Hace unos años, no tantos como pueda parecer, llamar por teléfono tenía su gracia. En ocasiones eran actos
de coraje. He oído
un anuncio en la radio que empieza así "cariño, que estoy con los
compañeros de trabajo, no me esperes levantada" y la mujer contesta
cariñosa "tu pásatelo bien”. Eso es lo que se puede calificar como una
llamada de teléfono valiente. La evolución,
y el nacimiento de los móviles, nos ha hecho pusilánimes. Nos aleja. Escribir una carta tiene un alto nivel de
compromiso y digamos de 'valor'. Requiere reflexionar, juntarte con tu pena y tu alegría. Acordarte del otro. Hacerle llegar tu vida para acertarle a ti. Llamar a una casa es distinto, claro. Pero también requiere una preparación, concentrarse, pensar en el otro. Estructurar un poco lo que quieres contar, tu plan, tu historia. Ese gusanillo que se implantaba en tu centro de gravedad, próximo al ombligo, con el temor a que el padre contestara, o a que no estuviera en casa y algún cretino se te hubiera adelantado para proponer un plan. Quemando quedaba el auricular al cabo del rato si la conversación había cuajado. Tu oreja plana y colorada y una sonrisa imborrable llenando tu cara. Por no hablar del miedo a escuchar "dile que no estoy", que se podía oír nítido a través de los dedos de tu hermano que no tapaban todos los agujerillos del auricular. Y tu hermano "díselo tú" en canalla venganza conservada en frio.
Ahora te llaman al móvil, que tienes silenciado. Oficialmente por no distraerte, por no molestar. En realidad: Para tener el control. Suena el móvil, miras la pantalla y si
te da la gana, no contestas. Puedes
ignorar la llamada, rechazarla, dejar que suene... Puedes hacer que el otro no tenga ni idea de si
es que no querías o no podías hablar. Pospones la decisión de tu mentira o excusa al
momento que te venga bien. Te has convertido en un capitán de las sardinas. Usas la tecnología
para protegerte y evitar tomar partido, para no enfrentarte. Ya le contarás
luego que estabas ocupado, no lo oíste o no te sonó. Lo que se te ocurra.
El colmo es bloquear a alguien. Me parece canalla. Ya no solo es la
falta de sorpresa al descolgar lo que se pierde, porque tienes grabados los números, incluso con fotos asociadas; sino que se adquiere el poder de eliminar a
alguien de tu lista de contactos porque sí. Lo que puede ser
una herramienta útil contra acosadores en realidad se usa para no resolver
conflictos entre amigos o amores. Para no enfrentarte. Te bloqueo y punto. ¿Qué manera es esa de comunicarnos?
Cuanto más avanzan las posibilidades, cuanto más sencillo lo tenemos, más mezquinos nos volvemos. ¿De qué absurdo poder nos sentimos imbuidos
para permitirnos no dejar que un amigo nos vuelva a escribir, a llamar? Nos queremos acercar a
los Dioses. Era mucho más sano contestar, oir su voz, que te revive el conflicto y te ayuda a perdonar.
Es bueno el esfuerzo por recordar el número de ese nuevo amigo,
que has buscado en la guía, o has conseguido tras investigar con otros conocidos. Preguntar disimulando tu
interés para que no te tomaran el pelo y empiecen a hacer preguntas. Hacer el
esfuerzo. Estar atento.
El mayor del usuario hoy es perder su lista de contactos. Lo que yo pienso: Bienvenida sea la caducidad programada. Hacer una limpia viene bien. 600 contactos es un disparate. Su se te estropea el móvil da gracias a Dios. Liberarás espacio sin recurrir a un informático. Harás una purga natural para acercarte a lo esencial. Los números de teléfono importantes caben en una tarjeta de visita, de cartón, escritos con un Bic.
El mayor del usuario hoy es perder su lista de contactos. Lo que yo pienso: Bienvenida sea la caducidad programada. Hacer una limpia viene bien. 600 contactos es un disparate. Su se te estropea el móvil da gracias a Dios. Liberarás espacio sin recurrir a un informático. Harás una purga natural para acercarte a lo esencial. Los números de teléfono importantes caben en una tarjeta de visita, de cartón, escritos con un Bic.
Ahora apuesto a que si miramos nuestra lista de contactos no hemos
hablado con la mitad de ellos en los últimos dos años. Y no nos sabemos el
número de nuestros mejores amigos. Eso sí. Estamos en un grupo de
"guasap" del trabajo, en otro de hermanos, en el de cuñado, padres,
pádel. Ya no llamamos ni para felicitar un cumpleaños. Ni para dar un pésame. Mucha
comunicación incomunicada, sin contacto. Porque cuando no puedes tocar al menos
te consuelas con oír. Ya ni eso. Mensaje al canto y se acabó.
Anda, llámame a casa. A lo mejor dejo de comunicar.
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