Seguidores

17/01/2023

AHÍ TE QUEDAS CHATO

Me encanta la comparación Shakira Julio. 

Es menester detenerse a escuchar la letra de la de Barranquilla. Creo que a estas alturas quien dice no haberla escuchado, miente. Está sembrada de perlas su poesía. No deja títere con cabeza. En su abanico de lindezas despelleja a la contraria, al propio ex y a todas sus condiciones. El rencor puebla su lírica con clarividencia de vidente. Y en el otro lado, supuestamente fino, está Julio, para dardo, el suyo con "Hey". Tela. 

Yo, que soy muy progre, hija de gente más moderna aun, que nació en un mundo chapado a la antigua; he procurado evitar escuchar a Julio en público. Y, por supuesto, jamás reconocer que me "gustaba", tanto es el postureo que ya ni sé si me gusta o no.  Uno tiende a olvidarse del original, de tanto disfrazarse pa' agradar, pa' que le quieran a uno. 

Ya se sabe, los del 65 pasamos de la canción protesta al blues y al jazz, pasando por la movida, donde hubo severas bajas de amigos y de admirados.  Si he evitado confesar que conozco o incluso me sé las canciones del conquistador Julio, no digamos las de la colombiana. Solo me permito reconocer el guaka guaka. Y porque ganó España el mundial, que si no, ni eso. Es lo que tenemos, los del 65, unos pretenciosos de "mierda", con perdón. Petulantes que solo queríamos lo que quiere todo el mundo, que le quieran. Nos perdimos lo mejor. Entre otras muchas cosas no poder confesar que nos gustaba Julio Iglesias, o tener que esperar a ir la peluquería para leer el Hola y mientras tanto, tragarnos los sesudos artículos de opinión del País y bostezar con los cantantes cubanos que hablaban de libertad y otras historias. Nos aburrirnos como monas viendo películas subtituladas en el Alphaville, sin admitir jamás que nos gustaban las pelis del Oeste o Mujercitas. Cositas. Salíamos mareados a ""jartarnos" de ginkases frente al Delanys o emporrarnos de ambiente en el Portalón discutiendo sobre la música de Koyaanisqatsi o Dersu Uzala. En realidad no nos habíamos enterado de nada. Al llegar al Penta el tedio de la tarde estaba olvidado. Quedaba la risa.

Sin embargo, heme aquí, abriendo mi corazón y mis asuntos a un anónimo lector, si es que tal sujeto existe ante esta crisis mundial que ha desbaratado listas musicales,  números unos y está a punto de afectar a la bolsa. Que las casas de relojes arden de competencia. Por cierto, el reloj que mostró el futbolistas es vintage, yo pensaba que de esos ya no había. En cuanto a la lírica: "Hey" está llena de inquina y mala leche queriéndo hacerla pasar por balada. Es sencilla de entender, por lo que no se le supone doblez. Sin metáforas ni figuras retóricas, ataca desde el centro de su propia rabia. Los Scorpions son mucho más románticos que Julio, por muy roqueros que sean. Los roqueros cantan puro y sin resentimiento. Eso es amor y lo demás son tonterías.

Al cabo, el rencor de Julio (que dice que no se lo guarda, que siempre fue más feliz quien más amó, que ese siempre fui yo; dice, el pájaro) y el rencor de la colombiana, es el mismo, y falta de delicadeza análoga. No es elegante quejarse en público, no es de buena educación hablar de dinero. Que si un coche, que si otro. Están en otro planeta. En el mundo de los mortales los Rólex son Trólex y los Ferraris, coches de película o exposición. Y las penas, pa' dentro. Si te hacen bola, apáñate. ¿Pero airear que el otro presume de que no puedes olvidarle? Muy feo. ¿Mentar a la abuela de tus hijos lanzando dardos? Muy feo. Que cada palo aguante su vela.


16/01/2023

LA TAPA DEL YOGUR

Es un asunto digno de debate, que si no discusión el de comerse un yogur. Solo le pido a Dios que si tengo un día una cita no me ponga yogur de postre. ¡Menudo brete! O sí, descartes rápidos.

