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25/04/2021

NO LO SERÁ USTED. EL DEBATE

Para mí el único que se salvó, en el primer debate celebrado con motivo de las elecciones de mayo, para elegir presidente de la Comunidad Madrid, fue el Sr. Val. Sin querer faltarle al respeto le llamaré a partir de ahora por su nombre de pila, ya que es sonoro, diferente y además tiene juego. Suena a programa de Tele Madrid. Ya lo he dicho. No quería, pero lo he dicho. Es que no sé por qué no se puede hablar de política. Vamos a ver. Si a ti te gusta ponerte pantalones y a mí falda, no discutimos. Si no te gustan los caracoles y a mí no me gusta el hígado, no nos enfadados. Que a lo mejor me quieres convencer de las bondades de ese órgano rojizo. Allá tú. Pero que no me enfado. Siempre hay alguien a quien quieres, que no comparte todo contigo. Ni siquiera le gusta el café como tú lo tomas o la tortilla de patata. Y mira que diferir en tan sagrado tema, con o sin cebolla, ha hecho que más de una reunión familiar acabara en un disgusto.

Eso sí, si tú eres de izquierdas y yo de derechas, ya está el lío armado. Pues no. Menos la muerte todo tiene arreglo. O casi todo. No sé porque no podemos hablar de política.

Pues a mí, en el debate solo me gustó el candidato de Ciudadanos. Edmundo. Claro, que los pobres lo tienen crudo. Porque se escoran, que si un día digo esto, que si el otro me conviene lo otro. Y no vale. No. Que si ganan en Cataluña y se vienen a Madrid. Que tienen razones, sí, pero no vale. Ya lo decía mi padre: Los de Ciudadanos son el yerno perfecto. El buen hijo. Pero como políticos o no se venden bien o el pueblo llano no les entiende. Del resto qué decir. El del moño, con perdón. Vamos a ver, Sr Iglesias, su recogido no merece atención, si no se lo sabe hacer y precisa laca y retoque, córtese el pelo y "asee" su presencia. Que no le llamo sucio, pero esa manera forzada de parecer desaliñado no engaña a nadie. Es más difícil y entretenido ese atuendo que el del que sigue las normas. Pero ese es su problema, a mí me da lo mismo. Aunque me parece importante mostrar respeto a quien te invita y al sitio donde trabajas, no digamos ya si se trata del Congreso de los Diputados. Lo que no me gusta nada es su manera de dirigirse a los demás. En su afán de seductor, derrocha mala idea, enfado innecesario. Frunce el entrecejo tanto que se le nubla la mirada. Es como si estuviera usted en posesión de la verdad todo el rato. Como si tuviera el derecho de juzgar. No señor. No levita, es uno más, o menos. ¿Quién es usted para decirle a otra candidata que no sonría? Sonreirá si le da la gana. Y a usted señora Ayuso, le faltan tablas: conteste, puñetas. ¡Hombre, que ya somos mayorcitos! Tonterías las justas. El Sr Iglesias domina el arte de la verborrea y se hace con el plató derrochando demagogia. Lo mismo podría debatir sobre la pandemia que sobre la dichosa cebolla en la tortilla. Cualquier motivo le llevaría a hablar de totalitarismo y otros óxidos. ¡Déjenos en paz! La guerra acabó hace casi 10 lustros. En Italia hay un pacto entre hermanos para enterrar dolores que les separaron hace años. Parientes que combatieron con distintas banderas y uniformes, reconciliaron su fraternidad y siguen siendo hermanos. No podemos seguir así. Las heridas curadas no hace falta abrirlas.

