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22/08/2021

DOÑA LOLA

Me impresionó Lola el primer día que la vi, me impactó desde que la conocí. No es para menos. No lo era. Porte de actriz antigua, el pelo rubio platino de cardado perfecto, derroche de  laca y siempre recién salida del secador de la peluquería. Intocable.  Las uñas rojo fuego, vestimenta impecable. Los labios colorados y perfilados, sujetando un cigarrillo y si e

s hora, dando un sorbito a un gin tonic. Sentada. Ese es el encuadre, dentro estaba Lola, Lola y Antonio, Lola y sus hijos, Lola y sus hermanos, Lola y las niñas de la farmacia, Lola y sus nietos. 

Me impresionó Doña Lola por lo que vi detrás de esa tapa de maquillaje perfecto; de esa casa de alfombras sedimentarias, salones de paso y de Navidad, lámparas de lágrimas, muebles de estilo. Fiestas y cubertería de plata, el cuartito. Doña Lola sin arrugas por dentro y por fuera todo lo tersa y derecha que podía, doña Lola tenía una finísima juerga interior, un humor que utilizaba especialmente para reírse de sí misma, como las personas inteligentes, sin importarle un comino. Doña Lola era una mujer muy seria y con un corazón muy noble. Ella se mantuvo fiel a su criterio y a su espíritu, y fue esposa y madre y abuela por encima de todo. Coriana y farmacéutica. ¿Pensarían sus padres que el bellezón no se iba a casar? No creo. Estudió lo que estudiaban las chicas, farmacia, para comprarse una o porque la tenía. Eso no me lo sé. A ella no le chistaba nadie. Ni se le tomaba el pelo ¡buena era! 

A doña Lola le daban lo mismo muchas cosas. Pero siendo como era de Coria, Cáceres, las tonterías le parecían eso, tonterías. Se fue adaptando a los tiempos con una mezcla de sorpresa y juerga. Sin presumir jamás de inteligencia pasó a veces desapercibida, haciendo lo que le daba la gana.  Recuerdo la anécdota de la amiga a la que iban a operar de tiroides. Con su acento extremeño, relató en una conversación familiar el evento. Dijo "tiroide", a lo que el hijo pequeño, apodado por Antonio padre "dos puntos, la diferencia", señaló "des", doña Lola no entendía. Repitió la frase. Y el hijo volvió  a interrupirla. "Des", insistía el corrector. "¿Destiroide?" Frunció el ceño doña Lola. Las risas se oyeron en Tombuctú. Así era. Y ella tan pancha. A pesar de su encorsetada apariencia, era divertida y muy cariñosa y muy leal. Ajena a las deslealtades de otros. Ajena del todo, casi daba la impresión de ser espectadora de sucesos que ocurrían en una dimensión distinta a en la que ella vivía. Sin embargo no perdía ripio jamás, aunque pareciera despistada o pendiente de temas menores. Sutil en sus comentarios, prudente y divertida y cariñosa. Se dejó querer y quiso. Se portó siempre según sus propios códigos de conducta. De ética y estética impecable, doña Lola, Lola, con su pitillo y su gintónic, apenas tocaba la copa por no estropear su maquillaje, igual la boquilla del cigarro. Aguantó carros y carretas en segunda fila, pero siempre protagonista. 

21/08/2021

VIVO DE CINE. ME PIDO COPI

El tiempo que me queda libre, si me es posible, lo dedico a elegir en qué serie quiero vivir. Si el objetivo es elegir una vida, prefiero éstas a las películas porque duran más, las pelis cambian cada día. Te da tiempo a entretenerte en distinguir mejor los rasgos particulares de los personajes. En una película, claro, cambiaría a diario de personaje, y no es fácil, requiere un esfuerzo de adaptación. Y eso que casi siempre elijo patrones parecidos. Pero siempre hay matices, detalles a trabajar. Debo mudar mi manera de enfrentarme a problemas si soy policía en acción o detective privado, o la mujer del presidente del país más poderoso del mundo. O una pobre anciana disfrazada que vive en los suburbios de Londres.

A veces me identifico, otras me enamoro, en ocasiones (en ocasiones veo muertos), en ocasiones reconozco a gente a la que quiero. También hago amigos televisivos. La Rosa Purpura del Cairo se queda corta frente a mi grado de involucración en la pantalla, aunque no veo que se altere el guion con mi presencia. Soy invisible, como en la vida real.

En mi afán de participación, me cuelo en el quirófano y doy apoyo logístico, ¡bisturí!, bisturí, ¡pinzas!, pinzas, y así, obediente. También me gustan las labores de vigilancia nocturna para pillar a los malos, metida en un coche, normalmente me apropio del asiento de atrás, los delanteros están ocupados por los protagonistas; fumando y con un enorme café, dejo que pase el rato hasta que el sospechoso sale por fin de su escondite. Esto suele ocurrir cuando estamos dando una cabezada. Por cierto, siempre me ha escamado el asunto de que los polis que vigilan medio escondidos, fumen; porque les delata el humo, como a los indios, y el fuego antes de la primera calada. Da igual. Me siento en esas tertulias familiares, leo cuentos a los niños, recorro el monte en busca de pruebas. Corro alrededor de un lago, sudando a la gota gorda pero estupenda, ligera cual corzo. Me siento en mesas enormes llenas de comida traída por mensajeros que atraviesan la gran manzana en bicicleta (eso sí que me parece ciencia ficción). Lo que no me gusta es que siempre sobra todo. No soporto el mogollón que piden y que se tire la comida. Salgo a tomar cervezas después de trabajar. Para eso lo mejor es ir con los ingleses, pero me tienen frita con lo de no tomar aperitivo. No hay un maldito pub, ya sea en Aberystwyth o en Leicester, Aberdeen o cualquier ciudad británica, todo tipo de birras, pero ni unas patatas. ¡Y qué capacidad de beber!, esas pintas enormes que se calientan por muy rápido que beban. Eso sí que no lo aguanto. He aprendido a pedir la Lager fría del congelador. Me hago entender. Por no hablar de los pelotazos que se meten entre pecho y espalda antes de empezar con el cervezón. No existe el concepto caña ni cañita. Es beber por beber. No se trata de pasar un buen rato, a esa velocidad de crucero no me extraña que cierren los bares pronto. Ahora está de moda, más fino, en la ficción, tomarse un vino. Tinto al llegar a casa, más elegante. Cuanto más poderío tiene el que se sirve la copa, mayor el tamaño. Tampoco saca unas aceitunitas para ese blanco, un queso y unos picos para el tinto o una “mihita” de jamón. Se lo beben a pelo. Y solos. Eso tampoco, ni en soledad ni sin unas patatas bebo yo. Ni triste. Nunca bebas si estás triste.

