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19/05/2021

ENTRE MANZANAS ANDA EL JUEGO

 

No me extraña que fuera una manzana la culpable de todo. La expulsión del Paraíso es imperdonable. Mira la cola que ha traído. No entiendo que tal fruta siga vendiéndose en el mercado como si tal cosa. No me cabe en la cabeza que siga vigente su uso y si abuso, diría. Que se regodeen nutricionistas, doctores y las redes difundiendo sus bondades.  Que no me olvido. No me olvido. Son cortinas de humo consensuadas para tapar pecados imperdonables, a mi no me engañan. Brillan inocentes en los lineales y llenan cajones con ese brillo que sale solo con frotarlas un poco. Lustro y orgullo inmerecido. Los actos tienen sus consecuencias, así debe ser, y las manzanas se merecen estar postradas, de rodillas, avergonzadas de su pasado. Encadenadas a una bola de hierro y picando piedra, por lo que nos hicieron. Lo bien que hubiéramos estado sin ellas. No pueden compensar sus actos con esta bondad que está maldita de origen. Y la serpiente, ya, es cierto que jugó su papel. Pero ¡nadie quiere a las serpientes!, son bichas, malas, con veneno. Su sola mención se asocia con la perversidad. Por eso se arrastran, ellas tuvieron su castigo. Hasta Voldemort se conecta, en su maldad con el malísimo animal. No fueron unas uvas, de la ira, no, no fueron los melocotones, "malacatanas", ni siquiera los melones, con perdón, ni las inocentes sandías. La mandarina que deja un aroma y un color en la piel que ni el jabón lagarto, de profunda influencia y afección, logra eliminar. La mandarina y su olor, para unos desagradable, para otros poético, y hasta romántico, ese momento en el que, al tomar las manos de la amada, y besarlas, rememora el aroma y sabe que sus dedos, largos y fríos han pelado en el hogar una mandarina, al arrullo del piano, la tenue iluminación de las velas, del amor de la lumbre. Los rusos, que eran unos románticos. No son las aburridas peras, solo tolerables al vino, no fueron los plátanos, las moras ni los arándanos, las naranjas ni los albaricoques; ni las chirimoyas o los kiwis, que mira que son feos, ¿a quién se les ocurriría comérselos?. La una con piel de apariencia escamosa, el otro de ratón. Fue la manzana.

No hay fruta canalla como la manzana. Por variedades que no se diga. Pero al cabo, son lo mismo. De colores, tal cual se visten los campos en la primavera, los pajarillos que vemos afuera; del verde al amarillo, variedades de encarnado. Por beneficios que no quede, que no les falta de nada a las "asquerosas". Resulta que comerse una manzana es mano de Santo. No me extraña. Será la compensación al tedio. Será premio al sacrificio. El proverbio, refrán o como lo quieran llamar, en español no tiene buena traducción, porque la rima es forzada. An apple a day keeps the doctor away. Contundente. Sin embargo: Una manzana cada día, de médico te ahorraría. ¿te ahorraría? No es lo mismo. Vamos, que en español, yo no lo he oído en mi vida y menos: Una manzana al día mantiene al doctor en la lejanía. ¿¡ En la lejanía!? Imagino a un bata blanca en el horizonte, atravesando un erial para venir a verte con su maletín. Resulta forzada la importación, parece un plagio, mala traducción, a pesar de que quizá sea igual de genuina. Sin embargo, los ingleses, además de estar al otro lado de esa niebla que atora el estrecho y deja aislado al continente, son listos, orgullosos hijos de su isla. Mírenlos, con su libra; su idioma, haciendo caja y con su reina, que se viste como le da la gana y no le chista nadie. Que la quieren. Que se la quiere. Y nosotros, con nuestros complejos, nuestras pesetas enterradas y un rey allende los mares. Nosotros, a punto de pasar del interiorismo forzado al voluntario, a punto de volver al mercado del trueque. ¡Exilios de democracia! Complejos inherentes a un país cuyos ocupantes poco más tienen en común que lo que les diferencia y esa queja permanente, solo saciado en el exilio, que nos vuelve españoles de orgullo mayúsculo. ¿Quién nos lo iba a decir? En fin. Recuerdo con lagrimilla las liras y los francos franceses, pequeños tesoros de los viajes. porque ahora ¿Qué nos queda? Viajes sin frontera, pasaporte sin huella. Nostalgia de tiempos que no van a volver. Los pecios del viaje, esas monedas olvidadas, que quedaban para el siguiente, ya no están. Todos iguales. Bendita desigualdad. Bendita personalidad. Bendita defensa de costumbres. Bendito vanagloria de orígenes y condición. Usted no sabe con quién está hablando.

