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24/08/2020

LA VERDAD, AUNQUE PAREZCA MENTIRA

Es muy fácil. Decir la verdad y contar las cosas sin mentir o sin ocultar datos o partes, que no es lo mismo, pero es igual. La intención mala no es, al contar una parte del todo. Porque todo es mucho. Pero el resultado es el mismo que la mentira, en especial cuando la ocultación es intencionada por muy buenas o piadosas que sean las razones. Las verdades a medias son mentiras. Sin entrar en detalles. Me repito. Esta labor implica mucho trabajo de retaguardia, compromiso, y sobre todo el protagonista es altruista en el mejor sentido, no persigue ganar la liga, no quiere resultados personales ni fuegos artificiales, solo hace su trabajo y dice la verdad.

Mentir ha sido responsabilidad del gobierno, en algunos casos por falta de información, en otros para tapar fallos o incompetencia, en otros por ignorancia...las razones importan, o sí, pero poco. No quiero culpables. Por muy iletrados que seamos los votantes, ante la humildad somos misericordiosos. Así es que una explicación vale más que una excusa. La empatía que mana de la renuncia a tener razón, con pedir perdón, es enorme. Se relajan los ánimos. Bajan a la categoría de humanos los Dioses que habitan el poder. Y es que son humanos, aunque lo olviden a veces,

Los políticos: “autorizamos la manifestación del marzo porque no teníamos datos para pensar que la pandemia había llegado a Madrid, pese a la alarma de la organización mundial de la salud”. “Dijimos que no servían las mascarillas porque no había en los almacenes o no sabíamos cómo hacer la gestión y nos parecía una medida cauta no dar esa información para no sembrar el pánico o incitar al mercado negro subidas de precios”...”dijimos que se usaran guantes porque los había y pensábamos que algo hacían. Ahora sabemos que dan una falsa sensación de tranquilidad. Nos equivocamos”. Y así todo, una detrás de otra, desde el podio se acercan al votante con honestidad. Se produciría entonces el milagro de la identificación del elector con el elegido. La magia de la democracia. Se les olvida a los del banco azul de donde vienen, ellos también votan, son uno más. Hay que reconocer que se ha mentido. Entonces se puede entender y perdonar. De eso sabe el cristianismo, borrón y cuenta nueva.

Cuando se miente y se tapa entonces la desconfianza se ancla, se atrinchera y ya no nos creemos nada. Y por supuesto incita a la desobediencia, al escepticismo. Y porque somos flojos y vagos, porque la mentira alimenta una rabia que puede desembocar en rebeldía. En algo mucho más que eso. Siempre es mejor reconocer un error que taparlo. Crecen las bolas debajo de las alfombras.

Esto con respecto a la verdad, y por otro lado está cómo se cuenta y lo que se cuenta. La elección de lo que es y no es noticia. La manifestación de Colón ha sido una chorrada, había menos gente que a las puertas de Coca Cola cuando se presentó el ERE. Eso sí que era gordo y no ocupó ni una portada, ni abrió telediarios. No es importante Miguel bosé ni Corina, ¿desde cuando el ligue de un rey es portada? Es un ser anónimo y solo si se le da bombo e importancia, la tiene. Abundo: no sé a quién le sorprende que en una manifestación en contra del uso de mascarillas el manifestante vaya sin ellas. ¿Acaso alguien duda del atuendo en una manifestación de nudistas? Y ahora les vas a poner una multa. ¡no fastidies! Eso es postureo. No te hagas el tonto y no nos tomes por tontos.

A ver si me explico, la mentira de unos se junta con las formas de contar las cosas de otros. Si un locutor dice: “hay 3500 positivos en Madrid, España, Murcia”, es imprescindible que añada: número se pruebas totales. No es lo mismo 3500 positivos de un millón de ensayos realizados, que 3500 positivos de 3600 pruebas. Parece obvio, pues es clave. Segundo: de esos 3500, cuántos han sido llevados al hospital y de éstos cuántos se han quedado en planta y cuántos son graves y les han tenido que sedar e intubar. Y los ocho muertos de Cantimpalos, ¿cuánto tiempo llevaban ingresados? ¿Son muertos de marzo o son muertos de agosto? Es importante. Como lo es desautorizar las informaciones falsas. Con contundencia y sinceramente. El mundo entero está pendiente de las noticias. Es una oportunidad de oro. No se puede dejar hablar a los indocumentados sin rebatirlos. Porque todo se mezcla y ya no sabemos lo que es polvo y lo que es paja.

Tenemos un problema. No nos creemos que decir la verdad no traiga represalias. Cuando en el colegio decían “¿quién lo ha hecho?. no le vamos a castigar, es solo para saber la verdad". Eso olía a trampa. O cuando tu madre te apremiaba “dime a qué hora llegaste, no me voy a enfadar, es para saber la verdad”. Tanto buenismo incitaba a la sospecha. O cuando tu novio te soltaba de refilón, “solo quiero saber si has besado a otro, no me voy a enfadar, yo prefiero saberlo, nos tenemos que contar todo”; o cuando tu jefe sacaba en una reunión si alguien sabía a quién se le había ocurrido recomendar tal inversión o quien había hecho determinado cálculo, no como acusación, garantizando de corrido la ausencia de sanción. Ese es momento de aguantar estoico en silencio. Esa es la opción sabia frente a la presión insoportable, ante la que siempre había alguien que cede. "No, no hables", te decía Pepito desde tu conciencia, "¡no lo digas, que te la cargas!". Que esa madre mansa de cabellos dorados y angelical mirada, se convierte en cuantito que confieses en la madrastra de Blancanieves. “Si, llegué a las 7, estuve en una fiesta y me trajo a casa Juan que se había bebido el Guadiana”. Ya que lo cuentas, lo cuentas todo. El confesando sabía que había firmado su sentencia de muerte, pero le podía la culpa, la manipulación de quien tiene autoridad moral o de otro tipo sobre uno. Son herramientas que, bien manejadas, garantizan la rendición. Y entonces venía la bronca. “¿Borracho? ¿Encima? ¿A las 7? ¡Esa es la hora en que su padre sale a trabajar! ¿pero tu que te has creído? ¿Que vives en una pensión?” ¡Zas!. Tortazo, castigo, gritos, sin paga, te echo de casa. Y el pobre que ha soltado su lastre, pregunta inocente “¿pero no decías que si te decía la verdad no me ibas a castigar?” Y se da cuenta de lo inútil de su confesión si no era por la aplicación de la merecida condena. “¿Que le recomendaste invertir en Caguytyn? ¿A Fosgydia? ¿A nuestro mejor cliente? ¿Unos bonos basura? ¿Tú eres imbécil? Estás despedido” El currito petrificado en la silla apenas puede respirar, le sale un hilo de voz aguda y dubitativa¿Pero no querías saber la verdad para arreglarlo?” “¿Y no me jurabas que no iba a haber consecuencias?” El jefe suelta la cólera contenida, pero tiene un culpable. “¡Ya, pero qué verdad! ¡Es intolerable!”. ¿Y qué se esperaba, presidente? También me podía haber quedado yo con la pasta, eso no lo dice. El novio: “¿Que te enrollaste con el taxista?” Ha mudado su tono dulce y comprensivo a escupitajo y víbora sin solución de continuidad. “Ya, pero fue un beso nada más. Tu querías saberlo. No fue nada. Por eso no te lo quería contar, fue un desliz un error”. “No puedo confiar en ti”. Justo por lo que ha confesado la novia, para que confíe. “Devuélveme el anillo de mi madre”. Tenemos mala experiencia en la confesión de nuestros errores. La memoria de nuestro cerebro nos alerta contra la verdad. Señores, tienen que arriesgar, porque así no vamos a ninguna parte. Yo no me creo nada.


22/08/2020

DEL GEL HIDRO-ALCOHÓLICO

Este gel se nos está comiendo lentamente. Se ha metido en nuestras vidas sin avisar. Vas a la compra, huevos, patatas, jabón de lavadora, gel y mascarillas. Un básico. Los hay de marca blanca, con mejor o peor olor, más o menos densos, más o menos pringosos. El gel se ha instalado en nuestra rutina quitándonos capas de protección, será la dermis, la epidermis, es esa película invisible que nos protege, cada vez más fina de tanto frotarnos, hasta dejarnos las manos en carne viva. Pieles expuestas al virus, al frío, al calor. Vulnerables a la vida en sí.

