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28/02/2021

VENDE EL ANILLO

Cuando acabé la carrera, mis tías me regalaron un anillo que había sido de mi abuela. Era de oro y tenía un enorme rubí engarzado al aire con cuatros ganchitos de oro también. Como se hacía antes. Un montón de brillantes chiquitos lo rodeaban en su cumbre. En su soledad. Brillantes pequeños, pero matones. O quizá eran otras piedras. Era, eso sí, el anillo que mi abuela siempre llevó en sus delgados y larguísimos dedos. El que le compró mi abuelo, viajando al sur en septiembre, a pasar un mes más allá de Despeñaperros, en su tierra. Donde el cielo de noche estaba pinchado de luces y lo más frío que había eran los limones helados. Al abrigo de familia y amigos, mis abuelos terminaban el verano.

Llegué al bar casi tan emocionada por el anillo, como por el final de mis estudios. Mi amigo Jota fue estudiante pésimo, de letra y voz desordenada, divertido, torpe, bebedor de fin de semana hasta el límite, buena gente, familiar y vagoneta como él solo. Me dijo nada más verme: 'vende el anillo, no trabajes nunca'. Yo ni le había contado lo de la sortija, ni lo de la carrera. Llevaba mi herencia con la misma naturalidad que mis vaqueros rotos y la camiseta pintada por mí, igual que las perlitas de mentira en mis orejas y en el cuello. Mi camiseta lucía un elefante azul redondo. Redondo no sé por qué, azul como la pena. Me tapaba la delgadez y el paquete de tabaco en el bolsillo trasero del pantalón. Nunca llevaba bolso, ni tacones. 

Jota y yo nos conocíamos desde siempre, los 15 años. Habíamos recorrido juntos los escarceos de la adolescencia. Siempre estábamos lejos y cerca. Jamás nos concedimos una oportunidad para ser más o menos amigos. Fidelizamos nuestra relación en un paseo por el Retiro, me invitó a una Coca-Cola con monedas mezcladas con trozos de arcilla. Había roto su hucha. Yo tenía 17, él 19. Fuimos recorriendo esos años venideros en circuitos paralelos que el azar dotaba de intersecciones. Esas ocasiones siempre eran breves, divertidas e intensas. Y hasta la próxima. 

Por eso cuando por fin acabé mis estudios, fui a verle. Sin llamar, sin quedar, esperando encontrarnos, como siempre. Como siempre, apareció, no sé si pronto o tarde. Y como siempre nos reímos y hablamos de otras cosas. Nada de estudios o trabajo. Hablamos de magia. Del secreto de la vida. De lo que esconden las canciones.  A veces, en distintos idiomas, otras en el mismo. Resultaba indiferente el vehículo, lo significante era el vínculo. Los labios cerca del oído del otro para hacer llegar el mensaje a través de la música. Violines rasgando la noche de Luna llena. 

En la despedida, que fue la última antes de la guerra y el estío, me dijo "vende el anillo". Y me abrazó grande él entre sus ramas. Para que me durara mucho la sensación de refugio. Me estaba advirtiendo sobre el futuro, que nos había alcanzado. 

No vendí el anillo. Me lo robaron unos chavales nerviosos, pensarían que era de mentira. No sabían de su valor, y tampoco de su precio. 


18/02/2021

PERO QUIEN PUÑETAS ES PABLO HASEL

 

La que se ha montado. Ahí veo que soy mayor. Si no fuera porque tengo contactos, y Wikipedia, todavía tendría la cara pegada a la caja tonta intentando entender lo que pasó ayer y antes de ayer en Madrid y Cataluña. Sinceramente, hubiera pensado que una panda de chavales, que habían quedado, se habían excedido con las litronas o los porritos y entre bravuconadas y hormonas la reunión se les había ido de las manos. Eso sumado al hartazgo del encierro y las limitaciones que llevamos a la espalda y algún gamberro infiltrado encapuchado había desembocado en el desastre que ayer se vio. 

Paréntesis: Nos hemos acostumbrado a hablar del toque de queda, pero el anterior que yo recuerdo, que soy del 65, fue cuando entró Tejero en el congreso, y la restricción duró un día. O dos. ¡Que llevamos un año, señores! Sin salir de casa tres meses. Se dice pronto. Cierro paréntesis. 

Si hubiera ocupado el poder otro partido en estos momentos, alguno de esos que alientan la manifestación y la queja, pero la niegan a los de los supuestos barrios nobles o gente de bien. Que los ricos no saben manifestarse, no son solidarios. Es lo que tiene. ¡Aún hay clases! Digo, si no hubiera estado en la oposición un partido con complejos, que se quiere cambiar de casa para limpiar su nombre. ¡Pero qué bobada es esa! Otro gallo hubiera cantado con una oposición distinta. Como el que cantó ayer. 

Pero, ¿quién puñetas es Pablo Hasel? Entre otras muchas referencias he encontrado las siguientes: “no me da pena tu tiro en la nuca, pepero”, “que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono” o “donde muchos comunistas ni conocen a los Grapo, yo sí respeto a quien más de un cerdo mató”, “Ojalá vuelvan los Grapo”, “Gora ETA” o “merece que explote el coche de Patxi López”, de su canción Esclavitud consentida. (Por estas y otras lindezas ya fue condenado por la justicia en 2011). Declara que entre sus fuentes de inspiración se encuentran Joaquín Sabina, Carlos Varela, Silvio Rodríguez, e Ismael Serrano. Pues le han inspirado mal. He recorrido su blog y sus canciones con miedo y curiosidad. Como mucha de ese tipo de música suelta una verborrea infinita. Entre tanta vomitona, hay reflexiones que me parecen normalitas, casi sensatas, con perdón, al menos son inocuas. Pero también hay muchísimos disparates. He leído la letra de “Ni Felipe VI” y la verdad, creo que se le da demasiado bombo al chaval, que dice, por ejemplo “Que el grito republicano, tu tímpano taladre” ó “Voy a decir como Corinna: ¡guillotina!” ó Hijos de Franco condenando por ser franco” ó La justicia os desquicia como a Leticia el Botox”.

Sinceramente, me parece un fantoche. ¿Quién apoya esta estupidez condensada en un supuesto verso? Estas rimas absurdas, llenas de un contenido vano. Sonoridad buscada a través de sinsentidos.

El conjunto es el vacío, una suma de información mezclada y estulticia que se resume en montones de palabras encadenadas. Al prenda le llevan deteniendo desde hace al menos diez años. ¿Merece este ser anónimo tanta atención? ¿Merece el disparate que se organizó ayer? Que este personaje sea importante, la verdad, me entristece. Encumbrar a un individuo de esta categoría, da que pensar. ¿Acaso no hay nada más importante para salir a la calle? Porque yo creo que sí. Este chico no merece más atención.

Lo que me sorprende son aquellos que, desde el poder, aprovechan este tirón y dan la vuelta a la realidad, padecen de una ansiada entronización que no tienen los que son herederos legítimos de títulos o ganancias. Afortunados estos, por cierto. Si es que la envidia es muy mala. Porque saca a relucir miseria. Desde el gobierno o aledaños, lanzan soflamas, mezclan libertad de expresión con insultos. Y ansían, más que nada en el mundo, controlar más y más y perpetuarse. Cual sucesores supuestamente genuinos. Se imbuyen de más autoridad de la que se les ha concedido en las urnas. Mezclan libertad con censura. Lo que ellos dicen es la verdad y lo que dice el resto son bulos. Me suena a rancio el discurso. Y me da miedo. Quizá sea su fantasía más difícil de confesar, ostentar algún tipo de corona, para lo cual, deberán tallar tan ilustre cabellera. Cuidadito básquet man. El Rey Ricardo fue sustituido por el torpe Juan Sin Tierra, hasta que llegó Arturo. Yo ayer vi perder a Nadal.

 

 

 


17/02/2021

ACABÉ PIDIÉNDOLE UN CV


Puesta en escena: Revisión de examen. La chavala, porque era una chica, no tenía ni idea. Me limito a exponer los hechos. Yo no soy machista, que no lo soy. Soy ingeniero del éter, catedrático de estructuras aéreas y volátiles, licenciado en lo sutil. Inmiscible mi visión racional y objetiva del universo, con sospechar siquiera que existe una diferencia intelectual entre sexos. Solo admito la científica, anatómica, fisiológica. Porque racionalmente, sé que es falso que unos sean superiores a otros, diferentes, eso sí.