Para hacer régimen, para adelgazar estampa y ganar cintura, nada como una manzana. Que no sé si engorda o no. Pero después del ejercicio de ingerir una, y no digamos dos si la ansiedad te desborda, el estómago y la boca misma se te cierran en banda, o en falso, cual sentimental herida. Dicen que es buena para los dientes, para la tripa, tengas el dificultad que tengas, ya sea de autonomía e incontinencia o lo contrario. Además, las sinvergüenzas tienen recursos para todo. Las manzana asadas, que además, son tan fáciles de hacer. Es encender el horno, quitar los corazones. (¿Lo ves? ¿Quién es bueno sin su corazón? Solo quien lo tiene envenenado. Ya lo decía yo) Cambiarle el corazón por azuquitar. ¡Azúcar! (Abunda en mi teoría, me cargo de razones). Punto. Postre de lujo. Tarta de manzana, acompañamiento de comidas saladas,  que sí, que sirven para todo. Hasta fritas quieren cambiarse por las crujientes patatas, objeto de mi debilidad, con un par de huevos fritos, ¿cómo quieres los huevos? Con ese. 

Es tan aburrido comerse una manzana que, acabada una, se terminaron las ganas del picoteo. Como mucho re jincas un gin tonic para pasar el trago. A pesar de tener tamaño discreto, su ingesta se hace eterna y soporífera. Ese el motivo de su alabanza, imagino. Como si te recomiendan Beluga, que por presupuesto lo tienes chungo, pues las reinetas te matan de hastío. Famosísimo doctor, experto en alimentación, allá por la Mezquita, díjole a un paciente que le preguntó si le estaba permitido el marisco en su estricta dieta. "Para las que te puedes comer, no te voy a poner límite en eso" Interpreta sus palabras. Eso sí, una manzana al día, para la diabetes, para la dentadura, para la limpieza intestinal es imprescindible. Es diurética, tiene potasio, K, bueno para los calambres nocturnos, alto contenido en vitamina E, bien conocida por sus propiedades antioxidantes, anti-cancerígenas; o lo que es hoy aspiración de mínimo común múltiplo: evitar el envejecimiento.

¿Qué iba a ofrecer la bruja a Blanca Nieves? Pues claro, ese cesto de manzanas recién recogidas del árbol del bien y del mal. ¿Qué se puso Newton en todo lo alto? Por otro lado, menudo símbolo eligió Steve para su marca, con el bocado y todo. Esa mezcla de tentación y bondad hace del fruto prohibido un objeto inquietante cuando menos. Leo que el manzano pertenece a la familia de la rosa y, como la bella flor, su fragancia dulce embriaga y enamora. Todo cuadra ahora ¿Quién rellena la Wikipedia? Y hablando de cuadras, concluyo con la ciudad donde todo se puede hacer realidad. Esa gran manzana, Nueva York. La de "I 💗". La. gran Manzana. Y más.

18/05/2021

LOS ASIENTOS VACÍOS

El asunto se nos ha ido de las manos. Y cuando eso ocurre, acontece también la desobediencia, el caos, el pasotismo, la desesperanza, la incredulidad y un todo vale que en absoluto es coherente ni es respuesta a situación alguna. Desde el lado oscuro nada se arregla. Todo es venganza, bandazos, golpes de viento, nada. Siempre es mejor entender lo que ocurre. Siempre es mejor saber. No existen las mentiras piadosas, ni receptores que no pueden entender. Hay que explicar todo muy clarito y luego que cada uno actúe en consecuencia. 

"No asustarse": Vamos a ver, estos son mis pensamientos de todo a 100. La última bobada que se me ha ocurrido: Llegar a Atocha y sentarse son conjuntos disjuntos. Y eso que no viaja mucha gente. No hay vacas gordas ni vacaciones. Apenas hay ruido en Atocha. Reuniones de trabajo que se solucionan con llamadas en las que se ven las caras los interlocutores, han hecho mucho daño a las reuniones en persona. Las videoconferencias es cierto que han sido un herramienta muy interesante y útil para un momento crítico, pero las secuelas son como el delta, que van invadiendo la vida social. La realidad virtual sustituirá en breve a la propia realidad. O no. A lo mejor estamos tan atontados que ni nos damos cuenta. ¡A saber! 

