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25/10/2020

TENÍA EL MÓVIL APAGADO

 

¿No tenéis vosotros un amigo…? o una amiga, ¡ojo! hay que ser lingüística y correctamente estúpido. La no inclusión del sexo es para algún paleto sinónimo de exclusión. O nombras a ambos y específicas el espectro y la diferencia o serás tachado de machista. Diferenciemos el sexo por si acaso, no vaya a ser que no se entienda. Me niego al uso de la arroba como símbolo de inclusión. Me parece un insulto a la inteligencia. El caso es, ese amigo que tiene el móvil de adorno, como si fuera el de los Picapiedra; le daría igual tener uno de esos de atrezo; o un juguete como el que se les compra a los niños, de colores, y que suena cuando se tocan los botones y se encienden luces varias. A veces tantas, que alarman. El juguete es la evolución de colocar la mano en la oreja, dedos plegados a excepción del pulgar que hace de auricular y el meñique de micrófono. Y a charlar.

¿No tenéis vosotros un amigo que no entendéis muy bien para qué quiere ese móvil, que se esmera en mimar? Usa funda y pantalla protectora. Lo cuida con paños calientes. Y, sin embargo, lo utiliza como si fuera un teléfono fijo. Un instrumento que de vez en cuando aparece en el fondo del bolso, por supuesto sin batería; en la nevera, lo soltó ahí cuando preparaba el desayuno; en el armario de los calcetines o en el cajón de los cubiertos. Lugares inverosímiles donde lo encuentra siempre por casualidad; y se propone cargarlo, pero se da cuenta de que no tiene cargador. Normal.

El teléfono móvil de ese amigo que, a pesar de ser el último grito en cuanto a tecnología; está, en lo que se refiere a utilidad y uso reales, por debajo del nivel del zapatófono de Mortadelo y Filemón, agentes de la TÍA. Veo a Mortadelo descalzo, con un tomate en el calcetín cada vez que le vibra el pie.

Así, ese amigo vive en la estratosfera de los mensajes acumulados, en ese limbo ajeno a la inmediatez.  Deambula por ese mágico periodo de la historia cercana, que hoy nos parece anterior al mismo nacimiento del australopiteco, en el que la telepatía era útil para la comunicación. No llegamos a imaginar cómo desde San José (Almería) un pueblo en el que el único teléfono estaba en el bar; fuimos a Mojácar a ver a Fabián, que veraneaba allí con su familia. ¿cómo le avisamos? Ni idea. No sé cómo en Navacerrada nos encontrábamos, a base de paseos, yéndonos a buscar, está claro. Mucho más sano y comprometido.

Tu amigo, tras un lapso de tiempo inconmensurable, donde le presumes inmerso en reflexiones infinitas y vida contemplativa; vuelve a la era de la tecnología y a este veinte – veinte pandémico, con un “uy acabo de leer todos los mensajes”. Y los contesta uno por uno. Para llegar a ese nivel de indiferencia yo tendría que silenciar mi teléfono, desactivar la vibración, así como todo tipo de aviso luminoso. Creo que el modo avión no sería útil porque cada tanto me conectaría, por comprobar la actividad en mi forzada ausencia. Yo necesitaría apagar el maldito móvil, meterlo en una caja y ésta en un armario, echar la llave y tirarla al mar. Fuera de mi vista y de mi alcance. No se puede fingir la no adicción. No es posible disimular la indiferencia. Hay que ser de una pasta especial para no leer los mensajes al instante o dejarlos en visto.

Ese amigo, cuando por fin contesta, lo hace a horas intempestivas y escribe en tropel, y en tropel elimina, sin testigos. ¿Pero qué había dicho? ¿Se hace el interesante? Siempre responde que fue un error. No te creo. Cuéntame tu secreto para ser inmune.

24/10/2020

NO ME GUSTA HABLAR MAL DE NADIE, PERO

 

Sinónimo de: "yo no quiero decir nada, pero". Mal empezamos si es ésa la introducción de una conversación. Esa frase es un preaviso de lo que va a ocurrir, es el anticipo de un futuro ventoso. Bomba de relojería encapsulada, envuelta en aparente bondad, en vehemencia. En esa comprensión fingida del que escucha sin atención, buscando el hueco para su juicio. Análoga situación a la que acontece cuando el conferenciante anuncia que va a encajar su presentación en el tiempo estipulado. Date por muerto. Acurrúcate en el sillón como puedas. Va para largo. Rebasará el tiempo asignado con creces. Es un “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces” en plan muerte anunciada. ¡Agárrate que vienen curvas! Señales triangulares en carmín.

Mal andamos. La frasecita en cuestión puede darse en situaciones de todo tipo. Por ejemplo, tú vas a contarle un problema a tu marido, mujer, a tu jefe, a tu hermano; a tu padre o a tu madre, a una persona, en fin, en la que tú confías, que tiene un ascendente sobre ti. Un amigo, que amigos hay de muchos tipos, aunque amigos de verdad, son un punto y aparte: los hermanos que eliges. Eso es otro cantar. Te acercas, con tu saco de angustia pegado al alma; con una preocupación que no puedes contener; un dolor que no te cabe; unas ganas enormes de compartir para entender, para resolver. Al decir las cosas en voz alta a veces parece que se encienda la luz de la comprensión y no se necesita nada más que alguien con la paciencia de escucharte para devolverte el rumbo. Esa brújula imantada cuya aguja no deja de girar, por fin encuentra su Oriente, como la Perla. Nada más y nada menos. “Te lo cuento, a ver si así lo entiendo”. La reacción del contrario, debida seguro a sus ganas de resolver, de ser útil, apoyarte o ¡vete tú a saber a qué debida! su voluntariedad. La voz a ti debida. O la voz a ti de vida. La parte contratante de tu primera parte, o sea sé, el escuchante, lo que te dice es no que no le gusta hablar mal de nadie, pero. Sin más. Subido a un pódium de ilustración y prudencia. Escueto, presuntamente cándido y misterioso; dispone quizá de datos encubiertos, esconde razones que pertenecen al mundo del secreto de Estado. Si te lo dice tendrá que matarte. Lo único que va a ocurrir a partir de ese momento, es que se van a repartir bofetadas, se van a sortear las culpas. Se rifan responsabilidades y castigos con aparente justicia. Pero es al cabo un sorteo en el es más que probable que te toque alguna papeleta.