Lo bueno de la ingeniería, y en especial la de Éter es, que a diferencia de otras disciplinas, aquí cuanto más sabes, menos fallas. En campos más humanísticas, el conocimiento no ocupa lugar, abre compuertas a la duda. En la ingeniería sí ocupa, y alimenta argumentos.

Cuando yo era pequeño, una tarde cualquiera, oí a mi padre, abogado del Estado, hablar con un conocido. Calle Real arriba, calle Real abajo, de la Catedral al Acueducto, repasábamos la vida, como tantos segovianos al atardecer, familia de paseo, Mi madre enhebrada a su brazo, mis hermanos y yo rondándoles  satélites, para pedir consejo o permiso y dinero para chuches. Sin alejarnos en exceso, tensando y arrugando a intervalos variables el hilo invisible que une a los padres con sus hijos. En uno de esos acercamientos, mis padres se habían detenido, gustosos, a saludar a una pareja simétrica. Los caballeros se tocaron el ala del sombrero que cubría sus brillantes calvorotas, con una levísima y coqueta inclinación. Ellas sonrieron, mi madre orgullosa y satisfecha, apretando el antebrazo de papá. Tras un intercambio formal de frases cortas interesándose a partes iguales por la salud, el tiempo y los negocios, el conocido espetó tremendista: "No somos nadie". Casi a modo de confidencia, bajando un poco la voz. Como si solo entre varones pudiera digerirse. Mi padre altanero repuso, "No lo será usted, yo soy abogado del Estado". Pues yo lo mismo, soy ingeniero del Éter. Sí soy alguien. Me sumerjo en la atmósfera y hago cábalas que siempre tienen respuesta. Soy feliz entre formulaciones y números que danzan. Utilizo simbología que organiza mis días y mis ideas.

Por todo eso, soy incapaz de manejar lo que hoy se conoce como empatía. No soy simpático, como no lo fue mi padre ese día. Siempre digo la verdad. Suelto las cosas como son. No me enorgullece mi comportamiento. No sé hacerlo de otra manera. La chavala en el examen hizo un trabajo desastroso. Y tuvo el valor de pedir revisión del ejercicio. Me produjo cierta curiosidad la camicace actitud. Vamos a ver, el éter es lo que es y los ingenieros del éter diseñamos objetos virtuales según unas normas estrictas e inamovibles. Que si uno no se lo sabe, no tiene cosquillas. No es un ejercicio para lucirse. Es concreto. De solución única, no susceptible a ambigüedades.

 

El examen era “on line”, como manda la actualidad. Las instrucciones claras, un programa recién inventado para controlar los movimientos de los examinandos, que si les molesta el pelo o entra una avispa en su cuarto ya les puede picar porque moverse no se van a mover. Deben tener a mano el Urbasón. El programa (respondus) graba al alumno durante el acto del examen. Y como se le ocurra tocarse una oreja o levantar la mirada porque está pensando o se ha apagado la luz, lo tiene crudo para explicarse. El caso es que Margarita, se llama mi amor, se presentó al examen, sin tener ni idea. Con un por si acaso escrito en la frente. Habían hecho un trabajo de grupo, para subir nota. Contaba el 40% del 60℅ de la nota final, siempre y cuando la nota mínima de cualquier ejercicio no hubiera sido inferior a cuatro y ponderando cada nota con un coeficiente multiplicador que depende fundamentalmente de la asistencia a clase y los problemas presentados a tiempo, así como de la intervención. Total. Súper sencillo. Cual Camote de conocidos hermanos- Pues Margarita, que va a clase de manera frugal. Cuando le apetece y le conviene. Se tienen que dar algunas circunstancias simultáneamente, que ningún amigo ha dado positivo en el bicho, que no se encuentra con nadie para tomar algo, tampoco es que haya muchos candidatos, con el confinamiento. Pero ella es hábil para encontrar excusa. En fin, una chica normal. Pues Margarita empezó por culpar al sistema, es decir, al ordenador, que había desconfigurado su pdf. No he oído mejor excusa. Cogió la linde, que había trabajado, que tenía interés por la asignatura, que creía en la ciencia. A mitad de argumentación yo desconecté. Incapaz de procesar ese torbellino de emociones. Lo que me dejó clarinete es quién sería la próxima directora comercial de mi modesta empresa de ingenieros ilustres. Le pedí que me enviara con urgencia su currículum actualizado

15/02/2021

RAFA Y SU AMOR INTEMPESTIVO


Me he leído el libro de Rafa Reig. Amor intempestivo.

