La comida es el elemento que nos une. (https://lacocinadelchefmonge.com/) Y el que nos aburre en ocasiones.
Que nos une la comida no necesita
discurso. Resume de un brochazo la idea de familia, amistad, amor, trabajo.
Preparar la comida es un acto de amor. Es pensar en el otro. Imaginarle.
Intentar agradar. Hasta el punto que no hacerlo, no cocinar, salir a comer,
subcontratar hacer la comida para la gente que uno quiere, produce una
puñalada, un sentimiento de culpa que se desvanece con esa capacidad que
tenemos los humanos de olvidar nuestras propias faltas.
Recuerdo a mi abuela, que siempre tuvo "servicio"; y aunque no fuera ella quien rehogara las verduras antes de mezclarlas para preparar su riquísima menestra, no salía de la cocina hasta que estaba lista, a punto de abandonar fogones adornada con patatas fritas cortadas en perfectos cubos de dimensiones mínimas. Recuerdo esa cocina, donde colgaban cazos y sartenes impolutos, que llegaban a adelgazar hasta la transparencia, de tanto pasar el estropajo. "Sita Paquita, ¿Cuánto pan compro?" preguntaba servil María Luisa en el quicio de la puerta cada día, después de una vida entera comprando una hogaza de pan blanco y dos vienas, para el desayuno. Siempre lo mismo. Después de casi medio siglo haciendo el rosbif siguiendo un precioso procedimiento, el flan, las croquetas, ya quisieran los científicos disponer de tan exquisito protocolo.
Pero también es cierto que hay comidas que son un verdadero coñazo, con perdón. Por ejemplo, los guisantes. Que no es que no me gusten, ¡ojo! Unos guisantes con su jamón no necesitan más. Si el jamón es bueno, mejor. Ese mito de que para guisar no se puede usar jamón del bueno, del negro, es una herencia de la posguerra. Es uno de esos complejos de los que algún día debemos apearnos. Como que no se puede cocinar con champán. Si es Möet, mejor. El caso: los guisantes. Te enfrentas a un plato con colmo de guisantes y es infinito. Esa lomita parece no bajar nunca de cota. ¿Por dónde atacas? La cumbre o la falda. Temes un estropicio de geometría, un derrumbe, un alud que altere la armonía. Otra cosa es si le pones un huevo frito. ¡Ole!. Es que el huevo frito es lo contrario al aburrimiento para el comensal. Al huevo frito se le puede echar muchísimo rollo. Un huevo frito es como un café con conversación, tan caliente que te zampas tres tostadas mientras tanto. El huevo frito se alarga y entretiene el hambre. A padre le gustaba el huevo frito como si fuera una rodaja de merluza rebozada, a otros ese huevo blanco plancha. Según. Que si pan, patatas, chorizo, morcilla, migas. Menos con ensalada, yo creo que pega con todo. "Marida" dirían ahora. ¡Cuánto daño ha hecho máster chef a la cocina y a la comida en general! Incluso más pernicioso lo veo que mismísimo vinagre de Módena.
Para comida entretenida, el cocido. Que no la fabada. El cocido es largo y ancho. Hasta en verano. Las variantes, sin ofender, que cada uno es cada uno; lo mismo. Que si la sopa, con sus fideos. Que a mí me gustan con garbanzos. Que yo me lo tomo todo junto. Yo un poco a poco. El cocido es plato único, primero, segundo y tercero. Gallina o pollo. Tocino blanco, entreverado, morcilla, chorizo, carne, patata, zanahoria, calabaza, col. ¡Qué alegría! Los colores juntos y separados. Los sabores. Y un buen vino. La fabada, si rica, no es tan amena. Y mira que está buena, le echa pulsos a los judiones. Que también. De la Granja. Se me hace la boca agua. Pero no es lo mismo.
En el otro extremo están las espinacas. Ya les puedes poner bechamel, pasas y piñones, mucho Emmenthal, que las espinacas son un petardo de bostezo. Por eso Popeye insistía. Que serán buenas para el tránsito, no lo pongo en duda. Mucho mejor las acelgas. Con sus pencas, sus hojas verdes, y su patata cocida. Ni mucho ni poco, se puede repetir. "Más aceite, Petra". Un aceite de esos que pica, oliva virgen extra (AOVE ¡Cuánto daño ha hecho Máster Chef a la cocina!). Empanadillas o croquetas que son cual pipa sin huella. Entretienen la conversación. O guiosas, versión importada de la empanadilla de toda la vida. Donde esté una buena croqueta ya pueden hacer el pino las empanadillas, que no.
Al final lo más divertido de comer es
el aperitivo. La mesa baja, los amigos,
los hermanos, los padres, decorado todo con comida. Alegría, colores. El queso
y las uvas, los picos, regañás,
embutido a cascoporro. Que no falte una tortilla de patata con su discusión, poco hecha, con cebolla. Y jamón. Cazuelitas
con de todo. Ese picadito de cebolla y atún con su poquito de mayonesa. Un
salmorejo de degustación, el dipeo,
tan solicitado últimamente (que la pandemia ha perjudicado mucho, sobre todo a
los más aprensivos). Zanahorias y apio, como si fuera comida de régimen, para
hacer chupa chups con salsas que lo único que llevan son calorías, ese
guacamole, hummus, con su aceitito todo, bien regado. Unas tostas con pisto,
bacalao con tomate, salmón, lo que haga falta. Y mucha cerveza, y mucho vino y
mucha risa, y mucha conversación, y discusiones cruzadas, y muchas risas. Y
alguna lágrima. Y un buen vino. Sin taninos, que luego nos duele la cabeza.
Café postre y puro. Y una copita. Que no todas las comidas son tan bucólicas y
pastoriles, no. Los codos fuera de la mesa, coge bien el tenedor, no se dice no
me gusta. Haz caso a tu madre. Caras largas algún día por una salida nocturna,
las malas notas, las amistades peligrosas. Problemas en los trabajos de unos,
en los estudios de otros. Amores de barra, amores fallidos. Amores en fin.
Incluso esas comidas, de palmada en la mesa, de aburrimiento o de discusiones y
gritos a veces sin sentido, esas comidas nos unen. ¡Qué mala la soledad a la
hora de comer! Padre siempre ponía la mesa, por si acaso y con cuchara.
De acuerdo en todo menos en los guisantes y las espinacas que me encantan
ResponderEliminarY a mí!!!!!
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