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29/11/2016

DEPORTES DE CABALLEROS

Como en todo en la vida: siempre hay clases, categorías. Para ganar y perder. A la hora de vivir y sufrir o ser feliz. Se nota el último hervor, la cocción perfecta. Al fin y al cabo; la educación.


El deporte no es una excepción. Dicen que el rugby es un deporte de bestias jugado por caballeros. Son conocidas las cervezas después de los partidos entre equipos rivales. No solo es que se dan la manos al acabar el encuentro. Es que son amigos. Y si no lo son más a mi favor. Se comportan
 
Igualito que el fútbol. Ese Ronaldo metiendo el sexto gol en el tiempo añadido de un partido cuyo resultado acabó en 6-0. Para mas inri lo celebra despelotándose ante un público fervoroso y entregado que grita su nombre enloquecido. NO GUSTA, a mí no me gusta. ¿Cuándo se ha visto tomar una copa al entrenador del Madrid y al del Barsa? Da igual después de un partido o cuando. Son enemigos.
 
El baloncesto no llega a ser el rugby, pero cuando un rival saca más de diez puntos al otro y especialmente y le dobla, o está siendo una victoria fácil y holgada, la ultima posesión de balón no es abusiva nunca cuando es el equipo ganador quien dispone de esos 30 segundos. He visto no tirar a canasta y sacar la pelota del campo a falta de segundos para dar la mano al contrincante y no humillarle. ¿Qué necesidad hay?

Pues bien, esto se aprende desde la cuna. He visto canchas de un deporte x practicado por niños, protegidas por cristales de seguridad para que ellos no oigan los insultos que propinan los amantes padres al equipo contrario, al entrenador, árbitro o a quien corresponda. He visto niños decirles a sus padres "papá, mamá, no os metáis que nos descalifican". Ese padre con la vena del cuello latiendo que grita con su chándal de lujo y bebiéndose una tras otra latas de cerveza, a su hijo que corre en el barro intentando no esnafrarse para darle satisfacción. Solo para eso. Estamos educando a monstruos. Yo quiero que vuelva el rugby

 
 
 
 

YO EN LONDRES SOY UN PIVON

La perspectiva y viajar van juntos. Son sumandos de una ecuación que siempre da positivo. Alejarse es la manera de ver las cosas con ojos objetivos y serenos. Mirar desde fuera aporta muchos datos para entender. Es una cuestión de perspectiva, cambia el ángulo, míralo desde arriba, desde abajo. No eres el ombligo del mundo. Abre esas enormes orejas y esos ojos, usa tus piernas y camina. Sal de tu zona de confort. Y aprende.


Muchos hombres sabios estudiaron los problemas que más agravan la convivencia, el atocinamiento que pensar que más allá de las fronteras de tu pueblo no hay nada es casi más severo que el dramático hecho de ser analfabeto. Lo último tiene solución, a base de esfuerzo y  trabajo. Ser un paleto mental, un lerdo, no tiene arreglo. Bueno, lo tiene: Viajar. Pero hay que dar ese salto.
 
Valga como ejemplo la experiencia propia. Años 90. Principios. En Madrid todo eran tías buenas y/o chavalas modernísimas a las que cualquier cosa les sentaba bien. Yo, estudiante de ingeniería y gafotas, no me consideraba parte del pastel. Ellas igual podían llevar unas Dr. Martens que un zapatito de salón, manoletina o alpargata....que con cualquier zarria estaban divinas. Chaquetones enormes, vestidos cortos, tachuelas...daba igual. Sin embargo tu/yo, alma de cántaro, desempolvabas el armario entero, te probabas toda tu ropa, la de parientes y amigos hasta salir de casa hecha una cuadro, mal peinada y sintiéndote el patito feo en ese mundo de cisnes.
 
Tú te crees que y Londres es la cuna de la moda, de lo moderno, de lo cool. Y lo es. Pero al dar el salto, coger la energía para salir de tu caracola, empezabas a creer en ti. Un poco. Pero lo más sorprendente era llegar a la facultad y que te preguntaran si eras francesa, ¡JAAAA! Esa si que es buena. Y a continuación si te dedicabas a hacer pases de modelo. ¡Qué risa! ¿Cómo cuento yo esto en Madrid? Y es que la perspectiva ayuda a la libertad, a no estar constreñido por rutinas y estereotipos impuestos en el pequeño grupo social en el que te mueves. Salir al aire, sentir el frío, el miedo a lo desconocido, quitarte de tatuajes te abren la mente. Y no hay nada más bello que una mente abierta.

