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28/09/2021

PICARDÍAS O PIJAMA

El otro día nos contaba una amiga, muy querida por cierto (se puede querer sin tiempo) , una anécdota sobre un incendio que hubo en su edificio. Tiempo ha. Cuando pensábamos que éramos felices. En ese Madrid encantado, recién despierto. En nuestros micromundos ordenados por el trabajo, los niños, la familia y el ocio.

 Mientras ella se entretenía en el ordenado relato, del que no perdí ripio, por cierto; yo no podía dejar de imaginar ese edificio en llamas en Arturo Soria, junto al Centro comercial. Ese conjunto formado por varios bloques, de casas enormes, un vecino por planta. Viviendas de recibidor, cuarto de estar, salón, salón comedor, cuarto de la chica, office y terraza.  Jardines frondosos que esconden piscina y tenis. Mientras ella amplificaba con datos precisos su historia, yo notaba que me estaba distrayendo. Mi atención derrotaba por meandros laterales, sin perder de vista el curso principal.

Ella, alta y delgada como su madre, como su madre, morena salá, ha parido cinco veces y sus hijos crecen como cipreses de lápiz, dando la bienvenida y con una esbeltez acompañada de elegancia que es la envidia del barrio. Familia de siete, padre de ancho corazón lleno de sonrisas. En medio del relato no puedo dejar de pensar en la ropa con la que este equipo perfecto de amor y armonía bajo a la calle ante la alarma.

Es curioso como el cerebro es incapaz de centrarse cuando no tiene respuestas a un detalle insignificante. De pronto se para y es un coche en una cuesta arriba que se cala, ya no puede arrancar. Es como si alguien hubiera apretado a la tecla Fast Forward, comúnmente conocida como FF o fiu y se hubiera saltado una parte en la cinta. Es una película censurada. Se va acumulando alrededor del ombligo una inquietud que finalmente te impide escuchar el resto del relato. El bloqueo llega sin avisar. No sabes si la niña que alertó del fuego volvía de una fiesta o de una discoteca. Tampoco importa. Ahora dudas si salía o entraba. A lo mejor lo has entendido mal y era una chavala que salía a correr de madrugada. No has entendido la hora del siniestro. En tu cabeza la imagen es un amanecer de invierno. ¿Es tu imaginación y confundes el sol con las llamas? El relato toma vida en tu interior. Hay un grupo de gente alrededor del Coloso en llamas. Los bomberos intentar atajar las llamas más altas con sus flexibles escaleras. Esos cuerpos serranos trepan por paredes, rompen cristales, invaden estancias de las que sacan en brazos a una mujer mayor que pobrecita, con su sordera y las pastillas que toma para dormir, ni se ha enterado. De la cama, tendida, la ha alzado uno de los héroes. Su cara despistada y agradecida conmueve al público que se agolpa a esa hora temprana. El padre que ha ido a comprar churros, la madre, el niño, el abuelo, los amigos.

Pero la pregunta es "¿cómo bajaste a la calle?" EL narrador, narradora, en este caso, se ha saltado un dato fundamental para tu composición. Para poder hacerte la idea completa. El interlocutor se sorprende ante la pregunta. No la encuentra relevante. S-i. Sí lo es. El resto de tertulianos apoyan tu moción, les has leído el pensamiento. " En pijama" trata de atajar. Como la conocemos, insistimos "Pijama o camisón", "camisón", confiesa. "Pero camisón, ¿cómo?, ¿tipo Woman Secret de cuello vuelto, de Zara encajes algodonados cual en la Casa de la Pradera estuvieras? ¿Seda y encaje?" "Seda y encaje" Todos nos lo temíamos. A mí cuando me cuentan algo así, pienso en el frío, es en invierno cuando las chimeneas se quedan encendidas, cuando un rescoldo puede saltar del hogar, una chispa puede provocar una calamidad. Es en invierno. Hace frío. Y aunque no lo haga, el desamparo de tu casa en llamas congela la sangre de tus venas, necesitas calor, un abrazo. "Pero te pusiste bata" La sola idea de ver a tu amiga y a sus hijas en tirantes un amanecer de Arturo Soria, te congela la mente. "Sí, me puse bata, de boatiné” Lo suponías "¿Y zapatillas?" "calentitas". Ya lo tienes todo. Ellos, caballeros y niños, con pijamas de algodón o franela, de cuadros azules y blancos, con bolsillos y unas zapatillas de deporte. La sudadera que dejan siempre en el suelo al acostarse es en la que cruzan los brazos mientras tiritan.

 

No pasó nada. Se conocieron los vecinos. Las llamas no eran tales, algo al principio, solo humo. Mucho miedo y la alegría de la visita del cuerpo de bomberos.

