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02/11/2020

CUANDO UNA CHICA SABE HACER GALLETAS

Si sabes hacer dulces, enamorarás al hombre de tus sueños. Este te colmará de amor como tú a él de sueños dulces. No hay mujer impregnada en olor a chocolate y mantequilla que no sea imán para el amor verdadero.

La facultad de saber cocinar tendría que ser innata como necesidad que supone para la supervivencia. Como no lo es, debería ser asignatura obligatoria. Porque más importante que las leyes de Mendel o la Quinta Enmienda, mucho más que saber lo que es una mitocondria o dominar el Código Penal, una integral por partes o la historia de Chipre, es saber cocinar. Porque cocinar hace hogar.

Y saber hacer galletas enamora. El olor a azúcar y a bizcocho de almendras que sale del horno es, junto con el olor a cocido o a tortilla de patata, lo que más caracteriza e identifica a la casa de uno.

En mi casa, de mis padres, la cocina olía a sofrito. Todo empezaba por freír cebolla, ajos, pimientos. En casa de mis abuelos olía a croquetas, a menestra. Las escaleras de madera recién fregadas hacían de tiro y jugábamos a adivinar el menú. En casa de mi abuela olía a matanza y a torreznos por la mañana, a patatas fritas casi siempre. En casa de una amiguilla mía de la sierra, a Nocilla, en casa de otra a barbacoa, a sardinas. En casa de tu hermana a limpio, y si eso, a cocido y quiche, ¡qué ricos! De otra hermana a pollo empanado. ¡Qué bueno! En casa de tu madre a puchero, judías para ti o a salmorejo. En la playa a maricos, bien de sal en los gambones y una mijita de aceite. En nuestra casa, ahora huele a tarta y a brownie, a galletas de mantequilla. Huele a tortitas con chocolate y azúcar glas. Huele a dulce, a mermelada casera, apunto de quemarse el azúcar. A veces huele a tomate frito, a pimientos asados. Huele al humor del cocinero.

El olfato es lo que más directo te lleva al recuerdo. Las escaleras mojadas de casa de mis abuelos, cubiertas con papel de periódico hasta que se secaban tenían su propio olor. Llegar a casa cuando aún estaban los papeles puestos indicaba que era pronto. Una alegría, porque podías entrar en la cocina a curiosear, a probar algo. Ir a los dormitorios a investigar entre juguetes antiguos y tebeos de tus padres. Podías utilizar la máquina de escribir portátil, verde, con su funda. O incluso podías tener la suerte de que te encargaran ir a Colón, la panadería, a comprar unos colines y una hogaza de pan blanco. Las vueltas eran tuyas. Ventajas de la puntualidad.

En las casas donde hay un bebé todo huele a infancia. Todo huele a limpio, a colonia, a polvos de talco. No se puede camuflar el olor de la vida.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado lo de “huele al humor del cocinero”. Muy bueno, María, el olor evoca la infancia y crea recuerdos que espero me despierten en caso de Alzheimer.

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  2. Tu nunca vas a enfermar de olvido

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