Es imposible ser un cateto si viajas. Aliméntate de culturas y sabores distintos. Solo así serás capaz de tolerar, y entender. Es parecido a madurar. Y aquí vuelve el padre, que tuvo siempre esa capacidad, de escuchar a cualquiera, se ser libre, viajar y aprender hasta el último segundo que le quedó para respirar.



QUE COSA FUERA CORAZON, QUE COSA FUERA

Mi amiga confiesa que ella es de trencas. Que le encantan las trencas. Que se compraría trencas cada invierno si no racionalizara cada solsticio al llegar el frío y parara su instinto al mirar en su armario, en el que cuelga la que se compró el año anterior, con su etiqueta. No llegó a usarla. Y es que le gustan de todos tipos y colores, calentitas, con borrego, sin borrego, con huesos como botones, con botones enormes de madera. Siempre con capucha. ¿Qué sería de una trenca sin capucha? ¿Qué cosa fuera la maza sin cantera? ¿Qué cosa fuera corazón, que cosa fuera?

Ante tamaña confesión yo me doy cuenta de que mi debilidad son los jerséis. Destapo la caja de Pandora de mi debilidad. Recuerdo el libro de Senda. ¿o qué será? Salen los vientos representados en cintas de colores. No sé en qué acabará esto. En especial me privan los jerséis color crudo o blanco. Me vuelven loca completamente. Es ver un jersey crudo y sentir inmediatamente que lo necesito. Me llama, uno porque tiene ochos. El otro, el cuello cerradito que queda genial con una camisa debajo. Y aquél abierto sin botones, es justo el que va con los vaqueros. Me pondría como broche esa enorme de flor que tengo. Suena la alarma. No compres jerséis. ¡No más pulóveres blancos! Es mi armario que protesta. No puede con el monocromo. El albero inunda mis cajones.

Yo me burlaba de mi hermana cuando llegaba exhausta y emocionada tras una tarde de compras con su falda nueva: negra. “¿Te gusta?” La sonrisa pintada carmín en su rostro, iluminándolo. Me sentía incapaz de apreciar la diferencia entre esa falda negra y las otras mil que colgaban de sus perchas. Ella se molestaba mucho. ¡No tiene nada que ver! Esta tiene una abertura lateral y, además, queda por debajo justo de la rodilla. Ésta es de sport, ésta de lana, esa de tubo. ¡No tienes ni idea! En efecto, hay tantas faldas negras como jerséis crudos o trencas.

Cada uno tiene su trenca. Mi madre la tiene con los anillos gigantes. Le cubren la falange entera, con algunos no puede doblar bien el dedo pues casi le cubren el nudillo. Quedan genial si fumas, con sus reflejos, brillos, sus colores, perlas variadas, dorados y platas. Debería hacer una exposición. Imagino una enorme tabla de madera con sus joyas ordenadas en un perfecto desorden. Un cuadro de luces. Al menos los anillos son pequeños en comparación con las trencas o los jerséis blancos. Con una caja se resuelve el problema de almacenamiento. Los anillos, además, los hay de todos los precios. Ahora que están las tiendas de los chinos, esta es una pasión más o menos económica. Falsas perlas y diamantes se regalan por un par de euros. Total, son casi de usar y tirar. Peor son los amantes de los zapatos y si tienen un pie grande ¡para qué contar!

En fin. Las pasiones son intransferibles. Incomprensibles. Llámalo manía. Si fueras especialista seguro que sacabas punta al asunto y me decías algo interesante o absurdo respecto a mi personalidad, un trastorno leve debido a una pasión escondida. Yo sé que me gustan los jerséis crudos porque me recuerdan a la arena de la playa. Me imagino la tarde cayendo y que empieza a soplar la brisa marina del atardecer. El cielo cambiando de color y juntándose con el agua en el horizonte. Cualquier jersey crudo combina con la ropa del mar. Un vestido de flores que asoma bajo la cintura. Es puro romanticismo. Abro mi armario y ya puedo oler a sal. Me veo paseando por la arena fría. Noto el calor en la espalda porque me quedé dormida leyendo al sol. Se mezcla mi color tostado con las ronchas de sal. Sin vacaciones, ¿qué menos que la arena en mi armario? ¿Qué cosa fuera? ¿Qué cosa fuera la maza sin cantera?