Salgo de casa en perfecto estado de revista, recién lavada. Cierro con llave para no tocar el pomo. Llamo al ascensor, abro, doy al bajo. Empujo la puerta para salir. Gracias a Dios, se cierra sola. En el portal doy al interruptor para abrir la verja de la calle. Es pronto y no está el portero. Empujo con el hombro. Por cierto, eso de saludarse con el codo me parece una bobada, primero porque es ahí donde ahora tenemos que toser y estornudar; por tanto, está lleno de miasmas y segundo, porque todo lo que podemos tocar o manipular con el codo en vez con las manos, con éste lo hacemos. En fin. Y sí, cada vez que he tocado algo me he dado unas gotas de gel. O lo he apuntado mentalmente. A los cinco minutos de lavarme las manos me he echado el potingue ya unas cuantas veces. Me concentro muchísimo para no tocarme la cara en este rato minúsculo que transcurre desde que salgo de casa hasta que llego a la acera para minimizar la aplicación del ungüento, con fruición, con miedo. Con objeto de evitar alguna de las fuentes de posible contaminación, es cierto que casi siempre bajo por las escaleras. Total, son 25 pisos.

Compro tabaco y unas aspirinas, la cajetilla la ha tocado el estanquero, que es muy limpio, seguro; la caja de la medicina la ha manipulado la inmaculada farmacéutica. Sí, pero a saber. No quiero tique, pago con tarjeta. Echo gel en todo antes de meterlo en el bolso. Las puertas de ambos locales estaban abiertas, ya veremos en noviembre. En la farmacia el gel se acciona con el pie. Buen invento. Aprovecho.

El semáforo es de peatones, estoy por cruzar sin más, pero no dejan de pasar coches, doy al botón y se enciende la luz de “espere por favor”. En ese botón he visto al bicho. ¿Quién limpia eso? Voy en autobús. Saludo al conductor, no sé si es el mismo que ayer porque no le veo a causa de la mascarilla. La suya y la mía. A mí se me han empañado las gafas, además. Él o yo podríamos ser un terroristas y pasaríamos desapercibidos. También podría yo ser Eugenia Silva o Nuria Roca, ¿por qué voy a tener que ser mala, fea y con el flequillo cortado a machete? Y el autobusero puede ser un príncipe danés. Ni él ni los 40 ocupantes del vehículo, absortos en su móvil, tienen rostro. Saco la tarjeta, pago. Después de 15 paradas y esperando hasta el último minuto por si otro viajero da al botón de solicitar llamada, me levanto con cuidado para no matarme sin agarrarme a ninguna barra. Mi parada está en una cuesta abajo, después de una curva. El bus derrapa. Me bajo. No puedo respirar. Hoy va a hacer 35ºC, pero entre mi boca y la mascarilla estoy a 55º C y con una humedad relativa del 100%. Me la quito porque estoy sola, arriesgando la sanción. No hay nadie por la calle. Tengo la cara empapada. Llego a la oficina, abro la puerta con la manga, ficho con mi dedito y me siento. Inmediatamente me aplico el gel concienzudamente. Al rato me tomo un café, los focos son tantos que voy al baño, me lavo la cara, que me pica, las manos, que me huelen a geles variados. Me siento. Cada vez que me levanto a imprimir, me limpio, me coloco la mascarilla, cojo los papeles, he tocado el on de la máquina, un bolígrafo que no sé quién habrá usado antes, me aplico el gel a mí y a todo lo que está a mi alcance, el teclado del ordenador, el auricular del teléfono. ¡Aggg! Cumplo una jornada laboral desasosegada por las normas incumplidas y la falta o exceso de celo en la higiene de mis manos. Creo que este estado no favorece mi concentración. Encima, siento el rechazo de mis compañeros, y el mío propio. Que no es si no miedo. ¿Estarán malos? ¿Lo estarán sus parientes? ¿Se habrán hecho las pruebas? Me invade la culpa y el desconcierto y el remordimiento.

Circunspecta, de vuelta, el proceso es el mismo. Paso por el súper. De nuevo me entretengo a higienizar mis manos y mis pertenencias para no ser foco yo de contaminación, así como la barra del carrito de la compra, el carro en sí. Entre tanto jaleo me olvido de lo que necesito. La consecuencia es que salgo del economato higienizada y con una enorme bolsa de caprichos y mucho gel, que eso seguro que nos viene bien. Hay algo absurdo y confuso en mi comportamiento. Me siento indefensa. Y lo peor es que no puedo proteger a los que más quiero. No sé qué hago. No sé qué hacer. De entre mis compras útiles saco una bolsa de chuches que abro distraída y me echo un puñado al gaznate. ¡Mierda! ¿A qué saben? ¡Ag! ¡Al puñetero gel! De pronto me sale una sonrisa. Tengo una duda, después de lavarme las manos en el baño, me he dado un poquito de gel porque al cerrar el grifo lo he tocado y he pensado que me había vuelto a contaminar. Pero con mis manitas súper limpias tengo que apagar la luz, es decir, presionar el contaminado interruptor, abrir la puerta, es decir, tocar el pomo. ¿Cómo lo hago? ¿Tengo que volver a empezar? Me quedo en bucle.

21/08/2020

NO TE QUEJES o QUEJARSE ES DE MALA EDUCACIÓN, TODO EL MUNDO TIENE PROBLEMAS.

Eso sí que es tóxico. La queja y envenena más que el arsénico y, además, no tiene compasión. La queja.  Porque la queja no aporta. La queja está hueca y sorbe porque todo le cabe. Es un agujero negro. Guitarra rota.  Suena a rancio, a feo, caduco, podrido. Cansino. Quejarse no es de mayores ni de pequeños. Es intrínseco. Es una actitud.  Y como toda actitud multiplica.

 

La queja chupa, la queja mina, la queja roba la energía a cualquiera.  La queja agota. La queja seca. La queja deja campos baldíos. La queja es un parásito que necesita un huésped. Si lo comparo con los piojos, poco se puede hacer para que no le invadan uno. Que, si te lavas el pelo, mejor, que les gusta limpio. Que te peinas, vuelven. Así es que solo queda la calvicie o el exterminio. Quejarse es un vicio que tienen algunos y que se alimenta de la paciencia y bondad del resto. Tiene como caldo de cultivo el amor incondicional, fraternal, de pareja. El que sea. Pero el amor, que aguanta la queja.

 

La queja carcome como el bicho se hace dueño del mueble. Sin dar nada a cambio. Parece que todo sigue igual porque va minando por dentro al invadido. Y es tan mala que lo devora todo, hasta la queja misma se queda sin alimento y debe buscar un nuevo objetivo del que apoderarse, a quien robar la alegría. La queja deja estéril al amigo, al pariente. Exhausto.

Es inútil luchar contra el quejica. Parece suave la palabra con lo que lleva dentro. Todas las soluciones o alternativas son combustible para alimentar la propia queja, serán rebatidas a base de engordar la queja misma. Se ceba de tu buena intención. Así que ante la queja silencio. Que no te mueva ni el aire las pestañas. Si estás ahí, aguanta el tirón, pero no des ideas, disimula.  Ponte de perfil. Cualquier argumento se va a volver contra ti y en ese bumerán de vuelta,  ya cogido fuerza seguro. Así que cuidado con las energías renovadas 

 

Ay madre. que ahora me entra a mí la preocupación. ¿Me estoy quejando de la queja? ¡Que no! ¡Hala! Que corra el aire, respirar y a divertirse que nos confinan. Y ahora alguien se preguntará, observador, curioso. ¿Qué tiene que ver la foto con la queja? Mucho. Como dice Dani Rovira, yo le puedo encontrar a todo una explicación, y si no se la encuentro me la invento.  Pero acepto sugerencias. Son los servilleteros del confinamiento.


20/08/2020

¿TE SUENA?