Al grano: En Atocha, porque al aeropuerto no he ido, que estará en una situación parecida, entre las zonas delimitadas con cintas como las de "no pasar policía" que dan a entender el crimen al otro lado, y las sillas marcadas con un prohibido para que no se siente nadie, ya no se puede ni ver a las tortugas. Teniendo en cuenta la altura de los techos, la ventilación constante, parece que no es nicho para que el virus anide. Pero cumplimos el Reglamento. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Con mascarillas y a tres metros de distancia, obedientes, para hacer cola, para el café, para sentarte. Eso sí, es entrar en el AVE y el peligro desaparece. No hay virus en el tren. Será por la velocidad supersónica que alcanza o por alguna virtud escondida que las ondas transmiten. El caso es que se hace el vacío en el vagón y el hermetismo aporta seguridad sanitaria suficiente para permitir juntarse. Porque el hacinamiento es el de siempre. No hay asientos vacíos, sí una señora vestida de uniforme que a nada que te muevas, te desinfecta, pero tú estás "cheeck to cheeck" con el de al lado, y con el de enfrente haciendo piececitos. Desconocidos con o sin PCR, vacunados o no. De los que huelen a bebé de una sola dosis. Afortunados ellos con su camomila. Todos juntos. 

 No he frecuentado el metro y el bus, pero según me cuentan que tampoco hay asientos reservados para el amigo invisible. El aforo completo no delimita un aforo inferior al de los tiempos sin pandemia. O con pandemia sin mascarilla, sin toque de queda, sin horror en los hospitales, overbooking en las unidades de cuidados intensivos. Es curioso, que en misa se sienten al tres bolillo los feligreses, para media hora de recogimiento y en el transporte público no haya que mantener esa distancia social de obligado cumplimiento en cualquier edificio público y caso privado, con el límite de personas a reunirse. Todo ello independientemente del tiempo de duración del viaje. Y sin tener en cuenta que autobuses y vagones son espacios mucho más reducidos que iglesias, estaciones, hospitales, bancos, supermercados,...el Club de Campo, la casa de Campo o la mismísima Sierra de Madrid. Hay que ir con mascarilla por el camino Smith, a 3m de distancia, pero en el 43 y en el 27 se puede ir achuchado. No entiendo. Me falta información, quizá. Se me ocurre que se crea algún tipo de campo magnético, eléctrico, combinado quizá, si es que existe; que aleja al virus, será cosa del éter. La posibilidad de añadir un vagón la tren, de aumentar la frecuencia de autobuses, a costa de los ingresos del concesionario sí, o del Ayuntamiento. Pero tampoco han subido los precios en los bares por la reducción del aforo, ni por la inversión acometida en licencias de terrazas, mamparas, limpieza exhaustiva; ni en los hoteles sale más cara la habitación a pesar de que solo han podido abrir un porcentaje de las que tienen. ¿En que quedamos?. ¿Vale de algo la mascarilla? ¿Podemos dejar de hacer el tonto saludándonos con el codo o con el puño? Porque a nadie se le ha ocurrido el saludo de pataditas. ¿Hay pandemia o no hay pandemia? 

Estoy empezando a sospechar de todo y de todos. Es lo que ocurre cuando se tiene piel de quemado. 

13/05/2021

¿TU TE QUITAS LA MASCARILLA CUANDO ESTORNUDAS?


¿A que te has quedado perplejo? Pues sí. Por lo visto hay que dejarse la mascarilla puesta cuando se estornuda, cuando se tose, espectora, cuando en fin se echan partículas feas fuera. Parece ser que es de lo que se trata, que no le lleguen al otro tus miasmas. Encima de tener que llevar el tababocas todo el día, con las muchísimas incomodidades que tal imposición nos causa. Desde la desaparición del maquillaje, tan esmeradamente cuidado al salir de casa, sombra aquí, sombra allá; las pequeñas arrugas en torno a los ojos, encima de los mofletes, patas de gallo prematuras, por la presión constante; granitos, sudoración permanente de zonas que no creíamos disponían de glándulas sudoríparas; un vencimiento del cartílago de la oreja que a los que tenemos grandes aparatos auditivos nos trae recuerdos de complejos pretéritos; en fin, un cúmulo de inconveniencias. 