Desde niña pensé que era de mala educación, malísima, chupar la tapa del yogur. En los Danone quedaba mucha sustancia aprovechable pegada al aluminio o lo que quiera que fuera el material del que está fabricada la tapa. Con lo ricos que estaban, a mí me daba pena dejarlo ahí, sabiendo que iba directo a la basura. Pero, a no ser que me encontrara fuera de la vista de adultos o chivatos, jamás osaba a rebañar. Si tenía oportunidad, haciéndome la dispuesta, llevaba la tapa a la cocina y aprovechaba la oscura complicidad del pasillo para darle un lametazo. Porque en la cocina los uniformes y las cofias, que no adultos, quizá, sí que eran vigilantes; y muy estrictos. Un gesto tímido con la cuchara era lo máximo que me permitía en la mesa. En la mesa del comedor, que en la cocina comer era de estar castigado. Me parecía lo equivalente a llevarse el plato a la boca y dejar que el jugo de las fresas resbalara hasta saborear lo que era imposible aprovechar con una cuchara. De vuelta al salón los churretes te delataban, pero esa es otra historia.

Descubrí, ya con las canas teñidas, que lo que era de mala educación era tirar la tapa sin rechupetarla: "¡con el hambre del mundo y te dejas la mitad!" ¡Hay que ver cuántas sorpresas aporta conocer mundo!, ¡qué bien le viene a uno salir de la zona de confort! Hay quien dice que el que no chupa la tapa del yogurt no ha pasado hambre. Yo no lo he pasado, a las pruebas me remito, lo demuestra mi oronda figura. Otros aducen que se va medio yogur en ella y está mal tirar la comida. Ese punto me atrevo a rebatirlo con las marcas blancas, casi llega el yogur a la tapa. Si es intrínseco a la reducción de precio del producto, lo desconozco.

Los yogures de cristal, los mejores, tampoco derrochan en las tapas. No estoy segura de que tanto lametazo a la tapa, de aluminio sea bueno. ¿Qué tendrá? ¿Bauxita?, elementos seguramente inocuos, como lo es la tinta que utilizan para promocionar consumo, con concursos en los que es imposible participar; o pensamientos del todo a cien, frases lapidarias, psicología de baratillo. Yo pensaba que la única tinta que no era mala para la salud era la de los periódicos ingleses, que se reutilizan en los cucuruchos del Fish and chips. A mí no me ha tocado nunca un pack sorpresa en las tapas del yogur, ni una compra gratis, ni un viaje al Ecuador en el palo del polo de limón. Eso no quiere decir que no toque. ¡Ojo! Y que, como las galletas sorpresa de los chinos, las frases estén llenas de sabiduría y ociosas predicciones de un futuro tan abstracto como incierto.

A mí, con todos los respetos, me parece una guarrería, ¿que lo practico? Por supuesto, sin público. ¡Mamaaaaaaaaaaaaaa!


04/01/2023

MI MEJOR VIAJE (CLAUDIA)

Claudia es una veinteañera que ha conseguido una beca de investigación en un renombrado instituto y está pasando una temporada en un pueblo perdido de Francia. Esta a  punto de volver a casa por Navidad.

A pesar de que todo parecía fruto de la casualidad y la mala fortuna, resulta que va a ser verdad eso de que por algo ocurren las cosas. 

El vuelo de vuelta de Claudia salía de París el día 24, Nochebuena, por la mañana. El plan era llegar en tren el 23 a la ciudad del Sena, la de los puentes; cenar con los primos, dormir en su casa. "Hace tanto que no nos vemos". Volver a casa el 24, cual tableta de 1880, el turrón mas caro del mundo. 

    Recibió un mensaje en el correo electrónico el día 20 de diciembre por la             mañana. 

La entrega y presentación de los resultados de su investigación durante el semestre, estaban previstas para el 21 a las 9:30. Un tribunal especializado haría las preguntas: abiertas, sin límite de número. Una horita corta, esperaba Claudia, más cercano a un parto que a una lectura de tesis le parecía el momento. Cuando acabara, prepararía el equipaje con tranquilidad. Luego tenía tiempo para comprar regalos y algún detalle para los primos parisinos. El mensaje era escueto. "Su vuelo ha sido cancelado " ¿Perdona? Claudia es muy dispuesta, no pierde un segundo: llama a la compañía aérea para pedir explicaciones. Que hay huelga, la invitan a elegir fecha de vuelta de modo gratuito, a partir del 26, que acaban las reivindicaciones. ¿Perdona? La teleoperadora es una infiel. Con perdón. No tiene noción (o sí) de lo que significa ni el 24/12 ni el 25/12, ella trabaja los domingos y fiestas de guardar. Esos días no tiene competencia.  Puede pedir el doble del salario habitual, que se lo van a dar, y encima parece que se está sacrificando. Nada más lejos. Claudia cuelga el teléfono sin ganas de discutir. 

Sin entrar en detalles y para hacerlo corto, consigue Claudia con eficacia cambiar el billete para su día H. Le queda claro que no se puede planificar nada. Ni regalos, ni laundry, ni visita sorpresa a los parientes, ni nada de nada. Mejor. La estancia en el extranjero estaba siendo una experiencia tan maravillosa como agotadora.  Vivir sin mochila tiene grandes ventajas y también algunas pegas.