 

¿A alguien le trae algún recuerdo esta imagen? Ese momento de ir a coger papel higiénico y que esté el cartoncillo, el canuto, mondo y lirondo. Quizá con una brizna de papel, olvidada, que se puede descubrir al girar el cilindro sobre su eje. Sí. Os suena. Porque a continuación venía el alarido: ¡mamaaaáaaaáaa! En ocasiones un grito mucho más desgarrador que el que te salía al pegarte un castañazo con la bici o si tu hermano te había quitado un juguete. Bobadas. Nada comparable al desasosiego del cartón desnudo. Recuerdo una anécdota, de casa del abuelito Charlie. En medio de una reunión de mujeres, un chispún habitual, de alborozo, jaleo, risa y charloteo, intercambios, se oyó semejante voz procedente del fondo del hogar. Alguna estuvo a punto de llamar a la policía. Pero la madre, tranquila, recorrió el pasillo hasta el final, donde con la puerta abierta y los pantalones bajados sonreía uno de sus hijos “no hay papel”.

Ocurre que nadie acaba nunca el papel higiénico. Es una especie de ilusión óptica. Eso se junta con que uno no percibe la ausencia sino cuando ya está instalado en tan singular trono, en compañía del señor Roca y algo de lectura, Incluso un poco después, cuando no se puede uno levantar por un cúmulo de razones; hasta ahí, ese baldosín de donde cuelga el portarrollos es un ángulo muerto. Por algún motivo que no puedo explicar, ese momento en el que se arranca el último segmento de celulosa, generalmente un poco adherido al marrón cartoncillo, ese instante ¡carrasparra, cartapacio, se disuelve en el espacio! Se volatiliza del recuerdo, no existió jamás. Se lo lleva el éter. Es un lapso vacío, con las dimensiones infinitesimales de santiamén, no se aloja en ninguna de las neuronas del recuerdo. Yo no he sido. Hay una amnesia generalizada al respecto, un vacío. La memoria se colapsa momentáneamente y esos segundos desaparecen. A todos los efectos, jamás existieron.

Todo se arregla con un gesto sencillo. Al acabar la faena y tras lavarse a conciencia las manos. Palmas, nudillos, puntas de los dedos, dedos en círculo, uno a uno; uñas, dorso con palma, palma con dorso, muñecas. Igual proceso de secado. Después, se pasea la mirada a modo de revisión. Se coloca la toalla con mimo, se tira de la cadena, se baja la tapa, se da un agua por el lavabo en caso de detectar restos de jabón. Un gesto al espejo de saludo, no tengo nada en los dientes. Ese flequillo, me lo tengo que cortar. ¡Un segundo! Coge el cilindro de cartón, eso es. No pasa nada. Llévalo a la basura, sí, no hay peligro, deposítalo en la bolsa, sí: la del papel y cartón. Punto. ¡Ah! Lo siguiente, se acerca uno a la despensa, al armario del baño, al garaje, o donde en tu casa se guarden los productos de limpieza. Se coge un rollo, no pesa nada, ¡qué sorpresa! Si aún no sabes dónde están, pregunta. No te preocupes, no muerde nadie por eso. Siempre tiene que haber una primera vez. Eso es. Vuelve al baño y coloca en el portarrollos el rollo nuevo. ¡Eco! ¡A que no era para tanto! Pues, ¡ea!, ya está. Y si no hay papel, lo apuntas, o lo dices; o, esto ya es para nota, lo vas a comprar. Con eso tienes premio seguro. Porque sólo hay un grito más desgarrador que el de no hay papel en el baño. Y es el de “no hay papel”.

19/08/2020

DIAS EN BLANCO

Los días en blanco son aquéllos en los que la pena no te deja avanzar. O en los que no tienes el coraje o la fuerza de luchar lo bastante.  Yo quiero pensar que son días que uno necesita, necesita para recomponerse. Son actuaciones del alma, son avisos internos para que te estés quieto, para que lamas tus heridas, para que cojas fuerza. A veces los días en blanco son largos o muchos. A veces son muchísimos y eso da susto. Los días en blanco son aquéllos en los que la pena no te deja avanzar. O en los que no tienes el coraje de luchar lo bastante. Son días en los que no se entiende como se puede salir de un hoyo sin ayuda. Son días de arenas movedizas, en los que cualquier intento de escapar te acerca más al fondo, que ya creias haber tocado, pero que está mucho más profundo. Hondo.

 

Cuando vi el libro "los días iguales ", de Ana Ribera, supe sin abrirlo que trataba la depresión. Era fácil. Je. No es que sea yo inspector de la "sireté". Je, je. Es un libro blanco por fuera. La depresión, como la pena, es blanca, por muy negro que se vea todo cuando se está dentro.

Es un libro honesto. No es el libro de un terapeuta; no es, ni mucho menos, un libro de autoayuda.  Es una confesión en toda regla. Es una declaración de intenciones, es casi un grito, un testigo, para que conste. No sé si sirve para que alguien se reconozca en su patología, no sé si vale como alerta.  Pero yo me lo he leído llorando, desde el principio al final. Sin poder parar de llorar. Con la cara salada, seguía leyendo. 

El libro resume un acto de generosidad y valentía de un enfermo que relata lo que le pasa, que cuenta con todo el rigor que puede, lo que le ha ocurrido. Quizá no tanto para que no le vuelva a pasar, sino para reconocerse. Porque la depresión deja a las personas sin sonrisa. Y la sonrisa es el espejo del alma. Hasta que no se recupera la auténtica sonrisa,  la que se sale por los ojos, la que desordena los dientes, no se puede cantar victoria. Porque, ojo, la depresión es peligrosa. Muy peligrosa,  no tiene nada de baladí.  No es estar triste porque has suspendido o te ha dejado tu novio. No. Es sorda y contundente. Además casi nadie sabe muy bien qué hacer ni cómo ayudar al amigo enfermo de depresión,  al pariente deprimido. La enfermedad mental es abstracta para el público en general y existe un desconocimiento y un miedo casi irracional a su reconocimiento. Aceptar que se está deprimido o que alguien querido lo está, es un bofetón con la manos abierta. Es un tortazo de categoría. Supone cuestionarse mucho a uno mismo, tanto si eres el sano como el paciente de la ecuación. El contacto con el enfermos y el modo de hacerlo es el gran desconocido. Pocos saben cómo acercarse. Eso deja aún más indefenso y solo al paciente, lo que le ayuda poco en su eventual curación. La depresión no es contagiosa pero da mucho susto. Es una máquina de hacer el vacío.  Suena "plop", y se aísla el enfermo.  El círculo de amigos, familia es satélite del enfermo. Sufren daños colaterales. 

La depresión es muy dañina y de consecuencias a veces irreparables. Así que, gracias Ana por este trabajo.


17/08/2020

¿CÓMO TE DEFINIRÍAS?

 

Menos mal que nos soy famosa. Cuando oigo o leo una entrevista, paseo por las preguntas con interés. Disfruto con algunas respuestas, no entiendo otras. Aprender, eso es lo importante. Voy saltando del entrevistador al entrevistado. No siempre es fácil distinguirlos, hay momentos de confusión que se resuelven con letra negrita; otras veces anteponiendo las iniciales, para poder seguir el dialogo. Como si fuera una obra de teatro. Llega ese momento, casi siempre al final del proceso, quizá porque al periodista le escasean los recursos ¿o acaso está todo previsto?;  en el que agradezco no pertenecer a la farándula, no ser un abogado de prestigio, arquitecto de éxito, cantante de moda, costurera de postín, cocinero cinco estrellas. La serenidad me colma, siento la gratificante paz que otorga el anonimato. Nadie me ha preguntado nunca a través de una alcachofa o con una grabadora encendida “¿Tu, cómo te definirías?". Primero, ¿a ti qué te importa?. ¿Qué más te da cómo se defina a sí mismo un actor famoso? Yo es que no siento esa curiosidad. Me gustan sus películas. Punto. A lo mejor es un imbécil. Ya. Pero es que es un actor, no un filósofo. ¿Qué me importa a mí cómo se defina a sí mismo mi cantautor favorito? ¿Acaso quiero destrozar un mito? Sigue cantando igual, desafina lo mismo. ¿Le importaba a alguien como se hubiera definido a sí mismo Cervantes, Mozart, Bertolucci? Además, ¿Qué pregunta es esa? ¡y yo que sé! No me miro al espejo, como para definirme.