A veces la mascarilla huele, dicen algunos. Y es que otra cosa que es menester practicar es la higiene. Que por mucho que te laves las manos hasta descarnarlas, por mucho que te embadurnes de gel, si no te cambias de mascarilla y tienes tu flatito, o esos recuerdos que dejan las legumbres, en especial las judías, o alguna otra comida que provoca cierta suerte de regurgitación, cual de vacas nos tratáramos, pasando de uno  a otro estómago lo indigerible, pues eso, retienes en confinado espacio un aire viciado, digamos. Hay que cambiarse la mascarilla. ¿Que huele mal? malísima señal. Lo bueno es que el olfato no lo has perdido. Algo que llevas ganado. No tienes el bicho. 


A todo esto se añade el tema de las toses. Y aunque si buscas en San Google no hay consenso al respecto, la verdad es que es una porquería estornudar y toser en la mascarilla, que se te queda pegada a la cara un rato de longitud temporal variable. Te pasas rememorando el estornudo y disfrutando de tus babas el resto de las tres horas que te quedan para cambiarte de mascarilla, eso si te cambias de mascarilla en el citado plazo, que no todo el mundo se ajusta a lo que es preceptivo. Puede que no tengas otra a mano. La situación sana no es. Se crea un caldo de cultivo aderezado por tu propio vaho, el aire calentito que expulsas, el grado de humedad que empieza a aumentar y tu respiración cada vez más jadeante, que no hace sino empeorar el asunto. Y favorecer a que cualquier cosa ya te pueda pasar. 

Estando por la calle, el repuesto no siempre es fácil. Dentro del bolso o en los bolsillos si de caballero se trata, pueden sorprenderte mascarillas de repuesto, entre las bastantes cosas que llevas, las llaves de casa, las llaves de casa de tu madre, las llaves de casa de tu padre. El teléfono, el cargador del teléfono por si acaso; el ordenador, porque vas a clase y cómo vas online..., el cargador del ordenador. Una botella de agua. Un paquetito de galletas que te ha metido tu madre. Para que no gastes. El monedero. Que si encuentras ahí una mascarilla es mejor taparte la cara con las manos, porque pueden tener de todo, y para toser lo mismo, que ya nadie se saluda con apretones. Eso de estornudar en el codo queda abolido, como saludarse con el ídem. Lo peor de todo es el pánico sembrado ante un inocente estornudo, o que, señores, me había atragantado. Que se me ha ido por otro sitio. Eso lo explica todo. Los rostros cercanos, a distancia inferior a la de seguridad, lividizan. Cual del mismísimo Satanás una aparición se tratara. Y todo por una almendra. 

10/05/2021

BENDITO TOQUE DE QUEDA. CON PERDÓN

En medio del mes de mayo. ¿Saben ustedes, señores del gobierno, del gobierno de España, de la Comunidad, del Ayuntamiento, qué ocurre el mes de mayo? No es que haya elecciones, no es el mes de las flores, que también. Ni el de alguna feria en el sur, los patios de Córdoba, tan lejanos. El mes de la Virgen.

Se lo voy a decir, en mayo empiezan los finales. La educación, ese gran desconocido. La educación: Caballo de batalla y argumento que usan propios y extraños para diferenciarse en sus programas políticos y en sus banderas. La educación, sobre la que todo debería descansar si fuera sólida. La educación, nudo gordiano de la evolución. La educación, tema crucial donde habría que llegar a un acuerdo, para ser más fuertes, para ser menos vulnerables, para crecer mejor. Sí, la formación de nuestros chavales, culmina el curso en mayo y junio. Cierto. Es la época en la hace mejor tiempo. Olor a flores. Ha dejado de llover. En la calle se está de lujo. Ni frío, ni calor, cero grados, que decía aquél. Brazos vistos a mediodía, sin medias ellas, las corbatas abiertas ellos. Rebequita por la noche. Fresco, que sabe a aire limpio, al amanecer; atardeceres de viento suave. En ese ambiente magnífico y propicio para disfrutar del ocio y los amigos, los estudiantes históricamente hacen un acto de fuerza de voluntad de titanes. Se repliegan, se encierran, se ponen en modo “avión”, se calzan ropa con la que no pueden salir a la calle y se preparan para los exámenes finales, los globales, el proyecto fin de máster, fin de carrera. Las recuperaciones, rescates y las subidas de nota son ahora, en mayo y junio. Bastante esfuerzo supone. Todo el que ha pasado por ahí lo sabe. Sabe a lo que renuncia cada día por luchar por su formación futura y presente. En estos meses los chavales que van a acceder a la universidad se juegan la posibilidad de elegir carrera, las décimas que les falten para entrar en una universidad a veces no se compensan ni económicamente, Solo una calificación permite la libre selección. Por eso es clave esta época. Cuando los tentadores llaman, ya no al teléfono sino al telefonillo, “venga que es una copa, y así te despejas”. Eso, y un total, no me está cundiendo” son el cóctel más peligroso en esta temporada. Todos saben que no es una copa, ni dos, que se está de miedo en la terraza de debajo de casa, con los amigos, una cervecita, y arreglando el mundo a través del humo del cigarro. Que también eso es importante. No solo de estudiar y estudiar vive el hombre. Sí. Es cierto. Pero son dos meses, nada más. Y luego ya estás libre. Un verano al pairo. Esa visión un poco más allá, no ciega, pocos la tienen. Después de seis meses de encierro, tío, no abras ahora. ¡No me jodas! Con perdón. Estos chavales son ollas a presión, no hay quien les contenga en casa. Están cargados de argumentos. Y los adultos, vacíos. Que no digo yo que esté bien lo que ha pasado el día del fin del toque de queda, eso es un disparate. Pero que no les vamos a poder sujetar, también, Eso hay que darlo por sentado.

