Seguidores

04/10/2015

PETROVIC

Hay deportistas y deportistas. Hay jugadores de baloncesto y luego, a una distancia solar, está Drazen Petrovic.
El no era un jugador de baloncesto. Era un mago, un provocador, un canalla. Era un puñetero genio.
Años 80. Cuando empezaba el partido todos los jugadores parecían iguales, iguales camisetas, cuerpos larguísimos y aparentemente con dificultad de sincronización. Pasados tres o cuatro minutos, si uno de los rivales era el Cibona de Zagreb, de la antigua Yugoslavia, se encendía una luz. Y esa luz era Drazen Petrovic. Ni más flaco ni más musculoso que otros, no recuerdo si era alto o muy alto. Simplemente era distinto. Inventó otro juego. Impuso un ritmo diferente en los partidos. Daba igual quiénes fueran sus compañeros o contra quién jugara.
He brujuleado en internet y lo que queda escrito no hace justicia a quien fue una leyenda. Abundan los datos sobre su eficacia en el tiro y detalles absurdos como si era o no jugador de ataque.
 
Drazen no jugaba al baloncesto. Drazen dominaba el espacio entero, en diagonal, la cancha era suya. De un extremo a otro era capaz de mover la bola esquivando a los cinco rivales, haciendo que pareciera que iba a pasarla en cualquier momento, dejando atrás, sin rozar a nadie, jugadores caídos, faltas personales que él provocaba a su solo paso. No solo dominaba el balón. Manejaba a su antojo al enemigo. Provocaba al grandullón de Fernando Martín. Irritaba al bueno de Corbalán, que intentaba defender su área con justicia. Burlaba al enorme Sabonis, podía hasta haber pasado entre sus piernas en un despiste. Sacaba de quicio al personal solo con mirarles. Era capaz de desesperar al hombre tranquilo, al pacífico giagante. Podía irritar al público más civilizado, y tenerlos en contra, o enamorados sin condiciones.
 
Petrovic era un provocador. Parecía que odiaba al equipo entero del Real Madrid, y acabó fichando por ellos. Si le hubieran odiado más los italianos, allí hubiera caído. Pero como genio que era, murió joven. No tenía derecho a envejecer, a ser convencional. Murió rápidamente, en un accidente de coche. Sin enterarse siquiera de lo que ocurría. Fue una pérdida. ¿Quién sabe si hubiera domado esa furia, ese genio, en qué se podría haber convertido? Lo que nadie puede dudar es que era un maestro con el balón en el más puro sentido de la palabra. Y sus partidos eran un espectáculo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario