¿Cuándo fue la última vez
que viste un documental? Yo, en el sofá de casa de mis padres, hace mucho
tiempo. Cuando había que levantarse a cambiar de canal. Mi padre ponía "la
dos", la segunda cadena. Se quedaba frito. Según él, sin roncar y sin la
camisa fuera. Así era. No estaba dormido. Pensaba. Verdad. En cuanto los
ronquidos inexistentes tapaban el sonido de Félix Rodriguez de la Fuente
hablando por enésima vez del majestuoso planeo del águila real sobre los
Monegros, sigilosamente alguno se levantaba a cambiar de canal. Zas. ¿Qué vais
a poner? ¿Sería verdad que velaba?
En fin, los documentales de
otra época, los del NODO, con la familia Alcaide haciendo tres viajes para su
viaje a Robledo de Chavela y poder llevar a los 19 (hijos) más padres y algún
amiguete, imagino. Documentales sobre concentraciones políticas. Ahora el
documental tiene otro formato. Todo el mundo jura haber visto Informe Semanal,
que es y ha sido siempre de espíritu fino y elegante. Apuesto a que la mayoría se lo han dormido. A
pesar de su indiscutible interés. Y pasión. En la era del ‘zaping’ el
documental tiene poca capacidad de sobrevivir. Menos ‘DANCING BETTHOVEN’.
DANCING BEETHOVEN, dirigido
por Arantxa Aguirre, hay que verlo de rodillas. Es lo más bonito de lo que he
podido disfrutar últimamente. Autorizado para todos los públicos y recomendado
para cualquier edad. Es una maravilla. Ocupé un asiento canalla; tanto es así que, a pesar de mi evidente
y pertinaz miopía, no necesité gafas ni siquiera para leer los subtítulos. Los primeros
diez minutos sufrí por los rigores de la digestión y a punto estuve de sucumbir
en los brazos de Morfeo. Pero a partir de mi primera inintencionada e
inoportuna cabezada de pronto los ojos y los oídos se me abrieron. Todos los sentidos alerta; y no dejé de
sonreír, de disfrutar, de llenarme de música e imágenes. Volaron los minutos
como los bailarines, voló el instante que duró la proyección. Deseé que no acabara y poder seguir entendiendo la
música, oyéndola, viéndola. Gracias Arantxa.
Al salir del cine me
encontré con un amigo de la infancia, como Arantxa. Él seguía sentado. Los ojos
llenos de lágrimas. La mirada fija. Me dieron ganas de abrazarle porque en mi cara seguía pintada y grabada una sonrisa enorme. Fue una emoción tan bonita que a nadie le he
contado lo que vi. Sólo lo que sentí. Sólo que cuando lo recuerdo, sigue erizándoseme la piel.
GRACIAS Arantxa. Suerte.