 

 

 

27/09/2021

NO ME GUSTA LA FRUTA ESCARCHADA

"No me gusta la fruta escarchada" Le dijo un día la buena de Lola a su marido. Lola, Lolita, se enfadó por primera y única vez en su matrimonio y en su vida, si es que a eso se le puede llamar enfadarse; le dijo a su gran esposo cuatro cosas bien puestas. Él era de mucha categoría, tanto en lo físico como en lo personal, imponía un respeto merecido. Lolita de colofón soltó: "Y que sepas que no me gusta la fruta escarchada". Esa fruta que él, con el cariño y pudor propio del serio caballero que era, le iba  a comprar cada año, cada fiesta, Navidad, cumpleaños; queriendo agasajarla. Recorría a pie la calles de la ciudad caliente, sartén por excelencia del Sur, con el paquetito envuelto en papel de seda y coronado con un lazo. Se quedó de piedra. Lolita que se casó por un accidente de la vida. Lolita buena, silenciosa, prudente, esa manera de escuchar suya tan bella, tan paciente, querida por todos. Lolita, sonriente aunque le fallara la fuerza, Lolita haciendo la vida fácil a los demás hasta el último suspiro. Lola. Grandísima.

Pues a mí, la fruta escarchada, tampoco me gusta. No sé quién se come la de los roscones de Reyes, que queda huérfana en los platos donde ni las migas ocupan. Por no hablar de la guinda de las pastas de té ¿a quién se le ocurrió colocarla? Encima de que parece de plástico, es que estropea la pasta a la que cae en gracia, porque deja su huella, su color, su sabor, un hueco blandengue que no sabe ya nunca igual. Si las pastas son exquisitas,  a lo mejor tiene un pase, pero si son de batalla, la guinda, eso, por algo se llama así. Pero a mí lo que no me gusta de verdad es el marrón glasé. Ni de Mallorca ni de mallorco, que no me gusta, tanto azúcar, nada. ¿Qué es una exquisitez? No lo dudo. Para el que la quiera. ¡Quédatela tu! Y tampoco me gusta el ponche del Alcázar. Ni el auténtico. Hala. Ya lo he dicho. Me lo puedo comer, no es repulsión ni me sienta mal, es que no lo disfruto. Esas voces tras la degustación de la primera cucharada, no las entiendo, ese entusiasmo al reconocer cada una de las capas, el espesor del bizcocho, el tostado perfecto; como su en chino hablaran. En mi familia ha habido bromas históricas sobre la autenticidad del glorioso dulce segoviano, que iguala en fama al cochinillo que se parte con un plato. Pobre. Pues a mí no me gusta el ponche del Alcázar. ¿Qué le voy a hacer? Algún defecto tenía que tener. (Es broma)

Hay comidas que son tesoros par algunos, sin embargo para otros, verdaderos suplicios. Por ejemplo, a una amiga mía no le gusta nada que tenga plumas. El pollo en cualquiera de sus versiones le espanta. Quien dice pollo dice pavo. A otro no le gusta el queso, como a Carlos Herrera, confieso que eso va más allá de mis entendederas. Porque te puede no gustar el queso de Burgos, o el Cabrales, Roquefort, Cheddar, Parmigiano (conocido en los ambientes como parmesano), tete de Moine, Emmental,...Pero, que no te guste ningún queso no lo logro comprender. En fin. A algunos no les gustan las coles de Bruselas. Confieso que hace años que no las veo ni en pintura. La leche condensada o el coco. De entre todos están los que más que no gustarles, es que les sienta fatal. A uno que yo me sé le sentaba fatal el ajo, y aprendiendo a hacer una paella, la doctora le dijo un día, "ahora no mires, que voy a echar el ajo". A la doctora no le cabía en la cabeza cocinar sin ajo, y entendía "me sienta mal" como una forma educada y fina de decir "no me gusta". Pero le sentaba fatal, como a mí el cordero, que me encanta, pero me sienta fatal. Y el personal se empeña en que lo comas.

26/09/2021

SÚBEME LA CREMALLERA



Como admiradora de los psiquiatras que soy, sé qué límites no se deben rebasar. Además de los enseñados, están los aprendidos. Hay evitar la transferencia médico paciente y la identificación con  éste. Dos líneas básicas que abarcan mucho más de lo que parece. 