Lo que más miedo me da de la fama no es que me paren por la calle, no son los autógrafos, no es la falta de privacidad, que me trae al pairo. Cuando uno se quiere esconder, lo hace, por muchas cámaras que haya al acecho. A mí lo que me da miedo son las preguntas. Quedarme pasmada, como una tonta. Bueno, pensándolo bien, puedo contestar con un “a ti qué te importa”; o, como decía mi tocaya de apellido, Soledad, que bajaba por el monte oscuro.

Cobre amarillo, su carne,

huele a caballo y a sombra.

Yunques ahumados sus pechos,

gimen canciones redondas.

 

Y contestaba a una pregunta incomoda:

dime ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona”.


El romance de la pena negra, me las hizo pasar canutas en alguna clase. Entendí porqué no nos habían llamado Soledad a ninguna.

En cuanto a la fama: Oigo a mis amigos, que algunos son famosos o muy famosos por distintos motivos que no puedo revelar. Tendría que matar al lector. Y eso es imposible, Primero porque no sé si existe tal sujeto; segundo porque no sé quién es, si es que existe; tercero porque si existe, estoy encantada y si encima le conozco, no quiero matarle, porque seguro que le quiero. Y por último porque no. Total. Que tengo amigos de postín. Les veo sueltos en las ruedas de prensa. Tal cual. Con su camisita y su canesú. Con sus collares ella, su pelo corto fuego, como siempre. Él no abandona su despeinado ni esconde las canas, las gafas rotas, con un esparadrapo, se le caen. Parece seguro, tranquilo, a pesar de que le está cayendo la del pulpo. Contesta como cuando Luis de Paz (mi profe de mates del colegio, que intentó estudiar Caminos) preguntaba en clase "cuál es la integral de uno dividido por x". Nos premiaba con notazas esos interrogatorios sorpresa. "Ni idea". "Neperiano", contestaba otro que tenía hermanos mayores, porque eso no lo habíamos dado.

Recuerdo una entrevista de un periodista que era muy exagerado, que parecía que se iba a caer de la silla, usaba frases propias que se hacían virales, sin existencia de red: se dice, se comenta, se rumorea...a una vedette de piernas larguísimas y supuestas relaciones inconfesables fuera del matrimonio.  Le preguntó cuál era la parte de su cuerpo que más le gustaba. Yo estaba pegada a la pantalla sorprendida de que no apreciaran los rombos por ninguna esquina.  La rubia que tapaba solo parte de su cuerpo con lentejuelas, dijo: "mis manos".  

Lo que me deja perpleja de los famosos no es tanto la desenvoltura con lo suyo, que se les supone, si no con esas preguntas sorpresa. "¿Que piensa usted de la inmortalidad del cangrejo?" Yo creo que lo tienen preparado. Porque no hay famoso que se precie que se quede callado ante una bobada de esta categoría. Es como si te piden que te pongas en pelota picada en el autobús. parece una broma de mal gusto. Una novatada. Y yo no quiero pertenecer a ese clan, sobre todo si aceptan a gente como yo como miembro. Y es que tengo una amiga que lo que quería ser es una chica jaula, de esa que bailan vestidas de panteras entre barrotes. Sí, cada uno con sus fantasías y sus terrores.  A mi lo que me da miedo es que me pillen en un renuncio. Tengo como costumbre, mala, intentar agradar a todo el mundo.  Y al final, me confundo. 

16/08/2020

NO SÉ QUÉ PENSAR

Hice un montón de kilómetros a mi mini coche. Cuando tenía el Fura hacía igual.  Era Supermirafiori. Ojo. Calidad. Parecía un ser vivo. Mi mecánico de confianza, Jose, le daba palmadas en el capó. "Se porta muy bien.  Es un fenómeno". Luego tuve, tuvimos, un coche enorme, por avatares de la vida, coincidencias.  Era un cochazo. Un coche de verdad. Discreto. Precioso. Una vez un señor en un semáforo me hizo gestos para que bajara la ventanilla. Diligentemente apreté el botón que correspondía. Ese coche no tenía manivela como el Fura. Disponía de aire acondicionado también.  Un lujo. Me preguntó el caballero por cuanto vendía el bólido.  No está en venta. El amor de mis amores me dijo entonces que ése estaba intentando ligar. No me enteré.

Por cierto, cuando mi padre compró el que sería su último coche nuevo, pidió que no tuviera elevalunas eléctrico ni aire acondicionado. No sé si hubo despiporre en el concesionario. Pero mi padre tenía una voz, y una presencia enormes, por gravedad y contundencia más que volumen o tamaño. Enseguida se darían cuenta de que lo decía muy en serio. El vendedor no daba crédito cuando vio el gesto imperturbable de mi padre, sin un asomo de enfado. Lleno de tranquilidad y seguridad en sí mismo. Con su aura de hombre sabio que tenía un puntito de dar susto a alguno. Y un toque de humor. "Señor, no se fabrican coches sin aire acondicionado, Al menos en el modelo que usted quiere. Y tampoco hay ya coches que salgan, de serie, con elevalunas manual en todas las ventanas. En todo caso en las traseras, pero ni eso." Imagino a mi padre visualizando los viajes con mi madre: "uy, que calor hace en este coche, que frío, mucho viento, poco, sube las ventanas, no tanto, bájalas un poco".  Le veo. Veo su paciencia. Porque es que mi madre y sus hermanas, como Hanna y las suyas, tienen su carácter, pero sobre todo vinieron de fábrica con el termostato roto.  Y eso puede causar cismas. Cada vez que entran en un espacio, lo primero que detectan es la temperatura.  Da igual que sea público o privado, una Iglesia, el Ayuntamiento, un bar, casa de sus suegros, de sus hijos. Nunca está a su gusto. Y lo dice. No es "qué calor tengo", sino, "Qué calor hace aquí". Porque lo que ellas piensan y sienten es la verdad. Siempre hay que abrir alguna puerta para que haya corriente, cerrar otra para que no sea tan fuerte. Bajar o subir persianas, en fin. Ante eso, sus maridos, con un supuesto metabolismo de paramecio, inmunes al frío o al calor, se mostraban indiferentes. Se burlaban con guasa de sus problemas.  Pero en el coche no. ¡Hasta ahí podíamos llegar!. Si te gusta bien, y si no. Es lo que hay.

Me he ido por los cerros de Úbeda.  Hablaba de mi mini coche. Le he hecho en 10 días...3000 km. Así, sin despeinarme. Y se ha portado de lujo. Eso sí, al llegar a casa hizo clac y ya no quiso arrancar.

Lo llevé al taller y el encargado, que es un chico listo, me dijo que qué tipo de seguro tenía.  "A todo riesgo". "¿Y por qué no lo arregla". Faros, chapa por aquí, chapa por allá.  No he usado el seguro desde hace 10 años para esas cosas porque parece mal. Porque creo que el seguro está para cuando te pasa algo de verdad. No para las tonterías. Hay muchas cosas importantes como para estar pensando en los partes máximos a dar al año para que no te suban la cuota. No creo que sea ético.  Para mí.  Que cada uno haga lo que quiera.  De la misma forma que en estos momentos de pandemia y crisis, me parece fatal cogerse una baja. Que te operan ahora porque hay sitio en los hospitales, vale, opérate. Pero te reincorporas echando virutas.  No está el estado para bajas. Hay que apretarse el cinturón.  Papá-estado puede con todo. No vale decir que no vas a trabajar porque eres de riesgo, que se encargue el estado de tu salario. Me parece una irresponsabilidad. A lo que iba, el encargado zurra y dale.  Le dije “llame usted”. ¿Me autoriza? Sí.  Y me rendí. Traicioné mi esencia.

Al siguiente me llamaron del taller. El perito había dicho "arreglen todo, sin excepción, pinten el coche entero, cambien retrovisores, esta señora no ha dado un parte desde que se aseguró con nosotros hace 10 años, para alguien que es honrado, hay que darle un premio. Estoy harto de peritar bobadas para que la gente saque rédito a su seguro.  Es la primera vez que me pasa".

Entonces qué.  No sé qué pensar. ¿Soy tonta o buena? Con el Fura, cuando se caía a trocitos, cuando valía más un espejo o un faro que el propio coche, porque eran reliquias casi. Piezas únicas, difíciles de conseguir. Pero yo seguí cuidándolo hasta que murió. Hasta el final. Pensar que un viejo coche pueda estropear una bonita historia de amor... El mecánico, José, se quedó con mi Fura, para jugar. Me lo compró.