No elijo protagonistas enamorados. No. Me enamorisco platónicamente de tanto en tanto. Lo cierto es que para el amor prefiero la vida real, incluso en el barbecho. Me suelen fascinar los personajes más o menos solitarios. Esos que parecen autosuficientes, pero que en realidad piden ayuda a gritos. Me hago grande cuando me doy cuenta hacia donde va su trayectoria, su evolución. Me gustan los que son ingeniosos, que tienen sentido del humor y son listos y buenos. No pido nada casi. Muy al final encuentran el amor. Pero es que no quiero hacerme ilusiones. Además, se encienden las luces con el beso que sella el amor verdadero. Y yo quisiera ver qué pasa después. Para tragedias ya tenemos a Romeo y Julieta, lo felices que hubieran sido con un poco de paciencia. Es que ese Guillermo se las traía con sus tramas, ¡menudo! Dejó atado y bien atado el mundo real, con sus desiertos y sus vergeles, pasiones y desdichas, amores prohibidos.

Lo bueno del cine, o de las series, es que disfrutas de una visión global, controlas lo que ocurre en todos los escenarios. Adquieres un súper poder al ser espectador que te da derecho a una visión de conjunto. Sabes lo que piensan o hacen todos los participantes en la trama. Eso en la vida ocurre poco. Muchas veces lo más importante pasa delante de tus narices, desapercibido. Esos trenes que no ves. Lo importante te pilla nadando, haciendo un recado o enfadado quizá. Eso en las pelis no pasa. No señor. No suelen los buenos caer en trampas inexplicables, se dan cuenta en el último minuto, puedes seguir mirando que no pasa nada. Eso me decía a mi alguien muy real e importante. "Es una peli ". Todo va a salir bien. Quiero ese mensaje para la vida. Todo va a salir bien. A veces da la impresión de que se va a ir todo al traste, que se fastidia, que no llega a tiempo la policía, el médico. O el enamorado se declara cuando ya ella se ha comprometido. Siempre sale bien. En el cine todo vale. No es como la vida, que se tuerce a veces sin que lo veas venir.

Así, en el tiempo que me queda libre, vivo de cine.

20/08/2021

QUERIDA TÍA TERESA

Querida tía Teresa, para muchos Tere, yo siempre Teresa. No me gustan los diminutivos ni en adultos, mayores y tampoco en niños. La gente  a la que se quiere es siempre grande. Entiendo que son cariñosos. Es que yo tengo una tara, soy de Segovia. Eso es Castilla la Vieja. Unos cardan y otros tejen. A pesar de mis orígenes sé querer de verdad, montones. 

Vamos a ver Teresa ¿dónde está ahora esa cabeza lúcida que tu tienes? ¿Por donde vaga? ¿Que derroteros recorre? Haz el favor de escucharme y dejarte de bobadas. Bobadas con las bes fuertes. Ordena tus ideas, recomponte, repara los enlaces dañados, comprueba las valencias, el número molecular y peinate un poco. Déjate de miles y de moles, que estas al lado mismo del mar, huele su aliento. Siente su sal. Respira hondo y sonríe, ríete como tu sabes. Como Felipe te hacía reír. Esa risa que atraganta, que se hace tos. 

A este año tan largo tú has sobrevivido en movimiento. Habrías salido movida en cualquier foto, quiero pensar que estás cogiendo fuerza, entiendo que una suerte de agotamiento se ha apoderado de tu voluntad transitoriamente. Esa voluntad de hierro que te hizo aprender a hacer sopas de colores para cada día, sin trucos. Esa voluntad para ir hacia delante, aunque fuera a trompicones, con las manos a la espalda. Eso sumado a lo demás, que el bicho que tenías en el pulmón lo ha debilitado y tus pobres alvéolos no trabajan igual, y el cabrito del nuevo bicho, a pesar de la vacuna, se ha colado en tu organismo y ha bloqueado una vena de las grandes. Sí. Y estás parada. Coge fuerzas Teresa. Estás parada pero no quieta. Dentro de ti están nuestros recuerdos, tus viajes, tus paseos, está Felipe, tus padres. En esa biblioteca que habita tu ilustre cocorota tenemos mucho invertido los que te queremos, tú eres la que objetivas, la que colocas las cosas en su sitio, sin mirar Internet. Tu eres el armario de nuestra memoria. Recuerdas incluso lo que no has vivido y soportas las muchas versiones que los Montoya fabulamos, los detalles añadidos. 

No hay mejor sitio para ese reposo que el que te ha tocado, el microclima marbellí. Esa temperatura perfecta, ni frío ni calor, esa brisa de la tarde, los jeringos en los plaza y la playa cada vez más estrecha, sin dunas, pero siempre magnífica. Así es que, has elegido bien. Descansa un rato, que te lo has ganado, te lo mereces. Vas a salir delgada y tiposa, dando envidia a todas las que no hemos llegado a tiempo a la operación biquini. Pero no te pases, no tanto. Te estamos esperando. 

Se han juntado los elementos y tormentas contra los que te has defendido con uñas y dientes, apoyada en y por amigos y parientes y unos médicos salmantinos que se parecen mucho. Desde aquel día de mayo en que el tío Felipe se fue, no sin antes certificar que el ponche del Alcázar no era imitación; desde ese día  el camino no ha sido fácil. Se marchó Felipe, con mi padre. No valía copiar, pero ocurrió así. Y aquí quedamos unos cuantos Montoyas que necesitamos de tu clarividencia, que nos pongas en realidad cuando se nos va la pinza al mezclar la realidad con la imaginación y con lo que nos gustaría que fuera el mundo, la vida. ¿Que no sabemos qué pedir en un restaurante porque no sabemos qué nos apetece?, ahí estás tú.  Nos hace falta tu aleación, tu formula precisa para garantizar la objetividad. Así es que Teresa, ya sea con química orgánica o inorgánica, conecta las pilas y vamos adelante. 

Estamos todos queriéndote un montón, como te hemos querido siempre. Antes eras la tía Teresa, la mujer de Felipe, cada vez serás más la tía Teresa. Pero haz el favor de ponerte buena, es egoísta esta petición, nos haces mucha falta. 

16/08/2021

LAS ESCALERAS DE LA PRINCESA

 

Parece una bobada, pero subir las escaleras o bajarlas, no es cosa menor. De hecho, en un colegio al que fui yo, muy progre, liberal, con gimnasia diaria, sin libros, con fichas, dirigido por una gran mujer, y con una representación del Auto de Navidad de categoría, para la que, chavales con barba se peleaban por el papel de José, entre borbollitos hace el agua madre, el Pellico y las intervenciones ilustres: "venir a ver al hijo de Dios, ...no en el seno del padre, sino en los brazos de la madre... "; en ese colegio, a los infantes, la prueba que les hacían para entrar, era si sabían usar el picaporte, es decir, abrir una puerta; y si eran capaces, sin ayuda, de bajar y subir escaleras. Ni test de personalidad ni otras argucias. Los niños echan hacia arriba o hacia abajo, un pie y luego el otro lo juntan con el primero. Una vez ambos en la huella, repiten el proceso. Lo mismo hacen los mayores cuando las piernas, fuerzas y el ánimo les flaquean. Tanto para subir como para bajar. Se apoyan en la pared o agarran la barandilla tan fuerte que podrían arrancarla, del miedo. Poco a poco el niño va dejando un pie a otra altura y en el movimiento cada extremidad 'salta' un escalón 'por' vez. Un pie toca los pares, el otro los impares. Parece magia cuando por fin se consigue, pero el avance y el esfuerzo se olvidan al integrarlo y convertirlo en un gesto natural. Al cabo de los años vuelven los movimientos originales y el miedo. 