Nunca sabemos quién te puede venir con una respuesta de tal calibre, y no es cuestión de ser desconfiado a discreción. Pero es más que recomendable practicar una reflexión previa y cuidar mucho con quién compartes tu inquietud; porque a veces algo nimio se hace bola de nieve en pendiente. Se vuelve contra ti en plan boomerang y el cacharrazo que te da es inmenso. No es bueno soltar bombas que el otro sospeche que le pueden llegar a afectar o de las que de algún modo se sienta responsable. Estamos un poco solos, debemos hacernos cargo cada cual de lo nuestro. Asumir los errores y meteduras de pata, ser humanos en nuestra confesión. Y no criticar. Y compartir lo bueno, la alegría. Que cada uno lleva su propia mochila de miseria y de pena. Así es que me guardo mi lastre. Por si las moscas.


23/10/2020

MADRID, LA CIUDAD DE LAS CAPAS

El clima de Madrid es bipolar. Se enciende o se apaga, es de interruptor, base dos. Hace frío o calor. No hay grises. La excepción tiene lugar durante unos maravillosos días que suelen darse en en primavera o en otoño, o en cualquier momento del año. No son fechas fijas, no existe cadencia, no son predecibles. A veces se atribuyen a santos y es que son realmente pequeños milagros. Aparecen por sorpresa en medio del bochorno o de la helada. No anuncian transición, no se puede uno confiar. A veces esos días duran unas horas y otras, las menos, unos meses. Es lo que se llama entretiempo, que a mí me parece una delicia, la calma tras la tempestad. Aire puro en un incendio. 

El clima de Madrid no se debe al cambio climático. Siempre ha sido así. Si le quieren llamar continental, que se lo llamen, pero no es igual a otros climas continentales. O te asas o te hielas. Es como es, de extremos.

Vayamos a octubre, un suponer. Un madrugador debe salir de casa pertrechado, tal si al mismo polo norte se dirigiera. Eso sí, ha de contar con la posibilidad de despojarse de prendas. No hasta quedarse en bañador, pero casi. Un día que empieza helador, encapotado, triste, con el cielo pegado al asfalto. Ese cielo que se ha caído por fin sobre nuestras cabezas. Los grises de la acera se confunden con la amenaza de lluvia. Ese es el comienzo de una jornada cuya evolución no es capaz de pronosticar ni siquiera el meteorólogo más avezado. Ni siquiera un querido amigo multidisciplinar, arquitecto de profesión, amante de las nubes y los terremotos, experto en arcos de herradura. Ni tan siquiera él, desde su terraza que le permite distinguir tormentas, cirros, cúmulos y estratos; no es vendedor de pararrayos. Ni siquiera él, flamenco e irlandés es capaz de explicar la llegada o la la marcha del anticiclón de las Azores. El día avanza y de pronto se enciende. Las nubes se van, sin avisar, se hace hueco el azul. Se empodera el cielo vacío. Los madrileños y los que no lo son salen a la calle, abandonan el interior y los rincones para hacerse sitio en aceras, terrazas y jardines. Madrid no es de nadie. Su clima es solo suyo. El sol, aunque en el perihelio se encuentre, se esfuerza por caldear la vida un ratito. Sobra la bufanda, al brazo. El abrigo de Vichy, tan elegante, echado  a la espalda. Luego el jersey,  a la cintura o al cuello. Es menester por tanto vestirse por capas y prever el proceso de retirar y reponer de un modo fácil y eficaz cuantas prendas sea necesario. Se debe recordar que nunca hay que ponerse una camisa con un tomate, porque en cualquier momento todo queda a la luz. Y en cuanto anochece, o una minúscula nube se encaja en la trayectoria entre el sol y la ciudad, vuelve en frío. Bajón radical del termómetro. Vuelta a cubrirse. 

Madrid, la ciudad de las capas. En realidad es tal prenda la que posiblemente sea de verdad útil. Nada ocurre por casualidad. Esas capas que lo cubren todo y todo lo dejan ver cuando se retiran, con un gesto elegante de la mano. Se recoge el envés y se ve la figura del caminante, preparado. 


22/10/2020

ONE SHOT

 

Me encanta hablar de los nombres de los sitios, pero se lleva el premio gordo "one shot". El término es teóricamente fotográfico, pero la ubicación del establecimiento, recién descubierta, ha desatado todas las alarmas de mi imaginación. Además, nunca he visto entrar ni salir a nadie del ínclito lugar. Ni tan siquiera coches que desembarcan. Ni un bedel o portero con librea, que es lo que encaja; no hay vida en el entorno. Siempre lo veo de noche, con lo que el misterio que lo envuelve se multiplica. Esa fuente luz solitaria en medio de la oscuridad, un portal abierto, todo junto me lleva a fantasear.

Se trata, aparentemente, de un hotel. Por fuera no es más que un edificio noble y elegante. Esa fachada de piedra bien conservada, encaja ventanales de vértigo. Los portones abiertos dejan ver un patio efervescente de plantas, un cabeza cortada,y un ascensor que probablemente disponga de un banco aterciopelado. En el dintel, a la entrada; con discreto misterio, figura un cartel que, obligados, los dueños encajan en su fachada romántica. Ojo. Ladrillo visto con un guiño segoviano que deja un suerte de esgrafiado visto en aleatorio. Como un recuerdo. Como cuñado un niño pinta. Un desconchón en una pared, y detrás, tres tres paralelas cortadas que simulan en ladrillo escondido. Figuran el rectángulo una H y un puñado de estrellas. Desentona el nombre siempre encendido, que cuelga en la oscuridad con fluorescencia amarilla.

Se esconde el hotelito en las tranquilas aceras arboladas de un exquisito barrio madrileño. Parece mentira que forme parte de una cadena, porque en sí mismo, parece único. Vecino de edificios con jardines que huelen a hierba recién cortada y lucen parterres de temporada, las mimosas en los rincones. Escoltado por casas de iguales y enormes cristaleras y que reflejan amplios interiores, con distancias largas de suelo a techo, librerías atiborradas de libros sin polvo. Inserto entre instituciones oficiales y ministerios. Protegido por policía armada hasta los dientes a izquierda y derecha. Ahí se encuentra “one shot”. Solo para iniciados, miembros del selecto club de la exclusividad. El nombre, junto a la discreción del diseño y el entorno, transmite misterio que no me puede producir más intriga.