15/08/2020

EL DIVORCIO ES UNA MIERDA


El divorcio es una putada por mucho que lo quieran normalizar. Es mentira que, porque haya muchos casos, que porque sea frecuente, se haya transformado en otra cosa. Es lo que es. Romper una familia. No se puede llamar de otra manera. No. El resto son eufemismos. Gilipolleces. Bobadas.
Cuando se construye es una familia no es para un rato. Es para siempre. La familia es el refugio cuando todo falla. La familia es el punto de encuentro en la alegría. La familia es el apoyo, la camaradería, la paz y la sonrisa. La familia es la incondicionalidad. Los lazos familiares son inquebrantables. Y romperla es una mierda, va contra la esencia de lo que supone. ¿Que no quieres tanto a tu marido como el día del sí de la niña?. Nos ha jodido mayo con las amapolas. ¿Que tiene un grano que antes te parecía sexi y ahora te saca de quicio?. Vaya por Dios. Te aguantas.  Le llevas al médico o tiras con lo que hay.
No busques otro tronco. No busques otra tía. Recompón tu familia. Cúrratelo. Es tu deber. Convierte el grano en un lunar, quiérele más. Querer siempre es bueno.

Ahora dicen "común acuerdo". No perdona. Yo no estoy de acuerdo. Cada cosa tiene su nombre. Abandono. Siempre es uno el que se va. ¿Por qué no se les puede llamar a las cosas por su nombre?  Y a no ser que sea por un tema de malos tratos, de violencia, todo tiene arreglo.

Es que no vale. Porque enseñamos mal a nuestros hijos. Les das la vara con que tienen que luchar y esforzarse, con que el éxito es el resultado del trabajo. Y luego, zas, mamá se va de casa, quiere mucho a papá pero se va. ¿Cómo? Es de común acuerdo.  ¿Cómo? No. No. Hay que contarlo bien, porque lo que no se entiende se actúa y nuestros hijos van a repetir los modelos que no entendieron.  No digas "uy es igualita a su madre". No. Está jodida porque su madre le hizo fosfatina la infancia, la adolescencia o lo que le tocara cuando le dio la pájara y decidió que ya no era como antes. Que quería encontrarse a sí misma. Mal ejemplo. Que no era feliz. Mal ejemplo. 

Es cierto que se crece como persona después, se evoluciona, se reflexiona mucho. Se medita, se piensa. O no. Eso no quita la monumental faena. Porque casarse, es un acto de amor, que es la base. Al menos yo así lo viví, además lleva implícitas muchas otras consideraciones, una parte de renuncia,  de confianza,  por supuesto el compromiso, pero también la conocida, la paciencia, el apoyo, es mucho casarse. Ese anillo es lo más importante que yo he tenido en mi vida. Y los hijos, pero los hijos vienen con el amor puesto de fábrica y con todo lo demás. Casarse implica una voluntad de hacerlo consciente. Siempre quise tener mi familia, mi marido, nuestros hijos, nuestros nietos,  nuestras celebraciones, nuestra vida,  nuestra historia,  nuestra casa. Nuestro futuro. Romper el futuro es horrible porque no tiene arreglo. Es romper lo irrompible. 

¿Por qué se hace tanto daño en un divorcio? La pareja rota sufre. Hay quien dice que está fenomenal. No es tanto cuestión de culpa como de desgarro. Porque culpa también siente el abandonado por no haberlo hecho bien, por no haber luchado lo bastante. El divorcio es una mierda. Se rompen los planes de vida. Se rompe el futuro.  Te falta un trozo al divorciarte. No es dolor. Es más que eso.Yo creo que sufren todas las partes, incluso los ligues que como polillas surgen alrededor, catalizadores o no. Todos sufren de maneras distintas. Pero duele muchísimo. Hay solo una cosa que duele más que un divorcio. Y no quiero ni mentarlo. Eso es evidente. El que se va y el que se queda. Los amigos se sienten que no saben que hacer, siempre hay uno que parece más frágil.  Parece que deben tomar partido. Siempre hay alguien que no se deja cuidar, porque no quiere que le hablen feo de quien fue el amor de su vida. Porque no puede con su alma. Porque sus lágrimas se mezclan con el mar.  Nadie lo hace mal. Cada uno hace lo que puede. Los parientes también se sienten impotentes ante el desgarro de los seres queridos.
El abandonado y el que abandona. Son distintos dolores que no entraré a valorar si son más o son menos. Pero el hijo, los hijos. ¿Qué? Los valores que les has enseñado, la idea de la justicia, de la lealtad. ¿Qué hacen con todo eso? ¿Cómo se lo explicas? “Sí, papá y mamá os quieren igual y van a cuidaros lo mismo”. Y una mierda. Piensan. Cuando está papa no está mamá y esto no va a ser nunca lo mismo. No digo yo cuando el padre zurra a la madre o viceversa, o cuando beben, se drogan, en fin. Situaciones extremas. Pero un "ya no quiero a tu madre, ya no quiero a tu padre, discutíamos todo el rato" Hay que aprender a resolver conflictos. Esa es la vida. A mí que me cuentas, no discutáis. Llegar a acuerdos, tú me lo dijiste, vosotros me lo explicabais, cada día, cada noche, hay que compartir, hay que ser bueno. Dejale el juguete a tu hermanos, a tu prima. No seas egoísta. Regaláselo. ¿Y ahora qué? ¿cómo que no quieres a papá? ¿Cómo que no quieres a mamá? Tú eres un canalla. Los dos, madre y madre. Me habéis vendido una moto. El ejemplo es lo único que de verdad vale en esta vida. Y el divorcio es el peor ejemplo. El peor.

Cuando a tu hija le pase algo, llegue tarde a casa. Cuando tenga un disgusto del tipo que sea. Cuando se muera de pena por un chico que ignora su cándida mirada, cuando no pueda más y el examen le salga fatal. ¿Qué? ¿Quién? ¿Qué consuelo va a tener? ¿Van a estar sus padres para darle puntos de vista distintos, para apoyarle? No. Va a estar uno solo capeando la tormenta. ¿Y el otro? Pues el otro tendrá otra novia, otra familia, otro novio, hijos nuevos y deberá repartir el corazón que le queda entre todos. ¿Y? Salvo que no sea padre de verdad, salvo que no entienda lo que es la maternidad, ese padre o esa madre llevarán la losa del duelo siempre en la mochila.

14/08/2020

EL HOMBRE Y LA PESCA

Para ser pescador hace falta tener mucha capacidad de aburrimiento. No creo que cualquiera sirva. Pescadores de los que se apuestan con la caña en ristre, quiero decir, en el puente, acantilado. El pescador se posiciona en el espigón, donde rompen las olas, las lapas se pegan y despegan de la escollera; o a la orilla del mar, en la arena. Sin importarle el frío o el calor. Ni la lluvia. Lanza el cordel y lo recoge y lo vuelve lanzar y lo vuelve a coger. Como una función seno o coseno, que se repite con dospi. Siempre igual. Puede estar así horas. En su mundo.

De hecho, me atrevería a afirmar, en contra de toda corriente igualitaria morada, que no hay mujeres pescadoras. Soy consciente de que este banal comentario herirá susceptibilidades. Pues lo siento. Creo que las chicas que van de pesca lo hacen por amor, por amor al padre, por amor al novio. Al fin y al cabo, porque las quieran. Pero se aburren como monas. Una mujer pescando no puede contener el bostezo, aunque le pase las lombrices al padre, aunque le achuche el novio cada tanto. En cambio un hombre que pesca no bosteza, está concentrado en su cometido.

Yo creo que en realidad se trata de hombres solitarios y sensibles a los que le gusta meditar, disfrutan del atardecer y el amanecer y no quieren parecer románticos ante los ojos de quiénes les consideran grandes jefe sioux. Temen que les acusen de cursis, dejar aflorar debilidades no confesadas. Se van de pesca, ese hobby aburrido para muchos es su manera de llenar el ocio y aprovechar para estar solo, pensar o no hacerlo. Para disfrutar de la proximidad del agua del mar o del río. Realmente hay que ser muy especial, requiere horas de preparación y luego largos tiempos de espera que no entretienen con música o lectura. No abusan del mientrastanto. No guasapean. Esperan, tiran del hilo, vuelven al lanzar, revisan que todo está bien. Otra vez. A no ser que estés en una piscifactoría y te enganchen los peces en el anzuelo las satisfacciones son escasas. Porque es que los peces se las saben todas, se comen el cebo, rompen el señuelo. Se engancha el anzuelo. La recompensa se hace de rogar. Pero no les importa.