Y qué me dicen del Sr Gabilondo, el bueno del Profesor, Licenciado, Catedrático, Rector...sobresaliente en todo. El Sr Gabilondo dice de sí mismo que es soso. (Se comparará con su hermano, el famoso) A mí eso me parece genial que sea soso, hay muchos simpáticos imbéciles. Yo no quiero que me haga reír. No queremos payasos. Pero este hombre no ha nacido para ponerse este traje. Presumen algunos que está ahí obligado. No, perdona bonita, pero eso no es así. A uno le pueden obligar a vacunarse, a no pasar de 120 en autopista, pero no a presentarse a las elecciones. Con ese giro final dirigido a "Pablo", al que antes se refería como "Iglesias", para decir "con este Iglesias no", remató una jugada de estrategia fina. Es igual que cuando dijo Felipe, Felipe González, "OTAN, de entrada, no". Que a renglón seguido se convirtió en “de entrada, no, pero luego ya veremos”. Se nos exige mucha más dignidad y coherencia a los ciudadanos de a pie que a los que nos representan. No vale.

En el debate se pasaron de frenada soltando datos la noche entera. Los ciudadanos no sabemos qué es verdad ni qué es mentira. Porque todos mienten. No quiero un 1984. No quiero fricadas ni inventos. Cuando estábamos súper confinados yo hacía una tabla en Excel en la que iba sacando gráficos de la evolución. Muertos, ingresados, altas. ¿Saben cuándo lo dejé? Un día en que los datos de los muertos acumulados eran la mitad que el día anterior. Desde entonces no me creo nada. Unos me dicen que en la Paz ha muchísimo lío, otros que el Zendal está bien, otros que mal. Que no hay sitio en cuidados intensivos, o que sí, que hay colas o no para vacunarse. Cada uno cuenta la guerra según le ha ido. Punto. Seguimos, a la diputada de Más Madrid le sobraba tiempo, porque no tenía nada que decir. La Señora Monasterio, cual falangista, impasible, sin alterarse por nada ni por nadie. Traía puesta la laca en la coleta que le faltaba al Sr. Iglesias. Quien la iba a votar, la votará. Pero Sra., ¿Cómo se le ocurre decir que es la única que ha cotizado porque ha trabajado en la empresa privada? Ahí estuvo bien Edmundo. Perdone señora, eso no se lo consiento, ¡que yo soy abogado del Estado! A eso le llamo yo tener galones, cintura.

Casi nadie vio el debate, que fue un desastre, porque resume el estado general del país, no sabemos hablar. Es mala también la falta de interés. Así no se puede llegar a un consenso.

He visto y oído más intentos de debate, todos catastróficos. A la inutilidad de muchos de los candidatos, se añade el cojeo del entrevistador, que se nota sin andar. Tutea a los propios y se distancia con el Usted de los ajenos, un "Pablo no te vayas" seguido de "Sra. Monasterio, respete el turno de palabra". O “A ver, Isabel, sigue, por favor” y seguido de “Sra. García, concluya” ¿Pero qué categoría profesional es esa? ¿De dónde salen estos individuos? ¿Eran más demócratas nuestros padres, nacidos en la guerra? ¿Lo eran nuestros abuelos, monárquicos y republicanos, incluso franquistas, de principios del siglo XX? ¿Qué es eso de levantarse de una mesa porque alguien no dice lo que uno le pide que diga? ¿Qué es esto de no condenar la violencia o las amenazas? ¿Qué es esto de decir que la violencia y las amenazas son fruto de la provocación? ¿Pero quienes son ustedes? Hablen, hablen, debatan, lleguen a acuerdos. No nos merecemos esto. Ustedes no sé, pero nosotros, no.

El motivo de todo esto son las dichosas galletas, galletitas. Cada vez más, vamos seleccionando las noticias que están de acuerdo con nuestras ideas. Y cada vez que hacemos eso, internet aprende un poco más de nosotros. E igual que te envía anuncios de vacaciones románticas porque no haces más que buscar sitios donde pasar unos días con tu novia, te envía noticias que son afines a tu modo de pensar. De este modo vamos estrechando el camino de nuestra ideología con orejeras cada vez más grandes y andamos por un desfiladero, solos y juntándonos solo con quien piensa como nosotros. Nos van a acribillar los indios. El final del camino es el fin del diálogo. Así no vamos a ninguna parte. En silencio.