El caso es que defendió su trabajo, bien, resuelta y ágil, a pesar de las trabas del idioma. Voló con su bici alquilada hasta llegar a su casa, de piedra, con flores en los balcones. Ni regalos ni regalas. Ahí estaba Claudia: empantanada con su maleta, tratando de cerrarla cuando oye golpes en la puerta. ¿Quién podía ser? El chico más guapo del pueblo. El taxista. Y ella con un moñete en lo alto, hecho con un lápiz, no encuentra las gomas. La cara lavada y vestida de batalla, con sus mejores galas: calcetines gordos a falta de zapatillas, sudadera gigante, pantalones de pijama de corazoncitos. Abre la puerta y ahí está, su taxista,  su compañero de trabajo, con el que el trato que tiene no va más allá del hola y el adiós; que a ella le ponen nerviosa y le dan energía para pasar un día de tedio con la sonrisa puesta. Ahí está, oliendo a fresco, el pelo mojado, despeinado, la mirada limpia, verde. Tiene algo en la mano. Claudia ha entrado en parálisis, que no permanente. No oye lo que él dice, como si hubiera estallado una bomba y sus tímpanos se hubieran colapsado. Pero él parece no ver su desastre, la mira dentro, como si tuviera rayos equis en los ojos. Y dentro Claudia sonríe, como siempre que le ve. Extiende el brazo y le hace sostener el paquetito que lleva, sus manos se rozan por un instante. Un calambre le recorre entera. Ve literalmente la electricidad entre los dos. El rayo. Tiene una visión en ese momento, su taxista favorito se arrodilla y le pide matrimonio. Tal cual, con las dos manos le ofrece un anillo en una cajita, hincada una rodilla en la baldosa y su ancha mirada iluminando el camino hacia una isla desierta con palmeras y playas kilométricas. Tal cual. Ni vuelta a casa por Navidad ni turrón ni qué ocho cuartos. 

La caja no es una caja, es un "mandao". Pero la alegría y el nervio no se lo quita nadie. Tras un intercambio de sonrisas grandes, de película muda, se ha ido. Sin más. Otra oportunidad perdida con el belga de sus sueños. ¿Qué pensará de mí? se pregunta Claudia, que soy idiota. 

Termina de recoger y trota a la estación, sube al tren, vigila su maleta. De la estación al aeropuerto. Hace una escala, por la huelga se han eliminado los vuelos directos. Tarda en llegar a casa más que si viniera del mismísimo reino del marsupial, como Amalia, sin exagerar. Por fin, después haber hecho uso de casi todos los medios de transporte conocidos, llega. Luces de colores, olor a bienvenida, calor.

Lo mejor del viaje ha sido la compañía. Claudia se ha sentado en el avión donde le ha tocado, sin elegir, sin mirar. Una señora mayor ocupaba el asiento de al lado. Era su abuela, la siente, que murió hace unos años. Era ella. La ha mirado cándida, la abuela, la señora. Claudia de pronto se ha dado cuenta de que no había comido en todo el día, se mira las manos, las tiene blancas, sabe que va a perder el conocimiento. Entonces la abuela saca de su bolsa de Pandora una chocolatina. "No gracias". Pero ella insiste. Claudia acepta. Se siente mucho mejor. Charlan. La abuela va a visitar a sus hijos, que ya le han dado nietos. Lleva regalos con la inseguridad que a veces dan los parientes políticos y la paz de aporta la edad. La abuela reacciona tarde ante los avisos, vete tú a saber si son los años, o es que siempre ha sido así. Es la última en ponerse el cinturón, se levanta al baño cuando no se puede. Las azafatas le han llamado la atención con gesto de hartura. ¡¿Cómo se atreven?! Piensa Claudia. Su abuela era igual. Pedía un café cuando ya les habían traído la cuenta en el restaurante, y media mesa estaba levantada. No era por ahorrárselo, era cuando le apetecía. Y el porque yo lo valgo lo llevaba tatuado y hasta sus últimas consecuencias. Las azafatas pasan un carrito enseñando productos sin IVA, colonias y relojes que casi nunca son los que a uno le encajan. El caso es que la abuela suelta un "señorita", cuando ya habían guardado todo, habían cambiado de atuendo y se disponían a prepararse para el aterrizaje. Se miran cómplices entre ellas y ponen cara todas de pocos amigos, "señora, haberlo dicho antes". Claudia es escorpio, y por sus venas fluye sangre de mar, fulmina con la mirada a las uniformadas señoritas. "por supuesto". La abuela se toma su tiempo, elije, no le funciona la tarjeta, se ha olvidado del número, "espera hija que lo tengo aquí apuntado". Claudia no quiere saber su nombre. Sabe que es su abuela, que la acompaña a casa. Por eso piensa en ella como la abuela, no porque sea mayor. Han pasado el viaje de charleta intermitente. Se han acompañado durante la escala porque compartían destino. Solo cuando se ha despedido de ella, y se ha levantado para bajar del avión, Claudia se ha dado cuenta de que en asiento de atrás viajaba su belga favorito. ¡Menos mal que no le ha contado nada de él a la abuela! Ha estado a punto. ¡Qué casualidad! Esa sonrisa otra vez, clara y ancha. No han parado de hablar esta vez, mañana nos vemos. Tras recoger el equipaje se han despedido.