Rafael Reig escribe de puta madre y dice lo que le da la gana. Esa es su losa, porque no se entiende que, siendo así, aún misteriosamente no haya escrito su obra maestra. O.M. 

No soy muy imparcial en mi crítica. Por proximidad. Bueno, más cerca estaba de Benito. Pero los Reig son un todo uno. Un macadam. O lo eran, en los tiempos en que éramos más amigos. Leí sin su permiso y con emoción su primera novela mecanografiada, escrita a máquina, encuadernada con un canutillo.

Ya que Rafa destapa en su novela la realidad tal cual, dan  ganas de llenar los huecos. Porque yo estaba allí, pensarán, como yo, los otros testigos. Pero eso creo que es el error cuando lees a alguien que conoces. Crees que todo lo que cuenta es autobiográfico. Y una novela nunca lo es. Ni siquiera una autobiografía real es autobiográfica. Porque todo depende del punto de vista. Ya  lo decía Larry, el hermano de Gerad, en su cuarteto. Cuatro son capaces de contar el mismo hecho desde los cuatro puntos cardinales. Y coincide tan poco. Ni siquiera lo supuestamente objetivo es igual. Porque el sentimiento que se le asigna  a la historia la cambia del todo. Como un guante mal quitado. Un calcetín del revés. Las denostadas y poco tenidas en cuenta emociones, impregnan la realidad de un tinte que las hace irreconocibles para quienes compartieron escenario. 

Así, Rafa creo que se pasa de ligón en la novela, y hace bien, porque al escribir puedes contar lo que te de la gana.  Incluso la verdad si quieres, que nadie se va a dar cuenta. 

En la fiesta de cumpleaños de Rafa yo conocí a una chica que bailaba en una jaula, a la ex mujer de Antonio Banderas, abandonada pobrecita en su Málaga natal por los fastos de Hollywood. En la fiesta de Rafa me reí hasta llorar. Pasé mucho rato en esa cocina donde se apilaban las cajas de pizza. Los Reig sabían lo que era la comida para llevar mucho antes de que Sheldon fuera un friqui famoso. En casa de los Reig había un cuarto camarote lleno de libros. Que también ardió esa noche. 

Rafa es como sus hermanos, inteligente, ocurrente, divertido, disparatado y educado para la alegría, instruido para no sufrir. Independientemente de lo que le haya tocado vivir. Y escribe de maravilla. Dice lo que le viene a la cabeza en cada momento. Sin filtros.  A borbotones. Por eso le han echado de todas partes, de periódicos de todos los colores, por libre pensador. Por incontinente. Por lo que piensa y suelta por esa boquita. Mis amigas del cole le acusan de machista por unas declaraciones que hizo. A saber. Soy incapaz de imaginar A Rafa con un pensamiento, ya no digo denigrante o despectivo hacia la mujer, Rafa encumbra a la donna. A saber por qué lo dijo o a quién. Pueden perderle sus ganas de epatar o conquistar al contrario. Que no es excusa. No estoy de acuerdo en casi nada. O suscribo casi todo. Menos ese absurdo de haberse ido a vivir a la Sierra que tanto odia (y que yo tanto quiero, copiota) y encima enarbolar la bandera de la defensa de un bosque con unas casas privilegiadas gracias  a cuyos dueños ese bosque es la maravilla que es. En eso discrepo. Pero con su labia es peligroso estar en frente. 