El año 2020, el de inicio de la pandemia, el toque de queda terminó en esta época también. Lo primero que se cerraron en marzo fueron los colegios, sin más. Y se abrieron las puertas a finales de mayo, con la primavera en auge, las hormonas libres y los músculos en tensión al oír el pistoletazo de salida. La selectividad y los finales a las puertas. Ellos, que no enfermaban, ellos estigmatizados por poder matar a su abuelo o a su padre. Ellos, que se han quedado en casa de verdad. Ellos. Ahora otra vez tienen que atarse en corto por decisión propia. Puñetas, ahora no. Arrastren el cursor a junio.

Bendito toque de queda. No es momento para levantarlo. Ahora no. No. La diferencia entre llegar a las 11 a casa y a las cuatro de la mañana no es solo la ingesta de alcohol u otros espiritosos. La diferencia está en las horas de sueño. La diferencia está en cómo se levanta uno. No es lo mismo una boda de día que una boda de tarde. Dormir de día no es igual que dormir de noche. Cambiar los ritmos, o los biorritmos, tiene sus consecuencias, que alargan la reparación. Además de que a algún chaval “no le renta” llegar a casa a las once fuera de punto, cuando sus padres están arrumados bajo la manta del salón. Que tiene que darles un beso. “has fumado” concluye la madre en el achuchón, no lo dice, prefiere el abrazo. Ya no se engaña con la retahíla de que fumaban otros, porque ha estado en una terraza. Los efectos de los hielos le hacen ser más charlatán y cariñoso de lo que acostumbra, para alborozo de los padres, que le miran con ternura. No les renta pasarse de vueltas, prefieren llegar a casa controlando. El efecto de las cervecitas es adormecedor también, y a pesar de Netflix, canal Plus, Movistar, Premium y cuanta plataforma adicte al joven, después de lavarse la cara y los dientes y coger una botella de agua de la nevera, cae como un plomo en la cama y duerme como un bendito al menos nueve horas. Igualito que cuando llega a las cuatro o a las cinco. Que se hacen las 12, la una, y las dos y las tres, y desnudos al anochecer nos encontró la luna. Ya puedes pasar la aspiradora, levantar la persiana y se achicharre al sol, el tío no se levante ni con agua caliente. Que no son ocho horas lo que se necesitan cuando te acuestas a las cinco, Las horas de sueño necesarias a partir de las cuatro o cinco de la mañana se multiplican van a afectadas por un coeficiente.

Por eso y por mucho más, bendito toque de queda. Lo único bueno de la pandemia. Que no es perfecto, no. Pero no tiene precio el que esté la familia recogida a las once. Podría ser a las doce. Sí. Los cuentos siempre tienen razón. Dejémoslo a las doce. Cenicienta. No pierdas tu zapato. Si tenía razón Perrault o Basile. La sabiduría popular es digna de ser escuchada. Las doce es una hora estupenda para llegar a casa, después se pierden los papeles y los zapatos.