Imagino, por supuesto, reuniones clandestinas de altos cargos que fuman auténticos habanos y beben coñac un poco caliente. Al amor del fuego de chimeneas en invierno; en verano en la despejada azotea, cuentan las estrellas mientras manejan los hilos del futuro. Amantes furtivos entretienen su secreto al abrigo de esas paredes almidonadas. Superficies enteladas de cisnes y escenas japonesas albergan confidencias. Conversaciones secretas de personas que en teoría no existen, viajes que no se hicieron, cámaras que se apagan al paso de determinados individuos, gafas oscuras, gabardinas excesivamente largas o demasiado escuetas. Mujeres de piernas infinitas y miradas sin fondo, hombres trascendentes con voz de barítono. Inquietantes personajes con una capacidad de convicción y seducción sin límites.

Imagino que detrás de esa puerta siempre abierta no habrá estado de alarma, de excepción o de alerta. Se trata de un espacio protegido, donde el tiempo no es un factor determinante, impermeable a lo que acontece en el exterior. Las fuerzas del orden, cual alfiles a las puertas de las embajadas cercanas, pendientes de coches oficiales o camuflados, protegen el secreto del jazmín.


17/10/2020

EL AMOR, QUE EL ALMA LLENA

El amor no es obligatorio. Ni siquiera merecido. El amor es o no es. Tampoco sabe de justicia. No tiene propiedades mixtas. Dispone de interruptor, como la luz de tu cuarto. Se enciende o no. El término medio, como la casualidad, no existe. No hay grises.

El amor es un ser vivo. Nace, crece y muere. Se reproduce o se multiplica. Distinto es el asunto de la prole consecuencia del amor. Es cierto que, al amor con el tiempo, le van saliendo hojas de colores, flores cada vez más bonitas. Los tallos se hacen ramas, las ramas, troncos. Las raíces navegan y se reflejan en la copa. Sí requiere como ser vivo, ser alimentado para vivir. A veces no se sabe cómo darle de comer. Cómo atenderle. Entonces desfallecen algunos amores. Languidece el afecto sin solución. Unos necesitan agua; otros, vitaminas. Hay amores a los que les basta la luz para seguir latiendo. Pero hay amores que piden, que absorben, que demandan. La faena es cuando no se sabe qué darle. Se marchitan. No se adivina qué quiere. Qué necesita. Porqué se desmorona. Caen los naipes, blancos y negros, picas y corazones. Si un plato de judías o una sopita lo que le haría revivir ya no se adivina. Si un achuchón o un viaje al espacio. Supongo que es entonces cuando el amor no es. Cuando no está. Tanta complicación es incompatible con el amor. Esa atención nerviosa que requiere a veces el amor es incompatible con su propia esencia. La tensión y la angustia por captar la mirada y descifrarla, es contraria a su espíritu. La dificultad está ahí. En no saber cuándo ha muerto. Cuando no hay aliento ni masaje cardiaco que le devuelva el aire. No hay amores que matan si no amores que mueren. 

Durante la vida útil del amor, éste va tomando formas. La mejor y más bella es la del amor incondicional. Que no ciego. Hay quien confunde tales términos. Nada más lejos. El ciego es en este caso necio. Porque no es admisible la ceguera cuando se está enamorado. Cuando se quiere. Pablo, Santo, lo dice mejor que yo. El amor tolera, acepta, perdona. Eso no significa que no vea. Eso no significa esconder. Ha de haber aceptación en al amor, incluso resignación. La vida no es siempre como se sueña. Y el lunes es el día clave. Porque todo empieza otra vez.

15/10/2020

DIEZ AÑOS CON MAFALDA Y LA VIDA SIN QUINO

Recuerdo a Mafalda antes de comprenderla. Recuerdo entrar a hurtadillas en el cuarto de mis padres. Ellos dormidos y yo con ese libro gris plata sobre mis piernas en loto. Pasaba las páginas aprendiéndolas. Diez años con Mafalda. Solo de mayor tuve los cuadernillos de colores, tamaño media cuartilla, apaisados, con tantas tiras por hoja, de cuatro viñetas cada una. Recuerdo leer a Mafalda mucho antes de entender lo que leía, aun no sé si he entendido todo. Mafalda y su entorno suponían una manera reflexiva de mirar el mundo con un fino humor adulto desde la ingenuidad natural del niño.

Los comics, y Mafalda entre ellos, fueron a los 70 como las series de Netflix al 2020. Los personajes formaban parte de nuestra rutina. Todos teníamos un hermano Guille al que le gustaba la sopa al muy cretino. Un Felipe, pobre. "Dios da pan al que no tiene dientes" Le decían a Felipe. Quién no ha tenido una amiga cursi y directa como Susanita, que lo que quería era casarse? . Susanita sin filtros rodeada de progres. Ella solo pensaba en lo que ganaban los padres, en su futuro, su esquema de vida y su egoísmo. Un bruto y bueno Manolito que no se enteraba de nada y trabajaba con los pies en la caja del supermercado de su padre. Un padre que funcionaba a base de collejas. Me acuerdo de lo rápido que le crecía el pelo a Manolito. De Miguelito, tan iluso, cuando descubría con qué se ataban los cordones los gigantes. Con su pelo de lechuga y sus pensamientos que le confunden  entre la ilusión y la realidad; navegando sin rumbo. Y Libertad, en su casa minúscula, gritando para que pareciera grande. Libertad, llena de apariencia de justicia, tan pequeñita como su nombre. Los padres de todos los personajes eran fantásticos. El padre de Mafalda volviendo hecho polvo del trabajo, cuidando su “dos caballos”. Bajando a mirarlo por la noche cuando lo compró. Y pasaba el trapo después de que alguien lo tocara. La madre despeinada, paciente y sorprendida tantas veces. Siempre ocupada, con servicios mandil. Los padres de Susanita, como ella, tal cual. Ella con su enorme collar de perlas y su triporra. La madre de Libertad y el padre de Manolito, iguales a sus hijos. Fantásticas las clases con Manolito levantando la mano que no se había enterado de nada, nunca. La vida, en fin, en el colegio, en vacaciones, en casa, con los amigos; fotos de la rutina, con la bola del mundo siempre cerca. 

