En las casas hay un misterio que no tiene respuesta conocida. Éste tiene matices intrínsecos a cada hogar, y diferencia a cada uno de ellos. Se trata del misterio de los envases o recipientes de cualquier tipo vacíos.
Por ejemplo en mi casa desaparecía la bechamel. Mi madre hacía bechamel para croquetas y la dejaba en una gran bandeja metálica en la nevera para que endureciera un poco y poder hacer las croquetas al día siguiente. Cuando la masa estaba un poco líquida aun era fácil coger un poco con una cuchara y disimular la intervención. A medida que avanzaba la tarde se hacía mas complicado tapar los huecos. Si mi madre tardaba más de un día en darle a las cucharas y al pan rallado no había croquetas. La bandeja seguía ocupando su sitio en la nevera, impecablemente rebañada. También desaparecía el tomate frito casero, a base de mojar con pan, aunque parezca imposible. Después de la parafernalia de hacer el tomate, incluido toda la cocina moteada de rojo a pesar de la concienzuda distribución de papel de plata por todas las superficies. No hacía falta reducirlo, ya se reducía solito en la nevera. Los restos de tarta, los filetes rusos, el chocolate. Había muchos objetivos. Pero con un factor común, dejar el recipiente impoluto en su sitio. Recipiente o papel correspondiente. En el caso del chocolate ambos, el de plata interior y el envoltorio. Si era posible, mejor dejarlo con forma, abultado, como si hubiera algo dentro.
Conozco otras casas en las que el objetivo eran las latas de leche condensada: un poquito, total, por una cucharada no se va a notar. Van apareciendo cucharas de distintos miembros de la familia que abren la nevera y se esconden tras la puerta. Cada uno come solo esa pizca, cada cinco minutos, diez. En una tarde pueden desaparecer una o dos latas de leche condensada. Por supuesto nadie tira esas latas vacías, con sus tapas relamida, impolutas por fuera, que parecen nuevas.
¿Y si hablamos de las patatas fritas? Vienen invitados a casa y la madre o el padre prepararan vasos y cervezas, copas para el vino, unos cuencos donde poner los frutos secos y las aceitunas, y otros más grandes para esas patatas fritas 'La Montaña' con un poco de salsa 'Perrys' que es un regalo para un viernes por la tarde. Al fondo de la despensa, en su sitio, está la bolsa hinchada y vacía de las patatas 'La montaña'. Es imposible culpar a nadie. Han sido todos. Pero ese último que se come la última patata, las últimas migas no tiene el valor de tirar la bolsa a la basura porque entonces cuando pregunten estará claro que le declararán culpable. Y tendrá que asumir la gula de todos. Es fácil convencerse a uno mismo de que aún queda algo.
En la televisión había un anuncio de fuet que era así. Real como la vida. Del clavito de la cocina colgaba dignamente el cordón del salchichón a la media hora de haber llegado la compra a casa. Para que quedara constancia de que había existido.
Hay verdaderos expertos en la técnica del vaciado y se desarrollan grandes habilidades. Pero nadie tiene el arma secreta para acabar con el misterio. Se puede congelar la bechamel, esconder el chocolate y las patatas. Alguien lo encontrará y si no es así, se corre el riesgo de que ni siquiera el que esconde recuerda dónde lo ha hecho. Creo que es mejor resignarse a la realidad. No hay valor para instalar cámaras. Todos los miembros de la familia están implicados.
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