07/05/2021

PONME UN POQUITO DE PEREJIL

¿Quién no ha ido a la compra con su madre y ha flipado con la frasecita? “Ponme un poquito de perejil, que ayer se me olvidó”. Eso dicho después del consabido “dime cuánto es”. El frutero, muy dispuesto, sin demostrar fatiga o síntomas de comportamiento abusivo, selecciona ramas frescas y lustrosas y les da una vuelta de papel de plata, o tal cual lo encaja entre el resto de hortalizas. ¿Y eso? ¿No se paga? Es el equivalente actualizado a pedir una bolsa después de pagar en el Mercadona. Ahora que todo cuesta, que la bolsa de plástico te sube unos céntimos el monto. La de papel también, pero te sientes más ecológico pidiéndola ante la mirada inquisitoria o inquisitiva tal vez, del cajero. Olvidas las hectáreas de eucaliptos mermadas por tu comportamiento planetariamente correcto y cobarde, porque sólo pides la reciclada para evitar que las cabezas que asoman en la cola para comprobar tu elección se replieguen cabeceando con gesto manifiesto de chasco.

Yo recuerdo esos días, de acompañar a mamá al mercado. Invoco ahora los olores y los ruidos, el alborozo, ese suelo “fregao” de aquélla manera, a manguerazos. Los puestos a los que nunca íbamos. Yo tenía muchísima intriga, porque en algunos vendían unas aceitunas gordales tan turgentes que aún se me hace la boca agua al aludirlas. Puestos de caramelos, las panaderías, en las dos entradas. Ese olor a harina y horno, ese pan que nunca llegaba íntegro a casa. Comido calentito en el mientras tanto. El Nico, el frutero más caro, del que mi madre era cliente fiel, hasta que por lo que fuera se les torció la lealtad. ¿Sería abuso de uno, hartura de la otra? Ni idea. Hay cosas de piel. Esos lazos que se establecen cliente vendedor que traspasan a veces los límites de lo profesional. Recuerdo un día en la pescadería rodeada de hielo. Los pescaderos con sus mandiles negros y verdes, amables, con las manos coloradas de frío, la enorme tabla donde lanzaban los enromes chuchillos para degollar merluzas y besugos. Uno de ellos, tan majo y dispuesto, tan joven e inexperto, felicita a la señora que nos ha dado la vez. “Está usted de enhorabuena” La interpelada contesta con fastidio y orgullo “no, es que estoy así de gorda”. Madre mía, la cara del pescadero estaba más colorada que sus ateridas manos. De todo podía pasar en el mercado. También estaba “el guapo” que era un charcutero que vendía un queso manchego con el que te re-chupeteabas los dedos. Si tenías suerte, subías a Gerardo, donde vendían en domingo, era el chino de los setenta. De lujo. Eso sí, todo tenía su precio. Quiero hacer mención especial al paté Bolado. Solo vendido en Gerardo y por supuesto en la Boutique del Gourmet, en Nava, a la sazón otro Nico, Adrados. En la fuente de los Angelitos. Los Angeles. ¿Qué habrá sido de ese paté que le echaba pulsos al mejor paté de Mallorca? Por cierto, quiero aprovechar el foro para denunciar que, en Mallorca, famosa por sus ingleses, medias-noches, suizos y muchas otras delicias, pero especialmente por sus torteles, han sucumbido a la moda y han perdido puntos a ojos de los fieles. Los consabidos torteles, antaño tamaño gigante, bozaban el palto de postre, por poquito, pero se salían. Se caracterizaban además por su semicrudo interior y el abuso de azúcar, que los hacía deliciosos para acompañar tanto un café, un chocolate como una mismísima Coca-Cola. Sin subir el precio, los sonados bollos han disminuido su tamaño, pasando a la escala del donut. Sucumben así a la moda y los estereotipos. Se adelgazan recursos, se escatima en la espátula que los despega de la bandeja del horno. Les falta caramelo. Y además, les obligan a hacerlos, por cuestiones sanitarias, muy hechos, carbónicos. Otro milagro que ha sucumbido a las modas culinarias. Reivindico el Bolado y los torteles originales. Viva la diferencia.

Yo recuerdo esos días en los que temía resbalar de la mano de mi madre, yendo al mercado, a la compra, el brazo en alto, porque le llegaba a la altura de la cadera. Vestida de colores, o de neutro existencialista, medio tacón y paso firme y decidido. Saludando al barrio. No se fuma por la calle, es de fulanas. Ella que devoraba los chéster sin filtro, nunca fumaba andando. Si acaso se entretenía en una cafetería con la excusa del café y el pincho de tortilla. Todo para fumarse un pitillo después. La misión del niño, en tales recreos, es el asentimiento, no tiene otra. Y coger alguna bolsa a la vuelta a casa. Si cae un capricho, bienvenido sea.

