La infancia consiste fundamentalmente en que el poder y la responsabilidad y el control lo tiene el padre, o la madre. El adulto responsable al fin y al cabo. Esté donde esté, el padre, o la madre lo saben todo y todo lo pueden controlar. Tienen ojos en la nuca y rayos equis para ver a través de sus cabecitas qué es lo que les pasa. Puede adivinar lo que ha pasado en su clase en el colé aunque estén a mile kilómetros. Tocando su frente no solo notan su tienen fiebre, adivinan el menú o quien se ha portado mal en el patio. No lo adivinan. Lo saben. Hay quien dice que tienen magia los padres...y la pierden después. No sé lo que es.
Entiendo que se trata de una fase del aprendizaje. El bebé humano es el mas torpe de todos los bebés: No sabe andar hasta que lleva al menos un año fuera de la tripa de la madre. Ésta lo amamanta, unos tres meses si no es más, y después no es que se busque la vida para ver qué hay por ahí para echarse al gaznate, sino que no puede tomar otra cosa más que leche, papillas... Y así va madurando. Pero tiene en principio una dependencia casi total esencialmente de la madre. Una dependencia maravillosa, para la madre que solo con sacarse la teta, cambiarle el pañal o cubrirle/destaparle tiene asegurada un 90% de la felicidad de su bebé.
Después empiezan las preguntas. Para todo los padres tienen respuesta. Los padres ven cosas que los niños no saben que se ven porque son inocentes. Y entonces los padres son fuertes y sabios y poderosos. Son heroes a veces. Pero llega el día en que ya no tienen respuesta para todo. No saben si sus amigos están en el parque o si ha visto película chula en la televisión. No saben a qué hora llega el autobús ni si el atasco se disolverá en un minuto o se instalará en la tarde como una visita pesada. Poco a poco el niño se hace adulto y se separa del padre buscando sus respuestas. Porque ya no le valen todas.
Pero lo peor no es para un padre al salir a la calle con tu hijo vestido de verano y que esté jarreando cuando le acaba de asegurar que no llovía. Lo peor no es ver como se arruinan sus alpargatas en los charcos que llenan las aceras. Lo peor no es su cara de decepción. Ni siquiera la pulmonía que se puede coger. Es peor pensar que lo va a pasar mal y no puede hacer nada por evitarlo. Que va a estar todo el día con los pies mojados. Que olerán las alpargatas por el esparto empapado. Que será objeto de mofa. Que sufrirá. Y que no podrá hacer nada por evitarlo. No podrá coger su cuerpecito y ahogar su llanto en su pecho. No le darán los brazos para calmar su dolor. Y ese momento en el que ya no puede diluir su pena y asimilarla es cuando sabe que preferiría padecer el todos y cada uno de los dolores y disgustos que necesariamente padecerá su hijo. Pero no puede cambiarse por él. Solo le queda haberlo hecho lo mejor posible, que su hijo sea fuerte y sepa vivir con alegría,que no le hagan faenas, que si se las hacen lo encaje bien... En fin. Daría cualquier cosa por volver a tener la capacidad de cambiar el llanto por la risa con solo abrazarle.
Entiendo que se trata de una fase del aprendizaje. El bebé humano es el mas torpe de todos los bebés: No sabe andar hasta que lleva al menos un año fuera de la tripa de la madre. Ésta lo amamanta, unos tres meses si no es más, y después no es que se busque la vida para ver qué hay por ahí para echarse al gaznate, sino que no puede tomar otra cosa más que leche, papillas... Y así va madurando. Pero tiene en principio una dependencia casi total esencialmente de la madre. Una dependencia maravillosa, para la madre que solo con sacarse la teta, cambiarle el pañal o cubrirle/destaparle tiene asegurada un 90% de la felicidad de su bebé.
Después empiezan las preguntas. Para todo los padres tienen respuesta. Los padres ven cosas que los niños no saben que se ven porque son inocentes. Y entonces los padres son fuertes y sabios y poderosos. Son heroes a veces. Pero llega el día en que ya no tienen respuesta para todo. No saben si sus amigos están en el parque o si ha visto película chula en la televisión. No saben a qué hora llega el autobús ni si el atasco se disolverá en un minuto o se instalará en la tarde como una visita pesada. Poco a poco el niño se hace adulto y se separa del padre buscando sus respuestas. Porque ya no le valen todas.
Pero lo peor no es para un padre al salir a la calle con tu hijo vestido de verano y que esté jarreando cuando le acaba de asegurar que no llovía. Lo peor no es ver como se arruinan sus alpargatas en los charcos que llenan las aceras. Lo peor no es su cara de decepción. Ni siquiera la pulmonía que se puede coger. Es peor pensar que lo va a pasar mal y no puede hacer nada por evitarlo. Que va a estar todo el día con los pies mojados. Que olerán las alpargatas por el esparto empapado. Que será objeto de mofa. Que sufrirá. Y que no podrá hacer nada por evitarlo. No podrá coger su cuerpecito y ahogar su llanto en su pecho. No le darán los brazos para calmar su dolor. Y ese momento en el que ya no puede diluir su pena y asimilarla es cuando sabe que preferiría padecer el todos y cada uno de los dolores y disgustos que necesariamente padecerá su hijo. Pero no puede cambiarse por él. Solo le queda haberlo hecho lo mejor posible, que su hijo sea fuerte y sepa vivir con alegría,que no le hagan faenas, que si se las hacen lo encaje bien... En fin. Daría cualquier cosa por volver a tener la capacidad de cambiar el llanto por la risa con solo abrazarle.
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