Al día siguiente, la cena en casa, como siempre en Navidad, y cuando al abrir la puerta han aparecido ellos, la señora del avión y su marido: Claudia ha reconocido al abuelo también, que se fue antes que la abuela. Su abuela era una mujer entera. Y su abuelo. Se sienta a su lado y les cuenta su estancia en Normandía. Ellos escuchan fascinados. Nos tienes que presentar a ese chico. ¡Qué pícara! 

03/01/2023

HOY HE RECIBIDO UNA POSTAL

Hoy he recibido una postal; no sé si comprarme un corcho o echarme a bailar. ¡Qué alegría! La cartulina ha tardado un mes en llegar a destino. Por supuesto he hablado con el remitente un montón de veces en el tiempo que transcurrido entre que compró la postal, escribió sus letras (la misma letra que cuando tenía 17 años, ahora solo tiene unos 40 más), encontró un sitio donde vendían sellos, un buzón y me la envió hasta hoy. Pero ¡la ilusión! El viaje que han hecho sus palabras.
He recibido una postal de un país asimétrico, de una ciudad que es capital de medio país. Un país que tiene nombre doble. Que es Norte y es Sur. Un país dividido en dos partes. Antes había varios de esos países, del Norte y del Sur, del Este y del Oeste, Democrático o Federal. Artificios políticos a base de vallas y muros que han separado hermanos, como las guerras, o por ellas.

He recibido una cartulina dirigida a mí, estaba en mi buzón. No es una cariñosa felicitación por mi cumpleaños de un banquero ignoto, aunque conocido en los ambientes selectos y fiestas de postín. Tampoco contiene un afectuoso deseo de un año mejor por parte del presidente de una compañía telefónica, eléctrica, gasística. Un presidente del que ni siquiera sabía de su existencia, ni él de la mía. ¿Quién lo diría? La personalización de los mensajes es cada vez más precisa, da el pego; hace que uno coleccione los Crismas del Corte Inglés como tesoros. No es siquiera una multa de aparcamiento, ni una notificación de tráfico, ni un recibo olvidado, aviso de renovación de un servicio. No es carta de un abogado comunicando una desgracia o alegría. No es ese asesor fiscal, tan discreto, del que recibo mensajes de alborozo con respecto a mis acciones tan sabiamente repartidas. Menos aún se trata del cheque ahorro de unos grandes almacenes, agradeciéndome que reposte en sus gasolineras. Es, contra todo pronóstico, una postal de una amiga mía. Una amiga que se acordó de mí al otro lado del mundo. Sí. Estando allí intercambiamos Wasaps y charlas, pero encontró un momento para realizar ese mágico ritual que supone el proceso completo de la redacción de una carta.

Yo me fui de Erasmus durante tres meses, hace miles de años, cuando el teléfono era fijo y se colgaba porque en una época aun anterior, los teléfonos estaban en la pared. Millones de años, sin exagerar. Cada carta con su peculiaridad, unas larguisimas, otras veeves y concisas. Escritas a mano, la huella de un café o de una lágrima.  Algunas con relieve, de la intensidad, otras apresuradas. Los jeroglíficos de mi madre, la claridad de mi padre, la complicidad de mis hermanas, a veces elástica,  otras, breve. La puesta al día de los amigos. Las anécdotas familiares de los abuelos. Todas recibidas con alborozo y gratitud. Es más difícil visualizar una época sin móviles que una en la que no existía la electricidad. De tal modo ha cambiado la manera de relacionarnos que parece imposible la vida antes de las redes sociales y ese aparatito que nos actualiza la vida de amigos, conocidos y otros. Por las redes se publican cosas que no se dirían nunca a la cara. Ni siquiera se podrían pensar a la cara. Sin embargo, la distancia, la soledad del que publica; le concede un escudo que le permite ignorar o derrumbar sus propias barreras de timidez. De esta forma, casi no quedan ganas de llamar a los amigos. Por las redes sabes dónde han estado, lo bien que lo pasaron, si comieron cachopo o pez mantequilla. Por sus comentarios deduces su felicidad o desamparo. Incluso hay amigos y parejas que comparten por las redes sus momentos mientras están juntos, de manera que dedican gran parte del tiempo dividiendo su atención entre el amigo con el que cenan o beben o esquían y sus fans o amigos virtuales. Es obvio que deben atender a las respuestas y a su vez contestar. Es curiosa la soledad y la compañía. 