Nadie sabe más de Mafalda que Rafa. Cuando su chica, medio británica, se enamoró de él, ella, lectora furibunda, ni sabía de la existencia del personaje. Se lo leyó todo. Porque Rafa recurría a Mafalda para explicar las cosas de la vida. Normal que su hijo se llame Guille.

Mafalda siempre queriendo curar al mundo. Sus mayores virtudes para mi eran su bondad y su curiosidad por aprender. Mafalda y sus amigos, esos niños mayores que nunca crecerán. Hay que aceptar que de todas maneras que Mafalda era un poco repipi para ser una niña, que podía tener 8 años. Así que, en fin, había que aguantarnos a esa banda de imberbes que en vez de ver Superman o leer Mortadelo (que también) presumiamos de diferentes. Sin enterarnos de nada los que lo leíamos con la misma edad que los personajes. Mafalda era como Alicia, de mayores. 


14/10/2020

OVERSIZE O TALLA UNICA


En el término medio está la virtud. Hemos pasado de la talla única (TU), a la “oversize”. Vamos a ver. La talla única no existe. Todo empezó con la ropa holgada, “jipilondia”, una falda que se ata con lazada o un pantalón con gomilla en vez de botón y cremallera. Se trataba en general de ropa permisiva, adaptable a épocas de medidas cambiantes de cintura, torso u otros. Flores en el pelo y permisividad en la conducta. Borrando fronteras en los mapas y en lo cotidiano. Pero el contenido del termino ha evolucionado.

Llámase ahora talla única, a aquella impresa en la etiqueta de esa diminuta ropa que venden en tiendas de adolescentes o veinteañeras. Corresponde a un tamaño imposible, pantalones de cinturas y perneras mínimas y jerséis y camisas y camisetas variables según modelo. Si osas a preguntar a la dependienta a qué medidas corresponde la talla única; ella, que es de las que la utiliza, sonríe condescendiente tras la mascarilla. Imposible detectar una mueca de desprecio. Pero en la sonrisa afable que sale de su mirada, te aparta, te excluye, te coloca en tu sitio de madre, persona mayor o gorda. No apta.

Calles enteras con establecimientos pegados unos a otros, repletos de niñas escuálidas acompañadas de progenitores pacientes. ¿Quién fuera fumador para encontrar excusa y salir a mezclarse con el gentío? Colas infinitas a la entrada de los probadores, chavalas dispuestas a sufrir por intentar adaptarse al estándar de la talla única. Preparadas para la decepción. Niñas que salen con la camiseta por encima del ombligo, lorzas de quinceañera gordita al aire y al lado, otras que esconden el pico delantero, por holgura, tras la hebilla del pantalón. El mismo modelo, una embutida, a otra le bailan dentro los huesecillos. Venden también colgantes y pendientes, pulseras y otros caprichos, que no son más que baratijas codiciadas cual tesoros por esa manada de chavalas iguales. Perfumes a juego con el atuendo.

Se trata de ropa exacta a la que se dispensa en otras tiendas que no están tan de moda. Además, suele ser de peor calidad y de talla única. En fin, que todo son desventajas. Es lo mismo. Ahí es donde quieren ir. A frustrarse unas, a lucirse otras. Porque la talla única les vale a las niñas que aún no han desarrollado. Les da un aspecto de Lolitas que resulta inquietante. También se embeben en ella un estereotipo de chavalas que no sé muy bien de qué se alimentan. Será del aire, aire. Porque estar así de flaca es casi una utopía. Resulta incompatible con la vida y con esas hamburguesas que se zampan los viernes por la noche. Todas vestidas igual.

Ahora, será consecuencia teórica de la pandemia, ha nacido la talla Oversize. Innecesario. Ni tanto ni tan calvo. Vamos a ver, parece que les han mangado la ropa a sus hermanos mayores. Todo les queda enorme, antes no se apreciaba la silueta por ausencia misma de ésta; ahora porque todo se tapa. No entiendo la manía de poner de moda ropa que no favorece. El tamaño oversize no pretende incluir las mollas en el canon de belleza. Desengáñate. Solo les favorece a las mismas. "Cógete la xs", le dice la dependienta a la chavala, 1,80 m de estatura, "si no, vas a ir hecha un cuadro". Solo les sienta bien a las extraflacas, a las que da lo mismo qué te echen encima. Las que nos ensanchamos, las que somos bajitas para nuestro peso, nos queda esta ropa como a un Cristo dos pistolas.

13/10/2020

DÉJATE LA MASCARILLA


La pandemia nos ha dado una oportunidad a los feos, ha hecho tabla rasa. Yo no me quito la mascarilla ni para ir al baño. Si me tomo una caña en compañía, tiro de pajita, que para eso están. Me quedo tan pancha. 

Tú ves a un señor con mascarilla por la calle y no sabes si es feo o guapo, con tal de que vaya más o menos apañado y limpio, es resultón. Una chica, lo mismo. La mascarilla tapa casi entera la cara, con el pelo y las gafas, poco queda visto. Tu imaginación hace el resto. Como somos simples de espíritu le ponemos nariz y boca convencionales, de acuerdo con su mirada. De tu cosecha salen las facciones que más o menos controlas. Labios dientes y nariz sin sobresaltos. Tus modelos mentales son gente a la que ya quieres, algún actor, algún dibujo que has visto. Rostros que te gustan. 

Las sorpresas cuando la gente se quita la mascarilla son morrocotudas. No tiene desperdicio la cara de alucine cuando alguien se pone a beber un vaso de agua al medio de la oficina. Dices ¡Dios mío! y este tío que tenía esos ojos verdes alucinantes ¿es ese monstruo de ojos verdes? Barbas descontroladas y pirsin escondidos aparecen por sorpresa. El equilibrio en un rostro siempre es importante y no es un don que disfruten muchos.

