Hay personas a las que es difícil entender. Empiezan a contar una historia e inmediatamente abren paréntesis. Era el relato de Alejo, que acaba de ser padre. Se han acordado de un detalle imprescindible acerca del protagonista. Que tenía un primo en Alemania, por ejemplo. Solo con nombrar el germánico país centro europeo, no pueden evitar aludir a la rica cerveza que allí se despacha. Describen tipos y colores. Son grandes dibujantes. Mencionan las copas en las que se consume, con tapa algunas. El defecto fundamental es la temperatura, caliente para su gusto. La alusión del calor les lleva sin solución de continuidad al cambio climático. Porque para calor el que han pasado este año en junio. No recuerdan nada igual. No tienen más remedio que meter una cuña de política porque está en contra de los países que no han firmado el protocolo de Kioto. A quienes culpan sin fisuras del cambio climático. De ahí a manifestar su profundo odio al capitalismo hay unas línea tan fina que ni siquiera evita traspasar. Ahora empieza a ser realmente complicado seguir su discurso.
Han abierto tantos paréntesis que el oyente ha olvidado el principio de la historia. Son miles de ventanas, el perplejo interlocutor no sabe si reír o llorar porque no entiende su es una anécdota o una tragedia. Teme meter la pata, ser maleducado. Quizá haya sido despiste suyo, falta de atención.
Entonces ocurre el milagro. Ella (suele ser una ella) vuelve a Alejo, el recién estrenado parte cuyo primo bebe cerveza caliente en Alemania. Cuyo gobierno lucha contra el cambio climático y a pesar de las apariencias no forma parte de lo que considera el eje del capitalismo. Cierra todas las ventanas. Paréntesis redondos, cuadrados y llaves. Fundido en negro. La hija de Alejo es Sara, como su abuela.
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