Cada
uno tiene su vaso de agua en el que ahogarse. No es que se pueda decir de nadie
que se ahoga en un vaso de agua. Como si fuera pequeño. Tú tienes tu vaso de
agua en el que te ahogas si te da la gana. Y nadie tiene derecho a criticarte
por tener tu vaso de agua. Grande o pequeño. No hay dimensión para la asfixia.
Eso de la gota que colma el vaso, será. O no. Cada uno vive como puede. Todo
depende, de cómo se lo monta, decía un sabio que ya no está. Dicen que está con
otro sabio ahora, cuya teoría era que cada uno es cada uno y cada cual con su
cada cuala, o con sus cadaunadas. Pues eso.
De
las tragedias no hay medida. Y parece que la felicidad no cuenta. Es elástica,
se encoje cuando viene la pena. Agazapada y asustada en un rincón no se atreve
a reivindicar su espacio. No vaya a ser que le caiga alguna reprimenda. Son
subjetivas las emociones que desencadenan los sucesos.
Pero
cuando uno no puede con su vida, no puede con lo que le toca; cuando no llega,
porque el mundo se le viene encima. Cuando llega ese momento, cada uno tiene su
medida, que cambia en el tiempo, con la corteza que nos hacemos.
No
hay pipeta ni matraz. El vaso no tiene marcas en el sistema internacional ni en
pulgadas. Cada uno con su capacidad para ahogarse y su derecho, bien en un
charco o en el océano. No hay más peligro en uno que en otro mar. Líbreme de
las aguas mansas, que de las turbulentas ya me libro yo. Uno se agobia con lo
que se agobia y ya está. No te excuses, “¡Ay, con todo lo que tú llevas,
quejarme yode esto!” No se puede juzgar a nadie por ahogarse en un problema que
desde su punto de vista es pequeño porque no lo es y no hay más que hablar.
Caso cerrado. La única objetividad es que todo es subjetivo. Además, las
dimensiones cambian.
Estar
con alguien que está contento le gusta a todo el mundo. Es un imán. Así que, sonríe siempre que puedas; siempre que encuentres un motivo, por pequeño que
sea.
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