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29/05/2020

NO SÉ DEJAR DE QUERERTE


Te he querido siempre. Incluso cuando no te quería, ya te quería.  Por eso no quiero dejar de quererte. No es que no pueda, que tampoco. Es que no quiero. Mi voluntad es esa.

¿Cómo estás? ¿Cómo estoy? Si me preguntaras, si alguna vez lo hubieras hecho, te diría, te habría dicho que estoy triste, muy triste. Más triste de lo que nunca lo he estado. Muchísimo más. No me llega el aire a los pulmones. No puedo respirar. Así estoy. Desde que no estás. Desde que faltas todos los días. Desde que tú sí, has dejado de quererme. No soy capaz de superarlo. No sé si quiero. Lo he asumido, lo he aceptado, he cogido las riendas. Me he hecho cargo. Pero te quiero lo mismo. "Vida es así " que decía mi amigo venido del norte. Es lo que hay. No puedo hacer más. Siempre pienso que pude. Y no lo hice bien. De ahí mi lamento.

Sí, te sigo queriendo. Como el primer día. Más, mucho más que entonces.

25/05/2020

ESTO ES PARA UN POST


En el Mercadona puede pasar cualquier cosa. Hasta encontrarte con alguien sin ir preparado. Parece mentira que no me conozca a mí misma. Había un chiste sobre un señor que conocía a todo el mundo. Hasta que salía en la tele el Papa y él se había hecho un hueco a su lado. El televidente preguntaba a su vecino ¿Quién es ese de banco que va al lado de…? Esa broma me la gastan a mí con frecuencia. ¿Quién es ese señor de banco que va a tu lado?

Pues mira que últimamente me he puesto una cinta, me peino, me peino y quiero ser reina. Soy la mona Jacinta, aunque no tengo corona. Ya nunca voy con esos pelos que hacían a mi padre llamarme la atención ¿te has peinado? Y yo “sí”, porque yo había decidido, azuzada por alguna amiga, que mi pelo fosco era rizado. En fin. Salvo en condiciones de humedad relativa próxima a 100, no lo es. Una vez cometí la tropelía propia de la adolescencia, de hacerme una permanente. Doy gracias a Dios que mi personalidad camaleónica, insegura y temerosa han impedido que cometiera tal disparate más veces.

He elegido camisa femenina y falda de verano. El pelo larguísimo que ha olvidado los efectos de un tinte vegetal, vuelve a su naturaleza de mechas blancas. recogido con una pinza. Buscando cambiar el aire he bajado a comprar un cuaderno y el pan. Y a dar una vuelta y disipar fantasmas. Andar disuelve coágulos que se enquistan en el alma. Pero no estaba yo como para encontrarme con nadie. A veces se me olvida mi propia habilidad. En estos día de encierro, cuando abrieron toriles, salí un día con mi hija cumpliendo todas las reglas. Con ella es difícil hacer otra cosa. De pequeña ibas más seguro a su lado. No había quien cruzara con el semáforo en rojo, antes te dislocaba el hombro del tirón para que no te movieras. En 20 minutos de paseo nos encontramos con su primera amiga, las presentaron con cuatro meses, en el parque; con una de las mejores amigas de mi hermana pequeña; disimulé un par de veces al ver a conocidos porque estábamos en medio de una conversación que no quería de ninguna manera interrumpir y aquéllos con los que nos cruzábamos tenían mascarillas. En caso de que me pararan, podría usar la excusa de no haberles reconocido. Cosa que en mí es extraña. Nos saludó cariñosa la dueña de una tienda que vende mis collares; un vecino amigo, en fin, que en una vuelta a la manzana nos paramos seis veces. Mamá, yo cuando salgo sin ti nunca me encuentro a nadie. Por supuesto hoy nos hemos encontrado, con la cara lavada, de camino a comprar el pan. ¡Vida es así!

En tiempos de pandemia ocurren esas cosas. Pero me he quedado tranquila cuando nos ha pasado al lado un señor con unos "leguins" decorados con todo tipo de colores, simulando la cola de un pavo real. Le llegaban por encima de los tobillos. Apretaban unas canillas ridículamente flacas, no delgadas. Zapatos de gamuza azul con borlas. Prohibido pisarlos. Cerraba el atuendo una chaqueta de traje llena de purpurina que dejaba asomar esas piernas imposibles. ¿Se habría olvidado de vestirse? ¿Era un presentador acaso de algún programa de cotilleo? He dudado si sería un efecto secundario del coronavirus o iba desnudo con las piernas tatuadas. Nunca se puede bajar la guardia. A partir de ahora, echaré mano del pintalabios aunque sea para tirar la basura.

SON MUCHOS AÑOS


Dibujo de MdC
No. No es que sean muchos años, es mucho más que eso. Me fastidia la gente que dice, “sí, hija, es que son muchos años”. Intersectan conjuntos disjuntos, juntan paralelas, fusionan dimensiones lejanas, confunden el tiempo con el amor. Es mucho más que eso. El tiempo no es un valor añadido si no está lleno de amor, de pasión, sentimiento. Lo profundo de la emoción marca el ritmo al segundero. ¿Qué es el tiempo sino una medida relativa del transcurso de nuestra vida por aquí? Una forma de acotar nuestras etapas, de nombrar el envejecimiento. De encontrar referencias a las que recurrir.
Puedes pasar la vida entera al lado de alguien y morir indiferente a su presencia. Invulnerable a su estupidez. Es una opción, resultar invisible o, transparente para el otro. Por muchos años que pases a su lado. Hay quien confunde el tiempo con el amor, con el aprendizaje, con el camino. No estoy de acuerdo con que sea el tiempo acumulado lo que hace fuerte la unión. En un segundo, a veces, se rompe una vida. Por décadas que hubiera de amistad, de amor, de lazos familiares, se marchitan con una gota de lluvia en el océano. Un mal día, un paso equivocado, ese último malentendido deshace con la misma eficacia algo breve que lo que duró cien años. Hay quien que valora el amor en tiempo compartido. Una rosa pierden todos sus pétalos sin solución de continuidad. Para mí, lo importante no son tanto los años, lo que vale es la historia, las emociones, la implicación, la complicidad. El haberse dedicado uno al otro, haber estado atento a la alegría y al cansancio. A la pena. A las circunstancias, en fin.
Para que los años cuenten, deben estar llenos. Y ese es nuestro trabajo. Colmar los días de amor, de alegría. No dejar espacio a la queja. Evitar la ponzoña y la envidia. Alegrarnos por las flores en las ventanas de los otros. Cultivar la alegría y crecer con ella. Solo así puntúa el tiempo.

24/05/2020

¿PERDONA?


Los tacos son muy socorridos para engordar los argumentos. No es lo mismo un "¿Qué ha pasado?" ante una noticia inesperada que un "¿Qué cojones ha pasado?" o "¿Qué coño ha pasado?". La locución suave sería "¿Que puñetas ha pasado?". La versión limpia indica sorpresa neutra. La que alude a las glándulas sexuales masculinas lleva implícita la fuerza del varón, le da un toque de enfado lleno de implicación, de apoyo incondicional, con intervención temprana. La sección femenina transmite asombro, contundencia e indignación. Sin embargo, aquella que menciona la parte externa y decorada de la manga, encaje o vuelito de algunos puños (o manera de hacer un huevo frito); es azúcar glas sobre unas rosquillas de la Simone Ortega. En ambas se podría eliminar el predicado. Lo que da entidad y fuerza al discurso es el taco, al que se puede añadir un adjetivo interrogativo, pronombre o adverbio como complemento de la oración.

Una expresión que está muy de moda (súper de moda), es "¿perdona!" Su objeto es análogo al de la palabrota; es decir, transmitir al interlocutor un estado de ánimo, pasión, enfado, indignación o alegría. Con solo hablar cara a cara o al menos, por teléfono, no sería necesario su uso, pues el contexto y los gestos acompañarían a la conversación. Pero dada la exclusividad que está tomando la comunicación a través de mensajes breves, es necesario resumir, dar pistas, ir derecho al grano, para hacerse entender. 