27/11/2016

CUANDO ESO OCURRE YA NADA VUELVE A SER LO MISMO

Y de pronto llega, desde el pretérito perfecto, la frase justa. Arriban las palabras que enhebran eso que estás sintiendo, ese dolor desconocido, ajeno a todo lo que te ha ocurrido en tu vida hasta ese momento, distinto a cualquier pena, a cualquier pasión. "CUANDO ESO OCURRE YA NADA VUELVE A SER LO MISMO"
 
Empieza la pena a borbotones. Sigue la incredulidad. Desconcierto. Luego un enfado con no sabes muy bien quién. Vuelve la incredulidad. Se mezcla todo con una simple ausencia temporal. Disfrazas la pérdida con una separación más larga de lo habitual. Quizá un viaje, un hace mucho que no nos vemos. Cuando de pronto vuelve como un mazazo la sentencia. Y otra vez es cierto que se ha ido. Esta vez para siempre. Para siempre. ¿Cuánto es eso?
¿Cuándo te puedo llamar para contarte el último logro de uno de tus nietos? ¿Cuándo vienes a comer que hemos hecho croquetas? ¿Cuándo vas a estar mejor y nos subimos a Peñalara? ¿Cuándo damos la vuelta entera al pantano? Ese gin tónic de por la tarde cuando el cielo cambia...¿no vas a tomarlo? Te he puesto hielos, no muchos, ginebra hasta 10 (en número, son más de dos cifras) y poco más. No toda la tónica. ¿Has visto el cielo? La misma foto. El mismo sitio. La misma hora. Ese es un cielo de Anunciación. Ese es de tormenta. Ese es rarísimo. Ese dice que va a nevar. Pero cada día es diferente. Igual que el camino de ida siempre es distinto al de vuelta.
Y no me dices nada de este vestido "¿pero de veras te gusta eso que te estás poniendo? tan corto, tan transparente, tan escaso y tan ceñida". Que como salga a la calle voy a morirme de frío si salgo así. Dime algo. Todo me recuerda a ti. Los olores, las palabras de los otros. Las noticias. Pienso en qué hubieras dicho ante tal o cual suceso. No puedo evitar tenerte presente. Pero sé que no estás. ¿O no lo sé? ¿O sí estás? Quizá fue todo un mal sueño.
 
Y vendrá al cabo, la aceptación, resignarnos a tu recuerdo tras un duelo largo y oscuro. Dejas un hueco enorme. Ahí quedará.
 
Llenabas mucho. Es verdad.
 
No. No perdono a la muerte enamorada. No perdono a la vida desatenta.
 
Recuerdo un recuerdo tuyo. Bajaste del monte, no del campo, con una historia: Te habías encontrado a un niño solo y asustado en el camino, subiendo a la fuente de las campanillas por ejemplo. Le dijiste "te has perdido?" Y él "si", llorando. Y tú "ven". Anduvisteis juntos un rato. Habías visto, en un claro, a un grupo de gente con mantel de cuadros, mantas extendidas., tortillas de patatas, filetes empanados y nevera azul. Balones cruzando la tranquilidad de la mañana. Cambiaste el itinerario para llevar al niño al claro. Cuando estabais llegando, después de contarle de lo bosques y la importancia de no salirse nunca del camino, paraste un segundo y le preguntaste "entonces, qué es lo mas importante cuando se sale al monte a pasear" él te miro con respeto y expectación. Y tú dijiste "llevar un buen calzado". El niño sonrió, te dijo adiós y echó a correr hacia su familia después de un "adiós señor". Tras los arbustos, discreto comprobaste la alegría de los padres que ya habían empezado a inquietarse, o no, por la ausencia y ante las preguntas de cómo había encontrado el camino de vuelta el niño se giró y señaló el hueco entre los árboles donde le habías despedido. No había nadie. El niño creyó en ti. En tu magia.
 
Yo también creo, padre. Debo subir al monte pronto, cuando deje de llover.
 

14/11/2016

A TU QUERIDA MEMORIA


Hay una zona, hay un sitio no de moda.