Pero también hay cositas que no hace falta que nadie me enseñe y no están en ningún libro. A mi marido le encanta o le encantaba decorar la casa. Me dijo un día que hice un comentario sobre un lámpara "de eso me voy a encargar yo" Aun no nos habíamos casado, ni habíamos fijado fecha. Yo agradecí. Era estupendo, con una idea del espacio y los volúmenes de genio. Lo cambiaba todo de sitio y cuando yo llegaba a casa ¡sorpresa! A mi me encantaba. Siempre pensaba en los detalles, una lámpara cerca del sillón de lectura, la luz entrando por la izquierda. Las mesitas auxiliares, dónde colgar toallas o trapos de cocina, el hueco para guardar las chuches, poner las llaves o descansar los pies si es hora de relax. Era genial. Lo hacía con ilusión. Con proyecto, proyección. Lo hacía como era él. En una consulta psiquiátrica eso es inviable. La estanqueidad es vital para el tratamiento. Los muebles deben ser de barco, atornillados la suelo si es posible. La limpieza impoluta. La luz siempre la misma, en intensidad y brillo. Y sin cambios. Nada de bombillas fundidas o relojes sin cuerda. Hay pacientes que no dejan pasar un detalle. Ni libros desordenados, ni apuntes fuera de lugar. Nada. La consulta es el espacio del paciente, y durante su sesión es suyo, igual que su tiempo. Aunque a la hora siguiente sea de otro. Eso no cuenta. Es una multipropiedad en toda regla, igual que Marina Dors, ciudad de vacaciones; solo que la duración es otra y las lágrimas abundan más. Si en algo se altera el mobiliario o el orden, puede provocar una pérdida de un par de sesiones en analizar y darle vueltas al por qué. Aunque la razón del cambio sea bobada. ¡Y ojo! , a lo mejor le viene de maravilla al doliente, y se quita una espina en el camino. Pero se trata de no interferir y más vale no arriesgar. 

El otro día una amiga, que sí tiene una consulta, y es de tomo y lomo, decidió ponerse un vestido que se abrocha atrás. Con cremallera. Olvidó por un momento que vive sola, que no tiene pareja, y que ese gesto tan íntimo de retirarse la melena, agachar la cabeza un poco y con una mezcla de pudor y alegría, decir "¿me subes la cremallera? Él roza la pelusa que nace rebelde en tu nuca, la acaricia y hace un rulo y te hace sentir bella; con suavidad y simulada torpeza sube la cremallera lentamente, recorriendo tus vértebras. Al mirarle después, muy cerca, no te cabe la sonrisa en la cara. Un beso pequeño condensa lo mucho que le quieres. Sus manos en tu cara, apretándote un poco los mofletes.  El caso es que mi amiga se quería poner su vestido elegante y no podía subirse la cremallera por mucho contorsionismo que hiciera. Mi amiga iba a la consulta, a cuidar de sus enfermos, tras pasar su propio luto. Mi amiga guarda su dolor y maneja el de otros. Se quería poner ese vestido. Le dio la risa después del llanto, al pensar "a quien le digo yo que me suba la cremallera? " Imaginó la rayada que iba a ocasionar en el pobre recién divorciado, con su gabardina de verano y su abrigo de invierno. Tras esa apariencia de salteador de caminos hay un alma noble que solo llora por su mujer que se ha enamorado del profesor de inglés. Malditos guiris. Y pensar que fue él quién la animó a dar clases. No sale del bucle. Si le dice al hombre de la gabardina que le suba la cremallera, éste no vuelve a la consulta. O esa mujer menuda que se enreda con las palabras, ha perdido pie y seguridad y le tiene miedo al aire que respira. O el jefazo que esconde sus debilidades detrás de un muro, jornadas infinitas de trabajo. Sin dormir ni comer, trabajo, trabajo, trabajo. Melenas y barbas domadas en la peluquería caballeros. Un exterior perfecto que cubre un fenomenal desorden. O el niño que no quiere ser mayor. Y no lo es. A cualquiera que le pidiera ese pequeño gesto de subir su cremallera, le hacía un lío seguro. Así es que optó por pedírselo a la cuidadora de Tere, la vecina, pobre, que no puede caminar, con sus manos artríticas Tere no resulta de mucha ayuda. La cuidadora diligente le sube la cremallera. 

A veces se está muy, pero que muy solo. Y lo de la cremallera llega a límites insospechados, porque otra amiga, ésta de las que va siempre apretada, que parece que se le van a saltar los botones y estallar las costuras. No se sabe qué puede ocurrir antes. Ella tampoco tiene quien. En la oficina, como si tal cosa se lo pide a la secretaria, qué resulta llevar un brazo en cabestrillo. Muy dispuesta se acerca al macizo de su subordinado, además joven y listo. Éste, ni corto ni perezoso se pone manos a la obra. A mitad de camino se le escapa" Jefa, es qué no te cabe, no sube porque te está pequeño" Un "tierra trágame' en toda regla. 

Ahora me han enseñado una técnica para no pasar vergüenza, se ata un hilo al enganche y se sube tranquilamente. No hace falta nadie. Eso sí, el hilo, aunque sea de oro, no es lo mismo que tus manos. 


