No he sabido vivirlo de otra manera. Por ahora, ojo, que nunca se sabe. A
pesar de esto, he conseguido transmitir a los que me suceden otra percepción.
Hemos conseguido. Y así lo viven ellos, con ilusión y un “me encanta la
Navidad” de anuncio de sonrisa. Salen a ver las luces recién encendidas.
Disfrutan y viven con intensidad cada día. Nuestros hijos así lo sienten, y me
alegra hasta el alborozo. Quizá me haya recuperado ya de ese esfuerzo del bebé
que fui, creo que me desgasté entonces. Le he echado rollo a ese momentazo
estelar de mi infancia. Puede que haya llegado el punto de inflexión para de
que deje de vivir del cuento.
Pongo un punto y aparte a lo personal, aunque al cabo, lo es todo, o casi
todo, que no es lo mismo, pero es igual. No entiendo porque aquéllos que no son
creyentes, para los que la Navidad no son más que fechas de organizar
vacaciones, de reunión y comilonas, de marisco, pavo y borracheras; por qué
tratan de imponer una reglamentación sobre cómo celebrarla sin tener en
consideración lo que significa la Navidad. Más allá de los días libres y
eventuales empachos, se celebra y recuerda el nacimiento de Jesucristo. La
Navidad no es la lotería ni atiborrarse de almendritas y turrón. Estaba Poncio
por ahí, y Herodes queriendo matar al niño uno, y el otro que se lavaba las
manos. Por cierto, no me puedo aguantar y traer a Pilatos a estos días de
limpieza exhaustiva de manoplas. Viene a cuento con esta época de enjuague.
Quiero recordar lo que significó el gesto público del ínclito, ese lavado de
manos hace más de 2000 años. ¡Ojito a desentenderse de las decisiones! La
Navidad es adorar al niño, los Reyes Magos atravesando desiertos en un mundo
sin GPS ni aplicaciones de móvil, gracias a una noche limpia consiguieron
orientarse. La Befana, con lío en casa, atrapada para siempre en el deber de
cuidar al infante. Eso y mucho más es la Navidad, de ahí las reuniones familiares,
estar con quien más se quiere, recordar a los que se fueron. Es ahí donde están
intentando intervenir, en el fondo a través de la forma; no tanto en las
comilonas en sí; si no, a través de cortar los hilos del contacto, de la
posibilidad de reunión en familia, imponer (creen que de modo sibilino) cómo se
celebra el nacimiento de Jesús, la llegada de los Reyes Magos. Tratan de
desvirtuar el espíritu y resumir todo en cenas y brindis. Como si eso fuera lo
importante. Me parece canalla y temerario, hay detrás una maldad que ya no se
esconde.
La obsesión por interferir en lo íntimo, en lo personal, esas ganas que
tienen de meterse en nuestras casas, de saber con quién estamos, dónde vamos,
esa excusa que les está dando la pandemia para ejercer el control, me da miedo.
Hay una incoherencia evidente: Imponen el número de comensales y obvian el
contacto en el suburbano. También sorprende el número ¿por qué seis? ¿Acaso se
trata de imponer cómo debe ser una familia? ¿Las dimensiones óptimas? No
entiendo y me aterra ese intervencionismo del Estado en la vida privada, Está
llegando a unos límites que realmente dan miedo. Recuerdan a dictaduras
bananeras esos discursos que empezaron las tardes de los sábados y ahora se
instalan en los domingos, a la hora de misa.
Por otro lado, tampoco comprendo por qué el gobierno de España admite que
sean precisamente los partidos independentistas catalanes quienes decidan o
siquiera tengan voz, y ya no digo voto, sobre cuál debe ser el sistema
impositivo en el resto de España. Es que no me da la cabeza. En realidad, es lo
mismo que el asunto de la Navidad. Los ateos organizando esa Fiesta con una
intención última, que no es la de luchar contra la pandemia, se trata más de un
tiro de fondo a las creencias con las que no comulgan. No entiendo la
necesidad. ¿Qué les molesta? Los independentistas hacen lo propio con un país
del que ser quieren ir, eso, sí, con pasta en la faltriquera. Y, además,
poniendo las normas en una España que desprecian, como algunos el sentido
profundo de la Navidad.
En definitiva, se trata del famoso perro del Hortelano. ¿Por qué van a
poder participar los separatistas, con un pie en la calle, en las decisiones
que afectan a la economía y forma de vida de un país que desprecian?
¿Intervienen acaso en las decisiones de la Hacienda polaca? Polonia como mero
ejemplo. ¿Qué tienen que decir de los impuestos de la odiada Madrid o la lejana
Andalucía? ¿No os queríais ir? Pues, puerta. A ver si les dejáis un trozo de
mar a los aragoneses. Tanta vara con ser independientes y no os basta con eso.
Queréis iros dejando huella, haciendo más daño, si cabe. Harta estoy del
buenismo y las concesiones. ¿Que no queréis hablar español?, ¡haced lo que os
dé la gana! Cuanto más aislados, seréis más paletos. ¿Por qué insistir? ¿Por
qué seguir cediendo? ¿Qué miedo tenemos de esta banda? ¡Si se quieren ir, que
se vayan, pero que no lo hagan poniendo condiciones! ¡encima! Y que dejen al
cristiano celebrar la Nochebuena y estos días como buenamente pueda. ¡Ea!,
déjame en paz amor tirano.
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