12/04/2021

¿ESTÁS SEGURA DE QUE NO ES PARA TÍ?

Nada más impresionante que la fe de un hijo en un padre (a progenitor me refiero, tanto monta, monta tanto. Y no lo vuelvo a repetir) Esa confianza sin fisuras, solo comparable al enamoramiento, que tiene un hijo en su padre, es algo que casi pesa. Porque el padre lo sabe todo, es todopoderoso, con la distancia y respetos debidas al de Arriba. El padre sabe. Puede. 

Desde que nace, el hijo mira en el rostro del padre y es ahí donde encuentra las respuestas. Por su actitud sabe si una situación es de miedo o de vergüenza. Si es una broma ese exabrupto que alguien ha soltado. Si hay o no que preocuparse. Siempre estamos mirando a los padres. En ellos están las soluciones de las más complicadas ecuaciones de la vida. Por eso la enfermedad del padre, de la madre, produce una incredulidad que solo comparten los hermanos. Los padres no se pueden poner malos, tenga yo la edad que tenga, mi padre siempre estará ahí para decirme: "ya era hora de que pidieras algo, hija", mi madre estará ahí, para escuchar mis retahílas, nunca te pueden fallar. Son súper héroes, nuestros súper héroes. Son fuertes y flexibles a la vez. Tienen grandes orejas y chisteras llenas de consejos e historias. Por eso nos enfadamos cuando equivocan las palabras. Por eso nos desespera que mezclen los recuerdos. Por eso les regañamos incluso si actúan con torpeza. Es más difícil admitir su declive que el propio. Porque no son de carne. Son otra cosa. Son nuestros padres. El mío no volvió a Segovia desde que murieron sus padres. Era como si con la muerte de ellos también la ciudad donde vivió su infancia, hubiera fenecido. Enterrados los padres, los recuerdos solo cabían en su cabeza inmaculada.

Los hijos que somos padres, tenemos que asumir que, si bien que nuestra condición de niños de mamá no cambia, y siempre tendremos nuestra comida favorita en la cuna de la infancia; para nuestros hijos no somos vulnerables. Somos su roca, anclada firme en las profundidades del magma. Siempre vamos a estar ahí. Tristes o contentos. Arruinados o millonarios de amor y otros enseres. Estamos ahí para nuestros hijos.

Ayer un amigo ingeniero y poeta, nacido en medio de las melodías de un piano de nieve, me pidió que leyera en voz alta y con público, uno de sus poemas. Una actividad que me da un inmenso pudor. Recuerdo a la profe de literatura del colegio, cuyo apodo no me atrevo a repetir, por miedo a herir susceptibilidades lectoras. Recuerdo a esa profesora que lloraba al leer ese poema de la muerte del amigo, con quien tanto quería. Esa elegía salvaje del que quería ser, llorando, el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas. La tierra que abonas. Y la clase adolescente, estupefacta ante el espectáculo, quedaba muda. Chavales con mochilas cargadas de hormonas, enamorados hasta las trancas del amor, veían llorar un poema y no sabían si reír o llorar también. Pasmados ante la emoción compartida, sintiéndose polizones de la turbación ajena. Mirones involuntarios de la pasión adulta. Ese ser que debería contenerlos a ellos, enseñarlos, darles guía, resulta que también tiene sentimientos que no controla y le desbordan. ¡Qué sorpresa! Es la caída brusca del telón realidad en esa imagen del maestro que no es imbatible, que tiene sentimientos. Él también precisa consuelo. ¡Qué desconcierto! Los padres son más que maestros, lo son todo el rato. Desde el cachete primero para arrancar el llanto hasta el suspiro último. Y el ejemplo más auténtico lo tengo en casa.