La expresión “¡Perdón?” o “¿Perdona!”. Perdona en este caso va interrogada en todas sus sílabas, es una palabra esdrújullanaguda. Mezcla entre la interrogación y la exclamación. Se parece mucho a "¿Es serio!", igualmente mezcla pregunta con sorpresa, duda con admiración en ese caso. No podría decantarme por ninguno de los dos símbolos. Sinónimo de WTF, acrónimo del inglés, una vez más. Como es mundialmente conocido su significado y por no ensuciar más las orejas, o los ojos de mis seres queridos que aún no se han contaminado con tan ignominioso lenguaje, ni falta que les hace, me ahorro la explicación. El “perdón o perdona” es una vez más no saber qué decir. Lo que se conoce mundialmente como muletilla. No significa nada, es como un taco. Se busca sonoridad, ritmo, decorar la conversación, interrumpirla, meter baza de un modo baladí. Porque no aporta nada. Bien puede significar sorpresa, alegría, enfado, indignación quizá. Pero está vacía. Bueno, miento, aporta y busca apoyo del otro. Hacer un nos, un acuerdo. “En plan”, si tu amiga del alma te cuenta una “súper” historia, que “en plan”, es que “wtf”, “lol”, pues “¡perdona?” ¿O no? Está clarísimo. ¿perdón? Se puede alargar el final tanto como quieras para aderezar tu complicidad.

Se me iluminaron las arruguillas de la frente el otro día con mis amigas de la infancia. Es curioso el lazo invisible que existe tras haber crecido juntos. Aporta una complicidad sorprendente. Una espontaneidad sin parangón. Al cabo de años sin habernos visto, siendo diferentes, sueltas un “¿perdona?” en una conversación y nos da un ataque de risa general. Así. Sin más. Ahora mismo hay tantas noticias que merecen mi sorpresa e indignación que estoy por tirar de muletilla e insertar un ¡perdón? de vez en cuando. Una vez asumido su vacío de contenido y sin encontrar la esencia de la presunta necesidad de la expresión, quizá debería darle una oportunidad. Para llenar el hueco de los tacos y las palabrotas. A ver si así tengo ocasión de entender, llegar a un acuerdo al mostrar solo sorpresa.

23/05/2020

YO YA NO SALGO


Yo ya no salgo. A mí me da lo mismo haber cambiado de fase. Ya me he acostumbrado. Oye. No está tan mal. En casa lo tengo todo controlado. No gasto mucho. Me muevo lo justo, sí, del salón al dormitorio, al baño, la cocina. Procuro controlar la ingesta. O no
 Según me dé. Estoy logrando la armonía. No discuto, soy mucho más simpática. Tampoco necesito charlar tanto. Entre el trabajo y las llamadas a los imprescindibles me basta y me sobra. Ya no echo de menos a los que telefonean a horas intempestivas para ofrecerte un cambio de compañía. En un momento dado agradecía que sonara el teléfono en medio del silencio, saludaba afable, “hola Enric, si cuéntame. No, no me interesa la oferta”. Echaba un rato. Ya no. Ni eso. Ahora estoy en un equilibrio que no quiero alterar. Mi música, la radio, el piano.del vecino y las obras de la comunidad. Había soñado con la venganza haciendo fiestas. Pero no. Así está bien. Mi rutina me da paz. No hay sorpresas en el día a día. Ademas de la luz, intuyo la hora por los olores que vienen del patio, y sonidos varios que decoran el aire. Desconocía las ventajas que aporta el control. Si tuviera terraza, echaba el ancla. Es lo que echo de menos. Quizá por ahí va a estar mi punto débil. La fuga.



En ocasiones cruzo el espejo, con mi salvoconducto. Pero se me han quitado las ganas de hacerlo voluntariamente. Observo los cambios del paisaje urbano y concluyo que tampoco me he perdido tanto. Había idealizado la apertura. Imaginaba un manto de lavanda que al pisarlo inundara las aceras de olor a primavera. Imaginaba el jazmín y la madreselva en las esquinas. Un aire fresco en el rostro que secara mis lágrimas. A cambio, la calle está sucia, cada día hay más coches. No es como al principio, que podías cruzar cualquier calle sin parar en el semáforo. Sin exagerar. La M 30 no, aunque la llamen calle, porque seguro que te cae una multa, pero la Castellana, o Serrano, sin mirar.

¿Que si quiero ir a tomar las sólitas cañas o cafés pendientes? Sí, pero como que se me hace grande. ¿Qué me pongo? ¿A qué hora voy? Tampoco sé muy bien a donde ir, ni con quien. En fin, me noto desubicada fuera. Que yo ya no salgo. Además, es que no me gusta que me manden. ¿Ahora sí? Pues no me da la gana. Hace tres semanas, mira que tenía ganas, pero ya no. Son dos meses ya. He pasado confinada nuestro aniversario. Mayoría de edad. Mi cumpleaños, el de mis sobrinos, de mis tíos, con regalos a distancia y sin tirones de orejas. No he ido al funeral de Pepito ni al del padre de las Riaño. Para eso sí que hubiera salido y dado unos achuchones a amigos y parientes. Pero ya no. Se me han quitado las ganas y he perdido la ilusión.



Se añade a esta suerte de agorafobia el montón de dudas de cómo organizar las reuniones. Si podemos juntarnos 10 a una distancia de dos metros cuadrados entre nosotros, el cálculo del área de la casa es fácil. Porque para que haya dos metros tienes que estar en el centro de un circulo de ese radio, total más de 12 m2 por persona. Para reunirnos diez hace falta un salón de 120 m2. Que levante la mano los que viven en una casa, no ya con una estancia de ese tamaño, sino “en total”, incluido tabiquería y parte proporcional de zonas comunes. Contando con que unos pueden estar en la cocina, otros en el comedor, mandamos a alguien al baño, podemos arreglar algo. Si hay jardín o terraza la cosa mejora. ¿lo ves?, vuelvo a lo mismo. Y eso que no fumo, que cuando vuelva ya no va a haber más remedio. Aunque siempre está ese pariente que se quema con el sol, ese se queda dentro. O el que padece esa hípersensibilidad a la meteorología, que sienten frío y calor extremos e insoportables sea cual sea la temperatura real, humedad relativa, etc. A esos no se les puede contentar nunca, son insaciables en la demanda. Había pensado en mi próximo chispún, distribuir “walky talkies” entre los invitados o parientes. Si dos están en la cocina, otros dos en la biblioteca, dos en el cuarto de la tele, contando con que siempre haya alguien en el baño, pre y post desinfección, claro; así la conversación se va a complicar. Para que podamos hablar o seguimos con el zoom o tiramos de vasos de plástico con un hilito, en plan hacer una diferencia, por variar. Total, que me parece complicado. Un lío. Como diría alguno. Yo si eso me quedo. Así tenéis más sitio para vosotros.

22/05/2020

LECTURAS DE RETRETE


Hay textos que tienen la extensión apropiada para ser lectura de cuarto de baño o de retrete. Para ser más exactos. Suelen ser los artículos de contraportada de El País, por ejemplo. Ni mucho ni poco, ni para comerse el coco. En una sesión te lo liquidas. Sin poner nervioso a nadie, es decir, no hace falta excusar la tardanza. 

