Este
verano he estado tentada en varias ocasiones de usar de ChatGPT para cosas de
lo más variopintas. No se trata de hacer trampas. He buscado un atajo. Todo por
no hablar. Por no preguntar. Por ver qué dice. Decisiones trascendentes que no soy capaz de tomar, tipo
“me pongo la camiseta roja me pongo la camiseta azul”, muy propias del estío y
el hastío, del aburrimiento tipo verano a la antigua. Y otras cosas que me
guardo.
Pero
lo de ayer fue diferente. Mi hija se ha iba a ver a una amiga por su cumple. Es
un viaje largo, que hace todos los años, desde que se conocieron. La amiga vive
en Pontevedra. Mi hija en Madrid. Sale el viernes y vuelve el domingo. Todos
los finales de verano, igual. Una paliza. Está en la edad.
Con
el tema de los incendios de este verano estábamos preocupadas por si se
fastidiaba el viaje. Además de consternadas por la devastación que las llamas
han dejado, por la desolación del negro que ha teñido los campos verdes del
norte. Esas antorchas inmensas que iluminaban la noche y el miedo. Trenes
suspendidos durante días, parecía una consecuencia leve frente a la magnitud de
la tragedia. Pero uno vive con su día a día, con su vista miope. No vemos de
lejos. Te mueves en las distancias cortas, con lo que está a tu alcance. Podré
o no podré ir a Galicia. Como lo de la camiseta. Recibió confirmación de que
todo estaba en orden. Bueno. Eso sí.
España en llamas. Cuando el bosque se quema, algo tuyo se quema. Todos contra
el fuego. (Campaña de prevención de incendios de 1990, para los que tienen la
memoria corta, como mi vista) Está es mi pullita. Ya vale con echarle la culpa
de todo al cambio climático. Se la podemos echar a las asíntotas.
El
caso es que hubo confirmación de billete y viaje. Adiós adiós. Pásalo bien. El viaje empezó con un momento de esos de aguantar la respiración y uf posterior. La
llevó mi ex novio y padre de la criatura. Salieron en moto hacia el sur por la
Castellana. Para dar la vuelta. Pasaron Colón, el Museo de Cera en la orilla derecha, La biblioteca Nacional en la izquierda; Cibeles El Banco de España y Correos, donde trabajó el abuelo. Cuando llegaron a
Neptuno la niña preguntó “cuando vas a dar la vuelta?”. Él: “¡coño! Es verdad
que los trenes a Galicia salen de Chamartín” .
Porque era agosto e iban en moto, si no, no llegan. Él es un sherpa, se
orienta a oscuras. Es un Apache, detecta las huellas por instinto. Pues se iba a
Atocha. Normal. Llego a ser yo quien la lleva y pierde el tren. Ya me pasó una vez llevando a mi madre a la estación, ella
iba a Valladolid a ver a los hermanos. Pero nosotras nos bajamos, teníamos
Atendo, que funciona bien pero lento. Y cuando ya estaba sentadita madre en la
silla de ruedas ‘mierda’. Lo mismo.
El
tren salía 18:08. Me llamó mi hija, que ya estaba en la estación. Todo en
orden. No había salido la vía (18:05) Me pone al día con la anécdota sobre el
lío con la estación. Cuelga. A las 18:30 se me ocurre preguntar al ChatGPT si
el Alvia de las tal sale con retraso. Mi
hija con esto de las tecnologías me ha compartido ubicación. Harta de mis
angustias nocturnas por imaginarla tirada en una cuneta. Seccionada a
proporciones iguales. Mi imaginación se alimenta con las series policiacas a
las que soy adicta. Harta de llamadas en medio del chunda chunda (ahora esa música
de gorra con visera hacia atrás). Harta de “no sé para qué tienes el móvil si
no lo coges”. El caso es que dispongo de la información, y sin llamar, para no
preocupar, compruebo que sigue en la estación. La veo incluso acercarse al
andén. Es alucinante. Un poco más y me entero de si fuma o no. Viene, va, habrá
salido ya la vía, va al baño, no que ese es el de chicos. Vuelva al andén. Me
siento un CSI sin carné. Mientras tanto, el ChatGPT me dice que están
cancelados todos los trenes a Galicia por los incendios. Ha consultado la
página de Renfe, la de Adif y la información de la cadena SER, (cita fuentes,
todo muy profesional ). Compruebo la fecha, en efecto, 29 de agosto del 25,
hora 18:40, 18:50... Confirmo que la chavala sigue en la estación según la
ubicación compartida. Debe estar de los nervios. No llamo. Le pregunto al chat
qué pasa con los usuarios de esos trenes. Me contesta que mire la página del
operador. Yo ya he mirado la página de Renfe, de Adif, si hubiera página del
AVE o del Alvia ya la tendría en favoritos. Estoy enfadada con el chat. ¡Se
creerá que soy idiota!. Esas páginas o no hay quien las entienda o tienen
estructura carpetovetónica. Se lo indico (no mi opinión sobre la modernidad de
los operadores), le digo que mire él, para eso le he preguntado. “Vale, lo
miro”, me contesta dócil. Me informa de que los viajeros dispondrán de
servicios alternativos como autobuses o se les devolverá el dinero a los
usuarios. Son las 19:00, 19:30 y estoy
de los nervios. Por la ubicación, que de pronto viene y se va, veo que
al menos ya no está en la estación. Parece que es la 607. ¿Frente al Mesón de
Fuencarral? ¿A qué lado? Entonces sí está en el tren. ¡No! Parece la carretera.
Pienso que le va a dar un parrús. A este ritmo, esa cena que le tenían
preparada es una entelequia. No quiero preguntar y le escribo y le hablo de su
batería, de la de su teléfono móvil, me contesta tan pancha que se le van los
datos, pero que tiene pilas y cargador. Ni mu de si va en tren o en un Cabify
despendolado con muchas botellitas de agua y revistas para el entretenimiento.
Otra opción es imaginarla en un “autobús de línea “ despendolado o ya el colmo,
compartiendo coche tipo BlaBlaCar con indocumentados borrachines de destino
incierto. A las 22:45 me mensajea sin yo preguntar, me confirma (de refilón) que
va en el tren y no ha llegado. El mensaje es más o menos. “pero cuando llega
este puñetero tren” de donde deduzco que el ALVIA no se ha cancelado, es más,
está llegando a destino. Se torea sola del cabreo que lleva. Pero yo estoy
tranquila de que vaya sobre carriles y no en carretera con un loco al volante
que solo quiere llegar para cobrar y hacer otro carrera. No sé cómo he podido
aguantarme y no llamar. Ni que practicara meditación como Javi. Zen. Y el Chat
sigue diciendo que está suspendido el servicio. A más a más, los fines de
semana habrá obras de mantenimiento en la vía. ¡Hasta nueva orden! Por cierto,
no vuelvo a mirar la ubicación. Lo que tenga que ser, será.
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