Que les den morcilla a los granos hormonales, esos que amenazan cada mes a las mujeres y que requieren toneladas de maquillaje y paciencia para no explotarlos y aumentar el desastre. Se acabó ese miedo a dónde aparecerá este mes. ¡En la nariz por infeliz? Acaso en la comisura de la boca, en el centro de la barbilla, como si fueras un macho cabrío o decorará la zona de tu bigote haciendo sospechar con sombras bello que nunca hubo. O sí. Muere el glos, adiós al pintalabios y al colorete. Un poco de rímel basta. Y el resto con careta. ¡Qué oportunidad para el tuneo, para el disfraz! Han salido todos los feos en tropel, a comerse el mundo. Ocupan orgullosos las primeras filas sin pudor. No más terapia de autoestima. Que hay que ser guapo por dentro. Ea. Aquí estamos los feos para comernos en mundo. Pero que no nos quiten la mascarilla.

Y encima, el susodicho, la susodicha tiene gracia con el asunto de la mascarilla, sabe que gana mucho. Que sube su caché. Aprovecha para el coqueteo al que ni tendría opción a pecho descubierto. La espalda erguida, la gracia, la galantería, lo saca todo. El susto cuando desaparece la careta es bestial, pero ya ha nacido el afecto, le has cogido cariño al monstruito escondido de corazón enorme. Ya hay un camino hecho. Ciranos escondidos, poetas en barbecho que han amanecido.

Yo, que soy de mucho saludar, saludo hasta a los policías del Ministerio del Interior. No hago distinciones. Es una tara que tengo, me recuerda a Nava, a pasear con licencia padre por la Sierra. Me estoy haciendo amigos, porque entre la miopía y la mascarilla prefiero abusar de saludos que ser maleducada. Eso si. A saber con quién confraternización! 

De todas formas, hay gente que no quiere quitarse la mascarilla porque se ven estupendos así. No hace falta ni estar flaco con tal de apañarse un poco el atuendo. La talla no es un factor determinante en el atractivo. Se enfoca la atención en las palabras, en los gestos que se ven. El resto se rellena con la imaginación. Cultivar una relación afable con el de enfrente solo depende de uno, no hay factores injustos como el pelo fosco o panocha, ser flaco como un junco, tener cuerpo de donut. Todo pasa a un segundo plano. Alguno no quiere quitarse la mascarilla ni para fumar. Hay que haber asegurado el terreno antes. Aunque no hay fumador feo. Ni antipático. Son condiciones inseparables. Eso sí, lo siento por los guapos. No se puede tener todo.

12/10/2020

¿TE BAJAS O NO DEL COCHE?

Hay varias posibilidades, pero sólo una es la correcta. El coche dice mucho de quien lo conduce. En primer lugar, el vehículo en sí. A veces es impuesto, por herencia o economía, pero casi siempre hay una componente de elección. Además del estilo, modelo, marca, el color. Número de puertas. Ruedas deportivas. Techo que se abre. Tapicería. Ahí hay tela que cortar. Pequeños detalles que dicen mucho. Es teoría conocida que los coches blancos son más baratos. Además, son los que mejor se ven de noche. Así es que, si alguien lleva un coche blanco, sabe lo que se hace.

En caso de llegar juntos al coche, el gesto de abrir la puerta al copiloto no es sólo de caballeros, es un gesto de cariño y consideración muy de agradecer. Es invitar al otro a entrar en tu espacio. Por tanto, es responsabilidad única del conductor el modo en que invita a hacerlo al pasajero.

Otro tema es una vez dentro, al llevar a alguien, bajarse o no del coche. Esto es: Llevas a tu hijo al colegio y sale escopetado como si de mercancía se tratara. Si adolescente, tiene un pase porque bastante es que te deja acercarte a la puerta y no te hace abandonarlo a tres manzanas o usar peluca y gafas oscuras para entrar en su zona de confort. Si es un niño lo bueno es acompañarle hasta que esté bajo otra tutela. Si adulto, cuando llevas a alguien a su casa o a donde sea, te tienes que bajar del coche para despedirte. Si no, es como si fuera en autobús y hubiera llegado su parada. ¡Ahí te quedas! Lo suyo es acompañarle a la puerta si es un pariente y especialmente si es mayor que tú. Solo cuando está dentro del portal, a salvo, te vas. Es así. Eso no tilda de inútil al otro. No.

Al echar gasolina hay que bajarse del coche. Seas hombre mujer, joven o mayor o mediopensionista. ¿Qué es eso de bajar la ventanilla y darle las llaves al gasolinero? Ni por lluvia ni calor hay excusa. Ya puede nevar o haber una tormenta de arena del desierto. Te bajas del coche y te despeinas. ¿Que te tienes que poner el abrigo o coger el paraguas? ¿Y? No veo el problema, no entiendo la duda.

Otra situación es la de ir a recoger a alguien y no bajarte del coche para saludar. A no ser que sea rutina, tipo que vais juntos a diario al trabajo. O que el lugar de “recogida” es muy inconveniente, calles estrechas, semáforos de corta duración e impaciencia al volante. Y aún así. Si lleva equipaje. ¿Qué es eso de abrir el maletero con tu botoncito y que meta él la maleta? ¡Ay, cuando había que abrir el maletero con llave, y sujetarlo! ¡Mal invento el automatismo! No, no y no. Te bajas, saludas. Entre hombres ese apretón de manos o palmada cerca del hombro, reconfortante, cariñoso. Entre chicas un intercambio de besos, de contabilidad variable. Chico – chica depende. Si os queréis un montón, os achucháis, que para eso están los abrazos. Abres el maletero y te ocupas, en fin. El colmo es ir a buscar a alguien a su casa; novia, por ejemplo. ¡Y pitar para que salga! Imagen de película donde las haya, muy americano, de casas individuales, jardines sin fronteras. ¡No! Te bajas, llamas al timbre y saludas. En el caso de viviendas en altura hasta me parece mal avisar con el móvil para decir que has llegado. Lo interpreto como cobarde, maleducado. ¿Para no molestar? No, perdona, cuando alguien sale de casa se despide de los que se quedan, así es que el telefonillo es una señal para la familia entera. ¿Cuál crees que es la utilidad del telefonillo? ¿Que es de uso exclusivo del personal de Amazon y Telepizza? ¡Llama, puñetas! Y que se enteren todos en casa de que has llegado y la niña se va.