Estoy pensando que el número de palabras de los articulistas de contraportada está acotado con ese objeto. Claro que ellos no conocen Zújar. Porque allí los cuartos de baño son otra cosa. A Zújar llegó en agua corriente con calma, imagino. Casas grandes en ese pueblo de interior de Andalucía. Cerca de Baza, donde íbamos a comprar pasteles iguales de formas distintas. Si te parece difícil decir Pamplona con un polvorón, es que no has probado esos pasteles - bollos o como se llamaran. Al adaptar esas viviendas a la modernidad del grifo y la higiene, muy manido el tema hoy (apuesto que no ha habido un caso allí, en el pueblo de los melocotones, ahora del pantano), el caso es que construyeron cuartos de baño faraónicos, dando cambio de uso a una de las habitaciones, dormitorio, cuarto de ja plancha, por ejemplo. De esta forma, el cuarto de baño de mis abuelos debía tener unos 20m2 y me quedo corta. Era la mejor habitación de la casa. Y el resto era magnífico. Era la más fresca, la más moderna. Había revistero, butaca. Butacas. Para charlar. Dentro se podía celebrar una reunión. Estantería, no para artículos de baño, que también, para libros. Esas lecturas de verano.  El padre Brown y Agatha Cristy. Wodehouse y algún Tbo. Una bañera gigante. Por supuesto el retrete estaba forrado, eso le encantaba a mi abuela, segoviana ella, acostumbrada al frío del invierno castellano llevaba sus costumbres al Sur, donde el contacto de la loza casi se agradece en contraste con el calor que se cuela por la luz. Allí no llegó el papel higiénico el Elefante, en su forro de ganchillo, ese se quedó en Corpus. Las cortinas echadas, contraventanas a cal y canto. Solo se abre de madrugada. Pero cualquier rendija es un camino para que es sofoco invada una habitación. Esas casas de Zújar, con jardín al sur donde crecen higueras y acerolos. Ahí las lecturas de retrete tenían una duración mayor. El confort de la habitación te llamaba a independizarte del paso de las horas.


Pero en las casa normales, la lectura de retrete es esa, a la que da tiempo. Un articulo de un blog, un Manuel Vicent, un Rosa Montero, Almudena Grandes. Almudena, querida. Dos líneas más y se te duermen las piernas. 


NOMBRES PERRUNOS


Dibujo de mi amiga Mª Ángeles Atauri


Me fascina el proceso que nos lleva a los humanos a dar un nombre. Poner un nombre desemboca a veces en un delta de discusiones absurdas. Un disgusto tonto en una ocasión indiscutible para elegir ser feliz. Un momento de alegría y celebración para guardar en el recuerdo, que sin embargo puede ser origen o referencia de desavenencias futuras que se hubieran evitado cediendo o hablando. Yo me arrepiento mucho de mi tozudez. Ni siquiera comprendo el porqué de mi intransigencia. Con lo fácil y flexible que puedo resultar, con todo lo que soy capaz de aceptar con tal de no discutir. Me pregunto con más frecuencia de la que puedo confesar, qué me hubiera costado acceder. Si quizá fue aquél un punto de inflexión, de tantos. Son errores que se cometen en la vida, cuya relevancia engorda con el paso de los años. No pensé que me faltara sensibilidad, pero sí; y también prudencia y sabiduría, nadaba en la ignorancia del egoísmo. Sin querer a veces se hace daño. Sí. Y todo vuelve.



En cuanto a los perros, es un asunto importante también. Es más, trascendente, para sus dueños. Ocurre muchas veces el apodo viene puesto, o eso dicen sus dueños cuando les preguntas estupefacto ¿por qué Manuela? (Igual que su madre) O Sebastián (como el suegro), el de la capa y el bastón. A cada uno nos pega un perro. Aunque cuando te toca otro, le coges cariño igual. Y a cada perro le corresponde un nombre. Es importante contar con el factor raza. No es lo mismo un setter, que es mi favorito junto con el labrador, o el Beagle, que los perros miniatura, tipo caniche. Los perros cazadores, con la pata delantera doblada y las orejas apuntando al cielo. Esos requieren monosílabos. Por la rapidez. No es igual un dogo que un Yorkshire, Terrier o un Schnauzer o un chihuahua. O un bóxer, tan bueno, que un pastor belga. Solo el abuelito Charlie podría haberles llamado igual. La perra de la familia cambiaba, no así su nombre. Si se escapaba o moría y algún hijo traía una sustituta, se llamaba lo mismo, fuera joven o no, blanca o parda. Se reemplazaba el animal, no el concepto, la misión. Era quizá una forma de diluir la pérdida, de no diferenciar ni tener preferencias, bastante hay con otras penas. Ella siempre estaba ahí. En Sevilla también, viví en casa de unos amigos que tenían un perro enorme, pastor belga, un poco loco, a veces había mordido. Esas razas que la endogamia deteriora con tal de que prevalezca la autenticidad. Me lo presentaron como a uno más de la familia. Se dejó acariciar, puse mi mano cautelosamente sobre sus ojos. Se congeló el aire caliente del verano sevillano, ni a Santa Clara llega la brisa. Se hizo un silencio de misa, bajó la cabeza y se fue. No me ladró nunca, jamás le volví a ver. Él tenía su espacio. Yo no era una intrusa ni suponía amenaza alguna.


En el Caserío se llamaban Pastor y Trigre, según los que aun hablan seguido. A otros se les ha olvidado, Entre los mejores nombres que he oído está Byron, (lord). No se trata de un apelativo pretencioso, ni mucho menos. Por supuesto son británicos los dueños, él es británico, un elegante. Ella, vasca, también una elegante. No tiene nada que ver, pero su historia de amor epistolar es maravillosa. Tiene sentido del humor de sobra la familia toda y flema de sobra en el ADN para aguantar cualquier intento de tomadura de pelo. Es un perro salado y simpático como ellos. Porque los perros salen a los dueños. ¿O al revés? Mi tío tenía un enorme pastor alemán que se llamaba Tron, por electrón, protón y neutrón (antes de que se grabara Blade Runner). Tron era como él, un niño grande. Bueno, divertido, inteligente y cariñoso. Como mis tíos no tenían hijos, los niños del barrio llamaban a su puerta “¿Puede salir Tron?” Tron no era consciente de su enorme tamaño, siempre bebé. Cuando llegaban invitados a la casa se abalanzaba sobre ellos para abrazarles, patas delanteras sobre el ingenuo visitante, para pánico de propios y extraños.

De lo que más me divierte son los apodos que resultan ser nombres de personas, como Paco, Lola. Es aventurado criticar el porqué de semejante bautizo. Nunca se sabe. El nombre de un sitio, quizá. Hay razones confesables y otras que no lo son tanto. Por ejemplo, que se llame Frank, por Kafka, es mucho para un perro. Yo qué sé, Fiódor, por Dostoyevski. Demasiado. ¿no? Toda una responsabilidad. Mi amiga, en Florencia, paseaba con Nelson a su vera, parecía parte de ella. Grandes y nobles los dos, por dentro y por fuera. Nunca supe si era por Mandela o el capitán. O porque sí. Los hay que indecisos quieren utilizar un rasgo del animal que le caracteriza, tiene que ser muy evidente el distintivo, porque para conocerle debe pasar un tiempo. Así es que puede ser Blanco, Black, Manchas, en fin, distintivos externos. Dormilón, ya requiere algo más de atención. Unos amigos tienen a Leo, que no es fiero ni ruge, sino chiquitito y juguetón. Otros tenían a Laika. Vino así de fábrica, aseguran que no tiene nada que ver con la que se fue al espacio. Ejem. A su hija la apodaron Lara, por carambolas de la vida, igual que la vecina, a la que no conocían. No sabían ni de su existencia, lo cierto es que llegó después de que naciera Lara. La mujer se enfadaba muchísimo, porque cada vez que llamaban a la perra, ella salía al jardín pensando que por fin la buscaban, en su soledad. Que la invitarían a una de esas fiestas de jardín, lleno de risas y botellines. Más que enfado era pena. Otros amigos tenían a Víctor. Nombre peculiar para un mamífero carnívoro de la familia de los cánidos. Lo llevaba, pobrecito, con alegría y alborozo. Piper era un perro abandonado, de raza en incógnita. Encontró a sus dueños o ellos le encontraron a él. Nunca se sabe. Fue uno más en una familia estupenda. La perra de mi primo es una galga, elegante y perezosa. No lleva el mismo collar que todos los perros, sino una banda suave al cuello, que estiliza aún más su distinguida figura. Sus andares recorren barrios casi peatonales. Ocupa un lugar privilegiado en el salón. Duerme con pijama, pobrecita, que tiene frío. Vira, se llama. No podía ser menos. Ella me ronda si estoy triste, y se acurruca a mi lado, buscando la forma de darme su particular apoyo.

