Mi
tío se fue de viaje a Vietnam. A conocer mundo, de turismo. Entró en un local,
al que no se puede llamar tienda ni taller, donde se acumulaban toneladas de
telas, sedas, algodones, hilos de colores y un ejército de costureras. Le
tomaron medidas y desde entonces le hacen los trajes de chaqueta allí. Cada
tanto recibe un paquete envuelto con delicadeza y estrena. Es solo el principio.
La
globalización es una tienda de arreglos regentada por un clan chino en la zona
Bronx de la Prospe. Entra una sevillana residente en el Viso, con el corazón y
el acento allende Despeñaperros, bolso de Loewe en ristre. Sus dos hijas tan
andaluzas y tan guapas como ella la escoltan. Melena desordenada perfecta hasta
la cintura. Vestidas con estudiado descuido. Transmiten la armonía familiar que
da saber que navegas con el mismo rumbo. Mientras, el padre da unas bolas en
Puerta de Hierro. Han quedado a tomar el aperitivo en José Luis.
La
madre le dibuja a la china más joven, que es la que mejor chapurrea español, el
traje que quiere, le pinta los volantes y escribe el número en caracteres
arábigos, cinco en el vuelo, tres en la manga. Cuello de pico de escote
discreto. Elige la tela rosa palo con lunares negros. Y el forro. También
dibuja la espalda con apertura que indica prudencia. Soy mujer casada y madre.
Respeto. Pero aún tengo una bonita columna de la que presumir. Llevará el moño
alto con algún mechón perdido haciendo carambolas en la nuca.
La
hija pequeña también lleva los deberes hechos, la madre es portavoz de su
vestido: la tela de un verde tallo de margarita con lunares del mismo color
pero dos tonos menos. El escote más atrevido tanto de frente como de espalda. No
ha cumplido 18. Puede presumir de porte y apellido. La hermana mayor va por su
cuenta. Lleva recortes de revistas de moda preparados y su traje es rompedor.
Tanto en la tela como en el corte. El estampado es de cuadros, insólito. Ante
el gesto resignado de la madre que fue hija ejemplar y nunca eligió ser
diferente. Y me ha ido muy bien, tú
sabrás. Que ya eres mayorcita.
“Bueno,
ya está todo, ¡no! Habrá que probarse, ¿cuándo venimos?” La china joven mira a
su madre, que no ha abierto la boca: ”Vente”. La madre del Sur se sorprende y
sonríe “¿Cómo 'vente'...veinte de febrero?” La joven oriental tiene la libreta
en la mano, llena de caracteres chinos, mira a su madre y al calendario. No ha
pestañeado, ni falta que hace. “Vente ablil”. A las puertas de la feria, la
andaluza está ya en la caseta, morros rojos, su marido le ofrece una copa de
manzanilla. Y de pronto todo se desvanece. “¡Nooooo, noo, no. Yo el 24 de abril
estoy en Sevilla, mi niña, con el traje hecho, el 20 estoy bajando pa’Sevilla.”
La chavala sonríe, ahora entiende las prisas. “¡Ah!, ¿tiene fiesta?” No da
crédito la sevillana. Que haya alguien en el mundo que no sepa que el mundo se
para en la Feria de Abril “¿Cómo fiesta? La Feria, niña, la feria. Cucha, me
pregunta si tengo una fiesta”. En Oriente llevan otro calendario “¿Felia?. Nosotlos
mucho tlabajo . No Felia”
Y
es que ahora en esa esquina lo mismo te arreglan un Loden, que lo copian, que
te cogen los bajos de los uniformes de los niños o te imitan el traje de novia
de tu madre. No hace falta alquilar esmoquin porque son magas. Prácticamente
sin probarte son capaces de reproducir o escalar o remedar lo que se les ponga
por delante.
Y
eso es la Globalización. Uangú haciéndole un traje para la feria a Carmen, con
toda la gracia y el salero del mundo. Que no hace falta haber nacido donde la torre
del oro para poner volantes a una falda y coser un traje de gitana como Dios manda.
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