De esos polvos vienen estos lodos. El padre que se sienta de copiloto para no arrugar el vestido de la hija novia en el día de su boda. Hay que sembrar a base de achuchones y abonar con mucho amor para que esto no ocurra. La buena educación existe por algo.


11/10/2020

ESTAR DE ACUERDO CON UNO MISMO


Hoy quisiera lucir un diploma de abogado en mi despacho. Abogado, que no licenciado en derecho. Que no es lo mismo. Por lo visto. A lo mejor el diploma sí. No sé. Mi abuela estudió derecho allá por mil novecientos treinta tantos. La prehistoria. Hace casi 100 años. Todos decíamos que era abogado. No. Licenciada en derecho. Resida en donde resida la diferencia. Vale. Con tal de discutir algunos es que no te dejan hablar o te hacen perder el hilo de tu discurso. Yo hace tiempo que abandoné la necesidad de tener razón. Hoy me basta estar de acuerdo conmigo misma.

Tal cultura y estudios jurídicos se me antojan armas para argumentar mis tesis sobre lo que está ocurriendo. Siento que no tengo fundamento teórico suficiente. Me pregunto si lo necesito. Porque la única formación que me sobra en todo esto es gutural. En el centro de mi garganta se anuda la indignación y el desconcierto. El cansancio y el aburrimiento. Me ha salido un pareado sin haberlo deseado. Estoy llena de un cóctel de sensaciones que me petrifica. No entiendo nada. ¿Cómo puede ser que lo que está ocurriendo en el mundo sea aprovechado como una oportunidad política? ¿Cómo puede ser que de la desgracia y la enfermedad se pretenda obtener rédito? ¿Quién quiere ganar ahora? No se trata de eso. Se trata de vencer a un enemigo común. Es apolítico, es diminuto y muy cabrón. Muta. Sus efectos son devastadores, nos han sobrepasado. No se conoce la cura.

Llevamos casi un año que si mascarilla que si guantes, gel hidro alcohólico, retrovirales. Somos burbujas andantes cuando osamos a pisar el exterior. Acojonaos cuando alguien tose, entramos en pánico si nuestra pituitaria no detecta el olor del guiso del día y lo identifica sin ningún género de dudas. “He perdido el olfato” le dijo mi mini sobrina a su madre con autoridad aplastante. Nos estamos volviendo locos de soledad. Abandonamos a nuestros padres para no contagiarles. Hemos dejado de besarnos cuando nos encontramos. No sabemos cómo actuar cuando nos vemos. La gesticulación escondida no acompaña. Hubo quién comparó la situación con la de la guerra. Se han parado los países como si la hubiera.

Los políticos, todos, deberían estar ahora a la altura de las circunstancias. Por nombrar ejemplos que nos pillan un poco más lejos y con las que podemos pensar con perspectiva, no nos merecemos a un Trump que hasta que no se ha contagiado no se ha puesto la puñetera mascarilla. Y como a él, a unos cuantos. Necesitamos un gobernante con mayúsculas, alguien a quien respetar. Gente a la que recordar, no una panda de estúpidos dándose codazos para salir en la foto. No nos merecemos que nos traten como imbéciles. Si hay que quedarse en casa nos quedamos. Miren en marzo. Nos quedamos. No había un alma en las calles. La ciudad resultó invadida por la naturaleza. Un poco más y salen los adoquines bajo el asfalto; un poco más y las aceras se tupen de hierba. ¡Qué primavera señores! Lo que han hecho el puente del Pilar en Madrid da cabida a la picaresca. A escaparse de puente. Con ataúdes en lista de espera, muertos sin despedir en el cementerio, enfermos aislados y drogados cuya recuperación total no se atreven los médicos a asegurar porque no saben De esa forma, nadie en su sano juicio se pira. Sea un estado de alarma decretado o no. Pero si nada es claro, si la norma va a golpes, se llenan los telediarios de medias verdades, se deja de escuchar. Si el gobernante divaga, si se le pierde el respeto porque se a él se le ve perdido y cagado de soberbia no se deja ayudar. Entonces, se entiende la desobediencia. Aunque sea una insensatez, pero esto es como un castigo injusto. Ante eso, lo sano es rebelarse. ¿Que se prohíbe salir el puente del Pilar, por precaución? Vale, pues háganlo bien.

No me vengan con bobadas. Que si uno va a ver al otro, que si no va, que no le llama, que no le coge el teléfono o le manda un mensaje. ¿Pero de qué están hablando? ¿De una pareja de adolescentes que ha regañado? No me interesa. No nos interesa. Que si uno no hace cosas, que el otro sí. No nos interesa. No abusen de su situación de poder. Hagan sus deberes y déjense de bobadas. Enciérrense, pepés y pesoes, podemitas y voxes y naranjas, canarios y turolenses, todos. Y hasta que no haya fumata blanca, no salgan. Queremos una solución consensuada. Tómense su tiempo, si se equivocan habiendo trabajado, lo entenderemos. Pero así no. No es esto, no es esto. No se trata de una ley que se va a cambiar pasado mañana. Se trata de las personas gente que mueren cada día, gente que enferma y nadie sabe cómo puñetas se han contagiado. Ancianos solos y acongojados que ya no quieren salir. Muertos por enfermedades de las que se domina la curación porque los consultorios están vacíos esperando las horribles patologías que es coronavirus provoca. Y hay un miedo incrustado en las entrañas que nos hace no acudir a hospitales.

Nos controlamos la temperatura. Se ofrece higienización allá donde vayas. Hay oficinas en las que al visitante y al trabajador se le da un baño de desinfectante a la entrada. ¡con lo que se me riza a mí el pelo con la humedad! Estamos locos haciéndonos test en cuanto alguien sube de 37. ¿y si tengo mocos? ¿anginas? ¿Y si me acatarro? ¿Si me hago un esguince? ¿Si tengo cataratas? Nadie conoce realmente el protocolo. No puede ser. Hay que restablecer la calma. Hay un estado de alarma no decretado y es la alarma que todos sentimos. Es peligrosísimo el fregado en el que nos están metiendo los incompetentes. Y sí no saben, dejen paso a otros.