Ayer, el ingeniero poeta, me pidió leer uno de sus poemas en alto, me envió un abanico de tres, para elegir. Yo, que temo mis gallos, no reconocer mi voz patosa, siento un pudor adimensional a la lectura en voz alta. No es miedo, es rubor y respeto al texto y al escritor. Al ensayar delante del hijo ese poema que ensalza a una mujer que no conozco y que encadena con ritmo sentimientos y escenas, describe con música silábica al ser querido, ensalza con armonía palabras que se juntan y alejan en el poema para traer aquí a esa mujer enorme; la hija pregunta ¿pero seguro que no está escrito para ti?


11/04/2021

ORFANDAD

Me viene a la cabeza tu orfandad. Cuando murió papá. Así se hablaba en casa. En casa de tus padres, en tu casa, en casa. Cuando murió papá. Cuando murió papá y tú te quedaste huérfano, con una madre cojonuda viuda.

Imagino escenas como si hubiera estado allí, siendo parte de mi propia historia la tuya. Las risas saladas de la noche, cuando papá se retrasaba a cenar. Que no llegaba más. Entonces llamaba al timbre de la puerta abierta ese amor de amigo para haceros reír en el dolor. Una vez más. Con su corta visión y su larga vista. Compartí tu dolor mucho después, con tu relato. Ya lejano en el tiempo a los hechos. Pero siempre presente. Por esa unión inmiscible que consigue el amor. Que hace entender la felicidad y el dolor del ser querido. En esa suma, sentí la muerte de un padre que no era el mío. Pero lo fue, en la sombra, en la luz. En la distancia. Desde la perspectiva que solo la muerte da. Le he echado de menos, no como tú, claro. Pero me ha faltado, he notado su silla vacía. Presidió nuestras celebraciones, nuestros éxitos, latía en la incertidumbre. A él le reservo un lugar en mi corazón. Es hoy un hueco que está lleno de las preguntas que nunca te hice, que ya nunca te haré. Porque tú tampoco estás. Tu ausencia me sigue doliendo. Se junta el calor en mi garganta, salen lágrimas para el refresco que no alivian mi duelo. Se nubla mi vista. Desde mi mirada empañada te recuerdo. Y sé que nunca más podré abrazarte. Que me faltarás para siempre. Que he soltado el cordón de la cometa. Y vuelas, vuelas. Ya ni siquiera veo los colores. Ya casi ni los recuerdo. Pero los recuerdo todos y los guardo juntos. Son ovillo de hilos que enredan mi alma.

Imagino y recuerdo a la vez. Imagino los días y los años de orfandad reciente. Recuerdo que otros se sintieron con más derecho al dolor que tú mismo. Hermanos, amigos, conocidos muchos, queridos todos, reclamaban un pésame concentrado en ti, en la madre y los hermanos. Reclamaban el consuelo que estaban obligados a dar, por condición y deber. Por edad, por responsabilidad ellos debían protegeros, cuidaros. Pero reclamaban el mimo que no eran capaces de dar. Y veo hoy un ejemplo igual y diferente. Ante el dolor propio de la pérdida y la ausencia, recibo llamadas que exigen mi consuelo. Que me asustan con el duelo ajeno de un sufrimiento que es mío. Ante la ausencia que te es propia, siempre hay quien se siente más protagonista y con más derecho al padecimiento.

Cedo dolores gustosa, que cansada estoy de llorar. Cedo al distinguido las quejas y las plicas. Que se quejen, que pataleen. Pero que me dejen.  Estando ingresada la madre, en medio de esta pesadilla de pandemia que inhumaniza la vida, que aísla al enfermo sin piedad; le aleja del abrazo y de los ojos amigos, le deja desamparado y asustado en un rincón, ante su final inevitable. La peste nos afecta y todos somos sospechosos. Como si de una traición invisible se tratara, nos distanciamos con miedo y suspicacia. Acabaremos pidiendo un certificado de salud para besarnos, para tocarnos... Una pandemia que deja solo al paciente frente a su sanador, sin contacto con su vida ni su familia ni sus amigos. Inhumano para médicos, enfermeras, pacientes y parientes. Sobrecargados de angustia e incapacidad para abarcar. Para todos horrible. Sí. Que en medio de este mal sueño, te diga alguien que le horroriza pensar que tu madre, su amiga más antigua, se muere. Su amiga más antigua, ni siquiera la más querida. En fin. Es pa’ traicionarlo.