En el hospital de la Princesa, que podría ser en Honor a Sofía, de Madrid, Princesa que luego fue Reina y ahora es emérita; abuela de Leonor y su tocaya y de otros tantos, rubiales unos e inconformistas otros; en el hospital de la Princesa, hija de Isabel II, antes Gran Hospital, hay unas escaleras que dan a la calle Diego de León. Son cuatro escalones, cinco como mucho. Ocupan gran parte de la fachada, cubren puerta de entrada y de salida. Cuando yo era pequeña iba mucho por ahí, me parecían muchas más de cinco en número y en altura...altísimas. Esas escaleras entonces se subían en diagonal. No me pregunten por qué. Siempre se subieron en diagonal, empezando por la esquina, calculada la trayectoria perfecta en esa hipotenusa, que llevaba directa a la puerta de entrada. 

Hay otra manera de bajar y subir las escaleras, de lado. No me había dado cuenta, pero hay gente que lo hace. No sé si como gracia o costumbre. Se colocan de perfil, el cuerpo mirando al frente, la cadera girada, y van avanzando en una suerte de cruce de piernas que inquieta al observador, que no sabe si está a punto de presenciar una monumental galleta o un espectáculo de habilidad entre el claqué y el chotis practicado por el trajeado caballero que baja las escaleras. Quizá le apriete en pantalón, en el caso de dama con falda de tubo y tacón de aguja, el gesto y pose se entienden a la perfección. 

Y luego están las escaleras que rompen el paso de cualquiera. Las conozco en Segovia, bajando al Salón, (el Salón es un parque, por si hay extranjeros) o las que llevan de la zona baja, exterior a la muralla, llegando al Alcázar, hacia la plaza. Son de esas cuya huella no es bastante para dar dos pasos, pero es demasiado larga para uno. Así es que obligan al caminar absurdo de las muñecas de Famosa dirigiéndose al portal. No son únicas estas escaleras de traspiés, en Segovia. Las hay por todas partes, son cuestas suaves con escalones sorpresa, fuera de norma. Los segovianos somos así. ¡Anda maja! 

15/08/2021

MÁQUINAS DE VENDING, PERDÓN: EXPENDEDORAS


Las máquinas que venden productos gracias a un mecanismo, sin necesidad de alguien que los dispense, son un oasis en el erial de Castilla, por no irme muy lejos. No hace falta estar en el desierto del Gobi, de Gobi. Que  por cierto, yo no hubiera sabido ubicarlo. Gracias a Google, en un momentito, ¡zas! "Región desértica situada entre el norte de China y el sur de Mongolia. Se puede considerar uno de los desiertos, o zonas desérticas, más grandes e importantes del mundo. Lo rodean las montañas de Altái y las estepas de Mongolia, por el norte; la meseta del Tíbet, por el suroeste; y la llanura del Norte de China, por el sureste. El Gobi está compuesto por diferentes regiones geográficas y ecológicas, basadas en sus variaciones de clima y topografía. El origen climático de este desierto se debe a una gran sombra orográfica". Sin caer en el abuso, ni en la tentación de interrumpir discursos, es un puntazo la Wikipedia y Google en general. Funcionan como laminador infalible de discusiones enrocadas. Eso sí, adelgaza la imaginación en las conversaciones, simplifica la plática y holgazanea la elocuencia. Pero evita esperar a la salida para resolver con los puños lo que la persuasión y la elocuencia no han logrado.

Me he ido por las ramas. Las máquinas de vending, decía, son un espejismo hecho realidad. No cabe duda de que son un invento. Pero es la relación del hombre con tan espléndido cacharro lo que nos diferencia. Al principio estas máquinas eran una “rara avis”, amanitas entre níscalos. Una de las primeras veces en las que tuve contacto con uno de esos dispositivos fue en la oficina donde empecé a trabajar. Era una máquina de bebidas. Ofrecía múltiples variedades de chocolate, café y leche, incluso un caldito proporcionaba. Por supuesto había verdaderos expertos en su uso. Dando al botón del café solo, esperaban pacientes a que el líquido que salía por el conducto se volviera transparente para retirar el vaso de plástico y esperaban a que terminara el proceso para elegir leche sola y repetían el procedimiento. Luego mezclaban el resultado. Tras elegir caldo había que dar al botón de “agua” porque si no, el café te sabía a ’starlux’, cueces o enriqueces. Ahora hay máquinas de todo tipo, con sándwiches, bocadillos, bolsas de patatas, caramelos, chicles, piruetas, 'hay bombón helado oiga'. En fin. Por no hablar de las que dispensan artículos de primera o caprichosa necesidad a la puerta de las farmacias o en algún cuarto de baño de bares o restaurantes.

Lo que me fascina es la gente que llega a un espacio público, ya sea un hospital o un aeropuerto, estación de tren o consulta y lo primero que hacen es buscar monedas en los bolsos o bolsillos y dirigirse a la máquina. Son verdaderos sabuesos. En cuanto entran en un espacio las orejas se yerguen atentas, la nariz se ensancha y el olfato les guía. A ver qué hay. Sus gestos y actitud son de expertos en la materia, da la impresión de que se saben los precios y la variedad de la oferta en cuanto ven el cacharro. Son rápidos en la elección y eficaces, suelen disponer de monedas, cambio exacto, se manejan si la máquina admite tarjeta, son hábiles en el toque mágico cuando se atasca algún producto, parecen adivinar, dentro de las botellas de agua, las que están frías, eligen el número correcto. Si bebida gaseosa, cualquier profano teme el resultado al abrir la lata, ellos saben qué máquinas disponen de brazo dispensador que evita la caída y golpe de tales refrescos. El caso es que llegan a la sala de espera del San Rafael, con el niño en brazos, unas chapetas que indican fiebre por encima de 38 y antes de ocuparse de su turno, enfocan y se dirigen cual cazador a la esquina de las máquinas. Ahí eligen con una determinación en el gesto que resulta envidiable, tanto es así, que una vez que han acabado y descorchan su preciada Mirinda y se disponen a degustar unas patatas, hacen salivar hasta a los dolientes que ocupan la estancia. Al cabo de un rato, el efecto de las ondas ocultas en el subsuelo del subconsciente, se hace notar y se empiezan a movilizar las personas que están más cerca de la máquina. Tras rebuscar y confirmar que disponen de monedas, se acercan con cautela, y poca pericia a la máquina. Tardan en decidirse, la experiencia es un grado. Al cabo de media hora, o viene el reponedor, o la expendedora no expende casi de nada. Me pregunto si esos expertos que inician el tsunami son lo que llamábamos liebres en las carreras, o contratados ad hoc para fomentar el consumo. En aeropuertos y estaciones el comportamiento es muy parecido. Hay gente que lo primero que hace es pillar una botella de agua de una máquina, ya pueden llegar con la hora pegada, necesidad de facturar o dudas en su billete, que ellos no se quedan sin su premio.

No hay que desmerecer la importancia de estos artilugios, se resumió en la fantástica serie “Cámara café” su efecto aglutinador que resume muchas tertulias de grupos de gente distinta y afín.


