Seguidores

29/11/2020

DÉJAME EN PAZ

Entre las muchas cosas que no entiendo, hay dos que me preocupan especialmente en los últimos tiempos. Me rallo con ellas. Entro en bucle. Y en este aislamiento forzado, me veo obligada a discutirlas conmigo misma. Una es el intervencionismo gubernamental para la celebración de la Navidad. A mí, que no soy amante de estas fechas, me saca de quicio. A mí la Navidad me trae un recuerdo de tristeza, de despedida. De cristales empañados. De frío. Me devuelve a la melancolía. Veo los tejados blancos de Segovia. Guantes, verdugo, bufanda y abrigo. Me embarga la tristeza. Pero eso es porque yo soy así. Soy un poco petarda y no tengo sangre en las venas. Por lo visto en mis primeras Navidades fui la alegría de la huerta. Me deshice en gracias y gracietas. Se ve que agoté mi repertorio ante un público roto por el dolor de la pérdida. Dicen que bailé. Teniendo en cuenta que no había cumplido un año y que dudo de mi capacidad para mantenerme en pie con nueve meses, sospechoso, con la perspicacia que me caracteriza, que los relatores exageran. Si fue cierto, ahí, en esas navidades al borde de los balcones de la calle Real, se acabó mi salero.

 

No he sabido vivirlo de otra manera. Por ahora, ojo, que nunca se sabe. A pesar de esto, he conseguido transmitir a los que me suceden otra percepción. Hemos conseguido. Y así lo viven ellos, con ilusión y un “me encanta la Navidad” de anuncio de sonrisa. Salen a ver las luces recién encendidas. Disfrutan y viven con intensidad cada día. Nuestros hijos así lo sienten, y me alegra hasta el alborozo. Quizá me haya recuperado ya de ese esfuerzo del bebé que fui, creo que me desgasté entonces. Le he echado rollo a ese momentazo estelar de mi infancia. Puede que haya llegado el punto de inflexión para de que deje de vivir del cuento.

 

Pongo un punto y aparte a lo personal, aunque al cabo, lo es todo, o casi todo, que no es lo mismo, pero es igual. No entiendo porque aquéllos que no son creyentes, para los que la Navidad no son más que fechas de organizar vacaciones, de reunión y comilonas, de marisco, pavo y borracheras; por qué tratan de imponer una reglamentación sobre cómo celebrarla sin tener en consideración lo que significa la Navidad. Más allá de los días libres y eventuales empachos, se celebra y recuerda el nacimiento de Jesucristo. La Navidad no es la lotería ni atiborrarse de almendritas y turrón. Estaba Poncio por ahí, y Herodes queriendo matar al niño uno, y el otro que se lavaba las manos. Por cierto, no me puedo aguantar y traer a Pilatos a estos días de limpieza exhaustiva de manoplas. Viene a cuento con esta época de enjuague. Quiero recordar lo que significó el gesto público del ínclito, ese lavado de manos hace más de 2000 años. ¡Ojito a desentenderse de las decisiones! La Navidad es adorar al niño, los Reyes Magos atravesando desiertos en un mundo sin GPS ni aplicaciones de móvil, gracias a una noche limpia consiguieron orientarse. La Befana, con lío en casa, atrapada para siempre en el deber de cuidar al infante. Eso y mucho más es la Navidad, de ahí las reuniones familiares, estar con quien más se quiere, recordar a los que se fueron. Es ahí donde están intentando intervenir, en el fondo a través de la forma; no tanto en las comilonas en sí; si no, a través de cortar los hilos del contacto, de la posibilidad de reunión en familia, imponer (creen que de modo sibilino) cómo se celebra el nacimiento de Jesús, la llegada de los Reyes Magos. Tratan de desvirtuar el espíritu y resumir todo en cenas y brindis. Como si eso fuera lo importante. Me parece canalla y temerario, hay detrás una maldad que ya no se esconde.

 

La obsesión por interferir en lo íntimo, en lo personal, esas ganas que tienen de meterse en nuestras casas, de saber con quién estamos, dónde vamos, esa excusa que les está dando la pandemia para ejercer el control, me da miedo. Hay una incoherencia evidente: Imponen el número de comensales y obvian el contacto en el suburbano. También sorprende el número ¿por qué seis? ¿Acaso se trata de imponer cómo debe ser una familia? ¿Las dimensiones óptimas? No entiendo y me aterra ese intervencionismo del Estado en la vida privada, Está llegando a unos límites que realmente dan miedo. Recuerdan a dictaduras bananeras esos discursos que empezaron las tardes de los sábados y ahora se instalan en los domingos, a la hora de misa.

 

Por otro lado, tampoco comprendo por qué el gobierno de España admite que sean precisamente los partidos independentistas catalanes quienes decidan o siquiera tengan voz, y ya no digo voto, sobre cuál debe ser el sistema impositivo en el resto de España. Es que no me da la cabeza. En realidad, es lo mismo que el asunto de la Navidad. Los ateos organizando esa Fiesta con una intención última, que no es la de luchar contra la pandemia, se trata más de un tiro de fondo a las creencias con las que no comulgan. No entiendo la necesidad. ¿Qué les molesta? Los independentistas hacen lo propio con un país del que ser quieren ir, eso, sí, con pasta en la faltriquera. Y, además, poniendo las normas en una España que desprecian, como algunos el sentido profundo de la Navidad.

 

En definitiva, se trata del famoso perro del Hortelano. ¿Por qué van a poder participar los separatistas, con un pie en la calle, en las decisiones que afectan a la economía y forma de vida de un país que desprecian? ¿Intervienen acaso en las decisiones de la Hacienda polaca? Polonia como mero ejemplo. ¿Qué tienen que decir de los impuestos de la odiada Madrid o la lejana Andalucía? ¿No os queríais ir? Pues, puerta. A ver si les dejáis un trozo de mar a los aragoneses. Tanta vara con ser independientes y no os basta con eso. Queréis iros dejando huella, haciendo más daño, si cabe. Harta estoy del buenismo y las concesiones. ¿Que no queréis hablar español?, ¡haced lo que os dé la gana! Cuanto más aislados, seréis más paletos. ¿Por qué insistir? ¿Por qué seguir cediendo? ¿Qué miedo tenemos de esta banda? ¡Si se quieren ir, que se vayan, pero que no lo hagan poniendo condiciones! ¡encima! Y que dejen al cristiano celebrar la Nochebuena y estos días como buenamente pueda. ¡Ea!, déjame en paz amor tirano.



No hay comentarios:

Publicar un comentario