APARENTO CORDURA

Aparento cordura y por eso soy más peligrosa. Si me asustas dudando, si me asignas valor, si se te ocurre un piropo por mi cara bonita, si me presumes diferente, cambiaré de táctica para parecer normal otra vez. Para disimular. Vivo de lado. No quiero ser nadie. Quiero pasar desapercibida. Ser invisible. Andar como los egipcios, de perfil, que no me vean. Me tragué de niña un camaleón. Y soy experta en el camuflaje.

Yo aparento cordura, y doy el pego. Soy un fraude. No aporto nada. Una actriz de tomo y lomo. No disfruto en el plató. Solo quiero superar un acto más. Si tienes rayos equis en los ojos, rayos que consigan atravesar mi caparazón de piedra, verás el caos que me gobierna y el vacío en que estoy sumida. ¿Encajará en la definición de locura?

Yo aparento cordura. Si me crees intelectual, coge mis libros, son sólo cubierta. Escaparate lustroso de la vida. Nunca he leído, nunca he sentido. ¿Que me gusta la música? Eso te has creído. Hablo de oídas, que no canto. Repito argumentos robados de películas, de conversaciones ajenas, de tanto mirar por el ojo de la cerradura. Me entra por un oído y por otro sale sin afectarme.

Yo aparento cordura, pero me disfrazo de lagarterana y si te he visto no me acuerdo. Soy impermeable al afecto. Ni siento ni padezco. 

Yo aparento cordura y doy el pego, por dentro estoy hueca. Toca un poco y verás como suena. Si tienes suerte y no me desaparezco.

 

Y tú, ¿que escondes?


14/02/2021

TE SIGO QUERIENDO

Contra todo pronóstico, consejo, terapia, yo te sigo queriendo. Recuerdo los momentos de felicidad y amor y los de pena y dolor. Pero el amor es más grande. Siempre más grande. Siempre te quiero.

Me sentí descubierta cuando te conocí. Me encontraste y fue, sin posibilidad de comparación, lo mejor que me ha pasado en la vida. Sí, los hijos y otras alegrías son importantes y vitales. Sin embargo, es distinto a sentir tu amor y enamorarme de ti hasta las trancas, hasta hoy, hasta mañana, hasta que pueda; es la esencia y el eje de mi vida. Fue sin duda mi punto de inflexión. Descubrí tarde el amor. Veterana en otras guerras, me despertó a la vida.  A dejar abiertas todas mis compuertas. A poder ser yo sin condiciones. Sin miedo. Está claro que no supe transmitir la intensidad que sentí. Debí pensártelo a la cara, de tan claro que me parecía. Imaginaba que lo hablaba, que lo actuaba. Pero no. No fui capaz de hacerte feliz.

Pensaba que nuestro amor era auténtico y con la fuerza bastante para sobrevivir a cualquier infierno. A todos los inviernos. Lo desatendí por prioridades mundanas, por lo cotidiano que llenaba mis días hasta el agotamiento, por atender a quien entendida que era más frágil que nosotros. Me equivoqué y me volví a equivocar. Pero te sigo queriendo.

Nunca he vivido con estrategia. He mirado poco al futuro, como si fuera rica, como inmortal. Pero desde que te conocí, siempre a tu lado, es lo único que sabía, por encima de todo. Sin concesiones, sin excepciones, soldado fiel y leal. Jamás dudé de tu amor, de tu lealtad, de tu integridad. Siempre me pareciste un hombre entero y grande y único. Y tenerte de compañero ha sido mi mejor regalo. Y yo era el ser más afortunado de la tierra. No he querido otra vida. No he querido salir al aire si no estabas. Fue una renuncia voluntaria. Solo entendí la vida como tu compañera. Solo la entiendo así. Quien con sus propias manos se castra...

Ahora me faltas en el aire, ahora me siento manca, coja. Te echo de menos. Y lamento tanto haber fallado. Lamento tanto. Lo siento tanto. Te echo tanto de menos. No sé dejar de quejarte. Y no quiero. No quiero dejar de quererte. Y es sin condiciones como te quiero. Entera. Hoy soy submarino a la deriva. Escotillas cerradas.

 


YO SERÍA UN POLI CORRUPTO


Cada uno tiene su límite de decencia. Yo, sería un poli corrupto.

