Ser borde es gratis. Pero también lo es ser
agradecido y amable. No cuesta un duro. Un euro, perdón. El esfuerzo necesario
es idéntico para ser un cretino y para no serlo. Me atrevería a afirmar que
casi cuesta menos ser buena gente. Eso sin contar con la parte egoísta que supone
la gratificación, porque lo bueno vuelve siempre. O casi siempre. Que no es lo mismo, pero es igual.
Por ejemplo: ese empleado público, ese que está de
cara al público. (De careto, a veces). Ese que realiza y acomete un servicio
público. No está detrás del mostrador para ladrar. Si no le oyes o no sabes que
hay que hablar por el interfono, no tiene porqué regañarte. Y aunque pase horas
diciendo lo mismo: "Ventanilla 35, ¿ha traído la tarjeta sanitaria? ¿Nombre?
Un momentito por favor" O "¡esta foto no se ajusta a las dimensiones
requeridas para el pasaporte!, o "no señor, no encuentro la denuncia de su
vehículo cuando le aparcaron en doble fila y llegó tarde a coger un avión".
O "esa declaración de la renta de su madre la tiene que presentar ella o
alguien con autorización firmada, se lo dije la semana pasada, adjunte copia
del DNI". Repite peroratas y se aburre. Me da igual. Cualquiera de esos
comentarios puede ser un mordisco o una caricia. Porque cuando alguien va
doblado de dolor al médico lo que quiere es un "no se preocupe " no
un "las 12:54 es la primera hora que le puedo dar, mire la cola que hay,
decídase". Cuando uno va al médico con el dolor que sea, ha mirado en
internet todos los remedios y los diagnósticos; ha hablado con amigos batas
blanca que le han aturdido la razón e inoculado el pánico. Cuando uno va solo
al médico quiere cariñitos, no digo yo que la empleada de turno salga a darte
un achuchón. Pero que no te muerda. Puñetas. Ya ni qué decir tiene, dentro del
hospital, ese enfermo desamparado por el miedo. Es cierto que la mayoría de
médicos y enfermeras son fenomenales. Honrosas excepciones hay en todas partes.
Quizá estos chavales que han sacado 14 de media para entrar en medicina. Han
sacrificado la adolescencia. Y se han dejado los codos y las coderas para hacer
el MIR; se enfrenten con la miseria de sueldos de la medicina pública y
atormentan a sus pacientes con injusticia por su propia mala fortuna. Ese es otro
tema. Que habrá que arreglar. Por lo general, a pesar del esfuerzo y la escasa
recompensa médicos y enfermeros son empáticos y hacen honor su profesión. Sin
pedir nada a cambio. En realidad, el sueldo es mísero, los turnos, la
precariedad; pero la decepción mayúscula es que no hay doctor House, no está
Grey con su anatomía, que urgencias no es Urgencias, que no existe el Doctor en
Alaska. Que no hay amores perfectos de batas verdes o blancas. Que los pies se
hinchan al final del día, en fin, que la realidad no es exactamente lo que
imaginaban.
Igual ocurre cuando va uno a poner una denuncia en
la comisaría de policía porque le han atropellado, se le olvidan los papeles,
normal, tiene un ojo a la virulé y el tobillo tamaño muslo. No es para que le
echen la bronca, sino una mano. Pero no al cuello. Hay mil situaciones, de queja
o petición de auxilio, “mis vecinos me insultan”, “mi hijo está encerrado por
error en un país extranjero de cuyo nombre no es que no pueda acordarme, es que
ni lo conozco”. “Me han robado en el metro, no le he visto la cara, no me
acuerdo dónde fue”. “No sé qué llevaba puesto ni qué dentro de mi bolso.
Caramelos para los nietos, eso seguro, de Cubalibre que están muy ricos”. “Señora,
con esto no puedo hacer nada”. Vamos a ver, no pido que sean Connery quien me
atienda, Los Intocables se acabaron, pero un poquito de cintura, amigo. Es
verdad, hay mucho policía estupendo. Y guardia civil “buen servicio”. Aunque yo
tenga aún un no sé qué, cóctel de respeto y miedo, si me pierdo y dudo entre
preguntar a un uniformado o no. No vaya a ser que me confundan con alguien y me
lleven a mí a la trena. Cosas más raras han pasado.
No te digo ya
si donde estás es en la cola del paro, para inscribirte por tercera vez en un
par de años. Aterrorizado por la perspectiva. Porque de nuevo lo has perdido
todo, o casi todo, que no es lo mismo,
pero es igual. Dándole vueltas al fin de mes, a cómo contarlo en casa, tus
hijos, el colegio, la hipoteca. Y te piden un papelito que se te acaba de caer.
No sabes ni de qué hablan. Sientes la bronca sin que la haya. Te basta una gota
para echarte a llorar. Bozas.
Ay, ¿a dónde fueron las gracias y por favores? Son
gratis, no se venden ni se compran. Pero son fenomenales.