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29/06/2022

INCOMPRENDIDOS


Cuando uno no tiene amigos, se hace artista. Eso es de toda la vida. Sabiduría popular.

Por ejemplo, el escritor. Un escritor sueña con una villa en el centro de Europa, cerca del mar. Donde los paseos y el viento fresco del mañana rellenen sus espacios vacíos. El tabaco y café humeante como inseparables compañeros. 
Los escritores no son más que seres raros, solitarios que no tienen a nadie a quien contar sus historias y las escriben porque se les junta mucho. Seres abyectos, discriminados, aturdidos por el rencor o la pena, el desamor o las miserias.
¿Sería un raro Hans Christian Andersen? Seguro. Leo en la red que se enamoró a menudo de mujeres inaccesibles para él y muchas de sus historias se interpretan como alusiones a sus fracasos sentimentales. Eso, unido a su capacidad para escuchar y a la imaginación que acompaña a la falta de sucesos que destacar en la vida propia, le llevó a reunir en palabras lo que hoy son cuentos tan importantes en la infancia como: El patito feo, El soldadito de plomo, La pequeña cerillera, La sirenita, El traje nuevo del emperador, La princesa y el guisante. Mucha psicoterapia se ahorra uno comprendiendo bien estos cuentos. Los Hermanos Grimm con su Caperucita Roja, Blancanieves, La Cenicienta, Barba Azul, Hänsel y Gretel, Rapunzel, La Bella Durmiente, El Gato con Botas, Juan sin miedo y Pulgarcito, precursores, críticos de una sociedad que bien podía ser la nuestra...¿qué vida social tuvieron esos hermanos, alemanes de Alemania, eruditos? No sé si quiero saberlo. Me quedo con sus cuentos.
Los escritores son los feos de la pandilla, los que no ligan. Son los raros. Los que hablan mucho o no dicen nada. Los que de tan tímidos se dejan el flequillo crecer para esconder la mirada. Parecen furtivos, esquivos, eternos adolescentes de huidiza responsabilidad.
Son escritores los fracasados, los tristes, los refunfuñones, los que añoran la perfección, los melancólicos. Son escritores los que rechazan la realidad por sus defectos. Son escritores esos que eran los niños raros del cole, los que no sabían jugar al fútbol, ellos; a las que no les salía nunca el pino puente, ellas. Son escritores los que no saben bailar, son escritores los refunfuñones. Son escritores los idealistas. Son escritores los que no discuten, los que no viven de verdad, los que se esconden. Son escritores los que veranean en invierno.
Y si no, que se lo digan a JK Rowling, ahora de estirada piel y rubio impecable, otrora calentándose las manos en un café con mitones y escribiendo mientras sus hijos estaban en la guardería. Ya no es la misma. Nunca hubiera existido Hogwarts sin esa precariedad previa, sin esa pena. Porque ¡ojo! El escritor más triste, inventa, crea, monta un mundo de colores que ríete tú de los cómicos. El escritor más solitario, mira Jane Austen, si con 30 años había ya tenía casi escrito su Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Emma y había rechazado unas cuantas proposiciones de matrimonio. Nos dejó historias para dar y tomar. ¿Serían propias? ¿Ajenas? Con esa teoría Fedor D. debió tener una vida de lo más divertida, porque anda que no escribía dramático el tío. Ese plan de Raskolnikov de matar y robar a una vieja usurera despiadada que guarda mucho dinero en su casa. No fue alegre de vida del ruso, creo. Fue un genio.
Saliendo del bucle de los ejemplos, que me enredo y no paro: Un escritor es un voyeur, un mirón, un solitario que desde su cúpula de perfección en la distancia que la soledad alimenta se dedica a observar, a mirar la vida de otros.
Cuando una persona normal viaja, disfruta del paisaje, conversa con otros, besa, come, bebe, se ríe. Cuando viaja un escritor mira a su alrededor, hace fotos mentales de las charlas, de los paisajes, situaciones. Cuando come un escritor escruta el ambiente, graba, toma notas, apunta. Un escritor no vive, un escritor anota para que sea su escrito, su idea, quien le dé la razón en todo. Un escritor controla el dialogo y la vez en la palabra. Y así, dueño y señor de su pequeño mundo en el que manda, en el que nadie le lleva la contraria, vive el escritor. Vive esa vida que él no sabe vivir. Critica usos y costumbres de otros desde el pedestal de la envidia.

O NO

27/06/2022

LA COMIDA ES EL ELEMENTO QUE NOS UNE (CHEF MONGE)

La comida es el elemento que nos une. (https://lacocinadelchefmonge.com/) Y el que nos aburre en ocasiones.

