Seguidores

03/12/2019

ESTAR JODIDO


Estar jodido es ponerte a llorar porque no encuentras aparcamiento. Estar jodido es ponerte a llorar porque se te ha enfriado el café, has olvidado poner el tapón a la bañera o se te ha pasado la hora del telediario; porque ves marcharse el autobús cuando llegas a la parada, porque se ha estropeado tu jersey favorito en la lavadora. Estar jodido es ese desconsuelo que le empapa a uno por una de pipas. Porque se ha acabado la pasta de dientes o el papel higiénico. Eso sí. Nada como el cielo de Madrid para devolverte la fe en que hay que seguir.

Estar jodido es comer sin hambre. Atracarse hasta el dolor de tripa y el empacho. Estar jodido es no comer o tener un apetito desordenado. Estar jodido a veces leva a beber, a fumar, a llorar, a hacer muchas estupideces, o a no hacer nada en absoluto. Estar jodido enferma. Un alma rota hace daño al cuerpo que la aloja, porque no sabe qué hacer ante la parte etérea y pura de su estructura, que es su motor.

Estar jodido es arrastrar los pies como Gurb arrastraba la lengua. Plomo en el alma. Los niños ven a través, como los animales. Acarician y miman las almas rotas. A lametazos quieren levantarlos.

Cuando alguien está jodido hay que ayudarle, aunque no se deje. Hay que cuidarle, aunque se niegue. Hay que mimarle, aunque se resista. Aunque se enfade. Porque estar jodido es subjetivo. No juegue nadie al y yo más. A cada uno la vida y sus compases le afecta de una manera. Ni mejor ni peor. Alguien decía: “todo depende de cómo te lo montes”. Lo de estar jodido además es que muchas veces no se nota. El alma solo es visible para aquellos que dominan la aristocracia de las emociones. Y más un alma en pena. Como lo esencial, es invisible al común de los mortales. Pero entonces, el alma ve el cielo de Madrid y alucina de la suerte que tiene, de poder mirarlo otra vez. Porque estar jodido no es para siempre. Pero es una mierda mientras tanto. Con perdón.


02/12/2019

SER BORDE ES GRATIS


Ser borde es gratis. Pero también lo es ser agradecido y amable. No cuesta un duro. Un euro, perdón. El esfuerzo necesario es idéntico para ser un cretino y para no serlo. Me atrevería a afirmar que casi cuesta menos ser buena gente. Eso sin contar con la parte egoísta que supone la gratificación, porque lo bueno vuelve siempre. O casi siempre. Que no es lo mismo, pero es igual.

Por ejemplo: ese empleado público, ese que está de cara al público. (De careto, a veces). Ese que realiza y acomete un servicio público. No está detrás del mostrador para ladrar. Si no le oyes o no sabes que hay que hablar por el interfono, no tiene porqué regañarte. Y aunque pase horas diciendo lo mismo: "Ventanilla 35, ¿ha traído la tarjeta sanitaria? ¿Nombre? Un momentito por favor" O "¡esta foto no se ajusta a las dimensiones requeridas para el pasaporte!, o "no señor, no encuentro la denuncia de su vehículo cuando le aparcaron en doble fila y llegó tarde a coger un avión". O "esa declaración de la renta de su madre la tiene que presentar ella o alguien con autorización firmada, se lo dije la semana pasada, adjunte copia del DNI". Repite peroratas y se aburre. Me da igual. Cualquiera de esos comentarios puede ser un mordisco o una caricia. Porque cuando alguien va doblado de dolor al médico lo que quiere es un "no se preocupe " no un "las 12:54 es la primera hora que le puedo dar, mire la cola que hay, decídase". Cuando uno va al médico con el dolor que sea, ha mirado en internet todos los remedios y los diagnósticos; ha hablado con amigos batas blanca que le han aturdido la razón e inoculado el pánico. Cuando uno va solo al médico quiere cariñitos, no digo yo que la empleada de turno salga a darte un achuchón. Pero que no te muerda. Puñetas. Ya ni qué decir tiene, dentro del hospital, ese enfermo desamparado por el miedo. Es cierto que la mayoría de médicos y enfermeras son fenomenales. Honrosas excepciones hay en todas partes. Quizá estos chavales que han sacado 14 de media para entrar en medicina. Han sacrificado la adolescencia. Y se han dejado los codos y las coderas para hacer el MIR; se enfrenten con la miseria de sueldos de la medicina pública y atormentan a sus pacientes con injusticia por su propia mala fortuna. Ese es otro tema. Que habrá que arreglar. Por lo general, a pesar del esfuerzo y la escasa recompensa médicos y enfermeros son empáticos y hacen honor su profesión. Sin pedir nada a cambio. En realidad, el sueldo es mísero, los turnos, la precariedad; pero la decepción mayúscula es que no hay doctor House, no está Grey con su anatomía, que urgencias no es Urgencias, que no existe el Doctor en Alaska. Que no hay amores perfectos de batas verdes o blancas. Que los pies se hinchan al final del día, en fin, que la realidad no es exactamente lo que imaginaban.

Igual ocurre cuando va uno a poner una denuncia en la comisaría de policía porque le han atropellado, se le olvidan los papeles, normal, tiene un ojo a la virulé y el tobillo tamaño muslo. No es para que le echen la bronca, sino una mano. Pero no al cuello. Hay mil situaciones, de queja o petición de auxilio, “mis vecinos me insultan”, “mi hijo está encerrado por error en un país extranjero de cuyo nombre no es que no pueda acordarme, es que ni lo conozco”. “Me han robado en el metro, no le he visto la cara, no me acuerdo dónde fue”. “No sé qué llevaba puesto ni qué dentro de mi bolso. Caramelos para los nietos, eso seguro, de Cubalibre que están muy ricos”. “Señora, con esto no puedo hacer nada”. Vamos a ver, no pido que sean Connery quien me atienda, Los Intocables se acabaron, pero un poquito de cintura, amigo. Es verdad, hay mucho policía estupendo. Y guardia civil “buen servicio”. Aunque yo tenga aún un no sé qué, cóctel de respeto y miedo, si me pierdo y dudo entre preguntar a un uniformado o no. No vaya a ser que me confundan con alguien y me lleven a mí a la trena. Cosas más raras han pasado.

 No te digo ya si donde estás es en la cola del paro, para inscribirte por tercera vez en un par de años. Aterrorizado por la perspectiva. Porque de nuevo lo has perdido todo, o casi todo, que no es lo mismo, pero es igual. Dándole vueltas al fin de mes, a cómo contarlo en casa, tus hijos, el colegio, la hipoteca. Y te piden un papelito que se te acaba de caer. No sabes ni de qué hablan. Sientes la bronca sin que la haya. Te basta una gota para echarte a llorar. Bozas.

Ay, ¿a dónde fueron las gracias y por favores? Son gratis, no se venden ni se compran. Pero son fenomenales.