23/09/2021

LA ILUSIÓN DE TODOS LOS DÍAS

Empezaron siendo los ciegos, el Cupón. El para hoy. Los vendedores llevaban gafas negras que tapaban sus ojos ciegos. Aún hoy esas pupas se llaman de "para hoy". Tuvo una época de transición, que no sé si coincidió con otra más sonada, se me mezclan los recuerdos; en esos años se erigió como "la ilusión de todos los días". Una música pegadiza acompañaba al anuncio y al momento mismo de la salida del bombo de las bolas. Dicen en las promociones que, cuando juegas tú, jugamos todos. Bueno. Bueno. Bueno. Que cuando juegas al cupón de la incertidumbre colaboras en una gran labor social. No digo yo que no. Han hecho bien en tunear el eslogan. Ya no es la ilusión, si no la colaboración en una causa. Vale, pero ¿a ti te ha tocado el Cupón? pues a mí tampoco. Solo hay un "sí" en el ¿alguien conoce a alguien que conozca a alguien a quien le haya tocado el cupón? Ni el cupón ni el sueldo Nescafé. Tal para cual.

 

Vender ilusión no es bonito, porque es que yo me ilusiono de verdad. Es comprar el cupón y ya lo estoy visualizando. Empiezo a repartir. Esto para mi madre, que se compre la casa en la playa que siempre quiso, esto para mi padre que nunca quiere nada, algo querrá. Esto para mi suegra, que lo disfrute y lo celebre. Para mis suegros, los dos, que repitan por fin su viaje a Florencia y suban a Fiesole a mirar que todo sigue igual y es diferente a pesar y gracias a los años, Paris, Londres, a visitar amigos y lugares del pasado. Hermanos y cuñados estarían cubiertos. Primos incluidos. Los pinares de Segovia, ese gua heredado del que mi abuelo decía que no valía ni para que lo enterraban a uno, convertidos en balneario o lugar de recreo. Ya me encargo yo. . Y para mí chico la casita subiendo a la Sierra. La suya. Y que pueda cumplir sus sueños. Si se trata del extra, hay redoble de tambores. 

Yo si tengo que colaborar, colaboro, pero no me dejen soñar a lo tonto, que ya bastante me engaño yo. Ahorraríamos un pico en imprimir los billetes. Es cierto que da trabajo a mucha gente, pero la ilusión no se debe vender, si es quasi imposible, encima, me parece fatal.

 

Las posibilidades reales de que te toque el premio, el extra de verano, están lejísimos de las de la lotería de Navidad. Los matemáticos y estadísticos conocen el infinitésimo asociado a esa probabilidad vestida de ilusión, que se no cumple. Porque no se cumple. Pero la. vida es así. Hay un vendedor muy cerca de ti es sinónimo de "hay una ilusión", "hay una alegría". Asociar el dinero con la ilusión no es ni mucho menos sano. Si bien es cierto que ayuda a una visión edulcorada de algunos acontecimientos, tampoco amortigua ciertas eventos, y como lo vida está llena de sorpresas, se puede ser muy infeliz estando forrado. Vivir los sábados en un barco que parece un yate de "vacaciones en el mar"; tripulación y champán no evita los meandros, pero mientras llegan, oye, se no está mal. Así que defiendo la felicidad y la ilusión que supone disfrutar de las cosas que no tienen precio pero valen mucho. La ilusión es mía, es muestra, no se puede comprar. Te toca cada día, eso sí. 

21/09/2021

DÉJAME VER TUS GAFAS


El no miope, el no astigmático, no hipermétroe, probablemente no saben de lo que hablo. Los que disfrutan sin ambages de una dichosa vista de pájaro, los afortunados que otean el paisaje y detectan corcomanes o mantis en la distancia, o disfrutan de la ventaja de discriminar al llegar a una fiesta, me gusta no me gusta, conozco no conozco, sile nole, esos planean sobre el tema que limita y entorpece la vida a medio mundo. Siempre he pensado (es evidente) que la vista es un don que separa la paja del heno, los que no ven mueren devorados por el depredador que no han visto, son atacado por medusas que han confundido con asquerosas bolsitas que han intentado apartar con la mano, sufren picotazos de bichos "mosquita, mosquita; mosquita, mosquita; mosquita, mosquita, ¡pero coño, si es una avispa!" Demasiado tarde. A urgencias en directo. Confunden el Wasabi con el guacamole, con imaginables consecuencias. Saludan a desconocidos con efusión por no parecer maleducados. 

Pero aquellos que arrugan los ojos para ver la pizarra a pesar de que se sientan en primera fila sin ser filas cero, o fijan la vista para adivinar el número del autobús al que van a subirse porque no es la primera vez que han acabado en Cibeles queriendo ir a Alonso Martínez, ellos sí me entienden. Los que van a por una copa a la barra y se sientan en las rodillas de un caballero al que confunden con taburete. Los que se van al mar y estudian desde la orilla los colores de las sombrillas en la ubicación que eligen para sentarse, los que cogen referencias para bañarse, saben de lo que hablo. Ahora con los Apple Watch y los Smartphone pasan más desapercibidos. Porque basta apretar botón de ubicación📍 y se puede uno ir a la boya nadando sin problema, se equivoca de boya y no hay temor, aunque la resaca le lleve a la zona de cometas, 200 m al Oeste, no hay pánico; suficiente con dar al botón de ubicación del reloj sumergible para volver con dignidad y la espalda muy recta al grupo de amigos que ni se han dado cuenta de las preocupaciones del miope, o del que sufre astigmatismo. Hay que tener el relojito, eso sí.

