El
Petri era marido, padre, hijo, fotógrafo e ingeniero de caminos. El orden
de los factores no altera el producto. De entre sus virtudes conmutativas hay
que resaltar sin duda su finísimo sentido del humor.
Un día, Auro se cayó. Auro era su
chica, su ex novia, su mujer. Se cayó y él y sus dos hijos, varones
quinceañeros, decidieron encargarse de hacer la comida: Espaguetis. El primer
día les quedaron crudos, a pesar de llenar el techo de ejemplares intentando
comprobar el grado de cocción. El segundo día estaban blandos, excesivamente
blandos, se habían pasado. Al llegar el fin de semana le cogieron el punto al
tiempo. Nunca echaban la pasta en el agua antes de que empezara a hervir,
removían cuidadosamente el contenido recién vertido para evitar aglomeraciones
en los extremos y que se pegaran al fondo de la cazuela algunas unidades.
Consiguieron que no salieran en grupos adheridos por sus extremos. Bien cocida
la parte libre, incomestible la pegada. Y es que hacer pasta no es tan fácil.
Es un mito eso de que la pasta está chupada de hacer y lo haría un niño. Un
niño espabilado y atento.
Durante la primera semana de baja de
Auro, lo de menos era que sobrara o no comida, estaba tan mal hecha que se
tiraban los restos. Excesivamente cocidos o sin hacer. Las sobras iban a la
basura tras intentos fallidos de mejorarlas con un buen tomate frito, o cualquier
invento que se les ocurriera. Cual pecios en la orilla, eran abandonados. Pero
pasados unos diez días de pruebas y hambre, el Petri, con su mente analítica,
apuntaba tiempos y resultados, tomaba nota del procedimiento seguido y el
producto que cada vez obtenía, hasta que logró el famoso espagueti al dente. El
techo acabó lleno de líneas serpenteantes, entre los que se quedaban pegados y
duros y los que caían...era esa época en la que en España no se nos daba bien
la pasta y la teoría decía que había que tirarlos al techo. No recuerdo qué
tenía que ocurrir, que se quedaran o no pegados. El Petri probó hasta lograr un
bonito decorado cenital.
Al cabo de esos días, la pasta salía
impecable, se le podía añadir aceite, tomate crudo o frito... Empezó el Petri y
familia, a disfrutar de comer pasta un día tras otro, con todas sus variaciones
con y sin repetición. El caso entonces fue la cantidad. O hacían de más o no
tenían bastante y les rugía el estómago a los tres devoradores al cabo de media
hora. Cuando el problema era la escasez, la solución era un bocata, pero cuando
sobraba comida ellos y su habilidad con el film transparente, que les era un absoluto
desconocido. Dejaban los restos en la cazuela y por la noche encontraban unos
alambres capaces de romper cualquier empaste. Aquí un hábil cocinero me dirá:
"Se pesa", Tantos gramos por persona, es una ración, rezan las
recetas de cocina, tantos son siempre más menos algo... No le valía, Y tenía
fundadas razones para su incredulidad. Un ama de casa calcula a ojímetro. Ya.
El nuevo reto fue la cantidad. El Petri
empezó a pesar y a anotar. Y descubrió algo increíble: La longitud del
espagueti es una constante universal. Los 25 cm del espagueti son como el
número pi, pero sin decimales. Un palmo: sencillo y eficaz. Por tanto se podía
asociar la sección con la ración, pensó el Petri. Tras un mes a régimen
estricto descubrió que la unidad de medida era el centímetro cuadrado (por la
longitud del espagueti). Eso era una ración normal, grande dos.
Con este descubrimiento del que nadie
habla trabajó Petrirena el ingeniero. Petrirena el padre, el marido. Quería
fabricar un medidor sencillo, un instrumento útil,...Empezó a poner
condiciones:
- Debía ser de una sola pieza. Sin
elementos móviles
- Debía ser de un material noble:
madera preferiblemente.
- Sencillo de encontrar. Con un gancho
para poder colgarlo en cualquier sitio
- No poda ser frágil. Huir del cristal
o la cerámica.
- Preferiblemente no conductor.
- Fácil de usar y sencillo de fabricar.
- Debía ser versátil, es decir, un solo
espagómetro debía servir para cualquier número de comensales. Eso implicaba la incorporación
de al menos tres números primos (uno, dos, tres y cinco incorporó finalmente)
….
Y así nació el espagómetro de
Petrirena, del que solo hay dos ejemplares, con sus correspondientes instrucciones.
La redacción de éstas fue angular para que mi padre se desternillara de risa y
nos hiciera llorar con su amigo Manolo durante una comida en la que
escenificaron como si de dos azafatas de vuelo se trataran, las virtudes y
ventajas del uso del medidor.
Los modernos y marisabidillos me dirán
que hay pasta de todas las medidas....Con todas las pistas que tienen ¡QUE
INVENTEN OTRO!