05/04/2021

LAS SIMETRÍAS Y ANTIMETRÍAS DE MATAURI


Atauri es la artista, nació el siglo pasado, pero sigue siendo la niña que pinta desde siempre. Estudió Bellas Artes en la Universidad Complutense, en Madrid. En la Complu, y seguramente allí depuró su técnica, sin embargo su afición y dedicación empezó mucho antes. En clase, cuando se aburría; o sin darse cuenta, atenta al discurso de algún profesor chiflado, llenaba las hojas de perfiles de chicas, ensayando retratos de personajes inventados. Con un bic azul como herramienta de trabajo. En clase, mientras otros escribían poesías en las carpetas ajenas; ella, con su letra redonda  clavaba círculos sobre las íes y las jotas y ensayaba perfiles de gordos mofletes y largas pestañas. 

Atauri lleva la mochila llena de ideas que se entretiene en dibujar de madrugada. Tapa su mirada adulta y cansada con las gafas que sujetan su melena colorada. Sus ojos frescos, cargados de infancia se agrandan tras los cristales de colores. Rellena lienzos de detalles iguales y distintos. Repite. Busca llenar espacios y dejar otros vacíos. Equilibra el lienzo. Termina.

Las simetrías y antimetrías de Matauri se balancean entre la realidad y la ficción. Arriba las ramas, los nudos, el enredo del crecimiento. Una línea impoluta define el suelo, empieza la búsqueda del origen, las raíces se abren paso simulando ser ramas que buscan alimento. ¿Entiendes ahora el porqué de mi Copa semicircular? Bajo tierra se cierra el círculo. Y no queda más que decir.

Los apuntes de pinos te llevan a la costa mallorquina. De un vistazo te invade el olor a mar, la bajada a la playa tras atravesar el pinar. Esa costa del mismo nombre, donde los árboles nacen en una suerte de albero cubierto de acículas. Los pinos de Atauri quieren ser palmeras. Son sus árboles inventados. De vez en cuando aparece una silla. Que, por si no lo saben, pertenece al Principito. Está vacía, va a llegar de un momento a otro. Está domesticado. En los cuadros y apuntes de Mariangeles hay que entretenerse un rato. Las raíces que se creen reflejo de la copa. Óvalos que abrazan soledad. Las acículas dan sombra a la silla vacía. Hay que mirar los troncos vencidos por el viento, estremecerse ante el matrimonio de dos copas vecinas. Hay que seguir el trazo de las ramas entrelazadas y perderse en el bosque de las agujas mezcladas. Hay que escuchar el olor a mar que fluye de los barrancos simétricos. A un lado el color, al otro el detalle. Parece que buscan el equilibrio entre la luz y la sombra. Esas estructuras imposibles, sin argumento, con el solo sustento de un suspiro. Del aire. Reposa en equilibrio inestable una silla, la taza de un water o una casa con vistas. 

Los cuadros de Matauri no tienen nombre. Ni están firmados. Hay una burbuja rellena de una bobina desecha, puede llamarse "Estoy hecho un lío". Otra podría ser "estoy muy verde". Otro ¡y un huevo! Los árboles encerrados parecen los pecios de Filomena. Nidos vacíos. Ramas desnudas. Brotes quemados. Es el resumen de una época de mirada atenta, de observación condensada. Gracias Mariángeles por pedirme una crónica. Felicidades.