Que nos une la comida no necesita discurso. Resume de un brochazo la idea de familia, amistad, amor, trabajo. Preparar la comida es un acto de amor. Es pensar en el otro. Imaginarle. Intentar agradar. Hasta el punto que no hacerlo, no cocinar, salir a comer, subcontratar hacer la comida para la gente que uno quiere, produce una puñalada, un sentimiento de culpa que se desvanece con esa capacidad que tenemos los humanos de olvidar nuestras propias faltas.

Recuerdo a mi abuela, que siempre tuvo "servicio"; y aunque no fuera ella quien rehogara las verduras antes de mezclarlas para preparar su riquísima menestra, no salía de la cocina hasta que estaba lista, a punto de abandonar fogones adornada con patatas fritas cortadas en perfectos cubos de dimensiones mínimas. Recuerdo esa cocina, donde colgaban cazos y sartenes impolutos, que llegaban a adelgazar hasta la transparencia, de tanto pasar el estropajo. "Sita Paquita, ¿Cuánto pan compro?" preguntaba servil María Luisa en el quicio de la puerta cada día, después de una vida entera comprando una hogaza de pan blanco y dos vienas, para el desayuno. Siempre lo mismo. Después de casi medio siglo haciendo el rosbif siguiendo un precioso procedimiento, el flan, las croquetas, ya quisieran los científicos disponer de tan exquisito protocolo.

Pero también es cierto que hay comidas que son un verdadero coñazo, con perdón. Por ejemplo, los guisantes. Que no es que no me gusten, ¡ojo! Unos guisantes con su jamón no necesitan más. Si el jamón es bueno, mejor. Ese mito de que para guisar no se puede usar jamón del bueno, del negro, es una herencia de la posguerra. Es uno de esos complejos de los que algún día debemos apearnos. Como que no se puede cocinar con champán. Si es Möet, mejor. El caso: los guisantes. Te enfrentas a un plato con colmo de guisantes y es infinito. Esa lomita parece no bajar nunca de cota. ¿Por dónde atacas? La cumbre o la falda. Temes un estropicio de geometría, un derrumbe, un alud que altere la armonía. Otra cosa es si le pones un huevo frito. ¡Ole!. Es que el huevo frito es lo contrario al aburrimiento para el comensal. Al huevo frito se le puede echar muchísimo rollo. Un huevo frito es como un café con conversación, tan caliente que te zampas tres tostadas mientras tanto. El huevo frito se alarga y entretiene el hambre. A padre le gustaba el huevo frito como si fuera una rodaja de merluza rebozada, a otros ese huevo blanco plancha. Según. Que si pan, patatas, chorizo, morcilla, migas. Menos con ensalada, yo creo que pega con todo. "Marida" dirían ahora. ¡Cuánto daño ha hecho máster chef a la cocina y a la comida en general! Incluso más pernicioso lo veo que mismísimo vinagre de Módena.

Para comida entretenida, el cocido. Que no la fabada. El cocido es largo y ancho. Hasta en verano. Las variantes, sin ofender, que cada uno es cada uno; lo mismo. Que si la sopa, con sus fideos. Que a mí me gustan con garbanzos. Que yo me lo tomo todo junto. Yo un poco a poco. El cocido es plato único, primero, segundo y tercero. Gallina o pollo. Tocino blanco, entreverado, morcilla, chorizo, carne, patata, zanahoria, calabaza, col. ¡Qué alegría! Los colores juntos y separados. Los sabores. Y un buen vino. La fabada, si rica, no es tan amena. Y mira que está buena, le echa pulsos a los judiones. Que también. De la Granja. Se me hace la boca agua. Pero no es lo mismo.

En el otro extremo están las espinacas. Ya les puedes poner bechamel, pasas y piñones, mucho Emmenthal, que las espinacas son un petardo de bostezo. Por eso Popeye insistía. Que serán buenas para el tránsito, no lo pongo en duda.  Mucho mejor las acelgas. Con sus pencas, sus hojas verdes, y su patata cocida. Ni mucho ni poco, se puede repetir. "Más aceite, Petra". Un aceite de esos que pica, oliva virgen extra (AOVE ¡Cuánto daño ha hecho Máster Chef a la cocina!). Empanadillas o croquetas que son cual pipa sin huella. Entretienen la conversación. O guiosas, versión importada de la empanadilla de toda la vida. Donde esté una buena croqueta ya pueden hacer el pino las empanadillas, que no.