En la sierra de Madrid, subiendo hacia el Puerto de Navacerrada, pasada la Residencia del Hispano, a la izquierda está el Ventorrillo. Por un camino ancho, tras una valla, se llega a la casa de las Mariposas, y a otras casas forestales. Es terreno de jara, víboras y pinos. Existe otro camino, un poquito más estrecho, algo retirado de la entrada. Esa vereda baja hacia el valle...

Hay una zona, hay un sitio no de moda.

El sendero discurre más o menos entre pinos, en sombra. Pero al llegar a una curva se despeja; y crece, en la margen derecha, un árbol enorme encadenado. De los eslabones cuelga la frase "A TU QUERIDA MEMORIA". Poco importa la historia real; la que yo tengo, es la de una pareja de caminantes. Un matrimonio que hacía el camino con frecuencia y al llegar a ese punto se sentaba a contemplar el valle, al sol. Él o ella faltaron un día y ella o él encadenaron el recuerdo en el pino centenario, dejando holgura para su crecimiento. Se volvieron a sentar en el mismo punto, cada vez que recorrieron el camino, solos. Y allí se homenajearon con el recuerdo.

Hay una zona, hay un sitio no de moda, no hay gente alrededor, ¡solo sus huellas!

He tenido la suerte de ser hija tuya, padre. No creo haber estado nunca a la altura. Y eso me duele ahora, que ya no tengo la oportunidad de remediarlo y que tu lo veas. Que tu lo disfrutes. Que te sientas orgulloso. Nunca presumiría. Veo tus huellas en todos los objetos. Cada gesto, cada color, las palabras, todo me recuerda a ti. No te he echado de menos porque siempre has estado. Quizá a una distancia en kilómetros, pero no me hacía falta verte, ni hablar contigo. El teléfono no ha sido un gran amigo tuyo, el último adulto sin móvil murió el 10 de noviembre pasado. Sabía que estabas ahí, sin llamar, sin ir. Sin verte.

Me has enseñado todo lo que soy y sin embargo siento que no he sido capaz de agradecértelo, que no te lo he dicho bastante. Que no te he achuchado lo suficiente. Que nunca te he hecho saber lo mucho que te quiero, lo generoso que has sido conmigo siempre. Tu respeto a mis decisiones, tantas veces erradas. Tu silencio. Tu apoyo incondicional. Aunque no estuvieras de acuerdo. Aunque supieras que estaba cometiendo un error. Tu ayuda. Tu rigor. Tu exigencia. Tu paciencia. Tu bondad. Tu capacidad para tolerar a los demás, para escuchar, para hablar sin criticar. No tenías envidia.

Tengo la sensación de no haber aprovechado lo bastante tu regalo de haber cumplido 82 años siendo mi padre durante 51. No todo el mundo tiene tanta suerte. Tú me dirías 'Cuida de vuestra madre'. 'Cuida de tu marido y de tu hija'. “Cuida de él”, fue tu despedida. Lo hice. No has sabido lo que era la pereza. Tú nunca has necesitado nada. O no lo has pedido. Y no hemos sabido colmarte con todo lo que mereces, que merecías. Dice alguien que te quiere que 'eras diesel'. Es verdad. Lleno de detalles para los demás, pensando en el otro, pero sin necesidades para ti. Y no ha sido por falta de gusto, por no identificar entre lo bueno lo mejor. Porque tu sensibilidad y buen gusto eran evidentes, tus modales impecables. Nos pediste perdón antes de irte. Fuiste, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Ojalá haya un Cielo de verdad, porque ése será tu sitio. Donde puedas volver a pasear, a tomarte un gin tonic al atardecer, donde puedas charlar de tus cosas con los amigos, contar historias a niños y a adultos. Ojalá haya un Cielo porque te deben estar esperando. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta. Padre, cuánto siento tu muerte. Estás en todas partes. El monte me recuerda a ti, los olores, el café. Los gestos cotidianos me recuerdan a ti. Ojalá haya un Cielo, porque estarás allí. Desde que tu corazón, ya terciopelo ajado, dejó de latir, empecé a echarte de menos. Ahora nos queda un vacío que no se va a poder llenar de ninguna forma. Tengo muchas más palabras, pero todas se juntan en una: Gracias.

(la foto de las flores es en Segovia, claro, donde quisiste quedarte)