En fin, tras esta introducción no quejosa sino descriptiva de unos supervivientes que hubiéramos desaparecido hace siglos de no ser por la tecnología, doy gracias a quien descubrió el tema de las lentes, quien estudió los ojos con paciencia y devoción, que me permite estar aquí y haber conocido a tantos miopes y astigmáticos a los que sigo queriendo; quiero compartir ese sucedido que apuesto que alguno ha disfrutado. Reunión de amigos o familia Charleta previa a la comida, yo una cerveza, yo otra, pequeña, muy fría, botellín. ¿Vamos a pedir vino? La mesa entera cambia la comanda. Tráiganos la carta, por favor, el camarero tacha, el cliente vuelve a mudar intención, traiga las cervezas igualmente, mientras elegimos. La primera ronda se centra en el menú, ¿qué tomamos? ¿compartimos?; ha llegado Felipe, pero está aparcando; Juan siempre aparece a última hora, pedimos antes, vendrá hablando por teléfono, un lío de última hora; yo he venido andando y os llevo ventaja, aquí, al solete. 

Una vez el estómago está en calma, el grupillo se pone al día. Y se miran de verdad. “¡Oye qué gafas más bonitas! ¿de dónde son?” De Óptica Toscana. “¿Me las dejas ver?” a pesar de que tu primer pensamiento es 'como que te las deje? ¿Te pido yo acaso tu empaste, tu muela de otro, tus audífonos?' pregunta equivalente a la del óptico "¿como te ves?" :Pues es que no me veo, me estoy portado, d ala casualidad, una montura, o unas gafas con cristal sin graduación, así es que verme, verme, no me veo'. Pero como va a sonar grosero, re callas y acercas tu cara miope al espejo como cuando te pintas el ojo, que tu propio vaho empaña. Se las dejas. “¿qué tal me quedan?” hay opiniones variadas, discusiones amigables o apasionadas. A ti, que te han quitado tu herramienta, tu muleta, te preguntan y no puedes más que sonreír, porque no ves ni torta. Cuando se quita las gafas el probador, no falla, siempre hay otro que se las quiere probar. Y van pasando tus gafas por la mesa entera de comensales, a unos les quedan grandes, a otros pequeñas y así hasta que por fin un alma cándida te las devuelve. Cuando se hace la luz en tus ojos, viene lo mejor. ¿qué tal me quedan? “Pero tú no ves nada” “Rompetechos” “qué mareo” “¿vendes cupones?” “veo borroso” y así podríamos cubrir lienzos de lindezas, a cada cual un poco más ocurrente. Me tenía que haber puesto lentillas. Es lo que has pensado cuando el circo se ha puesto en marcha.

Pero vamos a ver, que te quiten las gafas para probárselas otro es como que te pidan que te quites la ropa interior para comprobar cómo les sienta. ¿a que eso no se le ocurre a nadie? Pues es igual. Las gafas no se comparten, no se intercambian, cada uno las cuida con el primor que tiene a mano, como puede, porque las necesita. Se mantiene una conexión personal y única con ellas, contienen tu secreto, reparan tu torpeza. Es más, sin ropa interior puedes cruzar la Castellana, sin gafas te arrollan a no ser que seas afortunado. Que te quiten las gafas graduadas es casi como que te quiten el novio. Se debe respetar esa relación de intimidad asimilable a las caricias que sólo se son de él, a los besos que son solo suyos. Es un revolcón a lo íntimo, que deja vulnerable al gafotas, aislado en su miopía, torpe en su análisis, indefenso ante solo palabras y expresiones jocosas, sin poder ver con claridad las expresiones, la complicidad de los gestos, solo e indefenso en el rincón de los cuatro sentidos. No me quites las gafas, “fueraparte” de la pasta que te han costado, tiemblas durante la ronda de tanteo. Respiras cuando vuelven a tus manos,  tras el desamparo sufrido, ese confort que da el control aunque sea de tu entorno, recuperada la paz vuelves a relajarte. Distinta es la presencia, ahí ya si que no hay pudor, ni el coronavirus mismo ha podido luchar contra el intercambio, ausente del perceptivo gel hidroalcholico. A saber los contagios que ha habido con origen en tan impúdicas costumbres. 


19/09/2021

AGITADORA DE MELENA

Esas agitadoras de melena que apasionan a los hombres y desquician a las mujeres. Esas agitadoras de melena nunca serán especie en peligro de extinción y mucho menos protegida, pues se nutren del desasosiego, de los momentos de crisis, de la debilidad. 

