¿Tan difícil es transmitir esperanza? El discurso atañe a los que blanden
el micrófono, el poder, la autoridad, a los relatores de noticias, de la
historia, de la vida. Corresponde a gobernantes y periodistas en la escala
global; a los padres, en la familiar, transmitir confianza, enfocar con actitud
de resolución la problemática. No se puede contar solo el drama. Hay que dar
una salida. Hay que encender la luz. Hay que estar por encima de las cuitas,
del dolor, del lío. El líder de la manada debe sacar la cabeza y objetivar,
argumentar contra la desesperanza e insuflar futuro.
No es la primera vez en la historia de la humanidad en la que ocurre una
pandemia, una tragedia. No es la primera vez que el horror ha abrumado a
poblaciones enteras. No es la primera vez en la que no se sabe cómo salir de un
embrollo. Y los ha habido peores. Y de todo se sale. No se puede tratar todo
esto como ve el deprimido el mundo, sin salida. Porque no es verdad. Por muy
triste que uno esté, la vida sigue y es responsabilidad de cada uno hacer las
cosas lo mejor posible para intentar que sean a la vez un poquito más fáciles y
agradables para los demás.
A los padres, educadores, enseñantes, sacerdotes, nos corresponde aportar la alegría, el entusiasmo, las bases del coraje a nuestros hijos, alumnos, a quienes dependen de nosotros de algún modo. De la experiencia nos toca sacar la fuerza. ¿Qué sería de ellos como adultos si no tuvieran esa base? Ya lo decía Benigni, la Vida es Bella. No se trata de alimentar el espanto, sino de articular la respuesta, ser fuertes para sobrevivir, apoyados en nuestra íntima estructura. Es dar utensilios para vivir y ser mejores personas, de las que no se esconden. Como padres debemos ocuparnos de no formar una generación de pusilánimes, de imbéciles, que de esos tenemos muchos ejemplos adultos ahora. ¿Serán éstos fruto de una época de dudosa bonanza, de supuesta prosperidad, de ausencia de valores, de olvido de lo esencial? El caldo de cultivo que ha propiciado el brote incontrolado de especímenes absurdos sin contorno ni fondo, que calmaron su angustia a base de satisfacer todos sus caprichos. Incapaces de enfrentarse a la frustración que es no conseguir siempre todo lo que se quiere. Niños sin límites, embriones de estos adultos sin principios.
Los creyentes disfrutan de su fe, y son sus propios ministros quienes alimentan su consuelo, estructuran su paciencia y su bondad. Iluminan con luz tenue el camino, invitan a la resignación, a la misericordia con los más débiles, con los más desfavorecidos. Se resigna el piadoso a los templos diezmados, asumen los reglamentos, los cierres de las iglesias, la imposibilidad del rezo en comunidad. Se recoge el devoto en soledad. Calman los sacerdotes las almas de los fieles, perdonan pecados en la distancia y dan cobijo al desconsuelo. Pregonan la solidaridad y el apoyo en familia, en comunidad. Alivian con tolerancia y amor el desasosiego del corazón.
A los políticos, gobernantes, les toca estar a la altura, demostrar
elegancia y sosiego, no solo en el discurso y en las formas, si no en el fondo.
Al revés que la mujer del César. No solo deben parecer, si no, ser. Deben actuar
de modo consecuente, aportar soluciones y nutrir la esperanza. No se trata de
aportar un absurdo e infundado optimismo. No. Deben salir a la palestra como
líderes y apuntalar la estructura de la sociedad que se desmorona. La
enfermedad, el desempleo, la crisis, la soledad y el desasosiego se cuecen en
nuestra rutina, cual obuses en conflictos bélicos. Vendrá también la rebelión
callejera, aparecerá el vándalo y el oportunista. Y también eso habrá que
gestionarlo, no solo “punirlo”. Nos merecemos unos gobernantes que tomen el
mando de la ilusión colectiva, del arrojo, no de cebar la miseria que subyace. Eso
es lo fácil. Aprovechen señores su elocuencia para transmitir unidad, no con el
objetivo del beneficio propio, no desvíen la atención con fuegos artificiales.
Estamos todos pendientes. Exploten la atención que les dispensamos, porque si
siguen fallándonos algo más importante que este bicho va a ocurrir. Por menos
de nada, no les necesitamos.
Los partidos políticos hoy día, salvo anomalías genéticas, se dedican a ganar elecciones. Se han olvidado de que no se trata de obtener votos, si no de defender unos ideales. No son Groucho, que podía permitirse el lujo de decir "estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros". Un partido político, un líder, se debe a sus ideas. Por eso se les vota y elige. No se trata de ser más de centro o más de izquierdas, para tener más éxito en las urnas. No. Se trata de ser de verdad. Son nuestros representantes. Son nuestra voz en el Congreso, en el Senado, en el Ayuntamiento, en la Comunidad. No tienen ningún derecho a jugar con el poder que se les ha otorgado. Los que sí cambiamos somos los ciudadanos, de papeleta.
A estas alturas de la evolución debería haber un sistema de control de
nuestros políticos. Debería haber unos límites que en democracia no se pudieran
rebasar. El tope ha sido en el país de las oportunidades: Que Trump diga que se
pare el recuento de votos y no le detengan, creo que es un síntoma de
enfermedad y deterioro de la democracia y la sociedad que ni siquiera esta
"actuación" (acting) que es el Coronavirus puede parar. Tenemos que
hacer algo, Elsa.
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