Al final lo más divertido de comer es el aperitivo. La mesa  baja, los amigos, los hermanos, los padres, decorado todo con comida. Alegría, colores. El queso y las uvas, los picos, regañás, embutido a cascoporro. Que no falte una tortilla de patata con su discusión, poco hecha, con cebolla. Y jamón. Cazuelitas con de todo. Ese picadito de cebolla y atún con su poquito de mayonesa. Un salmorejo de degustación, el dipeo, tan solicitado últimamente (que la pandemia ha perjudicado mucho, sobre todo a los más aprensivos). Zanahorias y apio, como si fuera comida de régimen, para hacer chupa chups con salsas que lo único que llevan son calorías, ese guacamole, hummus, con su aceitito todo, bien regado. Unas tostas con pisto, bacalao con tomate, salmón, lo que haga falta. Y mucha cerveza, y mucho vino y mucha risa, y mucha conversación, y discusiones cruzadas, y muchas risas. Y alguna lágrima. Y un buen vino. Sin taninos, que luego nos duele la cabeza. Café postre y puro. Y una copita. Que no todas las comidas son tan bucólicas y pastoriles, no. Los codos fuera de la mesa, coge bien el tenedor, no se dice no me gusta. Haz caso a tu madre. Caras largas algún día por una salida nocturna, las malas notas, las amistades peligrosas. Problemas en los trabajos de unos, en los estudios de otros. Amores de barra, amores fallidos. Amores en fin. Incluso esas comidas, de palmada en la mesa, de aburrimiento o de discusiones y gritos a veces sin sentido, esas comidas nos unen. ¡Qué mala la soledad a la hora de comer! Padre siempre ponía la mesa, por si acaso y con cuchara.


03/06/2022

¿MERCADILLOS (VINTAGE) O POP UPS O SHOW ROOMS?

¿Y tu?, ¿tú de quién eres? Estaba pensando que una cosa es participar en un mercadillo, mercadillo: Véase el de Nava. Y y otra que no tiene nada que ver, es hacerlo en un Show Room. Calidad, que diría mi amigo noruego. Es como vivir en el barrio de Salamanca, al ladito del Retiro. Calidad. Y "bajar" a desayunar con el periódico en un bar de la calle Castelló. El periódico, ABC, El País (por contrastar) Expansión, Le Monde, FINANCIAL TIMES, The Guardian. Hace falta un ratillo y no tener prisa. Café solo, zumo y tostada con mantequilla. En Almagro, el equivalente, sin el Retiro al lado, es RICHELIEU, con ese aroma a madera, camareros que llaman por su nombre a la clientela sin olvidar el usted. Unos torteles que si no son de Mallorca, lo parecen. Como en el salón de casa. Calidad.

El Mercadillo de Nava, donde Payo y Javier Lafont,  (alias fundido, baloncestista por afición) vendían flautas, que no sé de dónde sacaban; por cierto Ramón se fue, una pena;  el mercadillo de Nava, donde las niñas de la "urba" desplegaban en una mesita collares hechos con pasta de estrellas y macarrones o caracolillos si habían ido al mar. El mercadillo de Nava, donde un espabilado vendía polos caseros que llevaba en una neverita. de toda confianza. Si te pones malo es tu culpa, control de trazabilidad el del que cocina para los que quiere. El mercadillo de Nava, punto de encuentro. El mercadillo se llama ahora Mercadillo Vintage de Navacerrada. No es lo mismo. ¿En qué ha cambiado? El precio del puesto a lo mejor. Y es que no tiene nada que ver Vintage con segunda mano. A mi me molaba el de antes. Con gente de todo tipo. La furgoneta aparcada detrás de cada chiringo. En verano a pasar calor y compadrear. En invierno, si lluvia, no hay sarao. Los gitanos en la zona de sombra voceando las rebajas y ofertones de última hora. Simpáticos. Una señora que vendía relojes rusos, otra que hacía collares imposibles de lucir, maravillosos, pero que pesaban más que la corona de Isabel II, otro con discos y libros, dibujos imposibles. Extendido en el suelo de aquella manera. O con gusto. Según. Como los bocadillos de los que hablaba padre.

Nosotros participamos una vez. La familia. Con unos muebles que la madre de ley conseguía en sus viajes sureños, con entusiasmo, buen gusto y energía. Como es ella. Cargaban el Toyota la mañana del domingo. Cabía la vida entera. Allá que bajaba el clan al pantano. Discusiones y risas eran ingredientes concomitantes. Ya abajo los cuadros alegraban la imagen y conjuntos  de vajillas; mesas y mesillas; lámparas; sillas, sillones y sofás; figurantes de salones ficticios, para disfrutar del aire libre e incluso el confinado. Los amigos, los cigarros entretenían la mañana. El dinero ganado, al término de la jornada se esfumaba entre berberechos y fino bien frío. Un disfrute en toda regla. Una manera de vivirlo.

Otra cosa es, nada que ver, participar en un Show Room. En estos no hay ese ambiente de regateo, de compadreo. No es lo mismo. No...es lo mismo. Por eso, nada como lanzarse al estrellato. Para estrellarse. Nada como hacerlo sin paracaídas. Sábado por la mañana. Que no tiene uno cosas que hacer, pues por eso. Voy a montar un puesto en un mercadillo. En un espacio, como se dice ahora. No en un local. Ojito. En un espacio. Otra diferencia.