Esas agitadoras de melena que con predisposición y tino arruinan cualquier relación por estable que parezca, o que sea. Esas acaparadoras de atención en los eventos, provocadoras de tsunamis, miopes, sin proyecto a largo plazo. Solo buscan la conquista, una muesca en la cartuchera. En cuanto identifican presa, se arremangan y arrancan con su maquiavélico plan. Suenan los motores, prepárense. Que ella no pretende más que ser el centro de atención de las hormonas masculinas, succionadoras de alegría. Usan falsos perfumes que rezuman feromonas. Buscan el halago y la atención. 

No tienen un objetivo, es sólo su ego lo que alimentan. Se quieren a sí mismas como no quieren a nadie ni querrán. Son altas o bajas, gordas o flacas. Las hay más y menos rubias. Da igual. Son escanciadoras de misterio. Aduladoras de pacotilla. Seres abyectos y absurdos cuya existencia misma no hace más que reafirmar al bondadoso ser que hay bajo un buen hombre. A ese que desordenan y enloquecen a golpe de melena y atención. Poniendo morritos y haciéndole sentir imprescindible.

Ese hombre bueno que sale a cenar, a comer, con su novia o mujer y se encuentra sin proponérselo con una aduladora de melena, de pronto se siente encumbrado, entendido, querido, atendido como nunca lo había ocurrido antes. Confundido contesta con educación y prudencia responde y atiende a las peticiones y demandas de la insistente comensal. De pronto se encuentra frente a una mujer que le acorrala, que le aísla, que bambalea ese pelazo que huele a flores y deseo. No se ha dado cuenta de que está solo con ella. Y a ella, sin público, no le interesa. Cubre de nuevo sus rodillas. Apaga el pitillo y se anuda una coleta. Sin espectadores no hay presa que merezca.  El inocente afectado no sabe lo que ha pasado y todavía le espera la del pulpo en el coche, de vuelta a casa. Y él sin enterarse. 

UN DÍA COMO HOY 18/SEP

Un día como hoy se fue. Se marchó el doctor. Bajó a zancadas hacia la calle, dobló la esquina, echó a andar. Y se marchó para no volver. Siempre he pensado que el enemigo le esperaba al otro lado. Calado el sombrero de ala ancha y cinta negra, un Panamá, le siguió por la sombra de septiembre, aprendió sus pasos y costumbres. Siempre he sospechado de un complot. Sabía demasiadas cosas. Confidente pulcro y distinguido. Pagó con su vida ser el cofre donde guardaba secretos ajenos. Su discreción, compromiso y sentido del deber no le hubiera permitido jamás compartir tales misterios ni siquiera de forma anónima. Pero, sabía demasiado. No quisieron dejar cabos sueltos. 

Se fue sin decir adiós. Se fue sin mirar atrás. ¿Por qué iba a hacerlo? Quizá tenía en mente comprar el periódico, saludar a un compañero, llevar un detalle a casa, un regalo o unas flores. Eso, que tanto le gustaba. 

Se fue el sanador de los corazones. Se fue el hombre grande que escuchaba paciente. La voz en off. Se fue dejando huérfanos. Se fue con un pitillo en la mano, a tomar fuerza. Se fue sin saber que no iba a volver. Se fue sin saber lo que el destino le tenía preparado. Él, que era la familia. Él, que era un hombre serio y bueno. Él, que derrochaba vida y fuerza, él, tan querido. Se marchó y no volvió nunca más a casa. 

El canalla que segó su vida, el mercenario que apagó la luz del padre, del hijo, del marido, del amigo, no sabrá nunca el dolor que causó. Aquel que por cambiar de rojos a negros sus números, aceptó el encargo, no era consciente del descalabro. No sabía la vida que cercenada. Como el soldado boliviano, que cumplía un encargo. Se llevó a un hombre de hondo calado, que caminaba con la elegancia del que desfila cómodo por las cavidades del mundo oculto de las emociones. En silencio. Él, que elegía de entre las palabras, las correctas, para guiar sentimientos heridos, él. Con pausa y poso enhebraba silencios y discursos. Pero sobre todo escuchaba tranquilo lo que el dolor del otro, sufriente, era capaz de elaborar. Con pudor y delicadeza iba ayudando a enfocar a esos espíritus atormentados. 

13/09/2021

¿TU COMO TE RÍES POR WHASTAPP?


¿Tu cómo te ríes por WhatsApp? Dice mucho de uno, la manera que tiene de reírse. Entiendo yo la risa como esa respuesta espontánea a un estímulo que nos provoca alegría, despiporre, vergüenza, complicidad y un montón más de emociones. Se dibuja en la cara una expresión que da gusto ver y sentir. De la boca salen sonidos diversos. En los distintos idiomas La onomatopeya cambia ligeramente, como con los ladridos o maullidos. El perro ladra, el gato maúlla y elefante barrita. El hombre se ríe. Hablo de la risa de verdad, la que nace en la tripa, la que altera el humor.