14/08/2021

EL SENTIDO DE LA VIDA

Para mí el sentido de la vida es el amor. Love, love, love. El amor en sus facetas. El amor de familia, que es el primero y quizá el último que se siente; el amor de pareja que es cuna y cimiento de la nueva familia, el amor de amistad se llamaría transversal en estos tiempos modernos. Esa malla mullida donde caes cuando crees que el final ha llegado, el amor amortigua el dolor. Se intercambian papeles a veces, el hermano amigo, el primo amigo. No entiendo muchas más razones para vivir. No sé si existen.

Estamos aquí de paso, es por eso que la ambición, la codicia, el deseo desenfrenado de enriquecerse, de multiplicar fortuna; la esencia hedonista que sin pudor lucimos, siendo como es anecdótica nuestra propia existencia, resulta casi extravagante. La insignificancia que supone la vida de un hombre a escala global es un tema que no queremos debatir. Ni siquiera asuntos que parecen importantes, como las grandes discusiones internacionales, de cualquier categoría; el calentamiento global, como si este globito le importara al universo entero, ni siquiera el cambio climático o la destrucción completa del planeta Tierra alteraría un ápice el equilibrio completo del ancho espacio más allá de nuestra atmósfera.

Es una burla a las dimensiones del universo esta pretensión nuestra de inmortalidad. Es una pedorreta a la galaxia. ¡Ea! Porque la vida es solo ese rato que pasa entre el nacimiento y la muerte. Y a pesar de saberlo, a pesar de ser un dato no oculto, que no depende de la información a la que se tiene acceso, que no depende del rango social, de la condición, sexo, raza; que nos morimos, aunque parezca mentira, eso lo sabemos todos desde ese instante primero en que adquirimos consciencia de estar vivos, a pesar de todo, nos ponemos de lado como estampas denunciado jeroglífico y seguimos súper ocupados y liadísimos, cargados de egoísmo. Entonces ¿por qué? Somos la raza que domina al resto de las razas, animales y plantas están por debajo de nuestro yugo y decisión. Decide el hombre cuál es la especie en extinción a proteger para poder ser esquilmada cuando la reproducción sea suficiente. Se establecen modas alimenticias y se marcan tendencias en todos los aspectos de la vida humana con unos hilos que vete tú a saber quién maneja. Y de esa forma, ahora es bueno el pescado azul, ahora el AOVE (paleto en innecesario acrónimo para el buen aceite), salva tu juventud sin comer carne roja, duerme de lado, boca arriba, corre 20 minutos diarios, no lo hagas, nada, baila. Sucesiones de según. Según los intereses se va a por un camino u otro.

Se cree el hombre que en este tinglado que es el universo, es único y está por encima de todo, que es el mejor. Sí. Lo cree. Y es propio de cada uno de los mortales, por mucho y profundo que sea su nivel de reflexión. “Yo me hago preguntas. No quiero respuestas inmediatas”. Dice ese ser que tu y yo trajimos al mundo y que cada día me da más de lo que yo pude darle nunca. Estoy en deuda con ella desde hace años.

La transcendencia es lo que al cabo nos trae de coronilla. Lo transcendente. Y es que no somos transcendentes, ni importantes, ni valiosos, ni eminentes, ni esenciales, ni imprescindibles, no. Ninguno de nosotros. No somos más que una minúscula mota que se desvanece al cabo de los años y del que con suerte algunos tienen recuerdo. Pervive en la memoria de los supervivientes, que le hablan, le evocan y le traen a su presente. Mientras tanto, el sentido de la vida sólo puede ser el amor, que no se toca, que no suma, que es generoso, que no se compra, que no entiende de egoísmo. Y por eso es tan difícil para algunos seguir adelante. Yo misma tengo la suerte de haber disfrutado del amor, eso sentí. Para mí fue el amor verdadero, porque yo quise de verdad, quise tanto que sigo queriendo. Eso que dicen que hay que querer hasta que duela, yo no lo veía así. Pero sí duele. Mucho. Y sigo queriéndote. Ahora el amor maternal, fraternal y la amistad, dan sentido a este lapso entre nacer y morir que es mi vida. Tengo que dar las gracias a mucha gente muy buena que me aguanta. Soy consciente de mi suerte. Y los ángeles de la guarda que me custodian. 


13/08/2021

QUIEREME MÁS Y EDÚCAME MENOS

A veces los padres pensamos que nuestra misión única en la vida es educar. Enarbolamos la bandera de la verdad, nos hacemos dueños de tener razón y pisamos el acelerador sin usar el embrague. Estoy en contra. Quiéreme más y edúcame menos. Ese es el título, primer párrafo, encabezado, subrayado y en negrita. 'La fuerza del cariño', título famoso donde los haya, aunque luego hable de otra cosa, es buena la frase; la fuerza del amor traspasa todas las barreras, las del idioma, la distancia, la cultura, la guerra, la pandemia, la enfermedad. El amor de verdad puede con todo. 

'Cada uno es cada uno y cada cual con su cada cuala, decía mi padre'. Sabio y contundente incluso en las frases en apariencia absurdas. Sabio y soberbio incluso contando chistes. Soberbio en sentido positivo, como un buen vino. Ese era mi padre, ¿que lo encumbro y a medida que pasan los años desde que se fue, cada vez más? Sí ¿Y? ¿Algún problema? Es el mejor padre del mundo. Suerte que tuve de tenerle. Otro padre, que no era mío, y que también era estupendo, decía que él tenía que educar, que era su misión, como si tuviera que ponerse el traje de Spider-Man aunque no le cupiera, cada vez que se sentaba a comer con sus hijos. Quiéreme más y edúcame menos. A lametazos cuidan los animales salvajes a sus crías al nacer. Los humanos debemos aprender de la esencia de la supervivencia que es precisamente esa, el amor. No hay que olvidar el instinto que nos guía. Pues eso, quiéreme más y edúcame menos. Cada uno tenemos nuestra forma equivocada de vivir, el caso es ser consecuente, digo yo. Querer más, mucho más. 

Esta caja de vientos no afecta solo a la relación padre hijo, va más allá. Porque todos vemos esa paja en el ojo ajeno que nos parece facilísimo de sacar. Y como andamos fastidiados con esa mota que no nos deja ver nuestras miserias, buscamos objetivos fuera para resolver. Sacamos de la chistera un par de recetas infalibles, se aderezan con igual número de cervecitas y güisquises y ¡ea, ya está la comida hecha! Humildemente creo que ese es un error, nuestro error. No hay poción mágica. No hay más que el amor, querer, querer y querer. El amor da una capacidad de escuchar que posibilita entender al otro, ponerse en su lugar. Facilita la comunicación, elimina los acoples en las conversaciones. Dejar que el otro hable antes del castigo, la reprimenda, la desaprobación, aporta un bálsamo que suaviza la vida porque se comprende mejor. Así es que, quiéreme más y edúcame menos. Desde los niveles más básicos y superficiales a lo más profundos, donde el agua es oscura. Quiéreme más y edúcame menos. 

No sólo en el amor fraternal, donde se supone el mínimo egoísmo y la mejor de las intenciones, no solo en relaciones de autoridad, obediencia debida, respeto o jerarquía de cualquier tipo, en la pareja, en la amistad: Siempre queremos educar al otro. Esa crítica, esa corrección de estilo, esa puntillita. Se nos escapa permanentemente la guinda para alcanzar la perfección demandada al otro, sin mirar, por cierto hacia uno mismo, sin pensar ¿y yo qué he hecho? ¿Como lo he hecho? Acaso has intervenido en esa reacción furibunda, acaso es una palabra tuya, o muchas, lo que provocan un comportamiento extraño. Y, en vez de alabar las bondades, que hay tantas, señalamos la falta, el defecto. Y si alguien nos lo hace saber, si nos ponen delante el retrovisor, entonces  avergonzados, incapaces de reconocerlo, argumentamos buenas intenciones. Que es para el bien del otro. ¡Patrañas! Quiéreme más y edúcame menos, déjame vivir. Nos sentamos en la crítica, incapaces de admitir lo bueno. ¿Es más fácil? No sé. Es peor. Creo firmemente en querer más, mucho más y educar menos, mucho menos. Creo firmemente en construir en vez de destruir. La queja y la crítica sin muchísima dosis de amor y reconocimiento, sólo exponen las heridas e impiden crecer. QUIÉREME MÁS Y EDÚCAME MENOS. 

12/08/2021

LA ALTURA ESTÁ SOBREVALORADA

La madre de mi amiga Teresa siempre le decía a su hija, 'hay que ver tu amiga María lo alta que es, qué bien'. Para


ella la altura era en sí una virtud. Como si ser alta fuera una especie de Don, un escudo antimisiles, como si ser alta fuera sinónimo de tener una dote, de haber traído, no un pan debajo del brazo, sino la boutique del pan del mismísimo Corte Inglés, o Sánchez Romero, un suponer, baguettes parisinas. Como si la altura imbuyese dignidad, inteligencia, hiciera al poseedor merecedor de respeto, objeto del deseo o del amor. Querible, al cabo.

Según mi ucraniana favorita, ser alta está sobrevalorado; estoy de acuerdo. Yo, que soy alta; yo, que soy de una familia de altos y muy altos, sé bien de lo que hablo. Yo me casé con un chico alto, guapo y bueno. Siempre supe y abanderé, que más bueno y grande, muy grande, que guapo, y eso que era un rato guapo. Hasta llevé tacones el día de mi boda, encantada, feliz. No por los tacones, porque sí. Casarte con el hombre de tu vida es lo mejor que a uno puede pasarle. Hablando de altos, un día vi a Romay salir de un seiscientos. Sí, cabía. Le había quitado el asiento. Conducía sentado atrás. Literal. La altura no se elige. La altura te sorprende como los granos, el acné y otros cambios en la fisonomía, en plena adolescencia efervescente. Uno da el famoso estirón mientras otro espera darlo y empieza a mirar hacia arriba. Hay quien parece no acabar nunca de estirarse. Cambia de talla entre estaciones. Cuando murieron mis abuelos, en Segovia, íbamos los primos y tíos juntos, al mismo paso lento de luto, casi pegados, de San Miguel al Jai, también conocido como la Concha, atravesando la plaza. Éramos muchos, de oscuro vestidos. Llovía, apretados bajo los paraguas. Llorábamos los llorones. Todos tristes. Del brazo, de la mano, recorriendo nuestra pena por los adoquines, despidiéndonos. Los segovianos nos miraban intrigados. ¿De quién son? Se intercambiaban gestos, se comunicaban por señas. 'Son un equipo de baloncesto', concluyeron satisfechos. Nos sacaron una sonrisa. Somos altos porque nos ha tocado. No hay más. No tiene mérito. El azar, una proteína o vete tú a saber qué, hizo crecer a mi bisabuelo Claudio después de librarse del mili por bajito. Venía de Abades. A él le debo una parte genética de mi estatura. El guapo debe mantenerse, se cuida, se atusa, se viste, se peina se peina y quiere ser reina. El que está gordo o flaco, depende de sí mismo, tiene margen de maniobra. Pero el alto es alto y punto. No puede hacer nada ni para mantener sus dimensiones ni para cambiarlas. Sin pena ni gloria pasea la envergadura que le ha tocado. 

Por todo eso, la altura está sobrevalorada. Además, ésta tiene sus inconvenientes, a los altos nos preguntan siempre en clase, si estamos en medio de un lío somos elegidos responsables, porque somos a los primeros que ven. Si en el patio hay follón, el culpable es el alto desgarbado. Si hay pelea o discusión, el alto debe responder por los demás. Se nos nota todo, no podemos ponernos en primera línea ni en la cabalgata de Reyes ni en los conciertos, porque los de atrás no ven, aunque hayamos llegado primero. En el cine siempre molestamos, se escoran los de atrás desesperados. Por no hablar de los aviones, nunca nos caben las piernas. ¿A quién hay que conocer para que te den salida de emergencia?. Nos ponen en última fila en cuanto tienen oportunidad, aunque seamos miopes. No aprendemos a bailar, las chicas porque crecemos  antes, y en esa edad confusa les da vergüenza  a ellos que les saquemos una cabeza. Nos situamos en la parte baja de las cuestas. Si hay bordillo, bajamos a la calzada, a no ser que gentiles, nos cedan la acera. Nos quedamos sentadas en los guateques. Se espera mucho de un alto y a veces somos unos pánfilos. Nos suele acompañar la torpeza, la falta de agilidad y control de hasta dónde llegamos con nuestras extremidades, que a veces nos sorprende a nosotros mismos. Somos los que al pasar al lado de una mesa puesta provocamos que el anfitrión brinque a sujetar las copas para salvarlas. En casa ajena nos nos vemos la cara en el espejo, al lavarnos nos agachamos algo más de lo que estamos acostumbrados, la sorpresa llega al levantar la cara. Solo te ves hasta los hombros.En fin. Un lujo. Eso sí, pídeme lo que quieras del estante de arriba, que llego, o ya me las arreglaré. 


11/08/2021

AURICULARES Y ACROBACIAS

 

Estás concentrado, Pim, Pam, toma Lacasitos, con el trabajo o tarea que te ocupe, Sentadito en tu rincón. Tu silla ergonómica o no, un cojín para la espalda. Que tienes los riñones hartos de pandemia. Te has puesto los cascos. Hay más gente en casa. O no. Él con música clásica, se concentra mejor; a la niña le ha dado por el tecno ahora que estudia medicina, ¡pobres pacientes!; el chaval, reguetón, promete que solo lo escucha mientras estudia. Bueno. Ambientazo. Puri plancha las camisas del señor, como ella dice. Todos vestidos como si fueséis a tener una reunión en diez minutos, como si el mismísimo presidente fuera a recibirnos, ministro del bien y del mal, para ir a misa. Tal cual. En pleno estado de revista, desde las 8:00, no hay quien os chiste. La camisa por dentro. Te has puesto los cascos porque se acoplan las melodías. Y por pose. Tu también tienes tus asuntos favoritos. 