¿Pero por qué el perejil es gratis? ¿Que lo gratis no vale nada? Eso pensarán algunos desagradecidos. No te engañes, además de los abrazos, hay otras cosas que no se pagan y son muy valiosas. Mira en internet, que por lo visto tomar perejil tiene más beneficios que desayunar un zumo de naranja recién exprimida, que lleva más potasio que el plátano. Pero a mí lo que me gusta es el glamour.  Llevar perejil en la compra, decora, como unas flores. Como adornaba el plato antes de descubrir el vinagre de Módena y las flores comestibles. Tú vas a comprar cuatro chuminadas mundanas y sales del mercado con una bolsa de papel y un ramillete de perejil que asoma y no pareces una maruja, si no una francesita del mismo barrio latino, nadie creerá que llevas Fairy y estropajos; supondrán que en tu compra minúscula sólo caben hay delicatesen, unos quesos bien elegidos y un vino que marida para compartir con tu enamorado. Margaritas y el Adaggio.

Vuelvo al mercado, del mercado, con mamá, los brazos elásticos llegando al suelo por el exceso de compra. Llegar a casa, colocar las cosas y poner en un vaso con agua el perejil era un todo uno. Luego se marchitaba, languidecía en el olvido y cuando volvías a ir al mercado, mamá lo volvía a pedir. Eso sí, en la cocina, en la comida, no se usaba.

Es el gran misterio del perejil, que perdura a pesar de la reconversión de los mercados, en lugares de ocio solo para iniciados o sustituidos por centros comerciales de lineares móviles como las escaleras de Hogwarts. Ahí la vida no vale nada. No existe el individuo, nadie sabe si te gustan las reineta o las Golden. Si prefieres la carne picada dos veces o no. Si el chorizo lo quieres cortado muy fino y si te limpia los calamares, que tienes tiempo. En un súper el cliente es anónimo. Es un totum revolutum. Lo mismo puedes comprar ajo que un foie de oca, caviar que patatas. Estos supermercados han enrasado a la población por exquisiteces de marca blanca. Ya no hay bocado de cardinal. La geste lleva bolsas de tela no para ahorrarse comprarla sino para no confesar que es de Lidl o Mercadona o Carrefour tal o cual producto. Lo he hecho yo. Presumen de la empanada que todo el mundo conoce, famosa se ha hecho desde que no se pueden tomar torteles en Mallorca y ha desaparecido el paté Bolado. Me voy a fumar un pitillo. Que todo lo bueno desaparece.

03/05/2021

DE CHARCOS Y OTROS

Yo tengo una amiga a la que su novio dejó por un tema relacionado con los charcos. Sin entrar en detalle de lo que tal tragedia supuso, y con propósito de mantener el suspense hasta el final de este relato, tengo que contar algunas vicisitudes de su retrato. Mi amiga dejaba ver sin pudor un desordenado interior, común en la especie humana. Este grupo animal que de evolucionado se torna atormentado con la estulticia. Una estupidez asociada al individualismo, que, aderezada de narcisos comportamientos, de codicia y envidia pone en peligro de extinción la vida en sí. Mi amiga no tenía recato en ese asunto del destape sentimental que otros ocultan con disciplina y con rubor se alarman si son descubiertos. Era, eso sí, un foco encendido a voluntad. Sólo ella y amigos más que especiales disponían de acceso al interruptor de su alegría.  Su espontaneidad la convertía en el centro de la atención allá donde fuera. Que si congreso de tecnología interestelar, que si bar de barrio o puerto de mar, barrio de pescadores. Tanto daba. Sin que fuera su más importante característica, era guapa, y lo es. Era simpática, y lo sigue siendo. Pero fundamentalmente era un torrente de vida. Llevaba consigo el núcleo duro de la energía. Era centro de gravedad de las risas y las fiestas. Un misil de fuerza, una cascada de complicidad y buen humor. La sonrisa ancha y el pelo largo. Medio guiri en cualquier país. Huérfana de raíces. Pero su maravilloso novio la dejó por el tema de los charcos. Por tratarse de un asunto personal e intransferible, ahí lo dejo. Investiguen en la hemeroteca, rebusquen en jurisprudencia, buceen en su interior y quizá encuentren el motivo del fracaso de su propia relación. Yo estoy suspensa, por ahora. Todo llegará.