Se puede nombrar haciendo un guiño a la infancia: Colmillo, Milú, Snoopy, Pluto, Scooby, Lassie, Pongo, Rex, incluso Pancho, que parece sacado de Verano Azul. Hay mucho clásico, Toby, Golfo, Tuca, Tuka, Piña, Tuno, Punto, Truco, Saco, Raco. Factor común son las dos silabas, que simplifican la conversación y las órdenes directas. Pero hay alguna elección que hasta a los dueños les produce vergüenza cuando la usan en público, en especial, en presencia de desconocidos. “¡Risitas, bájate del sofá!”, “¡Gruñón, no asustes al niño!”. “Pequeñín, sit”. Tú ves a todo un señor, corbata de lana en ristre, teba y bastón, sombrero; con su enorme mastín. No se puede llamar “Cuqui", ni "Frodo”, por mucho que le gustara al caballero o a su nieto, el señor de los anillos. Tiene que tener un nombre serio, de porte, ad hoc.

Ahora que lo pienso para lo poco fan que soy de los animales domésticos siento una gran pasión por los canes, algunos. Me gustan a distancia. Que no me alboroten ni me invadan, pero me parecen animales magníficos. No entiendo el porqué del uso del calificativo perro como despreciativo, porque no hay duda hay de su fidelidad, paciencia. Además, tienen una intuición maravillosa, que les capacita para percibir quién les teme, les respeta, les quiere. Para perros elegantes y de moda, los galgos. Son el top de la especie en cuanto a atuendo.

Yo les admiro con distancia y prudencia. Y en general, me corresponden. A alguno le muerden todos, aunque no muerdan, y a pesar de lo que les gustan. Pensarán que están ricos y les querrán comer, digo yo.

21/05/2020

¿TRANSVERSAL? NO, LO SIGUIENTE


Se impone en el lenguaje el uso de vocablos comodín, a los que se recurre cuando no se sabe qué decir, o no se encuentran palabras. Peligran nuestros cimientos a base de dejadez y con esto, nuestra propia esencia. Cuando no hay palabras para nombrar las cosas, los sentimientos y emociones, situaciones; cuando no se pueden nombrar, pierden su forma, su contorno, se desvanecen, y sus días están contados. Tales tesoros se difuminan con el ocaso, caen con el sol en el horizonte. Se evaporan y se mezclan con las nubes. Y se van. No son recuperables, se nos han escurrido entre los lazos del alma.

Sin embargo, esta época de encierro está siendo fructífera para ciertas cosas. Por ejemplo, yo misma, me he enganchado a escribir lo que se me ocurre. Sin ánimo de consenso. En realidad, es para mí una herramienta egoísta de desahogo. Y me fijo mucho. Como los búhos.

Hay expresiones que se emplean sin saber de dónde vienen. Por ejemplo, los chavales dicen “lol” con frecuencia, porque sí. O decían, puede haber caducado la expresión. Son efímeras las modas. Pregunté un día a un adolescente si sabía lo que quería decir. Se perdió en divagaciones. Que si era como súper guay, en plan: raro; o que sí molaba. Términos contradictorios unos, complementarios otros, incomprensibles casi todos. Al contarle el origen supuesto de la expresión, me tildó de antigua. Que no tenía nada que ver. Cuál sería mi sorpresa. L.O.L. para mí era un acrónimo, en inglés que significa Laughing out loud, o Laugh out loud, más o menos «reírse en voz alta o reírse mucho tiempo» (es decir, a carcajadas), «muerto de risa», «reírse mucho» y «muchas risas». Ahora a “lol” a veces se le añade el sufijo -azo, lolazo, para demostrar asombro. Es flipante como ha cambiado la palabra. ¿no? Realmente ha acabado significando raro, asombroso. Convergen los caminos. Muy interesante.

Pero lo que me trae de cabeza es el uso de la palabra transversal y ya me vuelve majareta es esa especie de superlativo tan en boga…”no, lo siguiente”. Transversales son algunos departamentos, equipos que no atienden a otros servicios dentro de una organización. Pero con esa perspectiva todo es transversal, depende de cómo lo mires. Utilizar cualquiera de los dos términos en una frase, sumado a colar un “sentirse cómodo en una actividad o posición” o “salir de tu zona de confort” te mete sin examinarte en el club de los estupendos. Otorga titulación de pseudo - psicólogo, analista de pacotilla, con perdón. Da derecho a intervenir en tertulias radiofónicas y televisivas del color que quieras. Donde te sientas confortable. ¡Parecido pero no es lo mismo!

Ayer me llegó la noticia de la creación de una plataforma transversal. Miro el diccionario, el primer ladrillo de nuestra casa. Que está atravesado de una parte a otra de una cosa de manera perpendicular a su dimensión longitudinal. Que se cruza en dirección perpendicular con la cosa de que se trata. Si busco sinónimos encuentro colateral, desviado, perpendicular, oblicuo, apartado, …

Así, en frío, ninguna de las dos acepciones me encaja con plataforma transversal. Por lo que entiendo del contexto, se trata de un conjunto de personas con ideas en común respecto a algunos temas pero que no se definen como de derechas o de izquierdas necesariamente. O no quieren hacerlo. Hoy le llamarían a esta actitud que no están cómodos con tal apelativo. Encuentro por fin una medio respuesta en la web: “también se emplea en el ámbito de la política. El transversalismo constituye una corriente que propone trascender la división entre derecha e izquierda, apostando por una nueva ideología que busca no vincularse con las ideas políticas preconcebidas.

Un movimiento político transversal, por lo tanto, incorpora tendencias de derecha y de izquierda en su propia plataforma ya que dice defender aquello que es más beneficioso para la sociedad en su totalidad, sin importar el origen ideológico de las propuestas. Exactamente igual que LOL o lolazo. Vamos, que no tiene ideología. Depende. De si  se sienten cómodos, supongo.

Como colofón ese "no, lo siguiente". Esta muy de moda. ¿Feo? no, lo siguiente. ¿Tonto? no, lo siguiente. ¿Qué es lo siguiente a feo? ¿Muy feo? ¿Ogro? ¿Feísimo? ¿Y a tonto? ¿Imbécil? ¿Tontísimo? ¿Por qué nos hacemos tan vagos? Busca la palabra. Haz un esfuerzo, mira a ver si te sale un sinónimo. No es que sea listo. Es un genio. Por ejemplo. Es que lo siguiente no me queda claro. ¿Qué hay más allá de ser un genio? ¡Lo siguiente! ¡Claro! Además, hay sustantivos superlativos, de esos máximos, absolutos, ahí ya el regodeo es máximo. Hay cosas que no pueden ser más, para eso le pones “-ísimo” o ya los más eruditos, de pobre paupérrimo. Cuando algo no puede ser más, le metes un lo siguiente y ya dejas pampanita al oyente. Sí, estupefacto, boquiabierto, patidifuso. ¿Sorprendido?, no, lo siguiente: Atónito.

Nos estamos volviendo de un cursi inaguantable de tanto no llamar a las cosas por su nombre. Creo que es síntoma de un Alzheimer inducido. Pobrecitos los enfermos reales de tan triste enfermedad que no permite seleccionar los recuerdos, que condena al olvido y la soledad. Nuestra pereza y espíritu acomodaticio nos hacen obviar el abanico de posibilidades para describir la realidad. La vaguería es la punta del iceberg de nuestra ignorancia y absurda manera de enfrentarnos a la vida. Somos niños de mando a distancia y coche automático. Herederos de quien construyó, lucho y se ocupó por formarse y que tuviéramos formación. Hemos tomado las dádivas sin darles importancia, sin mirar siquiera de qué prescindieron o como vivieron ellos nuestro andar de puntillas por los problemas. Nuestro mirar para otro lado en la dificultad. Saltar y pasar al siguiente capítulo como si de ascuas se tratara. Porque hemos vivido en un cuento de hadas. Y las redes las han tenido siempre nuestros mayores, hoy encerrados o muertos. Solos. Ojito.