Y después, ¿Quién se come el pez? Porque el pescador muchas veces devuelve al mar su triunfo. En tiempos de pandemia, peor me lo pones. ¿serán transmisores?


 

 


13/08/2020

CAMISA O CAMISETA

En el cole un día un niño le dijo a su madre "mamá, soy el único de la clase que lleva camisa y zapatos ". A la madre se le dio la vuelta la cabeza. Literal.  "¿Y qué llevan los otros niños?" Se el pasaron por la cabeza churumbeles imágenes  de descalzos, torsos desnudos por alguna estúpida idea de hacerles fuertes y resistentes a las inclemencias atmosféricas. Visualizó campos de trabajo, cueroos famélicos, uniformes a rayas; en fin, en un segundo se resumieron sus pesadillas y dudas sobre la elección del centro escolar. Sobre la influencia catastrófica que un extraño puede ejercer sobre los hijos. Le vino al culpa. Aunque no es controlable. Pensó si era o no de relevancia para llamar a su marido, luego se lo cuento. "Los otros van en camiseta y zapatillas". Suspiro de alivio de la madre. No había querido preguntar más por no dejar traslucir su ansia y con ello provocar el silencio del hijo. Las mayoría de las veces a la camiseta y zapatillas le acompaña el consabido chándal. Eso no lo dice el niño, que se está zampando unos cereales y se le han quedado morretes del colacao. 

Se pasó del muy cómodo pantalón de gomilla a la cintura de los bebés. Todo un invento. Los había de todas las modalidades, tipo bebote, en tonos azules y rosas, vaqueros, pana, para los padres más modernos.Todos  fáciles de bajar y subir frente al abanico cáustico en cuanto a incidentes urinarios y otros.  Muy socorridos en el momento de eliminación del pañal. Emergencias resueltas sin crisis ni mosqueos. Porque a veces era más el "no me he traído muda" que el enfado injustificado porque al pobre se le hubiera escapado. Y se ganaban broncas inmerecidas, fruto casi del desasosiego paterno o su falta de recursos y previsión.

Pero, de esas edades tempranas a la adolescencia, hay un camino que debe ir conduciendo poco a poco a la edad adulta. Eso afecta a todos los aspectos de la vida. Y en ese recorrido no cabe la camiseta ni las zapatillas, por muy cómodas que te resulten, es impepinable el uso y disfrute de camisas y zapatos. Solo así cabe la asunción de la realidad.  Es un atisbo de coherencia. Ojo, que no por llevarlos se madura. No es biunívoca la relación. El hábito no hace al fraile. Lo esconde a veces.


No es imprescindible que el adulto, varón en este caso, se refugie en el traje de chaqueta, pero es fundamental que sepa llevarlo. Para eso hay que empezar de pequeños.  Porque luego, en vez de ejecutivos parecen fantoches. Un consultor, tan admirado ahora, un médico, escritor, ingeniero o arquitecto, futuro bróker de éxito, director de sucursal 
o Project manager, debe haberse tenido que abrochar los botones de la camisa al menos desde la comunión. Y con soltura debe saber quitarse los gemelos. Ni que decir tiene del nudo de la corbata. De varias modalidades.  Con soltura. Eso, para que lleve el traje de forma natural.

En los colegios de uniforme obligatorio, este problema no existe. Así, los chavales visten con desparpajo camisa desde pequeños. Eso se nota. Un niño que ha jugado al fútbol con zapatos, pantalones de franela y camisa y corbata, ya lleva en el ADN cómo ir vestido con traje de chaqueta. Se le ve cómodo. Como mucho se pone polo en verano. Ahí está la diferencia. 

Las camisetas son para los niños y para los deportistas (no todos, el polo sigue estando un escalafón por encima en la elegancia deportiva, miren el golf, sin ir más lejos) o para ponerse debajo, que no se vea, los muy frioleros. O para dormir. Para el resto de la vestimenta informal; a partir de, pongamos la mayoría de edad, y mucho me parece: polo. Y para no equivocarse, camisa siempre, a ser posible de manga larga. El resto, pamplinas. Hala, he dicho. En caso contrario, ¿cuándo se quita uno la camiseta? ¿Cuál es la edad de quietársela? Se pospone, se pospone y no hay remedio. Lo mismo llegas a los 70 con ella. Para eso, o eres Bruce Springsteen, o estás perdido. Incluso el Boss lleva camisa ya. Arremangada y oscura, eso sí. Llevar camiseta a partir de cierta edad denota una resistencia a enfrentarse con la edad adulta, un peterpanismo que "a cierto punto" resulta entre grotesco y ridículo. Ni los hippies mantuvieron las camisetas con dibujos reivindicativos. En un momento dado pasaron a las grandes camisas, por fuera, cuello Mao, sí, arrugadas, sí, pero camisas. Y a ser posible claras. Esas camisas oscuras, que parecen socorridas, no favorecen. Una bonita camisa azul clarita es un elemento más que asumible ante el inevitable cumplimiento de años. Las camisas negras que estilizan se las ponía Eugenio para contar chistes hondos.  Punto.


12/08/2020

ASUSTADA ESTOY EN UN RINCÓN

La pandemia está poniendo al límite mi resistencia. No me gusta que coarten nuestras libertades. La utilización del miedo y la amenaza para limitar nuestros movimientos y nuestro modo de comportarnos roza con el estilo de vida de un sistema totalitario del que salimos hace muchos años. Impuesto en otros países sin éxito. Entiendo la necesidad de la norma. Entiendo la contención, pero creo que son las instituciones quienes deben explicar y aplicar la instrucción.  El voluntarismo y la formación de unidades paraoficiales me da muchísimo susto. En un país como España,  en el que hace casi 100 años hubo una guerra entre hermanos que aún duele, que no se ha perdonado, volver a la denuncia al vecino me parece cuando menos arriesgado. Sin pintarme de rojo ni de azul. Tanto monta.

Los españoles somos gente muy obediente, hasta en la cama. Gente que tan solo quiere la fiesta en paz. Pues bien, estos elementos y profesiones de nueva creación que están naciendo, fomentados por el gobierno y los medios de comunicación, a mí me dan susto. Los rastreadores. Jolines. ¿Es que no se dan cuenta? Son  como esos vigilantes jurados; que no son polis, pero se lo creen. Y  no tienen ni la formación, ni el filtro, ni el entrenamiento, ni muchas otras cosas que ahora no se me ocurren, pero que hacen falta para ser policía. ¡Coño!, que refuercen los hospitales, que gasten pasta en investigar, que la policía y el ejército tenga autoridad.  Pero este "si es no es" nuestro no me gusta. Toma partido, gobierno, utiliza tus armas. Osea, no saco a la policía ni al ejercito a controlar porque eso es como fascista; pero autorizar y dar un carné a cualquier descerebrado a que dé órdenes y te mande a casa porque toses o no llevas mascarilla, eso es súper progreso. Pues a mi "NO UTA" Eso decía mi querida hermana de ley cuando le obligaron con cinco años a comerse un plato de arroz. "No me gusta". Y a cada cucharada se lo repitió a sus atentos padres. Hasta que no dejó ni un grano. "No uta" y entregó el plato rebañado. Pues a mi NO UTA ni la poli de balcón ni los rastreadores, ni los espías de vocación. Mirones envidiosos de la alegría ajena.

Estoy en contra de que vigilen voluntarios. Porque no es natural. Me parecen voyeurs. ¿Para qué quieren mirar? ¿Qué afán es ese de comprobar quién se sale de la norma? Si no tienen datos, a lo mejor es alguien que estando malo sale a por medicinas porque no tiene quien le escriba. O ha pasado ya su convalecencia o su confinamiento obligado. A lo mejor hoy acaba su cuarentena.

