En la encimera, lavabo o donde caiga, ese jabón que ha quedado transparente, que es una lámina, que nadie tira. Por si soporta un uso más; queda depositado en una esquina de recuerdos, monumento a la oposición al consumismo, oda al reciclaje, es en realidad símbolo de pereza o de miedo. Una vez más bajo el agua, entre las manos, supondrá su desintegración, y ¡quién sabe si entonces será símbolo del final de los días! Que de mano en mano va, pero nadie osa a tirarlo, como si de una lámina de oro se tratara. Por otra parte, y en general, hay muchos más cepillos de dientes que miembros de la unidad familiar. Y no son utensilios destinados a invitados frecuentes, no. De cerdas blandas o duras, comparten un desgaste sostenido. Es misterio más difícil aun que el del duende de los calcetines el por qué siguen ahí. La llegada de los cepillos eléctricos, para las más exigentes dentaduras, no ha hecho si no confirmar el enigma. Aquellos que son de enchufar, requieren recambios, es frecuente que al sustituir el nuevo por el antiguo, se preserve éste, no vaya a ser. Los que necesitan pilas, hacen que el baño entre en otra dimensión, que requeriría un especial cajón de reciclaje: entre pilas, cargadores y recambios, la cosa se complica. Eso sí, los piños de actriz californiana. Completa la imagen del lavabo esa pasta de dientes, estrujada, apretada por el centro del tubo, retorcida en intentos sucesivos de obtener un mínimo de frescor que echarse a la boca, ese día que no se encontraba otra. Queda como escultura que ni Barceló hubiera imaginado en una de sus paellas.
Geles inacabados, que nadie se atreve a
tirar, incluso rellenos de agua, en un intento de aprovechar los resquicios del
envasado. Desodorantes de bola cuyo límite de uso es incierto, difícil
dilucidar si se ha acabado el socorrido producto, ahí quedan, hasta el día en
que realmente se necesitan y la bola no gira, ¡atrévete tú a tirarlo! Botes de
líquido de lentillas, fundas de gafas, relojes estropeados, gomas de pelo
ajadas. Y cajas vacías, de dentífrico, colirios varios, aspirinas, de según.
Y por fin está ese armarito donde cabe todo.
Antes era el armario del espejo, que se abría con un toque, gracias al milagroso
invento del imán. Ahí padre guardaba la crema y brocha de afeitar, a pesar de
haber llevado siempre barba, botes de medicinas sin etiqueta, mercromina, agua
oxigenada, una venda, alcohol y tiritas, pasta de dientes y una lata de Nivea.
Ahora la variedad es mayor, desde una bonita tela que tapa unas baldas, pasando
por los empotrados bajo el lavabo, que parece que no están, hasta las cómodas
en los baños grandes, lujo donde los haya. En esos armarios se guarda la crema
del verano, casi acabada, pero que no se tira por si las moscas, por si la
necesita alguien un día. Y cuando el día llega, hay una película de sospechoso
tono ocre y sólida, próxima a la fragilidad por las grietas inminentes; ha
endurecido de forma regular y espesor variable. La decisión a tomar es retirar
o ese supuesto revestimiento; el miedo a lo que puede haber bajo ella es lo que
paraliza al usuario. El más optimista supone que es una cobertura protectora,
como el cielo. El pesimista asume que debajo hay más de lo mismo o monstruos bacterianos
con ojos. La mayoría cierra la tapa y deja que sea otro el que decida tirar a
la basura semejante tesoro. Hilo dental de duración infinita ¿acaso sale la
linea roja? ¿alguien la ha visto?, enjuague bucal de sabores y funciones diferentes.,
cepillos para las uñas co la.
También hay que hablar del maquillaje. Especial atención merece el rímel. Existe la extendida costumbre de rellenar de agua el tubito donde el pincel-tornillo se aloja. Como solución temporal es un apaño, aunque el riesgo de salir de casa como si nos hubieran pegado un puñetazo en cada ojo, es grande; el problema es el largo plazo. Ese líquido misterioso del que nunca se sabe el volumen restante, dada la opacidad del envoltorio, ha adquirido una viscosidad cercana al sólido, al aplicar el rímel a las pestañas ocurre algo similar a lo que pasaría si las peináramos con piedra pómez de la mismísima isla de la Paloma. Ya no son ojos morados, es que te pasas el día llorando. Puedes encontrar colirio cuya fecha de caducidad es imposible adivinar porque se ha borrado hasta el relieve. Cajitas con tiritas de la Edad Antigua, bandas para quitar puntos negros que si utilizas conseguirás depilar la zona del rostro donde se aplique; cremas para el acné en viviendas de adultos que olvidaron las espinillas en cajones del pasado; o para las arrugas, hidratantes, exfoliantes...Colonias impersonales o intransferibles. El mundo de la gomina, espuma, cuyos espráis se parecen bastante a los de la nata para las fresas, con igual terminación y problemas análogos de rebabas de ese poquito que sigue saliendo cuando ya has acabado de apretar y te lo estas aplicando a conciencia, por lo que la gota cae y solidifica. Pocos limpian esas velas. La colonia de él, ya sin olor; desde que se fue ha pasado tanto tiempo.