Porque en las fotos ve el paso del tiempo. Porque las fotos le hacen enfrentarse con lo que no quiere ver. Que ya no es hija, que ya no es novia, no es esposa, es madre, abuela, bisabuela. No quiere verlo. Quiere seguir siendo la chavala moderna que llegó a Madrid en los años 50 y rompió todos los moldes. Quiere seguir siendo la existencialista, lectora empedernida de Sartre y Simone. Donde está el tiempo perdido? Ya lo había advertido JP. Pero no lo encuentra. Se fue. Y no dejó rastro porque en las fotos sale tapada siempre. Se tapa con el pelo, se tapa con la mano, se esconde detrás de él, de ellos, se arrincona. No quiere salir en los recuerdos.
No entendió jamás la fascinación de una cana, disimuló cada arruga, se escondió del sol excusándose en lo oscuro de su piel. Se cubrió de cremas protectoras y regeneradoras. Se engalanó el cuello cuando empezó a acusar signos de vejez. Tapó los lóbulos de las orejas con pendientes mayores. Pintó sus uñas de oscuro para disimular manchas. Cubrió su cuerpo de capas de ropa de colores.
A pesar de las precauciones fue retratada muchas veces. Era una mujer fascinante. Y la cámara la quería. Las personas que la rodeaban querían guardar recuerdos gráficos de momentos concretos con ella. A sus amigos y a su familia les gustaba verla envejecer, la veían cambiar poco a poco. Aceptaban su pelo rojo o naranja, les hubiera importado poco que fuera blanco. Veían sus arrugas hacerse hondas es su rostro, pero escuchaban sus historias, disfrutaban sus comidas, su compañía. Y las arrugas desaparecían. Notaban cómo sus formas se ensanchaban, y lo aceptaban así.
Ella no se veía, no se miraba, se tapaba entera para no verse. Nunca quiso que la recordaran mayor, aunque lo fuera. Su aspecto era aceptado por todos menos por ella misma. Pero estaba ahí, en el objetivo indiscreto que en realidad sacaba su alma, no su vejez. Se hizo mayor, envejeció, engordó. Se llenó de arrugas. Y creyó que había engañado a todos. Se comportaba como si nada de eso fuera real. Su lucha era esconderlo. Cuando fue mayor era ya demasiado tarde para reaccionar y disfrutar de cada momento, que quedaba retratado.
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