Vamos a ver, en un bar me llevo los azucarillos, para ahorrar, y por supuesto la sacarina, que siempre me olvido de comprar. En el Burger pillo el kétchup y la mostaza, siempre pido un poco más y me los guardo. Luego en casa caducan, porque nos gusta la mostaza de granitos, como no podía ser de otra manera. Nos acostumbró el chef, en realidad era de antes el hábito. De Dijon, vale. Tanto monta. Cuando compro sushi en Carrefour siempre digo que somos tres, por nostalgia. Pero a veces, con tal de que me den más palillos y también para que no sospeche el cocinero que me voy a poner ciega sola con todo lo que me llevo, digo que somos seis comensales. Y por supuesto pido soja en abundancia. Que tengo soja en casa, sí, y wasabi, pero me gusta lo gratis. Y las ofertas, bueno, eso es otro cantar. Cojo las servilletas de las cafeterías. Las malas no, las que están en el cacharro ese metálico, imposible, que son una birria, a tanto no llego. Como dice un amigo mío guitarrista de flamenco, es el material menos absorbente del mercado. Se admiten apuestas. En los hoteles me despacho a gusto. Soy el terror de los bufets. Fan incondicional de las mermeladas individuales de todos los sabores. Me gusten o no, porque la de naranja amarga, será que no tengo paladar, pero se me tuerce el gesto, les encantaba a él y a mi madre. Entre las cosas que en las que coincidían estaba la sólita confitura. Debe ser un sabor para mayores. No quiero que me sirvan, ya me levanto yo. Caen un par cada vez que me acerco. Una al bolsillo, otra al plato. Por supuesto tengo que ir a desayunar con el bolso, para poder llevármelo todo. Era la vergüenza de mi Santo y ahora la de mi hija. Ella prefiere una buena tostada, un zumo y un café. Si acaso un cruasán, si son buenos. Allá ella. Le gustan que le sirvan por la izquierda y le quiten el plato por la derecha, a mí también. Desayuno dos veces, una la del aprovisionamiento, como si hubiera una guerra. Todo lo envasado cae, cacahuetes, cereales, mermeladas, sobres de cola cao, tés variados, sobres de Nescafé, botellitas de aceite y vinagre, latas de paté, mayonesa, chuches y caramelillos. A veces pillo algún yogurt para luego, bollería, fiambres y panes para bocatas en la playa. Pero lo que más me gusta es lo que va a la maleta, como suvenir. Con las toallas y albornoces no siempre me atrevo, pero los jabones, geles, colonias, pasta de dientes, son mi especialidad, siempre pido un poco más, porque me falta. Y acumulo. Me apasiona. Cuando vas de viaje de negocios, todo esto es un extra, pero es que también me gusta en los viajes de familia. Yo lo hago por ahorrar. De ahí mi paupérrima cuenta corriente. De saber de economía no he presumido nunca. En realidad, no sé de casi nada. O de nada. Que no es lo mismo, pero es igual. Me encantan los bancos, peluquerías y notarías donde te regalan caramelos. “Coja, coja”. No me conocen. Por no hablar de los bolígrafos. Una amiga mía de un congreso volvió con 50 lápices. No lo escondía. Los regalaban, y nadie hacía uso de ellos. Lucían en su despacho en un lugar de preferencia y orgullo. No creo que los usara jamás. Un lapicero de madera es un utensilio inútil para la mayoría de los mortales. Pero qué recuerdo. Yo aprehendo cuadernos y cuadernillos, mecheros y broches, bolis y estuches, tanto me da. Los lápices de IKEA, son pequeños e inútiles, y esos metros frágiles nunca han llamado mucho mi atención. Pero algo es algo, además del premio de perrito caliente con cebolla crujiente a la salida del laberinto, es lo mejor del establecimiento maldito hecho a propósito para perderse en él por los vikingos. Luego no sé dónde poner tanto material. Eso es otra historia. Nunca se sabe, son por si acasos.

El límite de la corrupción no está tanto en uno mismo sino en aquello a lo que tienes acceso. Y la contención. Porque, claro, desde tu mini vida puedes ser un Santo. Si no sales de casa, no te acercan las tentaciones ni se te ponen a tiro, así es fácil ser intachable. 

El colmo en cuanto a los bolis fue mi tío Felipe, en la boda de mi hermana, de la que fue testigo, al acabar de firmar como tal, puso el capuchón al bolígrafo que le había tendido el sacerdote y lo guardó en el bolsillo superior izquierdo de su chaqué. Ante el desconcierto del cura, que no daba crédito. Éste no tuvo problema en afearle la conducta, en medio del ritual magnífico y escenario sin par. Mi tío, sin alterarse y dándome un codazo que nadie notó, se lo devolvió. Uno cero.

Por todo eso yo sería un poli corrupto. Cuando veo en el telediario esas mesas con billetes apilados porque han atrapado a un malo que a su vez atracó un banco, me quedo estupefacta ¿No habrán cogido unos pocos? Yo robar en el banco no, pero coger unos cuantos billetes, ¿a quién hace daño? Es que la tentación es enorme. ¿Qué se hace con ese dinero? ¿Se pudre en comisaría? Se me llevan los demonios de pensar que lo guardan en los sótanos como pruebas. Sé que el dinero no caduca, pero temo que se desintegren los billetes con las humedades y condiciones adversas. Que los animalillos del inframundo que seguro recorren las cloacas del mal, roan las esquinas de la pasta y dejen inservibles esos papelillos de los que tan buen uso podría hacer yo. Por eso yo sería un poli corrupto.

 


13/02/2021

CHISTES DE INGENIEROS

 

Los de ciencias nunca pudimos ligar en igualdad de condiciones. Los temas que nos llenaban la cabeza, en caso de tener intención de sobrellevar el curso con dignidad, eran absolutamente tediosos. O pertenecientes en exclusiva al mundo de los friquis. Debo puntualizar que hay carreras de ciencias y carreras de ciencias. Me refiero aquí a los ingenieros. Y también hay ingenieros e ingenieros. Porque dentro de la ingeniería existe una rama que tiene un tinte humanístico y casi romántico, hablo por supuesto a los ingenieros de montes, tan escasos, y a los agrónomos, tan cercanos a lo cotidiano. Sí, un ingeniero de montes, además de haber estudiado en una facultad de cuento, un edificio precioso dentro de los mastodontes de la ciudad universitaria, (de esto no se salvan los de letras), con manteles de cuadros en la cafetería, facultad a la entrada de la cual se venden pinos en Navidad. Los ingenieros de montes conocen el corazón del bosque y ¿a qué inocente o malvado licenciado en filosofía y letras no le apasiona y apacigua ese misterio? Que levante la mano. Por otro lado, el ingeniero agrónomo tiene un carácter puramente humanitario, está pegado a la vida diaria, gestor de la tierra, sus frutos y los animales, organizador ilustre del campo, respetado por terratenientes, síntesis en fin de la evolución científica del agricultor, del ganadero. Resumen del progreso y concreción de la esencia de la manutención y la supervivencia humana. El arquitecto por supuesto es de letras. Científico de letras por excelencia, como el médico. Se encuentran ambos en la intersección del hombre con la tecnología. Afortunados ellos, que cabalgan con la esencia de la vida y la humanidad en la mochila de su saber.

Como digo, para la vida diaria, los peores, los ingenieros. Sumidos en formulaciones matemáticas infinitas, absortos por pizarras móviles y demostraciones imposibles, no les cabía nada más. Los muy listos, podían leer el periódico y alguna otra cosa, ver una peli, cultivarse en otra materia. La mayoría, el día que salían, durante la carrera, no tenían en la cabeza más que teoremas y formulaciones infinitas. Y yo me pregunto. ¿De qué te sirve todo eso en el día a día? De nada. Porque eres un bicho raro vayas donde vayas. No hay nada divertido ni interesante de lo que puedas hablar mientras te tomas un copazo a media luz en un bar. Cuando abres la boca, en general, se calla todo el mundo un momento, te observan con cariño y distancia a partes iguales. Si te quieren mucho, te dejan terminar con los ojos redondos, y sin solución de continuidad, cierran tus compuertas y como si no hubieras intervenido, la conversación y la risa vuelven a fluir.

