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22/09/2017

LOS HIJOS DE MIS AMIGOS SON MAYORES QUE YO


El niño tiene 35 años. Es imposible, porque yo, que nací ahora hace más de 52, me acuerdo de cuando su madre se embarazó. Recuerdo el susto. Oigo las medias palabras. Contar o no. Estoy viendo el revuelo que se organizó en nuestras vidas en ese momento que quizá fue un punto de inflexión. La silla de montar, la hipérbola. Todo con ese embarazo. Que no fue mío, pero fue nuestro. Seguimos de cerca las emociones adversas, las alegrías y la confusión de un bebé que iba a nacer cuando nosotros, los que hubiéramos podido ser madres o padres, recién salíamos de nuestra infancia. Recuerdo a esos futuros abuelos, jóvenes y lozanos: unos felices, otros reprimiendo el oprobio. Unos con el qué dirán en run run y los otros plenos de alegría ante la vida que venía, que no la enfermedad, Que sospechaban por la actitud arisca y distante, de la niña madre.

Y resulta que ahora el niño tiene 35, es médico en el ramón y Cajal y su barba pica. No puede ser. No tiene sentido que sea mayor que nosotros. Yo no entendía a mi abuela cuando decía que ella tenía 28 años. Su pelo morado, sus dedos huesos hermosos. Su  porte esbelto. Faldas largas, camisas de seda. Elegante y altiva. Cuello de astracán, collar de perlas. Pero sobre todo, mi padre y mis tíos, que habían cumplido más de 40 todos. Pues mi abuela cada año cumplía 28. Ahora lo entiendo todo. Cada uno tiene una edad ancla, de la cual no es que no quiera desprenderse. Simplemente esos son los años que tiene. Por mucho que diga el calendario.

Para los sin-hijos el asunto de la edad ancla es mucho más sencillo. Porque nunca les pasan, ni por la izquierda ni por la derecha. Ellos sí pueden ser Peter Pan. Aunque somos todos iguales. Tenemos nuestro ancla. Que no es zona de confort. Es un punto gordo y feliz de nuestra vida alrededor del cual queremos seguir girando.

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