No es solo lo que dice Sinead, es cómo. Que se
desgañita, que casi grita. Que saca notas de donde no hay. Que desgarra el aire
que la rodea. Que deja de respirar y se queda después con todo el aire. Que
hace sangrar corazones helados. Que sube tan alto, arrastrando claves, trepando
por las escalas, que la estratosfera misma tiembla, atraviesa lo etéreo. No es
solo lo que dice. Jo. Se va pronto, queda su voz.
Su voz es de subir el volumen allá donde estés y que
se rompan las ventanas si hace falta. Que se calle el silencio, que se apague
el ruido. Vibra la vida y hoy cobra la muerte una tasa. Se va, y su voz se queda
como regalo, como legado. Ella, de imagen inmaculada en origen. Se fue tatuando
la piel y la cordura, torturada. Cabeza rala. Esos ojos de niña hambrienta. Más
grandes que su cara. Una mirada limpia y amplia como el torrente que le sale cuando
canta con una naturalidad que lo hace sencillo. Ocupa el alma entera. Y su
mirada llena.
¡Qué pena Sinead!
En mi viaje has sido música de compañía, de silencio,
de amor, de camino. Has estado en el fondo mucho tiempo, siempre, dando forma a
un escenario. Ahora eres recuerdo.
De los que se van nos queda la memoria que les hace
estar vivos y de ti, de ti nos queda tu voz que, aunque ya no estés, a través
de ella no vas a morir nunca. Gracias por lo que dejas, porque nada es
comparable contigo. Gracias.