¿No te ha pasado nunca que estás súper concretado, con tus cascos, y de pronto necesitas ir al baño, t apetece un café o estirar las piernas?. Y te levantas tal cual. Olvidando que tienes los auriculares puestos y conectados, claro, la móvil o al ordenador. Olvidas que son un extra, los sientes apéndice natural, extremidad, como si fueran parte de ti, un Sonotone, o unos AirPods, y no es el caso. Son unos cascos que te dieron en el AVE, que enchufas al teléfono o al ordenador, con los que escuchas la radio o el telediario, estar informado, musiquilla si procede, Olimpiadas o fútbol si es domingo por la tarde. Te olvidas del cordón umbilical que te ata a la mesa y te levantas como si tal cosa. ¡Mierda! Ese tirón que te devuelve al escritorio y a la realidad; te hace volver a sentarte como puedes, de malas maneras, has perdido el equilibrio y un poco de dignidad. ¡Porras! Te olvidaste de los cascos. ¡Canastos! ¡Recórcholis molinetes! Intentas deshacer lo andado. Dar marcha atrás. Retroceder hasta el momento justo en que decidiste levantarte. No podía esperar ese te. ¡Vaya!. Si en realidad no me apetecía tanto. Ahora se te han pasado las ganas y la necesidad. Ni de ir al baño tienes idea. Consigues sentarte en el borde de la silla, has salvado el móvil en el aire. De milagro no ha acabado en el suelo. Gracias a que estaba enchufado al portátil, bueno, gracias, por los pelos no te has llevado móvil y portátil por delante. Encima te has descuajeringado el cuello cual si fueras un perro con correa des acostumbrado. Y se apodera de ti la rabia y la vergüenza. 

Cuando asumes que es imposible rebobinar y volver al momento justo anterior a levantarte tan pancha, intentas disimular como si tuvieras espectadores, mesas tu desordenada cabellera, escribes alguna nota, miras el teléfono con interés, tratas de calmarte; estás con un mosqueo ciego y sin nadie a quien echar la culpa, porque tú solito has decidido aislarte de tu melodía familiar, para oír una tertulia de la que no has escuchado nada. Tonterías. Te has perdido las charletas entre clase y clase de tus hijos, un beso huidizo de él, un guiño ante un comentario. Todo por los puñeteros auriculares. Estás con un cabreo sordo. Te duele el cuello y el orgullo; el cuerpo entero, de la contorsión que has hecho para no esnafrarte. Total pa'na. No te han visto tus hijos, que siguen a o suyo, él sonríe a sus tablas e inventos, algo se le habrá ocurrido. Tampoco se ha dado cuenta, habría saltado el sofá con la pierna doblada modo vallas para salvarte. Te alegras y disgustas a partes iguales. No existo, menos mal. Lo mismo si hubieras sabido lo que era el diamante y su elevación, si tu espalda hubiera conservado las tangencias necesarias entre tramos de lumbares, con sus inflexiones, para poder caminar erguida... como una reina habrías salido de tan vergonzosa situación. Pero no has ido nunca a pilates, de milagro sabes lo que es el coxis, y por supuesto ni idea de que para sentarte correctamente debes seguir un proceso que acaba en bajar los omóplatos, balancearte ligeramente, y entonces notar unos huesos que en inglés se llaman los de sentarse. Siempre simplificando los británicos. No es el caso. 

En fin, vuelves a colocarte en tu puesto de trabajo, en tu rincón. No quieres saber nada de música ni noticias. Agradeces que la pandemia te haya permitido disfrutar de tu familia. Oírlos todo el rato adquiere una importancia enorme, tu rutina no tiene semáforos ni calles atascadas. Las reuniones con tus jefes y compañeros forman parte de una costumbre compartida. Sabes que echarás de menos estos momentos algún día, aunque ahora te parezca extraño. Quieres hacer una foto mental, grabarlo todo. Para estar llena después, cuando no haya nadie. Prometes no volver a enfadarte nunca por tonterías. El caso es que ya no te apetece ni ir al baño, ni un café. Nada. Te has despistado completamente. Has perdido la concentración y la necesidad. Aspiras. Hueles a casa, a plancha. A limpio. A hogar. No te vuelves a poner los auriculares. Mañana otra vez meterás la pata, cuando hagas las cosas mecánicamente. Hoy no. Te sentarás mañana en tu butaca de IKEA, encenderás el portátil, colocarás el móvil a un lado, la libreta al otro. Te conectarás  a una vídeo a las 8:00, con Singapur, allí se están acostando, y sin darte cuenta te encajarás en los oídos los auriculares. Ya te ocuparás de ese tren cuando pase. Bueno, hablando de trenes, ¿quién no se ha levantado un día en cuanto acaba la película, en el tren o el avión y se ha dado un susto de muerte al ver que un cable le llevaba de cabeza al reposabrazos? 

06/08/2021

NO, SI YO NO FUMO


Hay quien se confunde al declararse fumador social cuando en realidad es un jeta que nunca compra tabaco. Ojito. Si fumas, fumas, y hay que apoquinar. Fumar cuesta, y nos lo hacen pagar, con sudor. Pon tus pulmones, que no te presto los míos. Apoquina, enfréntate, dalo todo. Échale narices, confiesa que fuma. ¡que somos los mejores! Esos corrillos a la puerta de los restaurantes. ¡que gusto!, se establecen conversaciones paralelas entre los fumadores que no comensales. No saben si cambiarse de mesa. Se han hecho coleguitas. Esas reuniones clandestinas en los pitillos del trabajo. Se cuajan ideas y conspiraciones, amigos transversales que dirían ahora. Ese cigarrito tiene algo más que la adición, es el glamur del intelectual que salía fumando en las fotos, para parecerlo más. "Sofi, fúmate un pitillo", le decía Don Luis, mi abuelo, a mi abuela. Murió él como mi madre, de sus débiles pulmones, que sufrieron su vicio. Yo siempre he sido fumadora, hasta hoy, que llevo casi treinta años sin fumar. 

Ahora humillamos al entrar al estanco, no a comprar sellos, no, ni sobres, ni un boli, que para eso está la papelería. Y sellos no compran ni en Correos. Espalda erguida, monedillas o billete preparado, agachas un poco la cabeza al entrar al bar y dirigirte sin dudar a la máquina. Quieres pasar desapercibido, en todo caso, pintas en tu expresión un incómodo "no es para mí"; pero la máquina está apagada, "¿me la puede encender?" susurras. Se da la vuelta de un solo golpe, la barra entera, que atiende las Olimpiadas, el fútbol, las noticias, el tenis. ¿Quién fuma?. Torsos y cabezas giradas escrutinan tu pretendida invisibilidad . Una mezcla de desaprobación y envidia en las miradas, dardos contra el atrevido fumador que huye asustado antes de que le fulminen.  Escondiendo, si puede, el paquete de cigarrillos como si no fuera con él ni para él. Al salir, algo alejado del ojo crítico, a la sombra,  deshilvana el hilo rojo, quita el plástico protector y ya huele el aroma que le calma. Un papel medio plata que rompe o retira y por fin; con un golpe certero, sale ese primer pitillo que le va a saber a gloria. Le consume la impaciencia. Mechero en mano enhebra el pitillo entre el índice y el dedo medio de la mano izquierda donde sostiene el paquete, que ni siquiera ha guardado; prende la mecha y da esa primera calada. Se mete el paquete en el bolsillo trasero del pantalón, si es vaquero, si es un chino, en el de delante. Algún taxista, conductor, lo aloja en el de la camisa, por no aplastarlo. Si mujer, al bolso. Expulsa, después de entretenerlo en los pulmones, tras esa bocanada primera, ávida, el humo, que hace círculos y caracoles de trompeta en el aire. Exhala. ¡Qué gusto!.

