Para mí el único que se salvó, en el primer debate celebrado con motivo de las elecciones de mayo, para elegir presidente de la Comunidad Madrid, fue el Sr. Val. Sin querer faltarle al respeto le llamaré a partir de ahora por su nombre de pila, ya que es sonoro, diferente y además tiene juego. Suena a programa de Tele Madrid. Ya lo he dicho. No quería, pero lo he dicho. Es que no sé por qué no se puede hablar de política. Vamos a ver. Si a ti te gusta ponerte pantalones y a mí falda, no discutimos. Si no te gustan los caracoles y a mí no me gusta el hígado, no nos enfadados. Que a lo mejor me quieres convencer de las bondades de ese órgano rojizo. Allá tú. Pero que no me enfado. Siempre hay alguien a quien quieres, que no comparte todo contigo. Ni siquiera le gusta el café como tú lo tomas o la tortilla de patata. Y mira que diferir en tan sagrado tema, con o sin cebolla, ha hecho que más de una reunión familiar acabara en un disgusto.
Eso sí, si tú eres de izquierdas y yo de derechas, ya está el lío armado.
Pues no. Menos la muerte todo tiene arreglo. O casi todo. No sé porque no
podemos hablar de política.
Pues a mí, en el debate solo me gustó el candidato de Ciudadanos.
Edmundo. Claro, que los pobres lo tienen crudo. Porque se escoran, que si un
día digo esto, que si el otro me conviene lo otro. Y no vale. No. Que si ganan
en Cataluña y se vienen a Madrid. Que tienen razones, sí, pero no vale. Ya lo
decía mi padre: Los de Ciudadanos son el yerno perfecto. El buen hijo. Pero
como políticos o no se venden bien o el pueblo llano no les entiende. Del resto
qué decir. El del moño, con perdón. Vamos a ver, Sr Iglesias, su recogido no
merece atención, si no se lo sabe hacer y precisa laca y retoque, córtese el
pelo y "asee" su presencia. Que no le llamo sucio, pero esa manera
forzada de parecer desaliñado no engaña a nadie. Es más difícil y entretenido ese
atuendo que el del que sigue las normas. Pero ese es su problema, a mí me da lo
mismo. Aunque me parece importante mostrar respeto a quien te invita y al sitio
donde trabajas, no digamos ya si se trata del Congreso de los Diputados. Lo que
no me gusta nada es su manera de dirigirse a los demás. En su afán de seductor,
derrocha mala idea, enfado innecesario. Frunce el entrecejo tanto que se le
nubla la mirada. Es como si estuviera usted en posesión de la verdad todo el
rato. Como si tuviera el derecho de juzgar. No señor. No levita, es uno más, o
menos. ¿Quién es usted para decirle a otra candidata que no sonría? Sonreirá si
le da la gana. Y a usted señora Ayuso, le faltan tablas: conteste, puñetas.
¡Hombre, que ya somos mayorcitos! Tonterías las justas. El Sr Iglesias domina
el arte de la verborrea y se hace con el plató derrochando demagogia. Lo mismo
podría debatir sobre la pandemia que sobre la dichosa cebolla en la tortilla.
Cualquier motivo le llevaría a hablar de totalitarismo y otros óxidos. ¡Déjenos
en paz! La guerra acabó hace casi 10 lustros. En Italia hay un pacto entre
hermanos para enterrar dolores que les separaron hace años. Parientes que
combatieron con distintas banderas y uniformes, reconciliaron su fraternidad y
siguen siendo hermanos. No podemos seguir así. Las heridas curadas no hace
falta abrirlas.
