En
cierto modo, yo, que soy una romántica, no puedo más que revolverme en lo más
profundo ante este comentario sin intención, pero con carga de profundidad. Mi
mente jacobina me impide disfrutar de las ventajas del invento, este espíritu
sufridor del que no sé desapearme, hace que considere más valiosa una bechamel
en sartén. Con el brazo aterido de darle a la cuchara de madera porque me he
equivocado con la cantidad de harina y me voy a pasar haciendo croquetas tres
días; he mandado a mi hijo mayor a por leche, sale despotricando, es domingo y
hace frío; he acabado con las provisiones lácteas de la despensa. La ilusión que
la comida ha producido en su pituitaria y una zalamería que no me es propia han
ablandado al chaval con, el súper está tan cerca de casa que no le da tiempo a
oír una canción a través de esos auriculares que forman parte de su oreja.
Dentro de poco no se los va a poder quitar. No se da cuenta de que se le están
incrustando en la piel. Igual que el bolsillo del vaquero tiene forma de
Samsung. Gasta espuma de afeitar y móvil, pero necesita ayuda para encontrar la
harina. Tiene narices. Curiosa etapa la adolescencia, periodo de tiempo de
duración no acotada, entre el niño y el adulto que a veces ocupa la existencia
entera.
Es
la tercera vez que cambio de sartén. He empezado por una pequeñita, “total, es
un poco de bechamel para las espinacas”, cambio a la mediana y ya voy por la
paella, que no paellera. Puedo hacer espinacas, lasaña, croquetas, lástima de
catering. Pasan por mi imaginación cansada todas las recetas olvidadas de la
Simone, la Marquesa, y no me atrevo a pensar en el libro plastificado en
espiral. Conecto dos fuegos en mi súper cocina de inducción. Todo está
controlado, pero mi brazo ya no responde. Soy imbécil, con un ego que no me
cabe dentro. Lo he vuelto a hacer. Mi Thermomix está llamándome desde el
armario. Se revuele, la oigo “¡Cógeme!” Y yo, erre que erre; con sartén, que
está más rica. Mentira. Es igual. Se me ha pegado. Tengo el fregadero lleno de
cacharros, harina en el desagüe y en la nariz. El libro de recetas ladra en la
estantería, baten sus páginas satinadas. Aletean. Un cubilete de harina, cuatro
de leche, sal y pimienta, aceite o mantequilla y clavo facultativo. Allá tú.
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