20/05/2020

EL DIA DE LA BICICLETA




¿ES UN SUEÑO ESTOY SOÑANDO? OH, NO, NO, ESTÁ NEVANDO. Eso o es hoy el día de la bicicleta. O resulta que termina la vuelta ciclista y nos ha pillado por sorpresa. Entre virus y otras cuitas.

La situación puede ser algo así: Un fin de semana de mayo. Te levantas sin ganas. Ya son más de dos meses de confitamiento. Nos estamos engordando, como a Hansel y Gretel. Ese meme tenia gracia. Aunque somos nosotros solitos los que nos lo estamos zampando todo. Bueno, te desperezas, no es que tengas ganas de seguir durmiendo, es un no sé qué entre vaguería y responsabilidad. Que es domingo y te lo puedes permitir. Hasta las diez puedes salir a andar, casi lo mejor es hacerlo pronto. Desde hace tiempo el asunto del sueño lo llevas regular. La edad, ocupaciones, preocupaciones, penas o alegrías de genero variado que no vienen a cuento, hacen de tus noches un intermitente estado entre la vigilia y algún abrazo a Morfeo. Cuando te vence, se repiten sueños que quieren recuperar realidades perdidas. Sin entrar en detalles. El sobresalto del despertar te devuelve a tu situación, a tu realidad. El caso es que siempre antes de amanecer, estas despierto. Y cerca de las seis, casi aburrido de que el tiempo no pase, te decides. Saltas de la cama, es algo bueno pasear. Te va a sentar bien. No lo pienses más. Ahora hace fresco. Madrid está precioso. Con la primavera estallada y virgen.

Es bueno además salir a esa hora, porque no has perdido la percepción de tu aspecto y la vergüenza. No hay chándal bonito. Hay ropa de deporte que es agradecida. La de esquiar, sin ir más lejos, además de lo mucho que tapa, aunque te hayas transformado en el muñeco Michelín, hay pantalones coquetos, las botas realzan el tipo. Puedes ir de incógnito si le sumas al atuendo el casco y las gafas. Encima, si eres bueno, nadie ve a un gordito bajando La Bola, El Veleta, o la pista que elijas. Solo se admira a un fenómeno haciendo giros sin descanso con rodillas de acero, evitando bañeras, echando un halo de nieve con la cola de sus esquís ¡Cuánta pasión! Otro deporte agradecido en cuanto a atuendo es el golf, elegantísimo, no hace falta ir prieto, pantalones amplios, polos perfectamente planchados, el cuello favorece más que la camiseta. No hay discusión. Esos colores limpios que conjuntan con el buen tono que lucen a quienes lo practican por los largos paseos al aire libre que su práctica implica. Como observadora me parecen paseantes de lujo, hacen deporte sin efluvios y olores. La sudoración no suele acompañar a tan elegantes caballeros. Pero no se ha inventado el chándal bonito. Te pongas como te pongas. Tu pudor agradece la decisión de echarte pronto a la calle. Aunque entre unas cosas y otras son casi las ocho. Paseas deprisa por tu radio de acción permitido. Decides acercarte a Ruben Darío, no quieres perder cota. Pero ¿Qué es eso que ves? Atraviesas la Castellana por el puente de Juan Bravo. Esto no es que haya instalado ya el carril bicicleta. Sabes que está peatonalizada los fines de semana. ¿Pero de donde salen todas estas bicis? ¿Dónde estaban? ¿Es que cada madrileño tenía una bici escondida?. ¿Me he perdido un dos por uno que tanto me gusta? ¿Acaso regalaban una por la compra de un paquete de mascarillas? ¿venían en la tapa de los yogures? Toda una visión.

Mi amiga Belén es una fiel defensora del carril bici en Madrid. Belén, no hace falta que insistas, con estos quince días más de estado de alarma, los coches no van a caber en la Castellana. Está hecho.

19/05/2020

QUE NO LE GUSTO



Hay una planta en mi casa a la que no gusto. Desde hace cuatro años he ido juntando varias. La primera fue un tronco de Brasil (creo) que compré cuando murió mi padre. No pensé en sustituirle, que no se puede. Fue dejar que simbólicamente una nueva vida latiera cerca. Crece deprisa, recordándome cada día aquél en el que su corazón remendado dejó de latir. Todavía no me la ha enseñado una enorme flor blanca que de tanto en tanto, luce. Me gustan las margaritas. Esas son de exterior y llenan el alfeizar de las ventanas coloreándolo. Son alegres y simpáticas. A veces el pulgón se ceba en ellas, yo les quito las hojas feas, las riego con cuidado y les digo lo bonitas que están. Las de interior también están contentas. Pero hay una a la que no gusto. Me ha costado aceptarlo. Pero ya he reconocido que soy yo el problema. No se puede caer bien a todo el mundo. Las otras lucen lustrosas, ofrecen flores con frecuencia, de cuando en cuando decaen, agradecen el agua y el sol, se desperezan cuando las riego. Giran sus hojas al crecer, engordan, se las ve felices. Pero a ésta es que no le gusta mi casa. O no le gusto yo. Y ha llegado el momento de asumirlo y actuar en consecuencia.



Lo he intentado todo. He elegido para ella el sitio donde las demás prefieren acurrucarse, he quitado de ahí a un enorme ficus, que vino bebé a casa y le he pedido su rincón para esta planta que no arranca. Generoso ha cedido su puesto y se ha adaptado a la nueva situación. Sin embargo, ella, los primeros días pareció contenta, echó hacia arriba sus tallos y mirada. Pero enseguida, las pocas hojas nuevas, estaban secas y tapizaron el suelo. He tanteado regarla poco, siguiendo expertos consejos, y la tierra se cuarteaba sedienta. Entonces la mojaba un poco. Tuve paciencia, para no volverla loca. Entre las pruebas siempre le dejaba tiempo para intentar entenderla y espacio para comprobar si había acertado en mi actitud y cuidados. No fuera a ser que la estuviera agobiando. Reaccionó agradecida a las primeras gotas, al abono. Pero enseguida se volvió mustia y silenciosa de nuevo, volviéndome la cara. Le digo cosas bonitas cuando me levanto, me callo también. Ella es quien se lleva los primeros rayos de sol del invierno, cuando no molesta. En verano da al sur su ventana, así la protejo de abrasarse. Llegué a pensar que quería soledad, y la dejé lejos de todas las demás durante un tiempo. Al ver que el aislamiento no favorecía su alegría, probé a juntarla con todas las especies conocidas. Ellas, graciosas mostraban sus florecillas en cuanto las gotas de agua alimentaban la tierra en la que se anclan. Agradecidas y coquetas comparaban colores. Pero esta planta languidece, yo soy quien no le gusta, tampoco le gustaba la compañía de las otras. La saqué a la calle, para que viera a gente. Tampoco. Cambié su maceta por una más grande, en la que se sintiera a sus anchas. Nada. Elegí un tiesto de una calidad diferente, por si ese barro la dejara respirar mejor, le recordara al sitio donde nació. Nada. Probé con vitaminas y café, inventos varios. Nada. Cambié la tierra por una con más o menos hierro, la que según los sabios era su mejor caldo. Nada. Solo al verla mustia o cuando hace calor la regaba, no decirle palabra si la notaba saciada. Nada. Ha estado cerca y lejos de la música, la radio, la tele. Nada. La he regado mucho. Nada. He probado todas frecuencias y horarios para su cuidado.

No es que haya perdido la esperanza.  No es un empeño ciego el mío, es amor verdadero. Desde dejarla en paz, a su aire a mimarla he pasado por infinitas opciones. Ante lo difícil que le resulta comunicarse, por razones evidentes, he intentado entender las señales. Me anticipo a sus deseos desde el más puro de los respetos. He llegado a pensar que tengo algo malo, que hay un espíritu maligno escondido en esta casa que le hace sentirse incómoda y la acabará matando. Ahora sé que no le gusto. Lo he aceptado. No quiero tirarla, porque la he cogido cariño. Porque la he querido siempre. Ya, es una planta. No es para tanto. En este tiempo de aislamiento la dimensión es otra. Hablar con las plantas, a no ser que te contesten, no lo veo sintomático de locura, todavía. Pero qué hago ahora con ella. No quiero que sufra más. No quiero que muera. Debo dejarla marchar. Aquí no quiere estar.