Una época me dio por hacer collares. Y cuando me pongo, me pongo. Mi madre era Penélope, mientras viaja padre ella tejía su punto con destreza y un chéster en el cenicero. Y empecé a producir. Mis motivos tenía. El caso es que me aficioné. No sé si por nervio o terapia. Me ayudaban los parientes a sacar la producción. Se los llevaban a la oficina las cuñadas y los lucían en sus camisetas blancas como modelos de lujo. Una cosa llevaba a la otra. Compraba piedras para hacerlos y los vendía para hacer más, para comprar más piedras, flores, cordones diferentes. Iba cambiando de registro, de idea, de longitud de onda. Intercalaba piedras con flores, cristales con gemas, madera, terciopelo, Jade, Murano, seda, cascabeles. Hasta que se me llenó todo. Hasta que de los cajones salían flores de tela, hilos teñidos. Ya no sé si aprovechaba los viajes para comprar tesoros, con tu ayuda exquisita siempre. Ya no sé si viajaba para comprar piedras y perlas. Amigo o pariente que viajaba, amigo la que subcontrataba un encarguito. Denominación de origen.

Me pareció una idea estupenda ir a un mercadillo. Novata de mí. Llegué con mis bártulos en una maleta (me pareció un ideón) pensé que me había equivocado porque no había nadie mas que la dueña del "espacio". Una maravilla de local, ex restaurante, en el límite de la Guindalera con el barrio de Salamanca. Corazón madrileño con alma de barrio, aunque no sea Chamberí. Que es el centro, vale, pero hay muchos centros y encontrar el epi no es tarea fácil. Ventanas largas, que no altas, espacio garaje. Techos ad hoc. Instalaciones a la vista. Tuberías de plata, luces directas. Focos de acción.

Me dispongo a organizarme entre borriquetas y la paciencia que Dios me ha dado para escuchar las quejas ajenas. Hace falta valor. Hay diferencias en la distribución de espacios.  A mí todo me vale. Llegan las profesionales y algún gesto se tuerce. Hay quien vende maravillosos vestidos bordados a mano, de niño y mujer. Tienen cosas preciosas. Unas telas que la creadora inventa e imprime... Unos precios. Pero lo mejor es lenguaje. Todas (no soy de podemos, es que son chicas, mujeres todas) se alaban entre ellas. ¡Ay que cosas más ideales! Míralo, Fulanita, ¿a que es ideal?. Me encanta, me encanta y me encanta. Me rechifla. Pero por favor, si es como lo que le llevas puesto, no me puede gustar más. Ideal. Y todas se prueban lo de todas. ¿Cómo me ves? Ideal. Te queda pinchado. Está hecho para ti. Si yo esto lo hago por hobby. ¡Ole! Por hobby. Esto es una paliza. Y yo de espectadora ilustrada que no invisible. 

Lo mejor, las risas entre compis de chiringo. Yo, que ando reticente a la vida social, me doy un baño de risas ese sábado, me rebozo en compadreo tipo marcadillo de Nava. ¿Te traigo algo? ¿Cómo no vas a comer? Me he traído mandarinas. Pero hija que eso no es nada. Tengo reservas, no se preocupe. Mi hermana me trae avituallamiento ¡un inglés! y al baño voy cuando vienen a verme mis fieles, las economistas de lujo. Por no pedir, como decía mi padre. Pide cuando necesites. Pues no. Relaciones distintas, apoyo al desconocido. Conocer cosas nuevas. Coincidencias. Y un tío que vendía toallas de playa que se convertían en bolsos. Ojito, que lo tiene patentado. Eso sí, pido no llevar la bolsa, porque caber lo mismo que en el Toyota, la playa entera. Unas amigas vendiendo calcetines de todo tipo, majísimas. Otra con ropa de verano, pareos y bañadores tan elegantes que lo mismo puedes ir a cenar sin cambiarte. ¿Me cuidas el puesto? La flaquita, madre de familia enorme, que borda y dibuja sus propias telas. Nido de abeja que me lleva a comuniones y fiestas de L a infancia y sandwich mixto. Bañadores de chico a precio. Y en la esquina, con un cestito lleno de sugus, unas hermanas con ropa exquisita, diferente, única, preciosa. La marca tiene nombre de cuento. De cuento son las blusas, los vestidos, cada prenda que venden. Todo eso y mucho más, y yo con mis collares y mis servilleteros. Mi primera venta: a una señora del barrio, es que yo estoy sola, me llevo uno servilletero para un día que me haga una comida especial. Gracias. Dos euros.