Mira que lo pensé. ¡Van a entrevistar y hacer famosa a Araceli! Si se da el caso del despistado, o de quién lea estas líneas, humildes, desde el futuro, aclaro: Araceli, es natural de Guadix, a media hora de Zújar, por cierto, donde los melocotones daban alegrías. Araceli, residente en Guadalajara, se santiguó antes de recibir el pinchazo, que no es nada, le susurraba la enfermera. Vive en la residencia “Los Olmos” hasta ese momento, previo a las inocentadas, una gran desconocida. Araceli es la primera persona en España en recibir la vacuna contra la Covid -19, o contra el Coronavirus. El bicho. Que ha dejado de ser el cáncer, ahora éste es el bicho. Tiene bemoles. Araceli, en el momento del pinchazo lleva a la espalda 96 primaveras, tiene hijos, nietos y bisnietos. Araceli vivió la crisis del 27, era una niña en la Guerra Civil, y una chiquilla en la Mundial, segunda. Sobrevivió a todo eso, y mucho más. Que no se publica.
Pero
digo yo. Primero, ¿por qué Araceli?, con perdón. Y no lo digo por ella en
concreto, que ojalá nos entierre a muchos. Pero Araceli, como decía tu abuela,
querida, Araceli está de prestado, cada día es un regalo. Yo quiero que la
vacunen, quiero que la cuiden. Pero vamos a ver, Araceli es inmune, ¡puñetas! ¿por
qué ella? Hay que protege a Araceli dejándole el oasis limpio, que sus hijos no la puedan contagiar, que les vacunen a ellos, que se mueven, que interactúan. Que vacunen a sus nietos, para que les achuche y les malcríe, que vacunen a la cocinera de L a residencia. No entiendo. ¿No deberían vacunar para hacer barreras, es decir, para
cortar contagios? Desde mi punto de vista, después de médicos, enfermeros, farmacéuticos
y sanitarios en general, deberían ir las dependientas del UNIDE y del
MERCADONA, los estanqueros, los cocineros, los camareros, los enterradores, los
sacerdotes, cuidadoras, señoras de la limpieza, que van de una casa a otra, de
un edificio a otro, conductores de la EMT y la Sepulvedana o la Madrileña, los
taxistas, dependientes de las tiendas de moda. Ellos sí están expuestos. Me imagino el procesó como se preparan los bosques para evitar la propagación del fuego. Formando cinturones de tierra quemada. Vacunen a quien está expuesto, a quien puede contagiar. No utilicen a nuestros padres para hacerse la foto. Vacunen al Currito, al que va en metro a diario. Eso sí que es cerrar el paso al puto bicho. Y no a Araceli, que también,
pero no la primera. Acaso hay un sentimiento de culpa por las muertes. Acaso. Eso pasó y todos p pagaremos las consecuencias de esas pérdidas. Otro es el segundo vacunado, que ya lo había pasado, pero como era
de Zarandín de la Vera, donde, por cierto, ha caído el gordo de Navidad. Sí, no
existe el pueblo. Pero Luis Felipe ha pasado el Corona, y fue muy duro, en sus
palabras. Le dan un momento de gloria y un micrófono en todas las cadenas, suelta veneno a
cambio de zas, pinchazo. ¡Pero si ya lo has pasado, hombre! ¿Que se puede pasar
dos veces? Ya, pero las probabilidades son menores, digo yo. ¡hay que
compartir!
Por
otro lado, también da miedo. ¿No les estarán usando de cobayas humanas,
conejillos de indias? Eso se dice, se piden voluntarios, que los hay, hartos ya
de estar hartos.
Esta
propaganda que subyace en la noticia, es general, y afecta a propios y extraños.
Igual que la estupidez, está globalizada. En la Pérfida Albión también tiraron
a dar el día de autos. Como no podía ser de otra manera encontraron a un casi
descendiente de su ínclito dramaturgo. Si no pariente, homónimo, para presumir
de ser el segundo vacunado del mundo. Allí estaba Shakespeare (léase saquespeare, como dijo en su día el
profesor), con vestimenta de hospital, frágil, las carnes blandas al aire y la
mirada perdida entre la distancia y la indiferencia. Intentando mantener la
dignidad en el bullicio. Genio y figura, el acto en sí resume ese fino humor de
los de la isla. La sorna y la flema inglesa es el toque que los diferencia, que
nos separa. No es sólo que conducen por la izquierda (con la lógica aplastante que
justifica tal decisión), es que siguen pesando en libras, midiéndose en pies y
por supuesto comprando con su moneda, donde la a ilustre Isabel luce su tiara. Pobre
Carlos, que llegó a la edad de jubilación antes que a la corona. Es el orgullo
inglés, simboliza que preservan preserva la historia, su bagaje, mientras
nosotros nos vamos a ver a Araceli, que se puso guapa para la ocasión,
pobrecita, con un poquitillo de susto, eso sí. William también estaba asustado.
Normal.
Si
en España hubiéramos buscado un Cervantes, don Miguel, al que vacunar de inicio,
nadie hubiera comprendido nada. Ese miedo a reconocer lo bueno propio que nos
atormenta a los españoles nos aleja de la bandera a no ser que comulguemos con
ciertas ideologías. Eso sí, en cualquier país al que viajamos echamos de menos
nuestro jamón, evocamos el aceite de oliva, queso manchego, la tortilla y el sol.
Alardeamos así, en la distancia de nuestra tierra natal y presumimos de que
como en España no se vive en ningún sitio. Pero con falso orgullo. Solo con
nostalgia. Porque al volver a pisar Hispania vuelve la sólita queja. El
desapego. No vaya a ser que nos tomen por lo que no somos.
Por
todo eso hemos ido a buscar a Araceli a Ciudad Real, capital de provincia con
aeropuerto en desuso. Solo faltaba que hubieran vacunado a Filiberto, en Murcia,
la vacuna enlatada en San Javier. Hubiera sido otra opción. Ensalzar el
anonimato y lo anodino, ¿con qué afán?
Estoy segura de que existe una hoja de ruta. Lo que temo es el objetivo.
Por supuesto que hay que vacunar a todas las Aracelis. Pero, ¿qué sentido tiene
hacerla titular? Porque Araceli ha abierto los telediarios, los boletines de
noticias, sus palabras serán recordadas en los anales de la historia. Ha sido
portada de periódicos digitales, quizá mañana la noticia estará caduca. ¿Para
qué? ¿A dónde nos dirgimos? A
la postre todo es así, palabras mojadas, sentencias olvidadas, frases que se
diluyen, fastos y fuegos artificiales. La cáscara está vacía. El barco no tiene
capitán, vamos a la deriva.
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