La cibernética ha venido al pelo a los asociales. No podía ser de otra manera. Si ya estaba de moda conocerse por las redes, la comodidad de conectar por Internet, atreverse al desnudo on line antes incluso de haberse visto las caras, el confort que supone esconderse tras un nombre ficticio, ocultar defectos, engordar virtudes…Adaptar tu perfil al objeto del deseo… Si ya estaban a la orden del día las relaciones gestadas en Facebook o esas múltiples páginas de contactos, con la pandemia, más. Por cierto, está todo inventado, que nadie se ponga flores. Porque matrimonios basados en correspondencia los ha habido desde que se escribe. Y los que se deben a amaños de los progenitores, no sólo si de la pata del Cid procede uno, también. De reyes a villanos ha habido casamientos concertados entre familias. Y no todos han salido mal. Es más, algunos salen muy requetebién. El amor está en aire. Love is in the air. El amor crece, se hace, se cocina a fuego lento, como un buen guiso. La cazuela destapada y el agua hirviendo despacio. Ese plo-plo que precede al olor a hogar y familia. El amor es un ser vivo con todas sus etapas. En estos tiempos de dar clase telemáticamente, reunirnos a distancia, tanto en lo laboral como en lo personal, brindar a una pantalla donde están tus parientes, en estos tiempos, también la risa se transmite por las ondas.

En los mensajes, como en la vida, cada uno es cada uno. Unos se ríen con emoticonos. Es fácil, sólo hay que elegir entre la oferta: el de la risa con corazones en los ojos, o con estrellas, sonrisa cariñosa y sutil diferencia entre ambas; el de la risa con lágrimas, me parto (me parto y me mondo), que hay dos tipos, inclinada y recta, la primera yo la asocio con una más intensa carcajada; la sonrisa desnuda, la del guiño, en fin, hay variedad. Los hay genuinos que prefieren seguir usando los dos puntos y el paréntesis, o el punto y coma, pequeño detalle que no por tamaño se reduce su importancia. Es diferente reírse tal cual, que hacerlo guiñando un ojo. Nada que ver. Esta especie está en peligro de extinción, por el esfuerzo que supone la elección de varias teclas y el cambio de pantalla que eso supone, además. Aguantan como los que no tienen WhatsApp, o Asterix en la aldea. De entre la oferta encontramos las caritas sonrientes con gotas de sudor en la frente, a interpretar. Las bocas que sacan la lengua, "mmm, ¡qué rico!” No es lo mismo boca y ojos abiertos que cerrados, o que se vean o no los dientes. En fin, a este elenco se suman los millones de emoticonos inventados en las redes, algunos muy ocurrentes. Pero hay quien recurre aún a las palabras. El ja ja ja. O jajaja. O jaaaa. No es lo mismo. No es lo mismo usar minúsculas que mayúsculas, no es lo mismo un ja (ni puñetera gracia que tienes, hijo) que tres, tipo jajaja o ja ja ja. Me pregunto la diferencia entre dejar espacios entre los monosílabos y no dejarlos. Siempre dudo en el número de ellos que se deben utilizar. Porque todo tiene un límite, es decir, por mucha gracia que te haga algo no vas a ocupar dos líneas con risas. ¿O sí? Por cierto, la ortodoxia y la academia dicen que los “ja” deben ir separados por comas. Es decir, lo correcto es “ja, ja, ja”. Con la a, es risa tal cual, tipo chiste; con la e, je, je, je, indica sorna; con la i, por lo bajini, tapándose la boca; con la o, risa de Papá Noel. Y con la U, ni idea. Sin vocales: jjjjj. Mucho cuidado que este asunto no es menor. Los italianos, ingleses y franceses, mucho más europeos que nosotros, se ríen con la Hache. Pero, ¡cuidado!, que en Italia es ahahaha y en Francia e Inglaterra hahaha. ¡Qué finos! No es baladí. Ni riéndonos somos capaces de estar de acuerdo. Habrá que ceder la otra mejilla.

Yo ante la duda y por no ofender, uso el jaaaaaaaa. El número de aes, por supuesto, es directamente proporcional a la gracia que me ha hecho el comentario de turno. Aprieto la a mientras me río. Lo importante es no tomarnos demasiado en serio. No merece la pena. No es para tanto.

 


11/09/2021

YO NO PUEDO SER FAMOSA

Yo no puedo ser famosa. Porque cuando me conozcan de Sebastopol a Tombuctú, cuando salga mi cara en los telediarios, y esté mi foto en todos los autobuses de la EMT, acosen a mi santo. Que con la excusa, alguna pelandusca, que le quiere a él, le idolatra , le admira...se le acerque de más, no es plan. Y que no es para menos, eso ya lo se yo. Yo también le admiro. Es grande, muy grande. Mucho más guapo por dentro que por fuera. Tela.