Y qué me dicen del Sr Gabilondo, el bueno del Profesor, Licenciado,
Catedrático, Rector...sobresaliente en todo. El Sr Gabilondo dice de sí mismo que
es soso. (Se comparará con su hermano, el famoso) A mí eso me parece genial que
sea soso, hay muchos simpáticos imbéciles. Yo no quiero que me haga reír. No
queremos payasos. Pero este hombre no ha nacido para ponerse este traje. Presumen
algunos que está ahí obligado. No, perdona bonita, pero eso no es así. A uno le
pueden obligar a vacunarse, a no pasar de 120 en autopista, pero no a
presentarse a las elecciones. Con ese giro final dirigido a "Pablo",
al que antes se refería como "Iglesias", para decir "con este
Iglesias no", remató una jugada de estrategia fina. Es igual que cuando
dijo Felipe, Felipe González, "OTAN, de entrada, no". Que a renglón
seguido se convirtió en “de entrada, no, pero luego ya veremos”. Se nos exige
mucha más dignidad y coherencia a los ciudadanos de a pie que a los que nos
representan. No vale.
En el debate se pasaron de frenada soltando datos la noche entera. Los
ciudadanos no sabemos qué es verdad ni qué es mentira. Porque todos mienten. No
quiero un 1984. No quiero fricadas ni inventos. Cuando estábamos súper
confinados yo hacía una tabla en Excel en la que iba sacando gráficos de la
evolución. Muertos, ingresados, altas. ¿Saben cuándo lo dejé? Un día en que los
datos de los muertos acumulados eran la mitad que el día anterior. Desde
entonces no me creo nada. Unos me dicen que en la Paz ha muchísimo lío, otros
que el Zendal está bien, otros que mal. Que no hay sitio en cuidados intensivos, o que sí, que hay colas o no para vacunarse. Cada uno cuenta la guerra según le ha
ido. Punto. Seguimos, a la diputada de Más Madrid le sobraba tiempo, porque no
tenía nada que decir. La Señora Monasterio, cual falangista, impasible, sin
alterarse por nada ni por nadie. Traía puesta la laca en la coleta que le
faltaba al Sr. Iglesias. Quien la iba a votar, la votará. Pero Sra., ¿Cómo se
le ocurre decir que es la única que ha cotizado porque ha trabajado en la
empresa privada? Ahí estuvo bien Edmundo. Perdone señora, eso no se lo
consiento, ¡que yo soy abogado del Estado! A eso le llamo yo tener galones,
cintura.
Casi nadie vio el debate, que fue un desastre, porque resume el estado general del país, no sabemos hablar. Es mala también la falta de interés. Así no se puede llegar a un consenso.
He visto y oído más intentos de debate, todos catastróficos. A la
inutilidad de muchos de los candidatos, se añade el cojeo del entrevistador,
que se nota sin andar. Tutea a los propios y se distancia con el Usted de los
ajenos, un "Pablo no te vayas" seguido de "Sra. Monasterio, respete
el turno de palabra". O “A ver, Isabel, sigue, por favor” y seguido de “Sra.
García, concluya” ¿Pero qué categoría profesional es esa? ¿De dónde salen estos
individuos? ¿Eran más demócratas nuestros padres, nacidos en la guerra? ¿Lo
eran nuestros abuelos, monárquicos y republicanos, incluso franquistas, de
principios del siglo XX? ¿Qué es eso de levantarse de una mesa porque alguien
no dice lo que uno le pide que diga? ¿Qué es esto de no condenar la violencia o
las amenazas? ¿Qué es esto de decir que la violencia y las amenazas son fruto
de la provocación? ¿Pero quienes son ustedes? Hablen, hablen, debatan, lleguen
a acuerdos. No nos merecemos esto. Ustedes no sé, pero nosotros, no.
El motivo de todo esto son las dichosas galletas, galletitas. Cada vez más, vamos seleccionando las noticias que están de acuerdo con nuestras ideas. Y cada vez que hacemos eso, internet aprende un poco más de nosotros. E igual que te envía anuncios de vacaciones románticas porque no haces más que buscar sitios donde pasar unos días con tu novia, te envía noticias que son afines a tu modo de pensar. De este modo vamos estrechando el camino de nuestra ideología con orejeras cada vez más grandes y andamos por un desfiladero, solos y juntándonos solo con quien piensa como nosotros. Nos van a acribillar los indios. El final del camino es el fin del diálogo. Así no vamos a ninguna parte. En silencio.
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