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12/04/2021

¿ESTÁS SEGURA DE QUE NO ES PARA TÍ?

Nada más impresionante que la fe de un hijo en un padre (a progenitor me refiero, tanto monta, monta tanto. Y no lo vuelvo a repetir) Esa confianza sin fisuras, solo comparable al enamoramiento, que tiene un hijo en su padre, es algo que casi pesa. Porque el padre lo sabe todo, es todopoderoso, con la distancia y respetos debidas al de Arriba. El padre sabe. Puede. 

Desde que nace, el hijo mira en el rostro del padre y es ahí donde encuentra las respuestas. Por su actitud sabe si una situación es de miedo o de vergüenza. Si es una broma ese exabrupto que alguien ha soltado. Si hay o no que preocuparse. Siempre estamos mirando a los padres. En ellos están las soluciones de las más complicadas ecuaciones de la vida. Por eso la enfermedad del padre, de la madre, produce una incredulidad que solo comparten los hermanos. Los padres no se pueden poner malos, tenga yo la edad que tenga, mi padre siempre estará ahí para decirme: "ya era hora de que pidieras algo, hija", mi madre estará ahí, para escuchar mis retahílas, nunca te pueden fallar. Son súper héroes, nuestros súper héroes. Son fuertes y flexibles a la vez. Tienen grandes orejas y chisteras llenas de consejos e historias. Por eso nos enfadamos cuando equivocan las palabras. Por eso nos desespera que mezclen los recuerdos. Por eso les regañamos incluso si actúan con torpeza. Es más difícil admitir su declive que el propio. Porque no son de carne. Son otra cosa. Son nuestros padres. El mío no volvió a Segovia desde que murieron sus padres. Era como si con la muerte de ellos también la ciudad donde vivió su infancia, hubiera fenecido. Enterrados los padres, los recuerdos solo cabían en su cabeza inmaculada.

Los hijos que somos padres, tenemos que asumir que, si bien que nuestra condición de niños de mamá no cambia, y siempre tendremos nuestra comida favorita en la cuna de la infancia; para nuestros hijos no somos vulnerables. Somos su roca, anclada firme en las profundidades del magma. Siempre vamos a estar ahí. Tristes o contentos. Arruinados o millonarios de amor y otros enseres. Estamos ahí para nuestros hijos.

Ayer un amigo ingeniero y poeta, nacido en medio de las melodías de un piano de nieve, me pidió que leyera en voz alta y con público, uno de sus poemas. Una actividad que me da un inmenso pudor. Recuerdo a la profe de literatura del colegio, cuyo apodo no me atrevo a repetir, por miedo a herir susceptibilidades lectoras. Recuerdo a esa profesora que lloraba al leer ese poema de la muerte del amigo, con quien tanto quería. Esa elegía salvaje del que quería ser, llorando, el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas. La tierra que abonas. Y la clase adolescente, estupefacta ante el espectáculo, quedaba muda. Chavales con mochilas cargadas de hormonas, enamorados hasta las trancas del amor, veían llorar un poema y no sabían si reír o llorar también. Pasmados ante la emoción compartida, sintiéndose polizones de la turbación ajena. Mirones involuntarios de la pasión adulta. Ese ser que debería contenerlos a ellos, enseñarlos, darles guía, resulta que también tiene sentimientos que no controla y le desbordan. ¡Qué sorpresa! Es la caída brusca del telón realidad en esa imagen del maestro que no es imbatible, que tiene sentimientos. Él también precisa consuelo. ¡Qué desconcierto! Los padres son más que maestros, lo son todo el rato. Desde el cachete primero para arrancar el llanto hasta el suspiro último. Y el ejemplo más auténtico lo tengo en casa.

Ayer, el ingeniero poeta, me pidió leer uno de sus poemas en alto, me envió un abanico de tres, para elegir. Yo, que temo mis gallos, no reconocer mi voz patosa, siento un pudor adimensional a la lectura en voz alta. No es miedo, es rubor y respeto al texto y al escritor. Al ensayar delante del hijo ese poema que ensalza a una mujer que no conozco y que encadena con ritmo sentimientos y escenas, describe con música silábica al ser querido, ensalza con armonía palabras que se juntan y alejan en el poema para traer aquí a esa mujer enorme; la hija pregunta ¿pero seguro que no está escrito para ti?


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