Por eso me encantan los chistes de ingenieros, porque es lo único divertido de verdad que sale de esas carreras grises. El mejor es el de la fiesta de las integrales. Que le dice neperiano de equis a e elevado a equis, que está en solo en una esquina, sin hablar con nadie, "pero hombre, intégrate" y el pobre e elevado a equis, le contesta despeinado "¿para qué?, si me va a dar lo mismo".

A mi padre, de montes, le gustaban las historias. O a mí me gustan las historias que él contaba. Una buenísima era la de SEND + MORE=MONEY. Carta enviada a su padre por un universitario. Había que averiguar cuánto dinero pedía. O "necesito dinero para asíntotas". ¿En qué estaría pensando? También lo de "mamá prepara a papá que voy con las notas". Papá preparado, prepárate tú. Eso lo contaba mi exnovio, agrónomo. La época de los telegramas era genial en cuanto al ahorro de artículos. Lo que siempre me flipó es el STOP, que alguna bruja telegrafista contaba como cuatro letras, en vez de un punto.

Se abre el telón se ve una viga rota, ¿cómo se llama la película? “Atracción fatal”. No paro de reírme. Y ya el colmo es el fruto de la pandemia “por si a alguien se le ha olvidado lo que era un bar, unidad de presión, equivalente a 105 pascales (Pa), y a 0,987 atmósferas (atm)”. Con esos argumentos otro gallo hubiera cantado después de salir de clase de resistencia de materiales. Es que, con ese nombre ¿Qué se le puede pedir a una asignatura?


SEND 

12/02/2021

YO LO QUE QUIERO ES QUE ME ESCUCHES

Sin más. Eso me dijo un día un niño. Yo lo que quiero es que me escuches. En un descanso de su vendaval de anécdotas, de vivencias relatadas. En el centro del tropel de indignación y sorpresa que bozaba de esa boca limpia, todo vertido sobre la encimera de la cocina. En el epicentro del terremoto, cuando paró a tomar aliento y la veleta se detuvo, quizá saqué ese lado masculino que todo el mundo tiene, de solucionador, e intenté meter baza con un remedio. Al calor de la confesión, traté de colar un consejo.

No era miedo lo que sentía, sino una necesidad imperiosa de calmar. De mi ombligo brotaban ganas de ayudar. El niño sabio me frenó de inmediato. Yo lo que quiero es que me escuches. ¡Qué razón tiene! Es la necesidad en bruto de sentirse escuchado lo que prima en la emoción auténtica. Cualquier interrupción en la cascada del relato puro, no nace sino de la necesidad del oyente de que se detenga el caudal por miedo al desbordamiento. Y es que no pasa nada, el niño no me pedía ser su dique, el niño quería un embalse donde las aguas turbulentas pudieran acumularse. El niño quería contención, pero no cárcel, ni juicio. De ese lago ya recogería él, cuando se calmaran las olas, los peces y las hojas, ya volvería a pescar.

A veces somos nosotros, malos oyentes, quienes con nuestras propias dudas y turbulencias mezclamos el discurso del otro con nuestra angustia. Nos implicamos como si de nosotros dependiera la vivencia ajena. Tratamos de acortar para zanjar e ir descartando. No dejamos que fluya la energía entera del universo que mana de la infancia, de esa virginidad intuitiva y animal que puede con todo. Boicoteamos nuestra trayectoria y la de otras imponiendo silencios y normas mal aprendidas. Vetamos la alegría y la espontaneidad. No dejamos espacio para pensar, para sentir al otro. Por miedo a perdernos. Por miedo a encontrarnos. Por miedo a descubrir algo que sabemos que está y hemos tapado. Por miedo a destapar a ese niño que siente y vive dentro de nuestro cuerpo marchito, ese niño al que un día traicionamos, tapando su intuición y las señales de alarma; pero que nos recordará un día cuál es el eje de la vida. Qué nos duele y qué nos alegra. Y no pasará factura, pero llamará a la puerta si le olvidamos, si dejamos de sentir. Ese niño es la guía, la luz que nos lleva al puerto donde la paz existe. Ese niño, por mucho que le tapen la boca, siempre estará allí, y solo quien le escucha, tiene la oportunidad de estar en paz.