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03/09/2020

NO SIN MIS CASCOS

 


Nos ha dado un ataque de individualismo que es tan dañino como el coronavirus. O más, porque se junta con éste y es una bomba que nos va a matar de soledad. Multiplica el aislamiento. Tan acostumbrados que estamos en esta época convulsa a las curvas, la del individualismo se asocia al egoísmo y es asintótica, con tendencia rápida e indiscutible al infinito. Al infinito temprano.

 

La familia y los amigos dan esa tercera pata al hombre que es imprescindible para garantizar la necesaria estabilidad. ¡Hala! He dicho. El hombre debe vivir en comunidad, en sociedad, en pareja. El matrimonio no es un invento ni un artificio. Es un nombre que se ha dado a lo que es natural. No es fácil. Pero es lo mejor. Dos puntos son una recta y la vida en ella es funambulista. Sin embargo, tres puntos hacen el plano. Eso es otra cosa. Mariposa. En un plano se puede vivir. En un plano se puede sembrar. Un plano para sentarse, para comer, para dormir, un plano donde empezar. Un plano donde dibujar un croquis y arrancar la vida. Un plano para el futuro, para un plan.

 

Dos puntos no sirven. Dos puntos son los auriculares que nos acoplamos para salir de casa. Ir por la calle sin saludar, sin pararse a hablar con el portero, vecino. No oír los coches ni el jaleo. Ser burbujas en este baño de soledad. Para estar en casa y oír tu propia música, ver tu sólo una peli. Sin necesidad de negociar. Pero es que hay que negociar, hay que hablar, estrujar los desacuerdos, arreglarlos. El silencio es la tumba de la vida. El padre con sus auriculares y el fútbol, la madre con sus auriculares y una serie turca muy sentimental. Un hijo con una película de miedo, otro jugando a caballeros a distancia con sus vecinos, en vez de ir a verlos. La hija con su amiga que ha venido a casa para verse. Cada una con sus cascos absortas en sus respectivos móviles, enviándose mensajes por Instagram y riéndose de videos diferentes de TIK TOK. A las 21:00 se da el toque de queda. A cenar, cada mochuelo a su olivo. La invitada se despide liberando sus orejas y sonríe. “Hasta mañana. Gracias”. Cenan sin hablar o hablando. Y cuando acaban, cada uno a su nido. Se excusan por el sueño. En realidad, busca cada uno su soledad de nuevo. La vuelta a su vacío.


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