10/10/2020

EL UNIVERSO NO TIENE CENTRO

 

El universo no tiene centro. Por muy temprano que te levantes. Aunque estés jorobado y pensando que eso que te pasa es lo más, lo peor, que eres el primero en sentirlo del mundo mundial, que no hay desgracia como la tuya. Pincha el globo, echa el freno, Magdaleno. No es verdad.

Yo entendí muy bien lo del “gran teatro del mundo”. Sin leerlo, confieso. Los demás son actores. Tú eres el protagonista y el resto está haciendo su papel, ellos lo saben. Tú eres el único que está en la inopia. Tiene toda la lógica. Y quien diga que no lo ha pensado nunca, miente. A lo mejor no se lo ha planteado porque es un zote. Una recreación moderna de esta idea es esa película horrible donde le toman el pelo a un personaje que es el único que desconoce que es un juego. El show de Truman. Me parece horrible porque me da escalofríos

Formas parte de un conjunto, del conjunto en que naciste, tu familia. Ese es el núcleo del amor, donde aprendiste a querer. Donde te cuidaron, de dónde vienes. Eras un punto y te vas haciendo grande, cada vez. Ahí engordarás tu subconjunto con tus amigos, que vas cogiendo de fuera de la línea, con tus amores. Ese minipunto va tomando volumen y se va haciendo poderoso dentro de ese simulacro de universo que es tu mundo. Con tus actores, protagonistas y secundarios. Cuídalo mucho, construye despacio. Mira las flores, consume olores. Disfruta de cada rato, brinda cada rincón. Todas las piedras úsalas para construir, tira las barreras, no tanto muro. Diseña uniones, levanta pasiones. Aunque te duela. Aunque estés solo. Cada minuto es uno más y vale. Al final del camino podrás mirar atrás. Sólo vale la gente a la que has querido. No destruyas, intenta construir siempre. Hazte entender. Habla mucho, pero sobretodo escucha. Abre todos tus sentidos para oír. Los demás siempre te aportan más de lo que eres capaz de hacer tú solo. A veces te pasan cosas, sucesos, que caen sobre ti, algunos prósperos, otros adversos, o los que parecen envilecernos con su contacto. Eso decía mi padre que lo había dicho algún sabio. Yo en realidad creo que era suyo. Que Don Ramón y sus súper - poderes habían manipulado los libros de historia. Algo tan actual. ¿cómo iba a decirlo alguien que vivió hace más de 2000 años? Para mí es mi padre.

Pues cuando ocurre uno de esos sucesos, que parecen envilecernos con su contacto; cuando se cierra una puerta que no sabías que estaba, el camino de pronto se llena de tierra. Es una presa que acumula en su intradós penas y miserias. El muro de Berlín de las lamentaciones. Es cierto que se cierra. Que te falta el aire en ese proceso. Pero, aunque te parezca mentira, puede haber salida. Tendrás amigos, tendrás amor, o no, pero la vida sigue sin darte cuenta. Aunque tú estés en shock, reseteando, al universo no le afecta.

Y es que el universo no tiene centro. Por muy temprano que te levantes. Aunque se sientas feliz, y pensando que eso que te pasa es lo más, lo mejor, que eres el primero en sentirlo del mundo mundial, que no hay felicidad como la tuya. Pincha el globo, echa el freno, Magdaleno. Comparte esa alegría con los que están en el hoyo, dale sentido a los días.

03/10/2020

PAN SOLO


El viernes quedamos unos amigos para ir a ver una peli. Hasta ahí, es un viernes cualquiera. Lo diferente es que nos conocíamos entre nosotros, al que menos, desde hace casi 50 años, compañeros de pupitre de la infancia. Ahí es nada. Y la película estaba dirigida por una niña de clase. Porque es aún ella, una niña de ojos vivos y cabello liso, corto y oscuro. La siguiente en la lista, que pasaban a diario, de una de nosotras. Presente.

La peli, fantástica, terminó y nos fuimos a cenar. A la cantina del Matadero. Podríamos haber cenado en el Palace o con una litrona en el Parque del Oeste, nos hubiéramos reído lo mismo. Todo el rato.

Recordábamos anécdotas de ese colegio donde entramos con chupete y salimos fumadores empedernidos. De ese colegio que cambiaba de sitio según te ibas haciendo mayor. Curiosa solución para los Peter Panes, ahora que lo pienso. Porque cada edificio estaba diseñado a escala. Al dejar de verlo, no se hacía patente que los baños o las sillas "te quedaban pequeñas ".

Las clases en Paseo de la Habana, en un edificio que ya no existe, destinadas para párvulos y hasta cuarto de E. G. B. No entiendo como podíamos caber allí. Vino Querejeta un día y encontró los ojos de Ana mientras hablaba en el arenero con su amiga del alma. Eligió Elías a dos niñas más, pero la mirada oscura y enorme de los Torrent, resumidos en Ana, lo cautivaron. Estábamos en clase de Literatura con Jesús. Nos dijeron que saliéramos al patio. De las barbas de Jesús salía el flujo incomprensible de Rayuela. ¿O era La Hojarasca? No sé. Cualquiera de los dos, me parecen indescifrables para un niño de ocho o nueve años. Pero el colegio era así. Pegábamos garbanzos en un cartón y leíamos poemas de Alberti. Sin solución de continuidad. Mientras Ana llevaba al padre de Gracia al fondo de sus ojos, los demás, distraídos, jugábamos a las canicas, las chapas o a balón prisionero.