¿Qué hago ahora contigo?
las palomas que van a dormir a los
parques ya no hablan conmigo.
¿Qué hago ahora contigo?
ahora que eres la luna ,los perros,
las noches ,todos los amigos.

18/05/2020

¿COMO HAGO PARA COMPRAR UNAS BRAGUITAS?


Esto de la cuarentena tiene mucho jugo. Pensado no está. Porque hay montones de conjuntos disjuntos. Incompatibilidades varias, paralelas, que vienen siguiéndote, espacio y el tiempo, juegan al ajedrez…Ahora tú, no dejes de hablar, somos coordenadas de un par. También es verdad que no se pueden prever todas las situaciones. Bueno, conozco a alguno que sí podría, pero no voy a dar nombres, les quiero demasiado para que se hagan famosos y soy muy egoísta, los prefiero a mi lado, como amigos, que no se corrompan con la fama. Lo mismo les llaman para ser asesores anónimos. Yo quiero poder llamarles y que organicen en mi entropía.

Un asunto que me tiene descolocada son los horarios. Yo, por mi edad y condición, y la fase en la que estoy inmersa, puedo salir desde hace unas semanas, de 6:00 a 10:00 y de 20:00 a 23:00. Las tiendas que no son supermercados o lugares para el cebo, abren un ratín, o con cita previa, como las peluquerías. A ver quién es el listo que puede fijar el momento del día que, entre el curro desde casa, las video llamadas que se extienden por la imperiosa necesidad de hablar; hacer las labores propias de tu sexo, ayudar a los enanos con los deberes; por supuesto, el deporte con las reglas correspondientes de tiempo y distancia, los paseos con los niños con normas análogas, y alguna otra actividad como comer o dormir, agotada estoy solo de nombrarlas. ¿Alguno se ha hecho una hoja de cálculo? Vamos, a no ser que seas el rey de la organización, ¿cuándo puedes concertar una cita con la de la mercería para comprar unas bragas, o calzoncillos en su caso,  con perdón? No sé si la ropa interior entra dentro de la categoría de imprescindibles. Cuando digo bragas, entiéndaseme, por favor, hablo de pijamas, calzones, fajas...tan socorridas, un sostén, calcetines, unos "panties". No hablo ya de un bañador o un vestido de verano.  ¿Para qué? Si nos hemos quedado sin sitio en la playa. "Que no vengáis, madrileños" dicen que han dicho los oriundos de la costa y la montaña o pueblo. En fin, no hablo de prendas de comprar a diario, no. Pero con esto de ser prudentes con los gastos, y encima, venga a lavarlo todo con un poquito de lejía y a ser posible a 60ºC, el algodón, que no engaña, se va desgastando. Nos estamos pasando un poco de conservar. Tirar, tiramos con los mismos básicos, pero empiezan a clarear. Transparente y llena de remiendos nuestra segunda piel, no estamos preparados para tener un accidente. A mí que no me ingresen.  Ojo al dato: nada como el algodón del Carrefour.  Claro que, la variedad de oferta en cuanto a tales prendas digamos que es escasa; eso sí, calidad monótona cien por cien. 

Sí, está la opción de Amazon, pero yo ya estoy tan harta de la compra on line como del Mercadona, con toda mi admiración hacia dueños y curritos. La verdad. ¿Que no hay papel en Mercadona?, se extiende el chapapote y se traduce en un “no hay papel en el mundo mundial”. Pues no, vete a la droguería. ¡Ah, no, que está cerrada! Prueba a comprar esa bombilla que te falta en la ferretería. ¡Ah, no, que está cerrada!” Hay que pedir cita. Digo yo que es importante la harina, pero si te quedas sin luz, tela. Que no todo quisque dispone de caja de herramientas y repuestos. ¡Viva la diversidad! y que vivan las personas desastre, que caben también en el planeta. Cabemos. ¡Que vivan los miopes! Los que no ven, porque no pueden, como se acerca el dolor. ¿Cómo se llamaba esa figura literaria? ¡Metonimia! Mercadona no es igual a supermercado o economato. Yo ya estoy en plan de comprar cada cosa en su sitio, la fruta en la frutería, la carne en la carnicería, el pollo, caramba ¿dónde se compra el pollo?. ¡Que vivan también Les Luthiers!, casquerías, para sesos, higaditos y mollejas, pescaderías para la dorada y el besugo. Los del ojo, los que no andan sueltos, envenenando a la plebe. Una pregunta que tengo. Si quiero comprar comida para llevar, ¿sólo lo puedo bajar al bar de debajo de casa? ¿Puedo ir más allá del kilometro? No todos los restaurantes tiene Globo, hay que acercarse a cogerlo.  Además yo solo puedo ir por la noche, o mandar al hijo de algún vecino, o al vecino mismo, que tiene su edad. Y tengo que ir andando. Es que se me queda fría la cena. Como no pille un salmorejo, tengo que tirar de microondas. 

Me fastidian las compras a distancia, a pesar de las muchas ventajas que aportan. En los libros, me joroba perderme el olor a papel al entrar a la librería; tocar las portadas, mirarlas; no poder descubrir entre otros, un libro que te pide ser leído; ni echar un vistazo a  la contraportada. Desconocer el volumen, peso, tipo de letra, en fin. Datos importantes de conocer antes de embarcarte en la aventura de su lectura.  Solos tú y él. Inconveniente añadido a la compra por internet, cuando se trata de ropa, es el asunto de la talla. En según qué prenda, el tamaño se torna delicado. Por mucha tabla adjunta a las características del producto. Entre la talla europea, americana equivalencias varias, medidas de cintura, pecho, hombros,  pulgadas que transformas a centímetros; es fácil desistir.  Después de este periodo de encierro forzado que nos ha llevado a superar límites desconocidos en la balanza y el cinturón, aumenta también la dificultad de cálculo. Han salido sospechosas rosquillas en la cintura. Lorzas sorpresa brotan en lugares recónditos, nos rozan las piernas al andar. Hay quien ha perdido de vista sus propios pies. Se adereza con la destreza en la cocina alcanzada durante estos días, en especial en la preparación de rosquillas, bizcochos y otras comidas ligeras. En fin. La suma de factores hace laboriosa la elección de talla. La percepción no ayuda, nos faltan referencias externas. Con quien convivimos se ha ido acostumbrando a nuestro cambio de volumen y expansión. Nosotros no hacemos pruebas innecesarias como intentar caber en un vaquero. El resultado es que la subjetividad que caracteriza al común de los mortales en cuanto a su aspecto físico se refiere, hace dificilísima la compra a distancia de ropa. En particular difícil resultan las prendas más íntimas, de las que sí, se cambia de talla. No te puedes confiar.

Con estos horarios, a ver, ¿qué hacemos? ¿Se lo digo a mi madre?, que es grupo de riesgo, ¿a mis tías?, que también, ¿les subcontrato el encargo? Faltaría más que tuvieran que ir ellas a comprarnos la ropa interior a la familia. Pero es que ellas pueden salir cuando están abiertas las tiendas. Se lo puedo decir a algún sobrino, que también anda suelto a esas horas; eso sí, además del apuro que siento, me arriesgo, con mi madre a usar prendas que no me van a caber porque para una madre siempre estás estupenda y con mis sobrinos, quizá me traen unas braguitas con unas Barbies cosidas. O unos estupendos calzoncillos de Superman. Eso sí, no hago trampa, me ciño a mis horarios. No soy candidata a multa. Salgo de casa con mascarilla y salvoconducto. 

17/05/2020

UNA DE LAS DOS ESPAÑAS HA DE HELARTE EL CORAZÓN



Nos acercamos a grandes zancadas al enfrentamiento por la discrepancia. Nos estamos separando por el desacuerdo. Y eso nos hace cada vez más vulnerables.

