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09/11/2020

EL VOYEUR DE LAS REDES SOCIALES

 

Se trata de una figura mundialmente conocida. En este 20 20, todos sabemos de lo que hablo. Inmediatamente te ha venido un nombre, una imagen, a la cabeza. ¡Qué no! Si no estás en Facebook, Instagram, VSCO, Line, Hangout, o como quiera que se llamen los montones de redes de amigos virtuales; lo que seguro que tienes es un teléfono con datos y WhatsApp o WeChat, si acaso has nacido en China.

Las redes van por delante siempre, al menos de los padres. Ese es otro tema. Pero muchos  nos hicimos de una u otra, no para contactar con amigos, si no para estar preparados. La realidad es que nunca se está preparado para el futuro. El futuro viene y uno se enfrenta con él como puede, aliándose o enfrentándose a su suerte. Hasta que acepta, que es lo más inteligente y al cabo, lo único que se puede hacer. Eso sí, si esperas que tu hijo te deje ver sus “stories”, espera, espera. Los hijos son el futuro y van un paso, o varios, por delante.

Al grano: Lo que tienen en común todas esas aplicaciones es, al usuario escondido, el hombre de la gabardina de nuestros días. Pero sin susto. El mirón. El que aguanta la respiración detrás de una columna. El que usa un vaso y lo apoya en la pared, para escuchar. No es exactamente un cotilla, porque todo se lo calla. Para poder seguir en su papel, no puede hablarlo, se lo queda todo. En cuanto algo se le escape se le acaba el chollo y ese disfrute solitario. No es un espía, ni un detective. Es un búho de las redes. Alimenta su verdad y su convencimiento sin conversación. Desde su clausura, al otro lado de la mirilla, aislado y solo.

En las redes brujulea, nunca publica, lo mira todito. No cuelga fotos ni noticias. Se cuida mucho en ese sentido para seguir agazapado y a la vista. Porque no hay mejor escondite. No tiene identidad secreta, envía solicitudes de amistad a propios y extraños. Observa las fotos de los amigos y conocidos. Se acerca sin ser visto. Se siente parte de su vida de tanto que sabe de ellos. Nunca da un "me gusta", jamás comenta una foto. Sabe dónde están los demás, porque ellos sí lo hacen público. Mira que uno pasa el fin de semana en el mar. ¡Qué morro! Me había dicho que se quedaba en casa. Que otro ha celebrado una reunión. No me ha invitado. Tiene un punto de morbo, de autolesión. Un "¿lo ves? " dicho al cuello de la camisa, todo corrobora que nadie le quiere, que está solo en el mundo por incomprensión. Pobre Calimero. Huérfano y abandonado en este mundo cruel. 

Está apuntado a un montón de aplicaciones, pertenece a grupos de WhatsApp de amigos, compañeros de clase o de trabajo, del equipo de futbol. Y el cabrón, porque no tiene otro nombre, nunca dice nada. Hasta el punto en que se duda si se ha dado de baja. ¿Se habrá salido del grupo? Pero no, ahí está, calladito. Sin decir ni mu. Enterándose de todo. Como ese amigo que bebía coca colas cuando llegaba el despiporre. Y al día siguiente se entretenía contándote lo que preferías olvidar. No debería estar permitido pertenecer a un grupo sin, cada tanto, pulsar al menos el pedal del muerto. 

En esta etapa de soledad obligada, es difícil que algo se le escape. En otro momento, encaramado al mármol del bar, después de unos cuantos pelotazos, envalentonado, podría haber soltado un "Serafín sigue en Sevilla" “pues anda que Pepe la casa que se ha comprado, y eso que está en el paro” “desde que se ha casado Juana tiene el guapo subido”; ante un estupefacto Paco, dueño y camarero con un trapo a la cintura, que tiene el bar como el jaspe; acostumbrado a la conversación a la vez que hace algo de provecho. Emborriza croquetas y prepara canapés mientras la clientela va aumenta los decibelios, comparte confidencias y las mejillas se colorean. 

Ahora, trabajando desde casa, viudo sin hijos, ni hermanos, ni padre ni madre, ni perrito que le ladre; ni puede tener un desliz, pobre. También los hay padres, madres, maridos y mujeres, hijos, amigos de sus amigos, líderes indiscutibles, a los que les mola mirar sin ser vistos. No hace falta estar solo ni dar pena para ese vicio. Se regodea espiando los estados de ánimo y civiles que la gente publica. Los observa esperando un cambio, desgracia ajena, en la que consolarse,


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