que digo va a misa. No hay más que hablar. Hoy soy petunia, pensamiento, hortensia, flor de un día, abedul, retama, tomillo, margarita, dalia, quitameriendas. Hoy quiero tener razón y que no me rebata nadie.