El caso es que el tema de los charcos favoréceme sacar a colación un asunto que me inquieta sobremanera. Mi hija teen bebe agua como recomiendan los estándares del siglo disparatado en que vivimos. Creo que la disciplina de vida sana obliga a la ingesta de entre dos y tres litros diarios del incoloro, insípido e inodoro. ¿Qué diría María, la de Don Victoriano, que sólo bebía café y vino, de tan remilgada pauta? Descubro al levantarme y recorrer la casa fría de amanecer, una botella junto al sillón donde ayer la vi leyendo, junto al libro abierto, el tapón rojo señala el momento en el que el sueño venció a la intriga de la trama. Un par de vasos casi vacíos, en la mesilla de noche, al despertarla a besos, que el despertador no es eficaz. Tres botellas de plástico con restos variables, centilítricos, en el estudio, tanto en la librería como en el propio escritorio. “En total”, recojo diez envases o recipientes, sin exagerar. No es la primera vez, ni será la última. Se oscurece y revuelve mi humor de madrugada y decido dar la vuelta al asunto y enfrentarlo en positivo. Eso que es tan manido ahora, que amontona las estanterías de la autoayuda, como si con la actitud, todo proyecto fuera posible. Ese menosprecio al trabajo me atormenta. Es la gran engañifa de la mediocridad, caldo de cultivo de la frustración, curva de excusa para evitar el fiasco, que existir existe. Pienso en la educación y concluyo que no hay mejor enseñanza que el ejemplo. Topo con la incongruencia de que a mí eso no me lo ha visto hacer en su vida. No importa. Mantengo mi tono de resolver en vez de enfadarme. Quiero dar soluciones, ser constructiva. Entonces, suplo el enojo por el color y el calor. Opto por sustituir las botellas de plástico por bonitas botellas de cristal, termos que mantengan fresco el contenido, que sustituyan esas birriosas botellas de plástico que siembran alfombras y maderas de calidad variable. Resulta que no es lo mismo. Los lindos envases ocupan su lugar en la nevera y siguen apareciendo botellas cual setas por todas las esquinas del bosque del otoño. Al teen le gustan sus botellas de plástico que puede chuperretear, que espachurra a su antojo, despojadas de etiquetas. ¿Será una necesidad de volver a la teta materna?, ¿A ese biberón abandonado antes de tiempo? Me atormento. No creo, en particular mi teen tomó teta casi en demasía, según algunos, por razones y circunstancias que no vienen al caso. No entiendo pues el sembrado de Fontvellas, Lanjarones, que acontece en mi hogar cada mañana. ¿De dónde sale este afán de vivir botella en mano? ¿es acaso resaca de felicidad? ¿será ausencia de la misma? ¿Es una deshidratación crónica la que sufre, quizá por el exceso de calefacción en esta casa envejecida y friolera?

Comparto tras la celosía, con vergüenza, mi confesión por la creciente preocupación que tan confundido tema me está causando. Para mi sorpresa, amigos y terapeutas alivian su postura ante mi confidencia, resulta que sus teen tienen idéntico comportamiento. No me consuela el mal de muchos. No por inteligencia propia sino porque no me ayuda al hallazgo de respuesta al marchitamiento que acecha a nuestros vástagos. Me asusta aún más que sea acertijo generalizado. Una brecha generacional tal vez. En los tiempos que corren me atacan palabros manidos: pandemia, epidemia. Calamidad, sin más. Valoro si es que sustituyen afectos con esa compulsión constante de hidratarse, cual si en una prueba de esfuerzo participaran. Y por supuesto, me siento culpable. ¿Quizá un grifo de mimos instalado con prudencia en su mochila, bolso, calmaría esa ansiedad encubierta que solo el amor y la paz pueden calmar? En efecto, para cerrar el círculo concluyo que, como en otras cosas, mi amiga se adelantó a los tiempos. Su fantástico novio de rizos acarbonados la abandonó por lo que él llamaba charcos, que no eran sino tazas pérdidas de café o te inacabado con las que mi amiga marcaba su rastro. Él nunca entendió que lo que ella sembraba eran las migas de Pulgarcito, para que pudiera encontrarla, en la habitación secreta del Castillo, donde sólo los puros de corazón tienen cabida. Y como colofón el último el misterio, de cómo las botellas se rellenan solas y solas van a la nevera. Donde esperan, fresquitas, a ser objeto del deseo y compañía de mi teen o de otros.