Al hacernos mayores fuimos a Fernán Núñez, que tenía patio cubierto y un árbol en el centro del descubierto. Alrededor de él giraban algunos juegos. Una portería entre los pilares del patio cubierto. La otra, de ancho variable, se hacía con montañas de jerséis en la tapia de la esquina, semicircular. Los mellizos tan distintos, el primero fino estilista de centro de campo, el segundo portero, un fenómeno, menos cuando se lo pedía Sastre. Sastre no se quitaba la parca para jugar. Valdés tronaba “partidoooo” en cuanto sonaba el timbre. Y salía corriendo de clase con el balón debajo del brazo, jersey de rombos marrón, pantalón de pana, suyo (el balón). El mismo jersey que los hermanos del Pozo. Sonrisa gigante en su enrome boca. Tropezaba con todo, a trompicones. A su lado, más tranquilo, Mario con sus rizos amarillos detrás del balón. Samba, que por lo visto tenía un regate corto que no supimos las chicas apreciar. Luis con los mayores, de Linos y Bustelos. Jugaba siempre Juanis, que no ha crecido. No se ha hecho mayor, o no fue pequeño. Creo que ahora es quizá un poco más pequeño que cuando era pequeño y apolítico. Más joven. Vicente Laso, que según Fernando Pardo, que se lo sabía todo en cuanto a música, patines y los mods; marcaba el ritmo en el juego. Fernando y Julio eran amigos de música. Julio más serio, médico con Alex. Miguel y Santiago Alonso que no eran hermanos ni entre ellos ni de María, neuróloga anticipada. Nuria escribiendo el futuro en papeles arrugados y haciendo reír a las paredes. Jorge Herrero había sido boy scout. Anulfo y sus ocurrencias tras sus ojos miopes: pasa la bola. Mariana y Mariangeles dibujaban, la primera caballos de su lejana Argentina. Belén y Julio hablando en el patio. Alejandro siempre corriendo. Francisquillo era mayor y dibujaba coches que derrapaban en las carpetas. Los nuevos de la Moraleja. Juliana sensata escuchadora, usaba camperas y era amiga de Teresa. Teresa, que enamoró a todos. Hasta que Roberto la cautivó. Su primo Gregory. Juanjo y los comics, ¡qué bien dibujaba el tío!. Nacho pasándolas amargas, amigo. Mariajo que de pronto se marchó. Mariajo estaba en otra frecuencia, sintonizada con la magia. Álvaro, incomprendido hizo pergaminos y fue confundido con un pirómano. Angel, sentimental. Jorge Torrens y Natalia debían ser de la clase de los mayores, iban un paso por delante, cada uno en su estilo. Marta dibujaba lo que veía, el alma.

Había niños que daban la vuelta al cole sin tocar el suelo. Guerras de agua. Fernando Pardo llegaba el patinete, resbalando por las aceras. Suerte de los "medios propios" frente a las rutas que daban la vuelta al mundo antes de llegar al cole. En la ruta oíamos radio intercontinental y aprendimos que Enrique Busián no tenía puerta de calle. El reto de la ruta era recorrer los bajos de los asientos desde el conductor a la ansiada última fila sin que te pillaran. Coe, con su tilde. Hilario. Silvia, Alicia. May. Cristina.

Venía un churrero, ahora me pregunto qué llevaría en la cesta además de kikos y pipas, palolú y pastillas de leche de burra. Todo colocado en una superficie enorme que le hacía perder el equilibrio. Apoyado en la valla. Corríamos a verle con el hambre rugiendo después de los bocatas de Águeda. Tocaba Nocilla, formato croqueta en medio de un trozo de pan sin abrir del todo para ir más deprisa. Bocadillo horrible. Si salchichón o chorizo de Pamplona, volaban rodajas por el recreo. Me recordaron la opción de “pan solo”. Es buenísimo. Después de la cola que hacíamos para coger el bocata, pegados a las basuras, que olían que apestaban, ahí estaba Águeda, contundente, vestida con uniforme de lo que hoy se conoce como "cuidadora", la "chica", la "muchacha". Vestido por la rodilla y delantal con pespuntes a juego con los de las mangas. O Piedad, la india con su pelo negro en coleta brillante ofreciéndonos el desayuno sacado de un cubo negro enorme cuyo uso posterior o anterior siempre fue sospechoso.

Pero no se muere uno de eso, ni de las comidas de colegio. Incluso Jorge recordaba con nostalgia, como Juliana, ese puré de patata coronado con mayonesa de un dudoso amarillo verdáceo y un huevo demasiado cocido en la cumbre. Yo solo me acuerdo de que era una plasta imposible de tragar. Jorge incluso se lo ha reinventado con Maggy para alimentar a sus retoños. Reconoce que nunca encontró la mayonesa igual. Que cada uno colorea a su antojo, del verde al amarillo sólido pasando por un blanquito líquido. Es lo que tiene la memoria, que es libre. Peor y común eran los filetes de hígado con ensalada, lechuga nadando en un líquido acuoso como guarnición. Casi todos los filetes acababan en las jarras. Menos mal que eran opacas. Yo tuve la suerte en esa época oscura de ser amiga de Nuria que tenía tantas energías como hambre. Y que era tan generosa como alegre. Nunca me hizo bola la comida, como a la pobre Teresa, que empezaba a comer con los pequeños y se perdía todo el recreo porque lo ocupaba intentado tragar delante de la enorme Marinela, o José, o el temido Manuel. A Marinela la recuerdo vestida como Demis Roussos, con chilabas enormes, y el pelo legro larguísimo. La sonrisa ancha, como la chica de Víctor Jara.

La clase de 7º se inundó un día de lluvia. Estaba en un garaje. Al subir las escaleras, a la izquierda, estaba el despacho de Arsenio, que aguantó estoico una huelga única en el mundo escolar. No entramos en clase ni a comer durante días en protesta de la expulsión de un profesor. No me acuerdo si fue por el Molécula, o por Juan Ramón o por Julio López, que hasta tenía canción.

Recuerdo cuando vinieron los Tequila, ¿fue al morir Allende? con ese “más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor” huyeron de la Argentina los liberales, y se refugiaron aquí, con Franco vivito y coleando. Mayor, sí. Vino Ariel, con piernas de niña, pantalones pitillo, flaco y melenudo, che. Y muchos más, otro Victoriano Crémer, bufanda negra hasta las rodillas, del mayo francés. Su padre había estado en la cárcel. Remolino en las escaleras antes de entrar a "comedor". Cuenta, cuenta. Ojos redondos, orejas picudas en antena de serie del futuro.

En el patio jugábamos a churro, media manga mangotera (manga entera), práctica prohibida en la actualidad, con mucha sensatez. Porque no sé qué era más peligroso, eso o Chorizooo, que era como un látigo, pero a lo bestia. Y luego, si no nos gustaba la Nocilla, Piedad, digna portadora de su nombre, nos ofrecía un bocata de pan solo. ¡Pan solo! ¿El tuyo de qué es? El mío de pan solo.