Es como el que tiene Facebook con un nombre falso, y lo utiliza para cotillear sobre los demás. No uta.  No uta nada. A ver, a mi me parece mal que la gente no pague hacienda, pero de ahí a denunciarlos hay un trecho.  Para eso está Hacienda. Que se encarguen ellos. Cuando alguien no pide factura, me hace daño a mi también. Sí, porque yo sí que pago impuestos. Y el que no paga también conduce por las carreteras que arreglan con mis impuestos. ¿Y? ¿Me voy a poner yo a chivarme? No. Nada peor que un delator.


11/08/2020

YO LO UNICO QUE QUIERO ES VOLVER A ENAMORARTE

 

Yo lo que quiero es enamorarte. Que me quieras un montón y comer perdices y vivir felices. Hacerte cada día la vida un poco mejor. Yo lo que quiero es enamorarte.

A mí me da igual que engordes o adelgaces, que tengas barriga o se te vean las costillas, te quiero lo mismo. A mí me da igual si estás calvo o con una barba blanca.

A mí me da igual el éxito o la fama o la ruina. Las primeras planas o las entrevistas. Yo lo que quiero es enamorarte. El resto, que se lo queden.

A mí me da igual saltar que correr, yo lo que quiero es enamorarte.

A mí me da igual que me cuenten si te merezco o no, yo lo que quiero es enamorarte.

A mí me da igual que seas noble o muy rico o al revés. Yo lo que quiero es enamorarte.

A mí me da igual si te gusta el ron o prefieres un cóctel, yo lo que quiero es enamorarte.

Pero enamorarte de verdad, que me quieras montones. Que salgamos de la mano, que nos toquemos sin tocarnos y tocándonos. Tocarte la cara al acostarnos. Que me envuelva tu abrazo al dormir.

Yo lo que quiero es que me quieras como te quiero yo a ti. Como te he querido siempre, de verdad. O que me quieras como te dé la gana, pero que me quieras. Yo lo que quiero es volver, a tus brazos otra vez. Y no separarme nunca más de ti.

UN ITALIANO VERO

Los italianos van con la autoestima puesta. Es de nacimiento. No hay italiano feo ni tonto. Para eso esa la mamma, y si ella no es suficiente, la nonna. Unos buenos tagliatelle de la nonna estructuran y dan calor a cualquier alma en riesgo de descarrilamiento. No es solo la pasta, es el “rollo” que le echan. Porque más complicado que unos macarrones es un buen arroz. Y una paella no tiene ese efecto. Así que, a base de la sencillez, el amasado, que hace mucho. Porque todo lo que se toca, todo lo que se hace con las manos gana en calidad y en espíritu. Con los vasitos de vino que acompañan a la cocción y al posterior disfrute, ¡hala!, se arrugan las penas. ¡Dale! Si es que poco se habla de la cocina, nos hemos puesto pijos con los restaurantes de moda y no hay que olvidar el calor. Como decía Gabinete, el calor del amor en un bar. El bar te reconforta por eso, es un poco estar en casa. Un amigo mío dice que en Richelieu se encuentra como en el salón de su casa. El calor del hogar, de la cocina familiar, eso no tiene precio y es el verdadero quitapenas. Lo tiene todo, compañía, conversación y después disfrute. Los sentidos a tope, el olor, el gusto y los achuchones.

A lo que voy, los italianos, son como son sin complejos. Son hermanos y son italianos por encima de todo, tienen su himno y a pesar de los avatares históricos de su maravilloso país, enarbolan su bandera y sus costumbres y su orgullo con una sola voz. Son como esas familias de abolengo que sean los que sean los sucesos y desastres a los que se hayan enfrentado, ruinas y enriquecimientos alternados, nada altera su esencia. Para voz la de sus cantantes, hijos y nietos de esas cocinas al amor del fuego, fruto de los lametazos familiares. No necesitan clases de canto, charlan, relatan. Una canción italiana puede ser un mensaje de voz entre dos amigos. Y es genial. Un cantante italiano relata, cuenta.

¿Quien más que un italiano hablaría en una canción de la selectividad? Y se vuelve viral la canción. ¡Toma ya! Antonello Venditi. Con peli y todo. Ponte tú a hablar de exámenes de la EVAU o EBAU en una canción. Ya solo el acrónimo tiene narices. Son ganas de confundir, ¿con be o con uve? Resulta que valen las dos porque son dos cosas distintas, pero vienen a ser lo mismo. Y luego se quejan de las faltas de ortografía. Empezamos mal. Con esos mimbres no se puede hacer un cesto y menos una canción. Selectividad era un mal nombre, parecía elitista, quizá. Uy, con eso hay que tener mucho cuidado ahora. Sin embargo, Maturitá es perfecto. Es el examen de la madurez. La prueba de madurez. ¿Como no hacerle una canción?

Solo a un italiano se ocurre toser en medio de una canción. Y ya no te digo carraspear. Ghali, Ultimo, apodos, surnames. Además a los italianos les da igual meter palabras en inglés en sus letras. Dicen uykeen y huele a campo, a nueces. Pronuncian con un delicioso acento, sin intentar parecer británicos, orgullosos de su musicalidad. Hablan del “güiqueeéen” y no es lo mismo que el weekend. Suena al viento en los cipreses, a los adoquines de Roma cuando la paseas por el Trastévere. Suena al Arno, al Tíber, a colinas de colores. Y a las vistas desde el Corredor Vasariano. Romina y Albano, Pino Daniele, Daniele Silvestre, todos tienen alguna canción charla, es como si se tomaran un café contigo. Embelesada le escuchas. Llegan en la Vespa, aparcan donde pueden y saludan satisfechos. Te pueden gustar o no, los cantautores italianos, porque hay algunos de una estridencia y una exageración que, a mí, particularmente no me entusiasman, pasan de relato al grito, cual la hoy muy conocida Laura Pausini, que es la versión grito del cantautor. O esa Rafaela Carrá a la que explota-explótale - explo, le explotaba el corazón. Canciones de verano y playa, de alegrías y amoríos rebozados en sal y arena. 

Me encanta el italiano cantando, de charleta y compañía, fuma, se toma una Copa o un café, contando lo que le pasa, pobres de los psicólogos de la bota. Con tanta explosión difícil lo tienen para ganarse el pan. Estos mediterráneos sin filtros son artistas de nacimiento. Tienen arte.

¿Se acuerda alguien de Sandro Giacobbe - Il Giardino Proibito? Tremenda la historia. Traducida al español no es lo mismo. Por supuesto Franco Battiato con su Centro de gravedad permanente o la estación del amor. Que iba y venía. Ese Ti amo de Umberto Tozzi, estrofa repetida en las lentas, dando vueltas y entonando con emoción el amor ignoto. Claudio Baglioni, Yo sin ti…¡Qué recuerdos! Jovanotti es “contemporáneo” y además de tener un aspecto súper interesante, ahora se llama así a ser un guaperas, tiene maravillosas letras en las que habla de lo que quiere. Será que la pasta tenía algún ingrediente secreto y les autoriza a ser auténticos. Un italiano, de Toto Cutugno es el resumen perfecto. Hay muchos más, ya.

