Seguidores

27/06/2023

LA VIDA AMABLE

A veces los amigos expresan mejor que uno lo que tú  sientes. Eso, que no es nuevo, me ha vuelto a ocurrir hace poco "Me he dado cuenta que hasta ahora (aunque en ocasiones no lo viese) la vida ha sido amable conmigo y ya no …ya no volverá a ser nunca igual."

Esas palabras, salen de la boca de un amigo que está pasando el peor de sus trances. Que es el primero de otro, lo sabe, porque ya nada volverá a ser lo mismo. Es en las cosas en las que no podemos defendernos, donde nos damos cuenta de nuestra vulnerabilidad. Y de nuestra buena suerte. O de la amabilidad de la vida. Ese momento en que solo hay preguntas en tu cabeza ¿por qué? ¿Por qué tiene que suceder esto? ¿Qué he hecho mal o para merecerlo? ¿por qué a mí?, incluso; como si el hecho de que le sucediera a otro, fuera a mitigar el dolor, el horror, lo fuera a hacer más pequeño. Cuando se agolpan las preguntas sobre la injusticia, es el momento en que cambia la curva de la vida. Es el punto de inflexión.

El mío fue cuando murió padre. No era una niña, no, pero es que no hay edad para ser huérfano. Hasta entonces la vida también había sido amable conmigo. Y en ocasiones no lo vi. No fui agradecida. O no lo bastante. Todas las lágrimas anteriores, todas las heridas, fueron consecuencia de mis actos, de mi estupidez, de mi ignorancia, de mi arrogancia, de mi intrépida alegría, de no medir las consecuencias. Por ir sin frenos, contracorriente, me estampé mil veces. Por impaciente, cometí muchos errores. Por no hacer caso, por destacar, por soberbia, inseguridad, mil veces me caí y tengo las rodillas llenas de marcas, de costras antiguas. Pero tuve opción siempre, pude elegir, estuvo en mi mano rectificar. Hasta que ya no pude. Cuando murió padre. Ese fue el momento de combarse la vida. ¿Tuve pérdidas antes? sí, claro. Pero no disparates más allá de lo humano. Todo entraba en mi dimensión. La vida había sido amable conmigo. Me manejé hasta entonces en esa escala de dolor en la que uno se puede moverse, aunque la sienta inmensa. La subjetividad es egoísta y trastoca la percepción, te deja sin perspectiva.

Hasta que murió padre, mi padre, papá. Desde que él murió ya nada volvió a ser lo mismo. A partir de ahí perdí el control y los mandos de lo que en mi vida ocurría. La fuerza de un terremoto que altera el curso de los ríos, el dolor de una guerra se desató a mi alrededor y asoló mis bases y mi corazón.

Tenía y he tenido muchos amigos con otra suerte. Amigos con los que la vida no fue amable en absoluto. Una hermana que muere sin rebasar los años que se cuentan con las manos, casi recién hecha casi la primera  comunión. Con el corazón tan blanco, como decía Marías. Un padre que se va sin avisar, que se lo come la muerte en un instante. Primogénitos que pasaron a ser cabeza de familia sin ser casi mayores de edad. Maduraron de un chispazo. Accidentes horribles. Un marido traidor, una esposa borracha. Vidas rotas. Un hermano devorado por la droga, infeliz a pesar de su magia, un padre que te abandona. Ruinas, desahucios, enfermedades tempranas y arrasadoras. Mezquindad humana que envenena. Dolores que nadie entiende cómo, pero se soportan. Y que no dependen de uno.

Conmigo la vida había sido amable. Muy amable. Y no era consciente o al menos no lo suficientemente. Ahora siento que debía tener un ángel protector, de la guarda, que no dejaba que nada ni nadie me tocara, que me evitaba el dolor verdadero. Viví guarecida. Aunque yo eligiera en sentido contrario, por el carril de los malos, evité los peligros sin saberlo. No por inteligencia. Sólo el miedo me detenía. Quizá eran mis propios padres, mis ángeles guardianes. Ahora que lo pienso es lo único que cuadra. Con la discreción, con el amor, la constancia, el amor, que solo un padre puede dar, usaban su varita mágica conmigo. Y no dejaban quebrar la burbuja refugio que confeccionaron cuando nací.

A partir de la enfermedad que se llevó a padre, de su muerte, la amabilidad desapareció de golpe y porrazo. Es como si yo hubiera sido hasta entonces una niña mimada. Vivía en una cuya casa donde se seguían bebiendo botellines y no litronas. Ajena a la maldad, restricciones, miserias y avatares que la vida depara y centrada en el ombligo de una eterna inmadurez.

Por eso gracias, gracias a la vida, que ha sido amable conmigo