Siempre está el listo del grupo que dice que no fuma, eso sí, en cuanto alguien en una reunión enciende un cigarrillo, argumenta que va a coger uno, que no fuma nunca, pero está tan bien en ese momento, tan a gusto, que es el momento. O al revés, con la mala época, la angustia que acumula, lo necesita. Al final de la velada hay que ir otra vez al bar de la esquina, a volver a pasar vergüenza porque el fumador social de las narices se ha liquidado las provisiones. Con la falsa promesa de que el próximo día te compra una cajetilla. El que no fuma. Y lo repite cada vez que le ves. Ese es el don Sano y tu el vicioso. Se acabó dejar el tabaco encima de la mesa, como si tal cosa. Lo guardas como oro en paño. 

Hasta la coronilla me tienen los que fuman sin ser fumadores, los que no quieren decir nada y envenenan las charlas, los que solo se acuerdan de lo malo, los que solo te cuentan cosas horribles, y doñas perfectas que todo lo hacen bien y están estupendas. A esas las tengo pelusa. La verdad. Como a los que se ponen morados y no engordan, como a los que les cunde la vida. ¡Ah! y harta de los que siempre tienen lío, de los que se acuerdan mucho y quieren un montón aunque no llamen nunca, ni se ocupen. ¿Sabes que? Que cada uno es cada uno con su mochila. Al final es fácil ver el defecto en el otro y nosotros nos creemos que lo hacemos bien. Yo lo que quiero es volver a fumar. Seguro que veo las cosas de otra manera, que ya me estoy quejando. Esto con vodka o un pitillo, se pasa o lo que es mejor, se entiende. 


04/08/2021

EN PLAN COMANDO


Un límite de la indignidad humana está en caer enfermo y sus consecuencias, como por ejemplo, que te ingresen inopinadamente en el hospital y no tengas ni bragas para cambiarte, calzoncillos en su caso. Puede ser algo menor comparado con la gravedad de la patología que amenaza tu salud. Sí. Pero tela. Es el colmo del desamparo. Símbolo de soledad, esa isla en la que uno se queda sin darse cuenta, después de remar sin freno, sin puerto que le ampare. 

La enfermedad es un golpe en el eje del orgullo. Las expectativas del común de los mortales bajan a mínimos. Quiere curarse, quiere salir, quiere vivir a toda costa. No matter what. Está dispuesto, entregado en cuerpo y alma. El pudor y la vergüenza, luchan contra el dolor y la fiebre. Pero no bastan las medicinas y los pinchazos, hay que cuidar un poco el honor y el pundonor. Por muy malo que uno esté,  hay un "me voy a peinar y cepillar el pelo, que se me encrespa", deja que me ponga mi camisón blanco, y mi collar de perlas, los pendientes a juego, mi pijama azul de rayas, recién lavado, unas zapatillas que no sean de papel, sino con un borrego dentro que me recuerde a mamá, por lo suave. No digo yo que te pintes como una puerta y te vistas de farándula. El médico tiene que ver tu color de piel, si tornan azules tus labios o se oscurecen las uñas por la falta de oxígeno. Pero hay unos mínimos imprescindibles que deberían aceptarse. No me dejes caer en ser el 227A. Tengo mi nombre y mi historia, con él he ingresado aquí, espero salir sano con él o morir llamándome, con la dignidad que merezco, aunque sea solo. Recuerdo en Burgos, cuando estaba malito el amor de mis amores, cada día se duchaba, se vestía impecable, a pesar del dolor, ensayaba estirarse aunque los puntos de la tripa se le quejaran, y esperaba con una sonrisa difícil a que el médico le diera el alta. Así se curó, luchando, la educación y el amor son cimientos en los que se puede uno apoyar. Pero esa es otra historia.

No tiene uno bastante con ponerse el camisón indecente con el que es imposible no enseñar el culo, para, encima no poder llevar ropa interior porque ha llegado al hospital sin saber que no le dejarían salir. Ese camisón que será muy útil para llevarte a la UCI, UVI o donde toque, dejarte en pelota picada en un segundo y hacerte las picias que hagan falta para curarte. ¿Dónde hay que firmar para que me dejen estar decente en esos momentos? Que hagan jirones mis mejores galas de noche, pero no me hagan usar esa bata manida, ese camisón unisex de talla única, desinfectada con lejía y llena de manchas anónimas imposibles de eliminar. 

Te vas a Murcia de vacaciones, o a Teruel, ciudades que existen. De pronto te encuentras mal, llegas como puedes al hospital. ¡Zasca!. Positivo en COVID. "Ya tenemos preparada su habitación" ¿Cómo dice? No estoy preparado. Intentas recordar si tienes tomates en los calcetines. No has cogido el cepillo de dientes, la espuma de afeitar, los calzoncillos, las braguitas, el peine, tu colonia, un libro, el cargador del móvil. En fin. Que sí, que te van a poner una vía con un todo incluido de los antibióticos y calmantes, antiinflamatorios, antipiréticos o antitérmicos necesarios para que tu pronta sanación. Pero es que hace falta algo más. Al menos ahora hay Amazon, el cepillo de dientes esperas que no tarde en llegar, ¿Qué remedio?. A los parientes y amigos no les dejan verte; enganchado al teléfono, si te queda batería, haces un pedido de imprescindibles, un cargador y esos mínimos, distintos para cada uno. Cada cual son su escala de valores y sus tesoros que amochilaría a una isla desierta. 

El médico que te atiende, desde que te han dicho que tienes COVID y neumonía, va vestido de astronauta. Imposible saber si es el mismo que vino por la mañana o el que te recibió en urgencias. O la cajera del Mercadona. O el conductor del 147. Ni siquiera por la silueta eres capaz de averiguar, de intuir la fisonomía. Sobre la bata  llenos de bolígrafos los bolsillos, (nunca he entendido bien por qué llevan tantos bolis los médicos, mi madre, la doctora, también los llevaba), sobre la bata le parapeta un mono que lo mismo podría haber pertenecido a Neil en ese primer viaje con bandera incluida, que a los operarios de una central nuclear. Un mono que le quita prestigio a la vista, le aporta andares de pingüino. Se anula la confianza, la mirada, la relación médico paciente se difumina. No existe. Las gafas de bucear aplastan su ojos, nariz y boca tapadas con mascarilla, una pantalla transparente encima del conjunto le cubre hasta el cuello. Lleva guantes, no sabes si está casado, buscas la señal del anillo en el látex. Por no saber no sabes ni su color de piel. Las muñecas y tobillos se ciñen traje y guantes y patucos cual con cinta de secuestrador estuvieran presos. Solo la voz, a través de la indumentaria, te llega distorsionada para convencerte quizá de que es humano. O podría ser robot. Sí.