L' italiano
Lasciatemi cantare
Con la chitarra in mano
Lasciatemi cantare
Sono un italiano

Buongiorno Italia gli spaghetti al dente
E un partigiano come presidente
Con l'autoradio sempre nella mano destra
E un canarino sopra la finestra
Buongiorno Italia con I tuoi artisti
Con troppa America sui manifesti
Con le canzoni con amore
Con il cuore
Con piu' donne sempre meno suore
Buongiorno Italia
Buongiorno Maria
Con gli occhi pieni di malinconia
Buongiorno dio
Lo sai che ci sono anch'io

Lasciatemi cantare
Con la chitarra in mano
Lasciatemi cantare
Una canzone piano
Lasciatemi cantare
Perche' ne sono fiero
Sono un italiano
Un italiano vero

Buongiorno italia che non si spaventa
E con la crema da barba alla menta
Con un vestito gessato sul blu
E la moviola la domenica in TV
Buongiorno italia col caffe' ristretto
Le calze nuove nel primo cassetto
Con la bandiera in tintoria
E una 600 giu' di carrozzeria
Buongiorno Italia
Buongiorno Maria
Con gli occhi pieni di malinconia
Buongiorno dio
Lo sai che ci sono anch'io

Lasciatemi cantare
Con la chitarra in mano
Lasciatemi cantare
Una canzone piano piano
Lasciatemi cantare
Perche' ne sono fiero
Sono un italiano
Un italiano vero

La la la la la la la la

Lasciatemi cantare
Con la chitarra in mano
Lasciatemi cantare
Una canzone piano piano
Lasciatemi cantare
Perche' ne sono fiero
Sono un italiano
Un italiano vero

10/08/2020

SOCORRISTA EN LA PLAYA


Una cosa es ser socorrista de piscina, en una urbanizacióen las afueras de una gran ciudad. Al abrigo de una sombrilla, con atuendo de bañador rojo y camiseta blanca donde luce en media luna el título "SOCORRISTA", con chanclas molonas, pisando baldosa que arde, bien provisto de gorra con visera, gafas de sol, móvil cargado y botellas de agua. Las tareas primeras son casi las que más se agradecen, comprobar el nivel de cloro, la temperatura del agua, pasar el limpiafondos, quitar las hojas (sin camiseta, al menos te pones moreno, porque después el uniforme es obligatorio) y darse un baño con la piscina vacía, de servicio ya no se pueden bañar). A la hora en punto de la apertura en tromba aparecen niños indomables de los que, por menos de nada, se tiene que hacer cargo y responsable el chaval, que ha hecho un cursito de primeros auxilios. Punto. En esas urbes de nueva creación, los espacios son pequeños y las necesidades iguales (grandes), son igual de grandes que en cualquier sitio, hay que trabajar, hace la comida, planchar, y los niños crecen y las casas no. Una piscina con socorrista supone un desahogo del que ningún progenitor quiere prescindir. Eso sí, si regañan al niño, viene el padre del Banco y le pone firme al pobre de la camiseta blanca. Y si se tira de bomba y aplasta a otro, la culpa es de él, por no hacerse respetar. Total, complicado. En agosto echarán de menos el lío, pues las urbas se desertizan.  Quizá este año no tanto, con el puñetero.virus. ¡Uh!. Ya tiene otro lío el pobre chaval. En un pueblo, en la pileta municipal, en una pública, es un trabajo reglado, aburrido a veces, con un anecdotario homogéneo y posibilidades de hacer algún amigo. O dejar rotos lo corazones vulnerables. No está mal. 

Este oficio no tiene nada que ver es ser socorrista en la playa. Los más canos recordamos entre nostalgia y bochorno los "Vigilantes de la playa". Esos cuerpos imponentes. Esos músculos de cuya existencia solo eran conocedores los muy expertos anatomistas. Quizá Leonardo, en su momento, con ese estudio pormenorizado del mecanismo que el cuerpo humano constituye, puede que él supiera de esas protuberancias que amanecen bajo las costillas como si de montículos de arena se trataran en pleno desierto. Le llaman tableta (de chocolate). Pero es obsceno,  no se trata de un fino chocolate Lindt, sino de esos que van rellenos de mermelada de fresa. Grotesca tripa, prefiero una digna barriga de bebedor de cerveza. Aunque no se vea el cinturón. Esos bultos casi feos que aparecen sin aviso en los cambios de posición, en piernas y brazos, al alcanzar un objeto, al recoger algo del suelo. Da susto verlos. Los vigilantes eran así.  Con un moreno de abril, porque ese tono no se consigue ni con rayos uva. Esos cuerpos contorneados como moldes de arcilla, inútiles para el salvamento. Porque a mí que me registren si hacen falta esas tetorras para saber nadar. O esos culos que se salen del bañador. Cómodos no son eso trajes de baño para el rescate de desmayos y ahogados. Y no sujetan nada. Porque al correr en pos del auxilio al prójimo, todo se les mueve un montón. Operativo no es. No sé si a la hora de llegar a la vera del ahogado, una buena vista ayuda al interés por volver a la vida. Pero si de fémina se trata, el objetivo a la zaga, siendo yo misma, que me salve un macizo vale, pero que sepa nadar. No quiero un melindre preocupado por su vello y compostura y que no pueda con mi cuerpo serrano. No le arriendo la ganancia. Quiero contundencia y serenidad. Si es guapo mejor. Pero que pueda conmigo. Que me ahogo.

Porque es que los socorristas de la playa no dan confianza ahora. Se pasan el rato con el móvil por si hay noticias y no ven el tiburón, ni avisan de las medusas. Desde que salieron en la tele, ya no llevan el tranquilizador flotador rojo, del que asirse, donde desmayarse en paz, sino un cacharro rojo atado a una cuerda a modo de chepa. Ese chisme no lo he visto nunca en acción, pero no transmite seguridad ni confianza. A ellos les veo distraídos, además; que hay resaca colega, no hace falta que los mires en “eltiempo.es”, acércate a la orilla, mira a la gente, las colchonetas, pregúntale al mar, escucha las olas. La señora del bañador rojo da saltitos desde hace un rato y ahí ya cubre ¿no ves que no sale?. Pasean por parejas con el cacharro a la espalda y gritan desde la orilla consejos de chancletas y mascarillas, consignas incomprensibles a través del viento y el altavoz. Lucen enormes camisetas amarillas para que se les vea y unas gafotas que da la impresión que no les dejan ver a ellos ni un pimiento. Que nos tomemos la temperatura, que mantengamos distancias. 

Alma de cántaro, que esto es Chiclana y es sábado. Que María Dolores se ha bajado con los niños de su hermana y las tablas y unas tortillas. Ha cogido sitio lejos, que luego sube la marea. En un tupperware ha metido los filetes empanados. La sandía está cortada. Han llegado a las diez. El grupo va creciendo, son champiñones. Las tres familias, tres hermanas, sus maridos y la prole, han alquilado las casas de todos los años, en primera línea, donde los pinos, tres casas juntas pero separadas. Ahora es pinar. Pinar Periurbano de la Barrosa. Bautiado así. Es el mismo de hace años. Protege la playa. Las casas quedan al lado de la pista. Julián llega luego con las sillas y la nevera. Los niños con camiseta para no quemarse. Que se aburren.  Que se aburran. Se han anclado a la arena y ni un terremoto les mueve hasta que el sol se ponga. Cómprale unos camarones al chiquillo. Y un Mirinda. Que no he traído. Cervezas van a sobrar. Tienen para el día entero. Y al lado otra familia igual y otra. ¡Qué distancias ni que niño muerto! En la playa no cabe nadie. Y sobre todo ahora cuando suba la marea. Las mascarillas, sí, pero es que me voy a bañar. Y se pasa una hora en la orilla, de charleta con la vecina. Que se han encontrado. Y enhebran. Porque en Cádiz la gente tiene mucho que contarse, y con gracia, además. Hilan una cosa con otra. Será que se escuchan, y cuando uno acaba, coge el niño la hebra, imitando en gestos y palabras al padre. Quillo. Digo. Es estupendo. Son relatores. Enganchan un tema con otro. Cogen una mijita y de ahí empiezan a hilar y a contar. Llenan los silencios como se llena la playa. Con un arte que solo tienen ellos. Ea. Será triste la historia, o un drama, tanto da. De cualquier cosita que se te ocurra. Que si has ido al mar. Ea. Al mar. Cuentan una historia. Se ríen de su sombra, de los que más quieren. Se abrazan mucho. Se tocan. Todo lo comentan, todo lo cantan. Lo celebran y lo lloran. Se comen letras en las palabras porque no les caben en el discurso, de tanto que tienen que contar. Acortan. Y además cuentan lo que les da la gana.  Porque el andaluz tiene su manera de contar las cosas. Por ejemplo, Cómo se dice en andaluz: "La ardilla que sube al árbol, trepa de una rama a otra, se sube a la más alta, coge una nuez, se la come y salta al otro árbol?
¡¡Illo, mira, mira, ira, ira, ira, ira, ira, ira, iraaaaaala!! ¡¡Hiiiiiija de puuuta!!.

En una de esas el pequeñajo se lanza y las olas, que se han puesto curiosas, le dan un revolcón.  A ver qué hace el vigilante con su cacharro rojo. Eso sí, como se ponga el socorrista delante de María Dolores, tela. La que se va a liar. Se van a "jartar" de reír. Cuando dejen de llorar.