Nos hace falta recibir la noticia limpia, llega llena de ruido. Hay verdades que por no ser objeto de titulares, pasan desapercibidas. Estamos colmando nuestro vaso con números que creemos asépticos, pero ni en ellos podemos confiar. Nos vamos llenando de informaciones dirigidas, mentiras a medias. Interferencias que bozan nuestra percepción. Otra vez una historia mal contada. Los locutores desde el barro, sin tomar distancia, lanzan arengas. Son comentaristas parciales, de un lado u otro o medio pensionistas, pregonan opinión. Estoy segura que no hay mala intención, ni perversión deshonesta de manipularnos. Estamos empezando a mirar al que opina diferente como si fuera un imbécil, estuviera desinformado, le faltaran datos, inteligencia y raciocino. Es una sorpresa real cuando oímos a alguien expresar lo que piensa y no está alineado con nuestra opinión. A unos y a otros nos parece tan evidente, que sin maldad nos anclamos en el pensamiento único. Llevamos la mochila llena de argumentos. Nos creemos todos muy leídos y satisfechos de datos. No estamos dispuestos a argumentar posturas, de manera espontánea nos nace el insulto del ombligo. Sale de la garganta un “no es discutible” grabado a fuego por el enfado, la indignación, el miedo, el susto.

Este no es el camino. Estamos armando dos ejércitos a ambos lados de una grieta que crece deprisa. Una brecha innecesaria, porque nos enfrentamos a un problema objetivo, que es científico, y como tal debemos resolverlo. Juntos, unidos, sin aprovechar el momento para intereses propios.

Yo voto por la riqueza que aporta la diferencia, por seguir hablando, por no hacer más vasta la herida; yo voto por lanzar redes, por escuchar, por trabajar en equipo. Cuanto más hondo excavemos este precipicio, más difícil va a ser volver a entendernos.

Una de las dos Españas nos va a helar el corazón, ya lo dijo Don Antonio, que se marchó y murió enseguida, triste, ni siquiera supo del final de la guerra. Estamos posicionándonos y creo que nos estamos equivocando unos y otros. Todo empieza por no hablar, con tal de no recibir insultos o la callada por respuesta.  A la postre el peligro no es solo perder amistades sino enemistarse enconados. Los ánimos están tan caldeados y agrios que las consecuencias son imprevisibles. Se alejan las posturas como las placas tectónicas. Se agranda la distancia de aquellos que no comparten nuestro extremo. Y cada vez nos radicalizamos más, nos vamos alimentado de modo endogámico. Nos vamos pudriendo y encallando en esta selección tan peligrosa de información y amigos que alimentan nuestra teoría, cada vez más radical. Aislados, cada vez más enfadados, cada vez más enfermos, cada vez más solos.

Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.


No vale repetir, no vale copiar. Somos hermanos, somos amigos. Nada ni nadie puede alienarnos hasta quitarnos lo que merece la pena de verdad, nuestra esencia. Lo que más vale es la familia, la vida, la amistad, el amor. Todo revuelto. Todo junto. Eso es lo que importa. Tu gente, los abrazos, el apoyo incondicional. Escuchar, esperar de noche, compartir silencios, alegrías y dificultades. De la mano, No mirar si hay culpa, seguir queriendo siempre. Obviar las inclemencias mirándolas de frente, luchar y seguir. Y seguir queriendo siempre, aunque duela.

Mi corazón también esperaba otro milagro de la primavera. Pero ya no. La pérdida de la esperanza es la esencia de la traición.




09/05/2020

LA BARBA NO ES DEJADEZ


El hombre que se deja barba no lo hace por dejadez. No. El hombre que se deja barba no lo hace por desidia. No. El hombre que se deja barba no lo hace por flojera ni apatía. El tiempo que transcurre entre ir hecho un desastre y que la cara se cubra hasta la densidad deseada es, en muchos casos, suficiente agonía y objeto de críticas variadas como para abortar la misión. Entre madre, hermana, tía, compañera de trabajo y santa, a muchos se les quitan las ganas. Yo creo que más que pereza o falta de aseo y cuidado personal, se trata casi de lo contrario. Pura coquetería. Una licencia única y propia del varón. Le pertenece en exclusiva y puede controlar a su antojo. Si aguanta el chaparrón intermedio, sí, el “runrún”. Aquél que no se la ha dejado crecer nunca, no creo que sea más pulcro, sino un pelín menos coqueto o que acata normas de pareja o cualquier otro motivo igualmente loable. Aquéllos, ya fallecidos, que el único día que no se afeitaron fue el de su muerte.

El común de los varones fantasea con esas barbas de Marx, Lincoln, Darwin, el Che y Fidel, Freud, Lenin o Lennon, Hemingway, Monet, Leonardo. Por no hablar de Panorámix o Gandalf, no son estos últimos modelos de sensualidad, o varonil atracción. Pero sí están asociadas la experiencia y sabiduría a esas largas y blancas melenas del rostro. Los portadores no tienen desperdicio en cuanto a enjundia y relevancia en la historia. Cada uno por lo suyo. El abanico de figuras solemnes que lucieron la cara llena de pelos, es amplio. Se despliega colorido. Abro paréntesis, he leído que Alejandro, Magno, no dejaba a sus hombres lucir barbas para evitar que el enemigo se las agarrara en las peleas.

La sorpresa de la primera vez que se la dejan crecer, por cómo será la propia, si rizada o lisa, si poblada o merma, si llena de calvas que no se tupen nunca o densa cual homínido, es a veces motivo de rendición. No se vende paciencia. Pero cuando al fin adquiere forma y torna a ser esa barba que empodera al portador; ya sea por aparentar madurez, cuando les falta o porque la barba tapa el paso del tiempo o por un cambio que incluso parece afectar al carácter. Ese aspecto paternal, continente, de serenidad sin contención.

Es una treta ante ese cuello que ha perdido el contorno y casi desaparece, por un rellano de carnes irreconocibles. Las chicas podemos hacer uso de nuestros abalorios, collares, cuellos altos, pañuelos, bufandas, para ocultar ese cambio que se produce en el rostro con el paso asumido de los años, que te hace irreconocible para ti misma. No basta el maquillaje, ni los retoques, sin embargo, una buena barba, oye, a eso se le llama oportunidad. También hay quien se deja barba como un reto o promesa. Hasta que esto no acabe, no me afeito. Cuarentenas y pandemias. Guerras, embarazos o ruegos.

El mito que hay en cuanto al hombre que no se afeita por dejadez o por empeñar un poco menos de tiempo por las mañanas en el aseo y disfrutar de la cama; es falso. El hombre es presumido también. Solo que se le conceden pocas licencias. Tampoco él se reconoce en el espejo. No le queda otra que aguantarse o taparlo con una seductora y masculina barba. El que es guapo sigue siéndolo, y el que no lo es, pasa directamente a la categoría de interesante. En un hombre eso es un piropo. A una mujer le dicen que es interesante, o simpática y la traducción es que es fea, o muy fea. ¡Eh! Pero un hombre interesante, eso es otra cosa. Y ¡ojo!, cuidarse la barba, tiene tela.

06/05/2020

POLIS DE BALCON





Hasta la coronilla estoy de Don perfecto. Ese sujeto que está en posesión siempre de la verdad. Se dejaría atropellar en un paso de cebra por estar cargado de razones; lesionado, sí, pero con su argumentación intacta. A veces es más importante la paz que la razón. Ahora han tomado la voz y la palabra esos personajes que increpan al vecino porque no lleva mascarilla, porque pasa demasiado cerca de ellos sin darse cuenta. Son los mismos que regañan a alguien que conduce por encima de la velocidad permitida, aunque ellos vayan en por otro carril. Los que abroncan al que se cuela en el súper, aunque ellos no estén haciendo la cola. Espían desde el portal si el vecino del quinto quita la correa al perro cuando dobla la esquina. Fiscalizan, juzgan sin saber quién es el otro y el porqué de su comportamiento. Que no está bien. NO. Hurgan en la vida de otros para encontrar satisfacción en el fallo ajeno. Envidiosos analfabetos de las emociones. Con carencia de amor en sus entrañas llevan la rigidez a la bobada. Tiñen de culpa inoculada la pelusa, los celos por la alegría del otro. Esa felicidad que desconocen por su hierática y férrea defensa de lo correcto. "No se puede" denuncian inquisidores. Ya sé que no se puede. Sí. ¿pero te has parado a ponerte en mi lugar? Estos policías de balcón, aburridos que ocupan su tiempo en mirar la vida de los otros, buscando el fallo, por si alguien se sale de la raya. A ver quién pisa la línea continua. Esa norma que a veces es imposible cumplir. “¡Por tu culpa muere gente!” Increpan. ¡No fastidies!