Por la mañana limpian la habitación, con algo menos de cuidado en la vestimenta, unas amables señoras que te llaman cariño, rey; se deshacen en piropos y mimos de verbo. Palabras olvidadas. Canturrean y te felicitan por lo guapo que te has puesto y lo pronto que te has duchado. No tiene mérito alguno el madrugón; a las seis te han cambiado el gotero que alimenta la vía que llevas enganchada en el dorso de la mano, o en el antebrazo, en la parte interna del codo. A las ocho, a punto de abrazar a Morfeo, te han puesto el termómetro y te han tomado la tensión, han medido tu oxigeno en uno de tus dedos. El alegre turno de mañana llega lozano y con energía. Los andares dispuestos retumban en los pasillos. Esos zuecos macizos e irrompibles taconean como una bailaora por los baldosines. ¡Como para no estar en perfecto estado de revista cuando llegan las limpiadoras! Si estás un poco mejor que el día que ingresaste lo mismo has hecho hasta flexiones, a pesar de que tienes la nariz enganchada a esas horribles gafas, y te has recorrido la habitación de norte a sur y de sur a norte. Te has sentado en la silla de visitas, en el taburete para apoyar los pies, en el sillón que cubren con una sábana para ocultar los sietes. No hay rincón de tu celda que no conozcas. Eso sí, a no ser que tengas un contacto entre esos anónimos trabajadores del hospital, que lo mismo son celadores que enfermeras, que el jefe de servicio o el mismísimo gerente, que se deja caer por hacer bulto; al cabo de los días te quedas con un tipín que ya querría la operación biquini  o cualquier dieta milagro conseguir. Si no funciona el contrabando, que te hace llegar un buen jamón o algún capricho a través de inconfesables cauces y coarciones, con una semana de ingreso se te caen los pantalones hasta los pies. Lo mismo hasta cambias de talla de ropa interior. Porque el primer día te dejas casi todo en el plato, con la excusa de tu malestar; el segundo empiezas a probar esa insípida merienda, pero al cabo de una semana las galletas del desayuno te parecen pastas suizas de mantequilla. Rebañas los platos y te zampas hasta el último pico de pan chicloso. No vaya a ser que mañana el menú decaiga. Eso sí, con ese régimen, te tuneas. Ya sabes, al salir, te vas de compras y cambias el armario, que vas a romper con la pana. Tipazo. 

ESTOY TREMENDO. ESTOY CROCANTI


seanpt
Estoy tremendo, estoy crocanti, soy el oro del Perú, llámame tiramisú. Apolo en polo, un maniquí. Con el Extra de Verano, soy un géiser, soy Trajano. Estoy tremendo, estoy que rompo, soy del fuego la cerilla, la maja de la sombrilla. Un imán, un choque de trenes. Con el Extra de Verano, una musa de Tiziano.
https://youtu.be/W5rSNmtCGk0

Yo hace mucho que no salgo, pero esta composición me parece que está a la altura de "¡Bomba!, Para bailar esto es una bomba", que cantamos en la boda de Belén y Carlos, en un pueblo de Segovia, donde en una noche de julio hacía un frío de invierno, como diría la doctora. Mientras el pincha discos ponía música lenta, intentando calentar el interior a base de espiritosos, se fue Javier al coche y cogió la cinta que Bego siempre ponía en los viajes cortos. ¡Bomba!. Booooooommmmba Un movimiento sensual. Un movimiento muy sexy, sexy. Un movimiento muy sexy, sexy. Y aquí se viene el africano con el baile que es una bomba. Para bailar esto es una bomba, para gozar esto es una bomba, para...¡Qué momento! Esa boda que pasó del frío al calor, al amor. Vimos amanecer y la Mujer Muerta, volviendo felices con nuestros amigos casados y contentos.
Mi amigo Corona, FP, dice que la letra de la canción del Extra de Verano de este año está entre Gloria Fuertes y Espronceda, gloriosa y naif a partes iguales. ¡Ole! 
La canción del verano, de uno lejano, con mis padres, música en directo en un hotel de costa "yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar" La familia tarareando los gintonics de los adultos. Bicicletas de verano y sal en la piel. Morenos renegríos y buceo de mañana. Otros escucharían a la italiana "Para hacer bien el amor hay que venir al Sur". Cualquier canción de Grease o de ABBA, que nos acompañan hoy también. Hunde la cara en la arena de la playa a la que "Eva María se fue buscando el sol", esa que "estaba desierta, el sol bañaba su piel"...en la que · "escribí tu nombre, y luego yo lo borré, para que nadie pisara, tu nombre... chi ri bi ri bi po po pom pom,  chi ri bi ri bi po po pom pom "
"Rayando el Sol, rayando por ti. Esta pena, me duele, me quema sin tu amor. No me has llamado, estoy desesperado. Son muchas lunas las que te he llorado. Rayando el Sol,  desesperación. Es más fácil llegar al Sol, que a tu corazón. Me muero por ti , oeooo" Veranos de amor verdadero. Veranos de encuentros fortuitos. Veranos que son para siempre. Rosana se te metía debajo de la piel con su "Si tú no estas la gente se hace nadie, Si tú no estas aquí no sé quçe diablos hago amándote, si tú no estás aquí, sabrás que Dios no va a entender por qué te vas". Canción de biseles y distintos orientes, según el humor, o el amor.
Si miro a los noventa, retumban los recuerdos con los "Allí me quedé y en tu fiesta me colé", mezclados con un pupurrí de música española donde se cuela "Y luego por la noche al Penta a escuchar, canciones que consiguen que te pueda amar", el muro de Pink Floyd, Dire, David B, con su astronauta que se queda a dormir con las estrellas y mucho más.  En fin, ni buenas ni malas ni regulares, temazos. "30 de abril del 90, hola chica como estás..." "...Y ahora estoy aquí sentado, en un viejo Cadillac de segunda mano, junto al Merbeyé, a mis pies mi ciudad, y hace un momento que me ha dejado, aquí en la ladera del Tibidabo, la última rubia que vino a probar el asiento de atrás." En fin, insisto, esas melodías que se pueden gritar al unísono, equivocándote en la letra, dejando afónica la noche. Salir al plató, a la pista de baile, imitar a Travolta con su "aigotyu dermoltiplayer", el brazo ortogonal al cuerpo, y hacer el giro completo del pecho a la semicircunferencia entera, señalando, dedo tieso al compañero de fatigas del último momento, a todos los efectos amigo inseparable de noches y mafrugadas.
El caso es, la cosa es, las canciones que nos acompañan. Este año, los de la ONCE han hecho el temazo, quieren meterse en la piel del enfermo, del triste y del que está contento, para tirar un poco del hilo escondido de la ilusión. Me hace gracia, me divierte la rima absurda, tiene ritmo de alegría, de vuelta al ruedo. Es el humo blanco del acuerdo, son rescoldos que deja la incineración de los recuerdos envenenados, es encender la llama de la olimpiada. Un pitillo de madrugada, es el calor de ir de la mano. Con el espíritu de querer sacar por fin la cabeza. Que no me he ahogado. Que he dado patadas y las algas del fondo no me atrapan. Una bocanada de aire fresco. Los pulmones llenos de energía. Pase lo que pase, caiga quien caiga, "estoy tremendo, estoy crocantí..."