Y así pasan los días, los años. Verse parece dejar de ser sorpresa ni necesidad. La anticipación del zorro esperando al Principito, ha muerto. Sabemos el aspecto que tiene el otro, su humor, su ánimo. Nos falta el olor, la energía. No hay onda capaz de enviar la esencia. Por eso, el veneno del aislamiento que nos provocan la redes tiene un solo antídoto, que es el abrazo, donde cabe el aroma a patatas fritas, a colonia fresca, a caramelo. 

Yo estuve tres meses fuera de casa y no regresé con un montón de amigos. Volví con una caja llena de cartas. (Y una asignatura liberada, que todo hay que decirlo) Cartas de mis padres, de mis hermanas, de mis abuelos, de mis amigos. Volví con una caja llena de cartas atesoradas en tres meses escasos mal contados que estuve fuera. Y hoy he vuelto a recibir una postal en la que un guardia lleva un collar que hice yo hace un montón, y lo usa para sujetarse el sombrero. Y así las cartas están más cerca de ese par de besos sonoros que te das con los amigos, de ese achuchón del abuelo al nieto, de esos brazos en los que entretenerte en el encuentro. Las letras compartidas, de puño, son ventanas abiertas, son regalos, mensajes del tiempo.

02/01/2023

LO QUE NO ESTA ESCRITO, RAFAEL REIG. Y LO QUE SÍ.

Lo único que no me gusta del último libro que he leído de Rafa es lo que, desde mi punto de vista, es innecesario: la parte cochina. Que sí está escrita. Me da rabia. Porque me encantaría poder decir a mi tía del alma que se lo leyera, a mis padres, a mis hijos. Será que soy melindre, sosa, petarda una tiquismiquis. Será que siento un pudor que me impide compartir su lectura. No me gusta. No 'uta' (decía la niña mientras se metía en la boca una cuchara tras otra de arroz, a cada bocado: 'no uta', dejando claro que comía por obligación). Eso : No 'uta'. Palabras feas ya puso Delibes en boca de su Príncipe Destronado, con gran acierto. Lo demás, lo encuentro soez e innecesario.

Si quito esos cuatro párrafos, por que no son más y no aportan nada, no son significativos ni en la forma ni en el fondo; son solo una manera de decirle al lector: escribo lo que me da la gana. Ole tú. Si quito esos cuatro párrafos, creo que "Lo que no está escrito" es una novela soberbia. Está escrita con mano suelta, con precisión, ajena a las modas que vienen y van. Es contundente, salvajemente real. Ficción inaudita de realismo bruto. Gracias Rafa. Ostenta el texto entero de una exquisita coherencia que ningún efluvio puede teñir, y es que está llena de güisqui, de cerveza y de vida.

Orejudo, Antonio, declara que es la novela que a él le hubiera gustado escribir.  ¡Hombre! A mí me hubiera gustado ver el crucigrama terminado en el último capítulo.

Me voy a otro escritor, que también tiene afición por lo escatológico en la escritura. Desde su tía Julia hasta hoy, el escribidor compone sus cuentos y novelas con lo que a él le pasa, o no. Hombre de aficiones amorosas endogámicas, escribió hace un par de años en un cuento que se llamaba "Los vientos", lo siguiente: todas las noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonar a mi mujer, pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que solo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena. Dice también: "Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita; volverá a mi memoria, sin duda, aunque, si no volviera, tampoco me importaría. Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui feliz." Este escribidor me cae fatal, y eso que me gustaba tanto leerle. Los vientos, es sencillo imaginar a qué se refiere Mario. Y ahora dice que a él le interesa la cultura y a la novia el espectáculo. ¡Anda ya! Y que ella mira el móvil en la ópera. ¿pero de qué habla el Premio Nóbel? ¿Quién pensaba que era la novia? ¿En qué mundo vive? No me gusta el escribidor, nada. Ella no engaña.