Si encima de ser absolutistas e inflexibles esos polis de pacotilla, son locutores de radio o presentadores de televisión, se convierten en un verdadero virus. Con perdón. Expanden la porquería a velocidad de vértigo. Exponencialmente, palabro manido en estos días. La gente se cree lo que ve en la tele o lo que oye en la radio. Hay cuatro gatos que contrastan la información y leen el periódico. Mal contados, uno o dos, que lee varios periódicos. Como decía Bertolt Brecht, esos son los imprescindibles. El pueblo llano repite lo que oye una y otra vez, lo hace suyo. Selecciona el canal que le es afín y sigue la linde. Cree. Lo han dicho en la tele. En el encierro, ese ha sido, además, el vínculo más fuerte que hemos tenido con la información del exterior.



Vamos a ver. Se han abierto las esclusas. Había mogollón de gente en la calle el primer día. Normal. Hubo quien no se atuvo estrictamente a los horarios, normal, hubo quien se saltó alguna norma. ¡Pues claro! Pero en la excepción no hay que cebarse, puñetas. El periodista anuncia que ¡Hubo 30 botellones en Madrid el día de la apertura de puertas! Pocos me parecen. Yo creo que, en Nava en verano, que es un gua comparado con Madrid, había más de 30 botellones en un fin de semana cuando yo tenía 18. ¿Qué no? Más que pandillas. Tantos como sitios estratégicos. En el pantano, a no ser que estuviera muy bajo, al menos tres por entrada. Total, unos diez, y me quedo corta, en el cementerio un par, en el río qué menos que cuatro o cinco, un par en el hospital abandonado, en La Barranca. ¡Y en Madrid se echan las manos a la cabeza porque hay 30! Hay que relativizar y darle importancia a lo que lo tiene. ¡Venga, no fastidies! Para eso no salgas. Está claro que todos no cabemos en la calle, ya sea por franjas horarias de edades o de apellidos.



Todos estos mentecatos que te increpan por la calle si no sientes su necesidad de repelerte. Cronometran los excesos. Fiscalizan tu libertad. Culpables de tener hueco su corazón y su agenda vacía. Te insultan si sales antes o después de la hora, por hablar con alguien. Increpan al despistado amparados por el anonimato de las cortinas echadas. Tras un geranio seco vapulean con insultos de cobarde al resto que roba un rato de felicidad al día, disfrutando del aire y el buen tiempo. Culpan de asesinos a padres que salen a por el pan o niños que explotan de alegría por ver a un amiguete. Poco contenido tienen los idiotas, que se preocupan tanto por lo que hacemos los demás. Vamos a mirar un poquito más lo que cada uno podemos hacer bien y vamos a dejar de chivarnos. Que no hay nada peor que un chivato o un soplón. Un espía que lo que tiene es envidia. Puñetas. Hasta la coronilla de tanto buenismo.

05/05/2020

DOS MINUTOS



Einstein tenía razón. En el asunto de la relatividad, digo. ¿Alguien sabe exactamente cuánto tardan en pasar dos minutos? Se trata de una medida universal para acotar un tiempo flexible. Se trata de un lapso que uno cree que va a ser breve pero que en realidad no tiene ni la más remota idea de cuánto va a durar. Se asigna tal etiqueta a tareas cotidianas en las que creemos emplear un tiempo finito que en realidad no hemos medido nunca. Expresiones que pretenden expresar lo mismo pueden ser: un momento, un segundo, no tardo nada. Suele ocurrir cuando se “entra en relación” con el otro, principalmente después de una temporada de vivir sin compañía, ahí, para evitar confusiones, y con un poco de autocrítica, surge la necesidad de poner límite a la extensión en el tiempo de determinadas actividades.

Así hay muchos ejemplos, sin duda el más importante de todos, el que no tiene parangón ocurre en la puerta del baño. Depende del lado en que se esté, no tiene nada que ver lo que suponen dos minutos. Esa puerta de acceso al baño es un muro de lamentaciones e improperios del lado exterior. Porque el tiempo pasa a otra velocidad cuando se traspasa. Lo que antes parecía eterno, la espera, se consume como un cigarro en el cenicero, sin darnos cuenta. Los cuanto “¿cuánto te queda?” y las respuestas asociadas “Dos minutos, un segundo” son diálogos fútiles. No significan nada. Porque la subjetividad divide esos espacios. Esa sencilla puerta, separa dos universos donde el tiempo transcurre a distinta velocidad.

Otro caso típico es ese momento límite para cenar, está todo a punto. Te falta un toque. Cuando entre él en casa, mientras os tomáis una cerveza, echas el bonito en el tomate frito casero, que huele de maravilla. Llamas al trabajo “¿Te queda mucho?”. No es por controlar, son ganas de agradar, quieres esperar a cortar el pan, que esté tierno. No cocinas tantas veces, te gustaría que todo estuviera genial. “Me quedan dos minutos”. Comiéndote las ganas de concretar, no haces más preguntas, lo mismo le has pillado en medio de una reunión, o algún marrón a punto de terminar. Pero te quedas como estabas “¿Serán dos minutos para salir?” “¿120 segundos para decidir que cierra?” será quizá el tiempo que le quede para apagar el ordenador. Todo depende. Bueno. La próxima vez no llamas. Te has quedado igual, y total, no era importante.

Al llegar a un restaurante. “En dos minutos tenemos su mesa preparada” Ten claro que te puedes fumar un par de pitillos, dar la vuelta a la manzana, o tomarte un vino.

Un caso que me desasosiega especialmente como espectadora o protagonista (cuando me he dado cuenta) es el de esa madre que intenta calmar la impaciencia con un “dos minutos” al hijo, ante su “¡mamaaaaa!”. Y esa cara del chaval, que mira a su madre como un pollito en el nido, esperando el alimento, el rostro mirando al cielo, con esa admiración incondicional, barrunta lo que ha querido decir. Porque él la necesita ya. Temas fisiológicos, de relación, quién sabe. En la vida de un niño dos minutos reales pueden ser una eternidad. Y los dos minutos de un adulto, son un misterio que intentará digerir durante lo que le queda de infancia y de vida. Eso sí, él hará lo mismo, primero con sus juguetes y en unos años con sus propios churumbeles. Nada como el ejemplo.

La verdad es que no sé si existe una alternativa a estas expresiones, que por un lado tienen la intención de meterse prisa a uno mismo y por otro de darle a entender al otro tu compromiso de que le tienes en cuenta, que sabes que está ahí. La alternativa es desasosegante. Ante un “¿cuánto te queda?” si contestas “¡no sé!”, hemos acabado. Pero esa es la verdad. El problema es que cuando no nos sabemos la respuesta a una pregunta tenemos una imperiosa e irracional necesidad de contestar, porque sí. ¿Para demostrar que lo tenemos controlado? Para no reconocer que se nos ha pasado el tiempo sin darnos cuenta y lo que deberíamos hacer es disculparnos por habernos entretenido. Por no asumir que estábamos abstraídos, en el baño, en el trabajo, o en el caso de un restaurante porque no depende del jefe lo que tarde en pagar la mesa siete, que lleva media hora con el café. Por otra parte, de dónde vendrá esa necesidad de recibir una respuesta que no existe. En fin, en tiempos de coronavirus dos minutos tardan lo mismo en pasar. Magnitud elástica de la excusa no pedida.