El caso es que yo no puedo ser famosa. Por un cúmulo de razones. Para el acoso, venga por lo que venga, ya inventaríamos artimañas. Eso no es problema. Siempre hemos encontrado recursos a las dificultades. Y que te sigan es un efecto colateral. Bienvenido sea. Lo malo son las penas. Las faenas que te ocurren en el camino. Esas cositas que te van haciendo quien eres. Las casualidades, que no existen, que nos van formando. En especial es nuestra respuesta lo que nos moldea, nos diferencia. Es como te lo montes. Eso decías siempre. Dirás. Y siendo famosa se complica el enunciado.

Al grano, que yo no puedo ser famosa; primero porque estudié un Erasmus en Londres, y las malas lenguas buscarían en mi pasado que si tal asignatura o tal otra no eran tan duras en la Pérfida como en la temida escuela de Madrid. Vale. Que se hubieran ido ellos. Tengo otro inconveniente: me gusta quedarme con los champús de los hoteles, y eso todavía, porque se gasta, igual que los botecitos de mermelada, suavizante, créditos, muestras de colonia; pero yo lo cojo todo, por si acaso. Y tengo una colección de peines, esponjas para limpiar zapatos, calzadores, tapones para los oídos, antifaces, bolsas de aseo, que no tiro por si me hacen falta, pero no usaré jamás. De estas cosas hay que  retractarse antes de que la fama lo asalte  a uno. No debe pillarte desprevenido. Habría de confesar públicamente estos horribles pecados. Pero lo peor de todo, es que no tengo talentos. Si me preguntan ¿usted cómo se definiría? Ni idea. ¿Qué es lo que más le gusta hacer? En blanco. ¿Cual es su próximo destino de vacaciones? ¿El del año pasado? Que prefiere mar o montaña? ¿Cerdo o ternera? Besugo o lubina? ¿Café o postre? 

Vamos a ver, sí. Tengo planes. Yo quiero irme a vivir a Nava, comprar pan en Agapita, (Eusebio), tomarme un botellín de los del fondo del congelador en el Abeto. Y después de uno otro, quedarme en la mesa del banco desde el aperitivo hasta que Emilio me eche. Quiero que mis nietos vengan a casa y tratarles a lametazos, hacerles sus comidas favoritas y mimarles un montón. Celebrar todo en casa, poner mesas enormes con manteles de lino blanco. Y reírnos. Y brindar. Y disfrutar. Quiero que si un día no salgo de casa alguien se alarme. Quiero que se pasen por casa sin llamar a tomar café o un vino mis amigos. Quiero largas veladas. No quiero una vida de altibajos y emociones, pero tampoco tenerlo todo medido. Que haya un sobre la marcha, improvisar. Quiero vivir en paz y con alegría, quiero queda me llamen por gusto. Quiero a mi familia cerca y mucha conversación. Pero con ese plan no da para una entrevista. 


10/09/2021

ACEITUNEROS ALTIVOS

 

No hay cosa más cateta que un olivo mal podado. ¿A quién se le ocurre? Deberían quitar el carné de ingeniero a más de uno. La poda de diseño del olivo  es como construir un puente de Calatrava: un despropósito. Ya se puede empeñar el alcalde de tu pueblo en plantar un puente del suizo o un olivo con forma de ratón en una glorieta, la respuesta honesta deb ser no. 

Es imprescindible hacer acopio de un mínimo de principios. Pero no de los que se cambian si no le gustan al contrario. Principios de los buenos. La dignidad está para algo. No para pasar sin saludar, no para ofenderse por bobadas. Ser digno es ponerse una vez rojo antes que ciento amarillo. 

No me refiero con podar, a quitar los chupones del olivo. No. No me refiero a limpiarlo para que crezca alegre y sano. No. No me refiero a eso, si no al capricho del político de turno, que derrocha el presupuesto que maneja, en bobadas. Pero  tonterías que se ven mucho. Y vaya si se ven. Como esos olivos pobrecitos, que ocupan glorietas, rotondas, redondas, o como quieran llamarlas, con sus centenarias copas, no digo ya podadas, quedan mermadas, capitidisminuidas, esculpidas al amparo de la inspiración o el gusto de algún paleto con ínfulas, ya sean figuras geométricas o cualquier otro sinsentido. Del noble tronco nace con dificultad un conjunto de ramas talladas ad hoc en forma de taburetes, esferas o ramilletes de caramelos. ¿Que tiene de malo la copa del olivo? Parecen caniches maltratados. 

¿Que dirían ustedes, andaluces de Jaén? Aceituneros altivos. ¿De quién son esos olivos? No pertenecen a la perspectiva que advierte de la llegada de Despeñaperros. No son el horizonte que anuncia el inconfundible olor  a aceite antes de ser virgen. No son olivos que forman lineas paralelas las mires de lado o de frente. No ocupan surcos iguales. No rellenan y dan forma a las laderas. No nos hacen entender el relieve. No. 

Salpican como monumentos absurdos los cruces de caminos. Reivindico el olivo auténtico, bello en su crecimiento, longevo, retorcido su tronco, generoso en su fruto. Y digo no a los olivos Chupachups. Porque me parece una bobada, un disparate. ¡Ea!